Vaya País, de Werner Herzog (coord.)

Si crees que España se limita a Madrid, el centro de Barcelona y algunas calles, no muchas, de Sevilla, este libro es para ti. Si crees que el país quizá sea, a lo mejor, un poquito más grande, pues mala suerte. Tendrás que esperar a que otros corresponsales extranjeros -venidos de Bali, la India o China- escriban otro libro. En mi caso, por ejemplo, Canarias sólo aparece para hacer ese chiste tan original.

No pretendo dar a entender que el punto de vista del libro sea más bien limitado y que su visión del país se acerca en ocasiones a la de un miope intentando describir una esquina de La Gioconda a cuarenta metros de distancia. Nada más lejos de mi intención. Pretendo que quede claro. En su defensa, el libro está escrito más en broma que en serio. Y cuando el comentario da en la diana, acierta de pleno (las tertulias radiofónicas son por lo general insufribles, cierto, y cualquier persona que guste de los argumentos racionales las evitaría).

En cuanto al contenido, pues hay de todo, como era de esperar. Eso sí, he aprendido al menos una cosa curiosa del país. Resulta que puedes entrar en cualquier bar de España y tirar los desperdicios al suelo. Yo jamás he visto tal cosa, pero dada la insistencia con lo que lo dicen -lo repiten varios- no dudo que sea cierto. Lástima que ésos sean los únicos bares que visitan los corresponsales.

Bueno, vamos a lo nuestro. Entre lo que está bien, «España vista desde el arenero. Los niños, los mimos y lo contrario» de Cécile Thibaud sobre lo que significa tener y criar hijos en España (yo, por suerte, cuando vino la enfermera no estaba en la habitación) y «El discreto encanto de la tradición. Por qué tantos hombres españoles se visten como en la serie Cuéntame» de Michela Coricelli sobre lo mal que vestimos los españoles (tienes toda la razón, por cierto).

Con los pies firmemente plantados en el planeta bizarro, tenemos a Martine Silber que en «La inexplicable paciencia de los españoles. Sorpresas de una francesa fogosa» descubre que los españoles somos seres pacientes que rara vez nos quejamos. Leyéndolo comprendes su error y lo que quería decir en realidad, pero no es buena señal que debas recurrir a la exégesis. Y el propio compilador se marca «¿Me entiende usted? De cómo los españoles son egocéntricos y cómo les va», que construye una demencial teoría sociológico-psicológica a partir de una peculiaridad del español. Tiene que ser una broma, pero en este libro a veces resulta difícil distinguir los chistes de las afirmaciones serias.

Al final, lo más curioso del libro es que tantos corresponsales europeos, 15 de 18, vean el país como si fuese Marte. Exageran para lograr el efecto cómico, eso está claro, pero no deja de resultarme llamativo. Por esa razón, los dos mejores textos y los más sinceros me parecen «Cultura de palabras, cultura de silencios» de Masako Ishibashi (Japón) y «Episodios nacionales. Vivencias de una mexicana en la vieja y la nueva España» de Patricia Alvarado (México). Son de los pocos que suenan a reales, a que su extrañeza es efectivamente producto de las distancias geográficas y culturales.

[50 libros] 2006

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#25 Los ovnis ¡vaya timo! de Ricardo Campo

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Los ovnis ¡vaya timo! de Ricardo Campo podría haber sido mejor libro y es una lástima que no lo sea. Y no creo que la culpa sea totalmente de su autor, al que he visto dar conferencias y está sobradamente capacitado para la tarea, sino más bien del planteamiento de la colección.

Lo primero que está claro es que los responsables de la colección no saben que tipo de libros quieren hacer. Es decir, claramente quieren producir libros escépticos, pero no está tan claro que realmente deseen llegar a gente que no esté convencida de antemano. Podría objetarse que poner «¡vaya timo!» en los títulos no es precisamente la forma más razonable de acercarse a alguien que quizá crea un poco. Pero hay que reconocer que es una brillante decisión de marketing: sabes perfectamente de qué van los libros sin tener que leerlos.

No, más bien el problema nace del formato carta elegido para los libros. El género epistolar queda muy bien en las novelas y eso, pero no está tan claro que el ensayo se beneficie. La carta suena altiva y prepotente, el formato elegido por alguien que sabe y consiente en compartir con la sabiduría. Podría argumentarse que las cartas no van dirigidas al lector, pero al menos a mí se me hace muy difícil leer un «tú» y no pensar que me hablan a mí.

