Savater se marca una curiosa reseña del libro El hereje y el cortesano. El libro es una excelente aproximación a las figuras de Spinoza y Leibniz que el autor contrapone fundamentalmente. La idea de partida es que esas dos personas vieron en su momento que la ciencia moderna, que acababa de nacer, acabaría quitando terreno a Dios. Cada uno de ellos se puso a trabajar para aislar a Dios e impedir que los avances científico redujesen su majestuosidad. Uno de ellos creó una divinidad tan absolutamente remota que nadie se sentiría cómoda adorándola. El otro, intentó construir un edificio barroco para nadar y guardar la ropa. Pero quizá, después de todo, sus filosofías no estuviesen tan alejadas.
Digo que la reseña es curiosa porque apenas habla del libro (en mi caso, fue el primer libro que leí este año; todavía me parece uno de los mejores) sino que se centra más bien en reivindicar en la figura del hereje, es decir, de Spinoza:
Spinoza fue un espíritu radicalmente independiente, rebelde, socialmente marginado aunque secretamente célebre en su tiempo; Leibniz se movió por las cortes de príncipes secundarios, entre halagos y humillaciones, siempre en busca de una sinecura bien remunerada que le permitiera disfrutar tranquilamente en su añorado París. El germano visitó al sefardí y luego renegó mil veces de esa visita que le fascinó: comprendió mejor que nadie la filosofía de su adversario y tramó la suya como un múltiple parapeto contra la amenaza que representaba para el tradicional orden teocrático esa serena demolición de la voluntad divina y la inmortalidad personal humana. Así, por ejemplo de este torneo dialéctico, según Spinoza el alma no es sino la idea del cuerpo, mientras que Leibniz replica que el cuerpo está compuesto de infinidad de almas indestructibles y predeterminadas. No sé si Matthew Stewart exagera explicando todo el complejo pensamiento de Leibniz como un preservativo antiespinozista, pero ciertamente su hipótesis está bien argumentada y resulta psicológicamente seductora.
Lo indudable es que hoy a Leibniz le leemos los profesionales de la filosofía, por curiosidad estudiosa, pero Spinoza sigue interesando apasionadamente a cualquiera que se preocupe por la condición de la persona en el universo impersonal. Leibniz pertenece sin duda a la historia de las ideas, pero Spinoza forma parte de la historia de la humanidad. Este pensador solitario y rebelde, tan minuciosamente odiado, basó su filosofía en la fuerza de la razón, la alegría activa de comprender y la necesaria fraternidad de los humanos. Su Tratado teológico-político sigue pudiendo ser leído actualmente como el mejor bosquejo de lo que ha de significar la tolerancia y la libertad de conciencia en una sociedad democrática… que él adivinó, sin llegar a conocer. Mientras nos agobian en España los rebuznos oscurantistas -clericales unos y otros más profanos- contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, alivia el bochorno regresar a este espíritu libre que tanto tiene aún que decirnos precisamente sobre ese tema.