Las herejías privadas, de Luis Antonio de Villena

No suelo leer poesía. Y menos, la poesía de Luis Antonio de Villena. He leído varios de sus libros de ensayo, porque la verdad es que me resultan muy interesantes y simpáticos. Aunque sospecho, sin conocerle, que somos personas muy diferentes y que de poco podríamos hablar, lo que hace que me resulte más enigmático que le considere tan buen ensayista. O quizá sea precisamente por eso.

Pero su poesía, nada. Ni siquiera cuando estuvo más de moda. Vamos, que si me pongo a explicar, tampoco tengo claro por qué tengo este libro en concreto. Supongo que no había ensayo suyo a mano y lo compre.

Lo comento porque me pregunto de qué podría servir mi opinión sobre este libro. Es decir, ¿qué valor se podría asignar a mi recomendación si admito de antemano que de poesía —y en concreto de la de este autor— no sé nada? Por otra parte, a menos que uno quiera leer un libro por interés histórico o algún otro detalle que pudiese considerase ajeno a su calidad, toda recomendación depende en el fondo de un valor difícil de asignar y cuantificar. Si no conoces a la persona, juzgas a partir de lo que cuenta sobre el libro. Si conoces a la persona, porque has leído muchos de sus comentarios, puedes estimar que el simple hecho de que haya disfrutado de un libro es razón suficiente para considerarlo como posible lectura. Y en el caso de amigos, en ocasiones —como aquellas amistades inglesas— es incluso posible omitir el comentario.

Las herejías privadas va desgranando detalles de la infancia en una España de hace ya mucho tiempo. Una infancia en un país que el subtítulo del libre define como oscurecido, y se entiende perfectamente la razón. El país pintado vive en el fondo de un pozo, un poco del que jamás se podría salir, aunque pasasen veinte años. La imagen que dejan los poemas es de un lugar donde ya nacías habiendo perdido, donde nunca tendrías oportunidad alguna, donde lo que eras debía ser severamente constreñido. Vamos, un lugar que dolía.

El daño es real, pero el propio autor se recuerda que no debe exagerar, que las cosas era más bien grises, que la percepción que el adulto tiene del dolor del joven no es necesariamente objetiva, que todo recuerdo empieza por un proceso de reconstrucción e interpretación. Y lo hace en el último poema del libro que, curiosamente, está encajado en un texto en prosa. Si los poemas me gustaron, fue ese reluciente momento de sinceridad intelectual lo que me convenció de que valía la pena leerle.

[50 libros] 2010

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