What Good Are the Arts?, de John Carey

Estoy de acuerdo con lo que se dice en este libro (excepto, quizá, algún pequeño detalle aquí o allá). En mi descargo, decir que no lo sabía cuando compré el libro. Pero fue una de estas situaciones en las que empiezas a leer y todo va encajando en su sitio.

La tesis del libro es muy simple: llamar obra de arte a un objeto es un juicio de valor puramente subjetivo muy lejos de una verdad absoluta. El arte no es arte en sí mismo, sino porque alguien lo valora como tal (a menos, claro, que dios exista, le interese el arte y aprecia más unas obras que otras; para cubrirse ante esa eventualidad, el autor ya declara nada más empezar que deja a dios fuera de la discusión). Considerando la variedad de objetos que la historia ha considerado como artísticos, y los distintos juicios emitidos sobre los mismos, alcanza una definición de arte muy simple: arte es aquello que alguien considera arte, aunque esa persona sea la única que lo considere arte. Es decir, puede ser arte para ti y no arte para mí; la mirada hace la obra de arte (también comenta que nuestro concepto de arte es relativamente reciente, aunque yo no sé lo suficiente para juzgar si eso es cierto).

¿Y qué hay del juicio artístico, de visitar museos, de ir a la ópera? Pues esas actividades no indican que poseas una sensibilidad artística superior, sino más bien son marcadores sociales que indican que perteneces a un grupo que se preocupa por esas cosas y se las puede permitir. Incluso niega que las obras de arte superiores sean más difíciles:

What sort of difficulty, it might be asked, do those attending operas encounter? What is difficult about sitting on plush seats and listening to music and singing? Getting served at the bar in the interval often requires some effort, it is true, but even that could hardly qualify as difficult compared with most people’s day’s work.

Cualquiera que haya asistido a una ópera en el Auditorio de Galicia sabe perfectamente que conseguir que te atiendan es el bar es una tarea hercúlea.

También comenta la difícil relación entre arte superior y arte popular, negando que la distinción sea tan clara como se afirma. El arte superior es más bien un indicador de identidad, un elemento empleado para distinguirte de otros y poder mirar por encima del hombro a los que aprecian el arte inferior. Shakespeare es el ejemplo más socorrido en estos casos: empezó como arte popular y miren…

Posteriormente, se pregunta si la ciencia podría ayudar, permitiéndonos descubrir los fundamentos estéticos del ser humano. Admite que podemos ver el funcionamiento del cerebro en su relación con los objetos, pero niega que podamos observar las experiencias subjetivas, es decir, la reacción de un individuo ante un objeto. Opina que la experiencia subjetiva siempre nos eludirá y que jamás sabremos cómo ver el mundo otra persona. Es posible que tenga razón, aunque no sé si yo me atrevería a ser más categóricos. En cualquier caso, si no podemos mirar en el interior de una cabeza, no sabemos qué hay realmente de cierto en las afirmaciones sobre el efecto causado por obras de arte.

Ante la pregunta de si el arte nos hace mejores personas, concluye que no (no hay más que pensar en los estetas nazis). Como mucho, admite que practicar arte (pintar o cuidar del jardín) sí que puede ser una fuente de desarrollo personal. Pero se trata de practicar, no de observar. Y sobre si el arte puede ser una religión secular… Su juicio se resume bien en una frase: «Worship of art made human beings expendable», refiriéndose a los delirios artísticos de Hitler. Después del Holocausto, dice, es imposible considerar como axioma que las humanidades humanizan.

Esa es la primera mitad del libro. Lo que he presentado son algunas ideas sueltas, que en el texto están convenientemente aclaradas, explicadas y soportadas (o no) por las citas correspondientes. Pero a continuación sucede algo efectivamente curioso: salva a la literatura.

Salva a la literatura, digo, de algunas cosas que ha dicho en la primera parte. No porque la literatura sea mejor o menos subjetiva. No, el juicio literario es igualmente subjetivo que el de cualquier otro arte y las obras literarias que comenta en el libro no son necesariamente las que te gustan a ti. No, la razón es muy diferente:

Literature is not just the only art that can criticize itself, is the only art, I would argue, that can criticise anything, because it is the only art capable of reasoning.

