Sobre el iPad

Mi coche tiene cambio automático. De hecho, todos los coches que he tenido eran automáticos. Eso significa que no debo preocuparme del cambio de marchas, porque el coche lo hace por mí. Hay gente que cuando descubre que mi coche es automático no duda en explicarme lo que no puedo hacer con él, a lo que yo tengo que responder que no me interesa hacer ninguna de esas cosas. Desde mi punto de vista, el sacrificio de flexibilidad o control compensa con creces lo que gano en comodidad y tranquilidad, al eliminar un detalle del que tendría que estar preocupándome.

Por lo que entiendo, el iPad de Apple aspira a realizar la misma operación con el ordenador personal: perder flexibilidad pero ganar muchísima simplicidad de uso, abstraer el ordenador de tan forma que ciertas tareas las realiza de la mejor forma posible y de modo que el usuario tenga que preocuparse lo menos posible. El resultado, por supuesto, no es válido para todos. Seguirá habiendo gente que precise de un ordenador flexible que pueda controlar en todos sus aspectos. Pero no dudo que otra mucha gente decidirá que la aproximación de Apple es la adecuada para las necesidades. Gente que no es experta en ordenadores y no tiene ganas de serlo, gente que quiere que el ordenador haga sus cosas con la misma sencillez que la tostadora.

Hay personas a las que les preocupa lo que consideran un control férreo del ordenador, una limitación en sus posibilidades. Es el caso de Mark Pilgrim, quien argumenta que algo como el iPad disuade a la experimentación y la curiosidad. No sé si el iPad merece realmente esas acusaciones (y tampoco tengo claro que se pueda evitar que el ser humano experimente). Por el momento, es un único ordenador –a menos que uno cuente también el iPhone y el iPod Touch- que funciona de esa forma. Es bueno que existan ordenadores flexibles que uno pueda modificar en todos sus aspectos. No se sigue sin embargo que absolutamente todos los ordenadores tengan que ser así. Aunque quizá el peligro que aprecian no es el iPad en sí sino su posible éxito, lo que podría derivar en una informática muy diferente. Pero en ese caso, quizá la solución fuese por otro lado.

En su blog, Eduo ha publicado la entrada No bromeaba con lo de “crear algo nuevo”, donde ha recopilado una serie de opiniones sobre el iPad que fuimos dejando en Google Reader. Me parece una lectura de lo más interesante, porque, dejando de lado por ahora las consideraciones del párrafo anterior, el iPad es un dispositivo que me llama poderosamente la atención. En los días desde la presentación llevo imaginando posibilidades atractivas que se podrían implementar con él.

Aunque por ahora queda esperar hasta tener la oportunidad de poder usarlo. Está claro que Apple cree que su versión del ordenador para ciertos usos tendrá éxito. Veremos si tiene razón. Y veremos luego qué repercusiones tendría ese posible éxito sobre la informática de consumo.

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Lost y spoilers

Un spoiler es cuando descubres –alguien te lo cuenta, por ejemplo- lo que va a pasar en alguna obra narrativa (voy a suponer que el concepto no se aplica a obras abstractas o no narrativas). Lees por ahí el final de una peli o te cuentan cómo termina esa novela que tanto te interesaba leer. Para mucha gente, los spoilers de ese tipo son un crimen que merece el peor de los castigos. Otros, sin embargo, tienen tal sed de saber lo que va a pasar que cuando llega el día ya prácticamente se lo saben todo antes de empezar.

perdidos

Mi posición es intermedia. Habitualmente no me importa saber lo que va a pasar, e incluso en alguna ocasión conocía el final antes de acercarme a la obra. Desde mi punto de vista, si la obra es buena, debería disfrutarse igual –o más- conociendo detalles importantes. Pero igualmente, hay cierto placer en dejar que te sorprendan, por lo que es siempre bueno preservar algo de inocencia.

Pero en el caso de Lost hay un factor más. Verán, no me gustó demasiado la quinta temporada. De hecho, me gustó tan poco que al final de muchos episodios pedía la cancelación retroactiva de la serie en la cuarta temporada. Los personajes parecían marionetas y episodio tras episodio no hacían más que moverse de un lugar al otro como si estuviesen en una especie de parchís demencial (que, francamente, no suena metafóricamente igual de bien que moverse por un tablero de ajedrez, con su dios detrás de dios). En temporadas anteriores, los personajes estaban tan logrados que verles desayunar ya era apasionante. En la quinta, no me emocionaba ni aunque se disparasen durante media hora. Sólo algún episodio intermedio y por supuesto el final de temporada me resultaron satisfactorios. El final, sobre todo, porque hicieron algo inesperado que lanzaba la trama muchos años al pasado.

Por tanto, se dio una circunstancia curiosa. Acabó la quinta temporada y no sentí el más mínimo pesar al saber que pasarían meses antes de ver la sexta, justo al revés que al final de la cuarta, cuando no podía esperar a ver la quinta. Me daba un poco igual que hubiese una sexta temporada de Lost.

Hasta que empecé a leer spoilers.

Así descubrí de qué iba el primer episodio y lo que pasaba. También detalles sobre Ben, Locke e incluso algún otro individuo inesperado. Y me pareció interesante. Después de flashbacks, flashforwards y viajes en el tiempo, lo que se han inventado me parece simultáneamente lógico, ingenioso y arriesgado. Tanto, que jamás pensaría que una serie mainstream –aunque tenga esos tremendo cimientos literario- pudiese atreverse. Ahora creo que la sexta temporada de Lost podría tener todo lo que no encontré en la quinta.

Ahora, gracias a los spoilers, estoy deseando verla.

Pero, por supuesto, ya he dejado de leerlos. Queda poco y hay que dejar un margen para la sorpresa.

(Recuerdo que a Damon Lindelof le preguntaron si creía que los spoilers podían incrementar el interés por la serie y el hombre se mostró algo sorprendido de que así pudiese ser. Por desgracia, no soy capaz de dar con el enlace. Pero sí, puede ser).

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