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No consigo decidir si son muchos o si todavía no son suficientes. Cuando me pregunto cómo me siento, la única respuesta es que me siento normal. No sé lo que significa normal, pero sé que no me siento de ninguna otra forma especial. Evidentemente, hay problemas. Por ejemplo, desde hace un tiempo me tengo que quitar las gafas para poder ver claramente cosas que están muy cerca. Y sin embargo, no consigo considerarlo un signo de edad porque, una vez que las he acercado, veo claramente lo que hace unos años me costaba ver precisamente por estar demasiado cerca. Algo se gana y se pierde otra cosa.

Imagino que simplemente todavía no tengo años suficiente para considerarme realmente mayor, aunque tengo años suficientes para que nadie me considere joven. Me llaman señor continuamente, lo que siempre me provoca unos segundos de desconcierto. ¿Quién será ese señor al que se refieren si aquí sólo estoy yo? Pero sí, me hablan a mí. Tengo la sensación de que todo es una confusión monumental y que alguien en algún momento se dará cuenta de que yo no soy un señor, que para nada soy un adulto, y que luego tendré que explicar pacientemente que jamás tuve la intención de engañar a nadie, que si alguien me tomó por un señor se trató de un error ajeno totalmente a mí.

Pero por otra parte, que los demás te consideren un señor te convierte –quieras o no- en un señor. Con lo cual, quizá lo mejor sea intentar aprovecharse de la situación. Cuando me siento de ese ánimo, intento actuar como esos señores británicos de los chistes, que no se inmutan ante nada. Si voy a un mercado, pido lechuga y me ponen escarola, en lugar de negar que eso fue lo que pedí, miro fijamente a la señora hasta que comprende que no estoy satisfecho. O en una tienda de móviles, si al pedir un último modelo me ponen una cabra, yo la miro como si efectivamente fuese un móvil… probablemente de Nokia.

Leo la entrada que escribí el año pasado y veo que fue un rollo sobre preguntas, respuestas y ausencias de preguntas. Es lo que pasa cuando cumples 42 y te sientes en la obligación de homenajear a escritores. Por suerte, 43 es un número totalmente anodino (sólo tiene la gracia de que es la suma de tres cuadrados, su representación en base 6 es 111 y resulta ser primo gemelo de 41) al que no se le puede sacar jugo. Mejor así.

Como soy todavía más escéptico que el año pasado, tengo todavía menos sabiduría que compartir. Por tanto, voy a hablarles de cambios, que dicen que son inevitables. No sé si será verdad. Es cierto que tienen tendencia a producirse, pero no se si esos nos autoriza a extraer alguna inferencia. De hecho, desde un punto de vista…

Disculpen, creo que me iba por un desvío filosófico. Dale un argumento a un hombre y se colgará con él.

Resulta que ahora soy empresario. Aparentemente, ser empresario consiste en que tu nombre aparezca en la escritura de una empresa. Nos dedicamos a la programación para el entorno iOS, que me parece un mundo muy interesante. Por supuesto, yo no llevo la empresa en sí. Hay adultos que supervisan esas cosas y a mí me dejan trabajar sin tener que pensar en dineros y demás detalles. Debo reconocer que es un arreglo muy cómodo.

Me resulta curioso, porque llevaba más de una década haciendo lo que hacía antes. Pero esa actividad se ha apagado casi por completo y creo que no volverá a reanimarse. Así que me encuentro a los 43 años intentando algo nuevo y dejando mi trabajo anterior como un paréntesis. Siempre me gustó la programación, aunque nunca lo hice profesionalmente. Quizá lo hubiese podido hacer y ahora tendría muchos años de experiencia profesional (aunque nunca he dejado de programar como hobby o por requerimiento académico en todo tipo de lenguajes y en una ocasión liberé un programa shareware). Pero de haberlo hecho, quizá hoy estaría demasiado quemado para intentar meterme en algo nuevo. El haber lidiado con C, C++ y Java casi por diversión me está facilitando entrar en Objective-C.

La vida es así. Nunca sabes cuál es exactamente la combinación correcta de experiencias. A veces no haber hecho ciertas cosas es a la larga mejor. A veces es justo al revés. No sabes cómo será hasta que no llegas al momento vital adecuado.

En este momento tengo tres proyectos en marcha. Ya les avisaré cuando el primero esté en la App Store.

Otra cosa que he aprendido en el último años es que toda la filosofía de la vida está contenida en la serie Phineas y Ferb, una extraordinaria y deliciosa serie de animación que trata sobre el deleite de explorar el mundo, enfrentarse a nueva experiencias y construir cosas chulas. Muchas series de ciencia ficción –y más las novelas- intentan acercarse a algo llamado «sentido de la maravilla», pero Phineas y Ferb logra transmitirlo casi sin esfuerzo. Ayuda, y mucho, que los personajes protagonistas carezcan totalmente de malicia y el fin último de sus invenciones es siempre disfrutar de un largo día de verano.

Este es un vídeo con la versión larga del tema de la serie:

Y ésta es la canción como sale en el episodio (cuando Phineas y Ferb viajan al futuro y se encuentran con sus sobrinos sentados bajo un árbol digital y los convencen para abandonar esa posición tan cómoda y construir autos de choque en cinco dimensiones):

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