La parte de razonar es la importante. Al usar palabras, argumenta, la literatura puede ir uniendo argumentos y razonamiento. Cuando una película critica, por ejemplo, es porque roba palabras de la literatura. Más aún: «only literature can moralize».

Es decir:

Literature’s indistinctness (as Chapter 7 argues) makes reading creative, and gives readers a sense of possession, even of authorship. The detainee at Deerholt young offenders’ institution who exclaims, after reading Lord of the Flies, «I’ve got a massive imagination», speaks for all readers. Literature does not make you a better person, though it may help you criticize what you are. But it enlarges your mind, and it gives you thoughts, words and rhythms that will last you for life.

Ahora, a leer Rasselas.

[50 libros] 2006

Continuar leyendoWhat Good Are the Arts?, de John Carey

Letter to a Christian Nation, de Sam Harris

Letter to a Christian Nation es la respuesta de Sam Harris a la respuesta recibida por The End of Faith. Ya saben, le dicen que es tonto por no creer en dios, o por no haber entendido esto o aquello. La nación cristiana del título es Estados Unidos, que muchos ven como cimentada en esos principios, y el libro se concentra sobre todo en esa religión.

Sam Harris deja las cosas claras:

Anyone who believes that the Bible offers the best guidance we have on questions of morality has some very strange ideas about either guidance or morality.

Uno podrá estar de acuerdo o no, pero la verdad es que el hombre no se anda por las ramas.

Podría pensarse que el blanco del libro son los creyentes cristianos. Sería un error. El verdadero destinatario de este libro son los liberales y los ateos. Sam Harris les acusa de ser demasiado blandos y no comprender realmente cómo funciona la cabeza de un creyente, de no comprender lo que significa realmente creer en dios. Es un tema que ya aparecía en The End of Faith, pero que aquí cobra más fuerza.

[50 libros] 2006

Continuar leyendoLetter to a Christian Nation, de Sam Harris

Creation, de Gore Vidal

Cyrus Spitama tiene un problema; es nieto del mismísimo Zoroastro, sacerdote de la religión de Ahura Mazda. Eso le convierte en personaje importante, y por tanto, en alguien potencialmente peligroso, sobre todo si aspiras a crecer en la corte del gran rey persa. A crecer y a que no te maten mientras creces, claro.

Por suerte, Cyrus se las arregla bastante bien. Y al comenzar el libro, nos lo encontramos como embajador del rey persa ante Atenas. Es un hombre ya mayor y ciego, que un día asiste a unas lecturas de Heródoto y oye sus barbaridades sobre la guerra contra los persas. Su sobrino Demócrito -sí, ése- le pide que cuente su versión. Y Cyrus, lejos de hacerlo, se lanza a narrar su existencia, desde el primer momento, cuando oyó la voz de Ahura Mazda a través de los labios de su abuelo, hasta casi el final, cuando habla con Pericles.

Y en medio, el fabuloso esplendor del imperio persa, que ocupa innumerables naciones, en el que se hablan incontables lenguas, todo unido bajo la luz del gran rey de todo lo que hay. Pero Cyrus no dicta para hablar de esas maravillas, que da por supuestas, al considerar a los griegos como unos advenedizos sin cultura o civilización, unos inútiles incapaces de mantenerse unidos y a los que les encanta discutir y guerrear entre sí. No, Cyrus realmente le cuenta a Demócrito su larga búsqueda del secreto de la creación, del origen del mundo. En ello, relata sus viajes, donde ha encontrado a todo tipo de sabios, con los que ha conversado, pero de los que ha obtenido pocas respuestas.

Gore Vidal se aprovecha de las muchas imprecisiones de fechas para situar en el mismo periodo a múltiples sabios del pasado. Por el siglo V de Cyrus se pasean Sócrate (del que tiene, con justicia, muy mala opinión), Confucio, Buda, Lao-tsé y otros muchos (algunos apenas identificados), y Cyrus puede hablar con todos ellos. Alguna de sus ideas le parecen prácticamente perfectas, Confucio, y otras muy próximas a la locura (Buda y los budistas). Y así va, de un extremo al otro del mundo, alcanzando las más lejanas naciones, como si fuese una especie de Forrest Gump del mundo antiguo, con la gran diferencia de que Cyrus es muy inteligente y posee una lengua venenosa; no ahorra opiniones sobre todo el que se le pone por delante.