En cuanto al libro en sí, es una especie de sándwich donde dos extremos muy interesantes abren y cierran un punto medio bastante más deficiente. El libro empieza muy bien y analiza un caso concreto para ver sus posibles explicaciones racionales. Es muy buena táctica, porque la tentación en estos libros es empezar con un repaso histórico, lo que resulta menos didáctico. Aquí, sabiamente, se deja para luego. Explicar el proceso es tarea mucho más importante, y está bien que se haga así.

La mitad del libro, sin embargo, va hacia atrás. Aquí se explica cómo es el mundo de los creyentes en la ufología, ovnilandia, cómo razonan, cómo ven el mundo. Y ése es el problema. Después de decirnos que las cosas hay que demostrarlas, tenemos páginas y páginas donde alguien da su opinión sobre el mundo de la ufología sin aportar casi ninguna cita o mayor prueba. Hay que creerlo porque así lo dice el autor. Un ejemplo tonto: se dice que von Däniken era hostelero, lo que suena cerca del ad-hominen. Después de todo, podía tener razón o equivocarse independientemente de su profesión.

Se nos dice, incluso, lo que piensan los creyentes en los ovnis («los peor es la sensación de repugnancia que el creyente siente ante el escepticismo», en la página 84) y yo no puedo evitar preguntarme cómo lo sabe. Y ojo, no dudo que crean esas cosas y otras peores, pero no se puede defender en una página la necesidad de aportar pruebas y saltársela a la torera a la siguiente.

Pero lo más curioso del libro es el brillante epílogo. En él, Ricardo Campo cuenta su viaje desde lector de libros sobre ovnis en los 80 -como muchos de nosotros- a divulgador e investigador escéptico. La historia ocupa diez páginas y es buenísima, compensando todo el libro. Es más, no puedo evitar pensar que esas diez páginas debieran haberse ampliado para ocupar todo el libro. Que ese ejemplo hubiese despertado con mayor facilidad el escepticismo de más gente. Pero ése no es el libro que decidieron hacer y lamentablemente se quedaron a medio camino.

[50 libros] 2006

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#10 White Light de Rudy Rucker

Rudy Rucker dice no hacer ciencia ficción, sino transrealismo. No sé si el palabro es el más adecuado, pero comprendo el sentimiento. La ciencia ficción es habitualmente una literatura muy segura, que no se arriesga y que le da al lector lo que el lector quiere leer. La ciencia ficción está muy domesticada, y Rudy Rucker quiere salirse. Le quiere decir al lector cosas que el lector preferiría no leer.

Que lo consiga o no, ya es otra cosa, claro.

En cualquier caso, White Light claramente es uno de esos libros. Su protagonista es un individuo más bien desagradable llamado Felix Rayman. No desagradable por mala persona. Desagradable por ser un hombre normal, más bien mezquino y egoísta, que vive una vida asombrosamente parecida a la del propio Rudy Rucker. Matemático aficionado a las drogas, le gusta meditar debajo de su mesa.

Tanto medita, o tanto se droga, que llega a experimentar episodios donde sale de su cuerpo, se convierte en el pato Donald o acaba encontrándose con el diablo y Jesucristo. Hasta que se sale por completo de la realidad y acaba en otro lugar, Cimön, una especie de inmensa aguja rocosa que con dos lados (hay un bonito diagrama para explicarlo). Una punta de la aguja está hundida en un mar cósmico. Al extremo opuesto, por un lado de la aguja, se llega al infinito absoluto. Por el otro lado, hacia el mismo punto, se alcanza el cero absoluto. Es decir, en un extremo, el cero y el infinito coinciden.

El protagonista comienza su peregrinaje en el lado del infinito, y comprueba con alegría que puede contar hasta aleph cero, incluso varias veces (a medida que se avanza hacia el absoluto, los infinitos son cada vez mayores y no se pueden contar con igual facilidad). Se aloja brevemente en el hotel Hilbert -que no tiene tejado, porque siempre hay un piso más- y conoce a personajes curiosos como Cantor o Albert Einstein, y también a un simpático escarabajo fácil de identificar.

Al otro lado, está la biblioteca de las formas, donde todos pueden contar su vida y todas sus posibles vidas, y también el vertedero y la casa de Cantor. A medida que se acerca uno al cero, la cantidad de números que se pueden contar se va reduciendo.

No sigo. Felix vuelve, cuenta su historia, hay un par de vicisitudes personales y un intento por demostrar que todo fue real. Pero lo importante del libro es el fascinante paseo por Cimön, por esa región de números infinitos y finitos, una región imposible, que no puede existir, pero que se alza allí ante nosotros. En ese aspecto, White Light es un triunfo. Yo diría que es una especie de Planilandia donde los triángulos tienen mucha más personalidad.

Rudy Rucker tiene un talento especial. Es capaz de hacerte creer, por un momento, que puedes contar hasta infinito. Dos veces.

[50 libros] 2006

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