Compruebo con cierto asombro que debí leer este libro hace unos 28 años (dice dentro que se publicó en 1981 y yo compraba regularmente esa colección). Es decir, que debía tener yo unos catorce. Recuerdo que me pareció una maravilla, además de muy divertido, en parte porque la diversión venía teñida de cierta tristeza, o quizá sea simple melancolía. No lo sé. Lo que sí es que años después lo seguía recordando. Por tanto, recientemente le dije a mi madre que por favor los buscase y me lo trajese. Lo he vuelto a leer y décadas después me sigue pareciendo una maravilla.
De Achille Campanile sólo conozco otro libro en español, el también excelente En agosto esposa mía no te conozco. Creo que no hay nada más publicado en español y tampoco he dado con ninguna traducción al inglés. De él, sólo la Wikipedia italiana da noticia con cierto fundamento. Y me resulta raro, porque me parece un autor genial, un maestro sobresaliente del humor. No sólo es surrealista y divertido, dado a los juegos de palabras y a los absurdos más delirante (hay un chiste al comienzo de En agosto esposa mía no te conozco que me hace sonreír, por demencial, cada vez que lo recuerdo), sino también poseedor de un exquisito sentido de la ironía y de un poso melancólico resultado de conocer bien la naturaleza humana.
Vida de hombres ilustres se acerca a distintos personajes, vistos a través del prisma del sentido del humor de Campanile. Son divertidas elucubraciones que parten en ocasiones de alguna observación histórica, de una frase famosa o de alguna anécdota que se les atribuye. Desde ese punto de inicio, Campanile va desarrollando en pocas páginas una sucesión de detalles progresivamente más peregrinos, engarzándolos con maestría. En la mayoría de los casos son retratos teñidos de cariño, pero despiadadamente irónicos. Hacen uso libre de la incongruencia y rebosan una inteligencia desmesurada. Son piezas deliciosas y elegantes que se leen en un momento.
Algunos ejemplos:
- La vida y muerte de Sócrates, un fracasado que se enorgullecía de saber sólo que no sabía nada y que se atrevió a montar una academia. Y vaya una escuela más fácil, donde sólo había que aprender una cosa.
- Las preocupaciones de Alejandro Magno por su papagayo, un pobre pájaro perdido en la logística de su ejército.
- La dilatada conversión de Dante, recomendando el huevo y luego, al año, con sal, y lo que había realmente detrás.
- La intención original de Gutenberg era entrar en el teatro sin pagar, por lo que se le ocurrió la idea de decir «prensa» en la puerta. Sólo años después se le ocurrió inventar la imprenta.
- El cardenal Richelieu se enorgullecía de poder condenar a un hombre de partir de unas pocas líneas escritas. ¿Qué pensaban sus amigos cuando el cardenal les pedía que le escribiesen unas líneas durante sus viajes?
- Kant leí sus tratados filosóficos a su cocinera. Cuando esta se mostraba desinteresada, tiraba lo escrito y volvía a empezar.
- Casanova era realmente un empollón que se inventó sus memorias para que le dejasen en paz.
- La presentación de la papa en Francia y su recomendación por parte de Luis XVI. ¿A quién le podría recomendar un rey un tubérculo? ¿A otro rey?
- El intento de elucidar qué quería decir realmente Talleyrand cuando dijo «La palabra no sirve para revelar, sino para enmascarar el pensamiento», teniendo en cuenta que dijo eso que dijo.
- El verdadero drama de Beethoven no fue haber sido sordo, sino que el pobre hombre creía componer bailables licenciosos y no se explicaba por qué todo el mundo se lo tomaba con tanta seriedad.
- La rocambolesca historia de Volta y la introducción de la papa en Italia.
- Alfred de Musset intentando inventar el café con leche, deseoso de hacer algún gran descubrimiento que le hiciese pasar a la posteridad.
Y mis dos preferidas, las que me resultan más deliciosamente extrañas, pero a la vez, más irónicas.
La del general romano que durante la batalla dio una orden desobedecida por un soldado, su hijo, de tal forma que la batalla se ganó en lugar de perderse. El general dice «Como padre, te abrazo; como jefe del ejército, te condeno a muerte…». Después de comentarla, el autor dice que el general quizá hubiese ofrecido mejor ejemplo de firmeza habiéndose condenado a sí mismo a muerte; después de todo, él dio la orden que habría acabado en desastre. Luego, comenta que el padre fue demasiado benévolo con una falta, desobedecer, y el general demasiado estricto para haber conseguido una victoria. Que lo lógico hubiese sido una zurra del padre, por desobedecer, y una medalla del general, por haber logrado la victoria. Valora incluso las distintas lecciones morales y los distintos papeles para los padres.
Pero ahí no acaba la cosa. Por diversas y alambicadas razones resulta que el general, y padre, es también otros miembros de su familia: cuñado, tío, primo, suegro… incluso jefe del estado. Así que los van consultado uno a uno, pero sin dar con nadie que interceda por el pobre chico. Al final, en el cortejo fúnebre sólo va el féretro y toda la familia detrás: una única persona.
Mi segunda historia preferida es la de Vittorio Alfieri, un hombre que sólo discutía con personas con las que estuviese de acuerdo en líneas generales. Como tal fenómeno es difícil de explicar, nos propone un ejemplo, en el que un contradictor discute con Alfieri. Discuten sobre si es conveniente hacer la guerra o no, y los dos deciden que no, con lo cual la discusión es absurda, porque ya están de acuerdo antes de empezar. El problema, es por tanto, encontrar una forma de discutir mientras se está de acuerdo en líneas generales, por lo que uno acaba oponiéndose a la guerra mientras el otro defiende la paz. Tan acalorada acaba siendo esa discusión en la que los dos están de acuerdos en líneas generales que la criada, ya harta, exclama: «¿Es posible que estos dos no puedan estar en desacuerdo ni siquiera un momento?».
A veces creo que muchas veces discutimos precisamente de esa forma.
Ahora guardaré el ejemplar. Tengo la esperanza de que mi hija lo quiera leer dentro de unos años. Y si no, podré pobrar a leerlo de nuevo dentro de otros 28 años. A los 70. Después de todo, haberlo releído ahora me ha hecho comprender la tremenda influencia que este libro tuvo en mi sentido del humor. No sólo veo el humor exactamente tal y como está reflejado en este libro, sino que me encantaría haberlo escrito. Como no fue así, leerlo es lo segundo mejor.