Creation no es una novela sobre viajes y vicisitudes. En cuanto Cyrus se encuentra con un problema que exija muchas explicaciones, Gore Vidal corta con un «y así pasaron varios años». Los detalles de los viajes no aparecen y las batallas están extrañamente narradas desde la distancia. Lo que interesa a Gore Vidal es hacer chocar ciertas escuelas filosóficas, en poner a su protagonista a charlar con algunos de los grandes hombres de la historia. Una tarde de pesca con Confucio merece más páginas que todas las guerras persas.

En cierta forma, Creation es un recordatorio de que el mundo ya era un lugar magnifico, poblado de civilizaciones antiquísimas y poseedoras de una cultura inmensa antes de que apareciesen los griegos. Cyrus ve a los griegos como una mota en las fronteras del imperio, un pueblo del que apenas hay que ocuparse. Y sin embargo, muy a pesar de Cyrus, al terminar su narración también queda el poso de que ese pueblo dado a las riñas y a las discusiones intelectuales heredará el mundo, que su legado algún día eclipsará todas las maravillas que ha visto.

Más en El punto de vista del rey y Leyendo Creation.

[50 libros] 2006


Continuar leyendoCreation, de Gore Vidal

The End of Faith, de Sam Harris

El título del libro -el final de la fe- no se refiere a algo que vaya a pasar. No sólo no parece que la presencia de la fe en el mundo se esté reduciendo, sino más bien todo lo contrario. Se trata de un deseo por parte del autor. O más bien, de una necesidad. Desde su punto de vista, si queremos sobrevivir, haremos bien en librarnos de la fe lo antes posible. El subtítulo ya dice: «Religion, terror, and the future of reason».

La fe de la que habla en el libro es casi siempre religiosa, pero no exclusivamente. Básicamente, se refiere a cualquier creencia cuya pertinencia en el debate se admite sin tener que justificarla, es más, sin que exista ni la más mínima prueba para apoyarla. Sam Harris identifica la raíz del problema con aceptar como válidas creencias que nadie ha demostrado. Por tanto, le valen también como casos de fe los excesos de la Rusia comunista, o la de cualquier ideología que siga unos presupuestos sin demostrar.

Aún así, la fe es casi siempre religiosa, y el libro invierte bastante tiempo en detallar los crímenes cometidos en nombre de esta o aquella religión. De hecho, considera que las mismas ideas religiosas son incompatibles con el respeto a la dignidad y la vida humanas, que la creencia en un ser superior que rige el mundo es peligrosa.

Podría pensarse que está hablando única y exclusivamente de los extremismos religiosos, pero sería un error. The End of Faith apunta por igual a cualquiera con fe, por moderada que pueda ser la posición sostenida. Según Sam Harris, en cuanto admites poder invocar causas sin demostrar poco importa si eres moderado o radical. Argumenta incluso que la existencia de creyentes moderados sostiene y justifica a los creyentes más radicales.

Como ven, el libro es sobre todo controvertido. Y probablemente ofenda no sólo a cualquier creyente, sino incluso a muchos ateos.

Pero lo más curioso del libro, desde mi punto de vista, es una distinción que hace en su último capítulo, «Experiments in consciousness», entre misticismo y religión:

Mysticism is a rational enterprise. Religion is not. The mystic has recognized something about the nature of consciousness prior to though, and this recognition is susceptible to rational discussion. The mystic has reasons for what he believes, and these reasons are empirical.

Ese último capítulo trata sobre la consciencia humana y su lugar en el mundo. Defiende una visión de la consciencia como un proceso, proceso que puede sufrir muchas transformaciones, algunas de las cuales pueden ser definidas místicas. Pero va más allá, y afirma que eso puede estudiarse racional y científicamente, y que por tanto la mística y la meditación son actividades que trascienden lo religioso. Por tanto, muestras muchas simpatías por las filosofías orientales -como el budismo- porque son muy compatibles con nuestra comprensión moderna de la consciencia. Claro está, meditación y misticismos en este contexto son términos que se refieren a algo que le pasa a la persona, sin ninguna connotación sobrenatural.

¿Se sorprenderán si les digo que ese último capítulo también puso en pie de guerra a muchos ateos?

[50 libros] 2006

Continuar leyendoThe End of Faith, de Sam Harris