#49 Measuring the World de Daniel Kehlmann
Me resulta difícil reseñar Measuring the World (está en español, por cierto, con el título de La medida del mundo La medición del mundo). Mi problema es que es el mejor libro que he leído este año, pero no acabo de encontrar la forma de transmitir por qué creo que es el mejor libro que he leído este año. La experiencia de leerlo me resulta inefable. Su disfrute depende a la combinación de tantos elementos que no sé por dónde empezar.
Pero soy tonto y lo voy a intentar.
Yo diría que Measuring the World es un comentario sobre el genio, por qué los genios son genios, qué les hace diferentes al resto de nosotros, y como al final son igual de humanos. Los dos genios elegidos son Alexander von Humboldt y Carl Friedrich Gauss, dos hombres obsesionados con medir el mundo, cada uno a su modo. Humboldt recorre el planeta midiendo todo lo mensurable allí por donde pasa, recorriendo las selvas de Sudamérica y descendiendo sus ríos. Gauss apenas necesita moverse de su silla para medir la realidad, y la tranquila contemplación de las cosas es materia suficiente para su reflexión. Pero Humboldt también tiene su lado teórico y Gauss trabaja de agrimensor.
En cierta forma, parte del libro viene a decir que esos dos hombres son extraños y algo inhumanos. Son diferentes a nosotros para lo bueno y para lo malo, que su genio les resta algo de humanidad. Las personas que le rodean manifiestan continuamente su perplejidad ante las reacciones de esos dos genios; gran parte del humor del libro surge de esos contrastes. Pero Measuring the World es una de esas novelas que van un paso por delante de ti, y va mutando mientras la lees. Cuando crees que te está diciendo una cosa, cambia y te cuenta otra. La impresión inicial se invierte, y queda la duda de si Humboldt y Gauss no serán más humanos que los demás. Los dos conocen el triunfo de la comprensión y también la pena de la decadencia de sus facultades. En última instancia, es una exaltación del científico. Pero no cualquier investigador, sino el que mira al mundo y no puede evitar ver un problema a resolver, una cantidad a medir. Es un rasgo de carácter que otros personajes de la novela reconocen hasta el punto de mostrarse incluso reverentes, como cuando el maestro de Gauss comprende que si no hace que el muchacho vaya al instituto, él, el profesor, habrá vivido en vano.
¿He dicho que es una novela muy divertida de leer? Está escrita como una especie de tragicomedia sobre científicos, donde el final está claro y es terrible, pero los detalles son individualmente muy divertido. Los diálogos están contados con cierto distanciamiento lo que incrementa el efecto y la comicidad. De vez en cuando Gauss o Humboldt (que se encuentran brevemente y se hacen amigos) suelta una frase lapidaria. Por ejemplo:
It was both odd and unjust, said Gauss, a real example of the pitiful arbitrariness of existence, that you were born into a particular time and held prisoner there whether you wanted it or not. It gave you an indecent advantage over the past and made you a clown vis-à-vis the future.
That was the moment when he grasped that nobody wanted to use their minds. People wanted peace. They wanted to eat and sleep and have other people be nice to them. What they didn’t want to do was to think.
Cuando quedan pocas páginas para terminar, las figuras van confundiéndose. Uno no sabe cuál de los dos ha viajado más, y cuál se ha quedado en casa; y ellos comparten esa misma incertidumbre. La medición del cosmos tiene esas cosas. Al final no sabes si eres el medidor o la medida. Este año, he tenido pocas ocasiones de reflexiones más con un libro y pocas ocasiones de reírme más con un libro.