La intuicionista de Colson Whitehead
Recuerdo a alguien afirmar que la literatura policíaca era el más metafísico de los géneros literarios. Para empezar, se da un crimen que rompe el orden conocido. Se asume que el detective podrá resolver el crimen, descubrir la verdad, controlar el caos y restablecer el orden perdido. Hasta aquí, al menos, el esquema clásico.
Si cabe, la novela negra ha venido a ampliar el esquema, aunque realmente no lo altera. Eso sí, el crimen ya no tiene por qué existir, el detective puede no descubrir nada, y el orden no sólo puede no acabar restablecido, es que puede simplemente no existir ni en principio.
El investigador, metafísico practicante, ya no vive rodeado de una cómoda sociedad que le apoya. Ahora, vive rodeado de una sociedad que muy probablemente le odie, le desprecie y haga todo lo posible por amargarle la existencia. Y si al final se le permite descubrir la verdad, puede que la verdad también sea falsa y que haya otra realidad tras la realidad. Vamos, un lío. Como la vida misma.
La intuicionista viene a añadir un elemento nuevo e interesante a la mezcla. Es una novela negra sobre conflictos raciales en una metrópolis newyorkesca de los 60 ligeramente distorsionada, como si se tratase de un mundo más brutal y primitivo que el real, un mundo en el que aparentemente el gremio municipal de inspectores de ascensores tiene mucho poder. Hay un crimen, un sabotaje, y sí, al final se descubre al criminal, e incluso en este punto se permite con descaro repetir el esquema clásico. La detective, una inspectora de ascensores negra, la primera, falsamente acusada del sabotaje, arriesga su vida en la investigación, pero lo que descubre no es la verdad, sino algo más peligroso que la verdad y que la subvierte por completo. En sus páginas se discute de integración sexual y racial, de los problemas de vivir en una gran ciudad, de relaciones con la mafia, de sobornos… Pero la metafísica…
La metafísica es toda ella referida a los ascensores.
Vean ustedes. Hay dos tipos de inspectores municipales de ascensores, los empiristas y los intuicionistas. Los primeros revisan los ascensores repasando cuidadosamente el manual, siguiendo punto por punto el reglamento y emitiendo su veredicto después de cuidadosas consideraciones. Los segundos, se suben a la caja, oyen el ruido que hace e intentan conectar con su ascensor interior, o, como dicen en la novela, «separar el ascensor de la ascensoridad». Después, como si de oráculos se tratasen, emiten su dictamen. La gracia del asunto: los intuicionistas tienen mayor índice de aciertos. Y en particular, Lila Mae Watson, la primera mujer negra en convertirse en inspectora de ascensores, no se equivoca nunca.
O así era, hasta que un día, uno de los ascensores de un novísimo edificio público se desploma en caída libre, un ascensor que ella misma había inspeccionado el día anterior. Así, Lila Mae se encuentra en medio de los bandos enfrentados en la carrera electoral por la dirección del gremio mientras busca la forma de limpiar su nombre. Pero pronto descubre que hay algo más en juego: el futuro mismo del intuicionismo.
James Fulton creó del intuicionismo en su gran obra Ascensores teóricos (en dos volúmenes). En ella ponía los fundamentos de una forma diferentes de entender los ascensores, que se acercase a ellos desde el punto de vista del ascensor y no de las personas. En un momento dado de la novela, durante una clase intuicionista, el profesor plantea el siguiente problema más o menos extraído de las páginas de Ascensores teóricos:
El Dilema del Pasajero Fantasma plantea lo que sucede cuando un pasajero que ha pulsado el botón de llamada se marcha, ya sea por cambiar de parecer y haber tomado las escaleras, o por haber entrado en una cabina que subía a pesar de que él quería bajar porque no le apetecía esperar más. El dilema cuestiona lo que sucede con el ascensor al que llamó.
El problema se discute en grupo, y después de un par de respuesta en falso, Lila Mae ofrece la solución:
Fulton intenta engañar al lector -dijo Lila Mae con voz fina, después de carraspear-. Un ascensor no existe sin carga. Si no hay nadie para subir, el ascensor permanece inmóvil. El ascensor y el pasajero se necesitan mutuamente.
¿Es un koan zen? ¿Un comentario extraído de las páginas de Mecánica Cuántica Popular? ¿Es exactamente lo que parece que es? Pues sí.
(¿Qué pasa si ponemos una cámara?, pensarán ustedes. También hay solución: «Al colocar la cámara […], se crea lo que Fulton llama «la ilusión de carga». La cámara es un pasajero que decide no subir al ascensor, y no un pasajero fantasma. La película registraría que las puertas se abren, el ascensor espera, y luego las puertas se cierran».)
La importancia de todo esto es que James Fulton trabajaba en el problema del ascensor perfecto, de la caja negra, «el ascensor-ciudadano del mundo de los ascensores», antes de morir. Y hay pruebas de que resolvió el problema, aunque nadie sabe dónde está su invento. Pero si se descubriese que un intuicionista, el padre de todos ellos, había resuelto el problema del ascensor perfecto eso sería el fin de los empiristas, y, por supuesto, de su candidato al gremio. Más aún, el ascensor perfecto traería la «segunda elevación» (metafórica y real) y reharía el paisaje urbano de forma aún más radical que el invento original de Otis.
Y a pesar de lo que podría pensarse, todo esto está soberbiamente integrado en la novela. Colson Whitehead ha escrito una primera novela con originalidad y gracia, en ocasiones dura y amarga, y en ningún momento dudamos de la verosimilitud de lo que se cuenta. El truco está en que el argumento de la novela se refiere realmente a otra cosa, y los ascensores le sirven como punto de partida para discutir los problemas de integración racial, o simplemente los problemas para integrarse en cualquier grupo o comunidad donde no es bienvenido.
El personaje de Lila Mae está dibujado como una mujer reservada hasta el extremo, que ha aprendido a llevar máscaras cuidadosamente cinceladas para poder moverse en el mundo. Todas las mañanas, antes de ir a trabajar, viste una coraza para sobrevivir en el mundo brutal donde estaba destinada a ser sirvienta. A pesar de un comportamiento casi autista que deja poco espacio para las emociones libres, casi todo en ella es represión, es fácil identificarse: perder su trabajo y su prestigio es más dolorosa para ella que para un inspector blanco.
La metafísica de los ascensores tiene su razón de ser, y es metáfora para muchas otras cosas (después de todo, «segunda elevación» se puede entender en varios sentidos). Pero casi toda la novela transcurre en el mundo a ras de tierra, donde se pelea y se lucha y es fácil mancharse las manos. El estilo está muy logrado en el original, con una hipnótica cadencia que se ajusta muy bien al ambiente de la novela; un lenguaje muy concreto y detallista. Por desgracia, es también un estilo que se traduce con dificultad, y la cadencia del original suena a veces confusa en español, y el lenguaje preciso y detallista parece en ocasiones excesivo y forzado. Es esta incompatibilidad lingüística el único elemento que impide disfrutar de esta obra como se mereciera.
La intuicionista puede leerse, y disfrutarse, como novela negra, como novela sobre la integración racial o como una particular versión de la parusía en clave urbana (en la que los ángeles usan ascensores en lugar de escaleras). En cualquier caso, Colson Whitehead se muestra como un escritor capaz y con talento, que ofrece un muy buen debut.
Publicado originalmente en El archivo de Nessus, 2000