Y sigo sin conocer la pregunta
Es lo más en ignorancia. Vas a una tienda a pedir ignorancia y no te pueden dar nada mejor que cuarto y mitad de no conocer las preguntas. Lo anterior, tener las preguntas y no conocer las respuestas, es algo que hace cualquiera, basta con estar atento al mundo. Me refiero a interrogantes del estilo: ¿Por qué el cielo es azul?, ¿por qué Megan Fox es famosa?, ¿por qué se extinguieron los dinosaurios?, ¿por qué no me emociona haber visto jugar a Maradona? (esta última en mi caso una pregunta totalmente absurda). Es decir, las perplejidades habituales, el primer paso de todo conocimiento. Todos los sabios pasaron por ahí.
Pero no conocer las preguntas es una forma más insidiosa de ignorancia. Cuando ignoras respuestas, sabes perfectamente lo que te falta, y a poco que tengas ciertas habilidades, es muy fácil solucionar la papeleta. Después de todo, para eso están Google y la Wikipedia, esas dos cumbres de principios del siglo XX (por ejemplo, ¿quieres saber qué pasó un 23 de junio?). Pero no saber que no sabes te produce paradójicamente la sensación de saber, el convencimiento totalmente irracional de que el mundo está perfectamente ordenado y lo comprendes en su totalidad. Es como si el cerebro, al no toparse de frente con su desconocimiento decidiese por tanto que su conocimiento es absoluto. Debe ser un poco como no saber que existen los coches y simultáneamente estar convencido de poseer un Mercedes-Benz CLK 63 AMG.
Curiosamente, la edad me ayuda, pero no porque me dé más conocimientos. No, simplemente con el paso del tiempo, me voy volviendo cada vez más escéptico y ya ni siquiera estoy seguro de saber lo que sé. Cuando afirmo algo, estoy convencido de que cinco minutos después alguien me demostrará mi error (y lo hará en Twitter). Las certidumbres se funden para dejar sólo preguntas.
¿Y qué pasa con lo que no sabes que no sabes? Pues eso me produce cierta alegría. Independientemente de lo mucho que llegue a descubrir sobre este mundo, siempre quedarán infinitas cosas que no sé, aunque ni siquiera sepa que no las sé. Como mi razón para aprender es básicamente pasarlo bien y rara vez tiene un fin específico, o el fin es simplemente una excusa para justificar el esfuerzo, saber que las novedades (aunque no sepa cuáles son, para eso son novedades) no se agotarán me hace sentirme optimista en ese aspecto (soy pesimista en otros, pero confío en equivocarme).
Y hablando de novedades. La verdad es que el mundo ha cambiado mucho. Hace veinte años, creo que me habría resultado muy difícil obtener mucha de la información que hoy está disponible con tanta facilidad. Por ejemplo, me resulta muy gracioso poder ir a Wolfram Alpha (un juguete como otro cualquiera), escribir «june 23 1967 arrecife» y descubrir sin problema que aquel día fue viernes, que desde entonces han pasado 15.341 días. La temperatura mínima en Arrecife fue de 18 ºC y la máxima de 22 ºC (despejado al 69%). Aparentemente, la luz solar duró 14 horas (demasiado preciso me parece). Que Arrecife se eleva 11 metros sobre el nivel del mar y que al llegar el 23 de junio, ya ha pasado un 47,40% del año y queda todavía un 52,60%.
Un 23 de junio nació Alan Turing y murió Boris Vian. Pero eso lo vi en la Wikipedia. Lo más llamativo, sin embargo, es que todavía no me ha venido a la cabeza ninguna frase del estilo «For the Snark was a Boojum, you see». Quizá me pase antes del próximo 23 de junio.