The Invisible Gorilla: and other ways our intuition deceives us de Chritopher Chabris y Daniel Simons
Si viésemos el mundo tal y como es, nuestras vidas serían como la de Funes, el memorioso, el gran personaje de Borges. Viviríamos todo el día sin salir de nuestra habitación a oscuras, reconstruyendo durante todo un día un día completo con la máxima precisión, incapaces de olvidar o si quiera pensar. Si podemos pensar es precisamente porque no nos consume lo innecesario, no nos distrae lo que nos sirve ahora mismo. Las repeticiones periódicas, lo que no cambia, el fondo, es algo que podemos ignorar con tranquilidad. Y si ya sabemos que una situación se va a desarrollar de cierta forma, no hay razón para preocuparse por posibles variaciones. Ésos son ejemplos de cómo opera nuestra mente. Es un sistema que funciona.
Hasta que, por supuesto, deja de funcionar.
Habitualmente de la forma más estrepitosa.
The Invisible Gorilla va de los atajos que empleamos para no tener que lidiar con la complejidad del mundo. Nuestro cerebro extrae del mundo los datos más salientes e inmediatamente nos ofrece un veredicto. Normalmente todo funciona bien porque el cerebro aplica heurísticas que se han demostrado razonablemente válidas. Es poco habitual que caminando tranquilamente choquemos con una lámina de vidrio, por lo que rara vez tenemos en cuanta esa eventualidad. Sólo somos dolorosamente conscientes de esa posibilidad cuando chocamos con una de esas modernas puertas prácticamente invisibles.
Por desgracia, no se nos da nada bien ser conscientes de lo que no sabemos, por lo que ante la ausencia de la sensación de desconocimiento, lo que tenemos es una sensación de certidumbre. El resultado es una imagen fatalmente distorsionada de lo que somos capaces de hacer, una opinión sobrevalorada de nuestras capacidades mentales.
The Invisible Gorilla detalla esas certidumbres cotidianas, de esos engaños que pueden llegar a controlar nuestros procesos mentales. El título deriva de un llamativo experimento. Un vídeo con jugadores de baloncesto pasándose el balón. Se pide a una persona que cuente el número de pases de los jugadores vestidos de blanco. En un momento dado del vídeo, una persona vestida de gorila entra en la imagen, llega al centro, se golpea el pecho y vuelve a salir. Asombrosamente, un 50% de las personas que ven el vídeo no ven el gorila. La idea choca totalmente contra lo que creemos sobre nosotros mismos. Es imposible pensar que algo así pudiese pasar sin que no nos diésemos cuenta. Pero si una tarea exige concentración, en ocasiones lo hacemos hasta tal grado que nos quedamos ciegos para todo lo demás. Tampoco importa, si el gorila no afecta a lo que queremos conseguir con lo que sea que estuviésemos haciendo. A menos, claro, que…
A menos que vayamos por la carretera y una moto se nos meta delante, una moto que era perfectamente visible hasta ese momento pero que no habíamos percibido. O que llevemos a la superficie un submarino sin darnos cuenta de que hay un barco justo delante. O que pasemos junto a la escena de un crimen sin ver lo que está pasando. Todos ellos ejemplos que se comentas y diseccionan en el libro.
¿Y cuáles son las formas más estrepitosas en las que pueden fallar nuestra percepción del mundo? Pues son 6, que se analizan en otros tantos capítulo: creemos que percibimos del mundo más de lo que creemos; creemos recordar mejor de lo que realmente somos capaces de recordar, y es más, la memoria es tremendamente fluida y maleable; creemos que somos mejores a una tarea -jugar al ajedrez, por ejemplo- de lo que somos realmente porque desconocemos los límites de nuestras habilidades (los verdaderos maestros en algo tienen bien claros esos límites); es más, otra, creemos saber más de lo que realmente sabemos y creemos que tenemos en nuestra mente conocimientos que realmente no están ahí, todo porque confundimos lo que sucede con la razón para que suceda; peor aún, llegamos rápidamente a conclusiones basándonos en correlaciones puramente espurias; y la más insidiosa de todas, creemos que nuestra mente contiene un gran potencial que espera ser despertado, y si es con un método fácil e indoloro, mejor.
Al final, los autores no concluyen que no debamos guiarnos por nuestra intuición, sino que no debemos situar la intuición por encima de todo. Después de 200 páginas demostrando cómo puede fallar estrepitosamente, hacen un llamamiento a que seamos un poco más racionales y que tengamos en cuenta la situación en la que nos encontramos antes de recurrir a un método u otro. También dejan un mensaje de esperanza. Saber que tenemos esas tendencias negativas debería ayudarnos a estar al tanto y tener siempre en cuenta la posibilidad de haber cometido un error.
Un error más que humano.
Error que la lectura de este libro te ayudará a mitigar.