#49 Measuring the World de Daniel Kehlmann

Me resulta difícil reseñar Measuring the World (está en español, por cierto, con el título de La medida del mundo La medición del mundo). Mi problema es que es el mejor libro que he leído este año, pero no acabo de encontrar la forma de transmitir por qué creo que es el mejor libro que he leído este año. La experiencia de leerlo me resulta inefable. Su disfrute depende a la combinación de tantos elementos que no sé por dónde empezar.

Pero soy tonto y lo voy a intentar.

Yo diría que Measuring the World es un comentario sobre el genio, por qué los genios son genios, qué les hace diferentes al resto de nosotros, y como al final son igual de humanos. Los dos genios elegidos son Alexander von Humboldt y Carl Friedrich Gauss, dos hombres obsesionados con medir el mundo, cada uno a su modo. Humboldt recorre el planeta midiendo todo lo mensurable allí por donde pasa, recorriendo las selvas de Sudamérica y descendiendo sus ríos. Gauss apenas necesita moverse de su silla para medir la realidad, y la tranquila contemplación de las cosas es materia suficiente para su reflexión. Pero Humboldt también tiene su lado teórico y Gauss trabaja de agrimensor.

En cierta forma, parte del libro viene a decir que esos dos hombres son extraños y algo inhumanos. Son diferentes a nosotros para lo bueno y para lo malo, que su genio les resta algo de humanidad. Las personas que le rodean manifiestan continuamente su perplejidad ante las reacciones de esos dos genios; gran parte del humor del libro surge de esos contrastes. Pero Measuring the World es una de esas novelas que van un paso por delante de ti, y va mutando mientras la lees. Cuando crees que te está diciendo una cosa, cambia y te cuenta otra. La impresión inicial se invierte, y queda la duda de si Humboldt y Gauss no serán más humanos que los demás. Los dos conocen el triunfo de la comprensión y también la pena de la decadencia de sus facultades. En última instancia, es una exaltación del científico. Pero no cualquier investigador, sino el que mira al mundo y no puede evitar ver un problema a resolver, una cantidad a medir. Es un rasgo de carácter que otros personajes de la novela reconocen hasta el punto de mostrarse incluso reverentes, como cuando el maestro de Gauss comprende que si no hace que el muchacho vaya al instituto, él, el profesor, habrá vivido en vano.

¿He dicho que es una novela muy divertida de leer? Está escrita como una especie de tragicomedia sobre científicos, donde el final está claro y es terrible, pero los detalles son individualmente muy divertido. Los diálogos están contados con cierto distanciamiento lo que incrementa el efecto y la comicidad. De vez en cuando Gauss o Humboldt (que se encuentran brevemente y se hacen amigos) suelta una frase lapidaria. Por ejemplo:

It was both odd and unjust, said Gauss, a real example of the pitiful arbitrariness of existence, that you were born into a particular time and held prisoner there whether you wanted it or not. It gave you an indecent advantage over the past and made you a clown vis-à-vis the future.

That was the moment when he grasped that nobody wanted to use their minds. People wanted peace. They wanted to eat and sleep and have other people be nice to them. What they didn’t want to do was to think.

Cuando quedan pocas páginas para terminar, las figuras van confundiéndose. Uno no sabe cuál de los dos ha viajado más, y cuál se ha quedado en casa; y ellos comparten esa misma incertidumbre. La medición del cosmos tiene esas cosas. Al final no sabes si eres el medidor o la medida. Este año, he tenido pocas ocasiones de reflexiones más con un libro y pocas ocasiones de reírme más con un libro.

[50 libros] 2006

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Mis series del 2006 (I): Doctor Who

Hay ciencia ficción y hay ciencia ficción. Está la que intenta predecir el futuro y acercarse más o menos a la realidad tecnológica, incluso cuando va de naves espaciales y aunque todos sabemos que jamás conquistaremos el espacio (ni falta que nos hace).

Y luego está la otra. La divertida.

La de: «y ahora nos vamos 5.000 millones de años en el futuro a ver como la Tierra se quema al convertirse el sol en gigante roja, que mola».

Me gustan las dos, la solemne y la divertida. Solo que la divertida es mucho más escasa, porque es difícil de hacer bien. Hay que estar dispuesto a hacer el tonto con la cara seria, a escribir una historia sincera y humana sobre robots de relojería atacando a madame de Pompadour. No lo hace cualquiera.

Pero los guionistas de Doctor Who sí que saben hacerlo.

Doctor Who es un clásico de la televisión británica, con años y años de episodios a la espalda. A estas alturas, la mitología de la serie es compleja y retorcida, pero básicamente, el Doctor es un extraterrestre que va por ahí en su combinación de nave espacial y máquina del tiempo, el TARDIS. Siempre va acompañado de alguien más o menos humano que hace de freno.

En 2005, la BBC decidió resucitar la serie. De la mano de Russell T. Davies nace un nuevo Doctor Who -la novena encarnación; porque al morir, el Doctor tiene la capacidad de regenerarse con otro aspecto-, el último de los Time Lords. Pero extraterrestre, Time Lord y viajero en el tiempo, el Doctor es ante todo un hombre lleno de entusiasmo por el universo, que ha visto y hecho tanto que su carisma apenas le cabe en el cuerpo, y que puede ser mortalmente despiadado cuando la ocasión lo requiere. No tiene ni el más mínimo poder, va armado exclusivamente con un destornillador sónico que sólo sirve para abrir puertas y en ocasiones no parece siquiera capaz de operar el TARDIS (a veces le tiene que dar martillazos a los controles). Pero sus enemigos se echan a temblar en cuanto oyen su nombre. Porque el Doctor es como un dios totalmente humano, alguien con un optimismo tan desmesurado que crea su propio campo gravitatorio. El universo se pliega a los deseos del Doctor. Y si no se pliega… bien, el cosmos se lo ha buscado.

Pero el Doctor también arrastra una carga, ser el último de los suyos y haber contribuido a la desaparición de toda su especie en la Guerra del Tiempo contra los Daleks, sus archienemigos. De pronto el Doctor, siempre sonriente y jovial incluso enfrentado al mayor peligro, muda de expresión y la tristeza le invade. Lleva la carga de ser una fuerza de la naturaleza, capaz del bien o del desastre, y de necesitar a alguien que le controle.

La magia de la serie radica en contar historias absurdas -de monjas gatos que curan enfermos, hombres lobos que atacan a la reina de Inglaterra, demonios encerrados en agujeros negros, del final de la Tierra, de su origen, de nanomáquinas en la segunda guerra mundial, de millonarios con museos alienígenas o de hombres cibernéticos dispuestos a conquistar el mundo- sin olvidar en ningún momento que está contando la historia del Doctor y de su fiel acompañante (Rose, en las dos primeras temporadas). Siempre hay un hueco para centrarse en los personajes, incluso en medio de la batalla más cruenta, siempre sabemos lo que sienten o lo que piensan.

El universo de Doctor Who es estrambótico y desmedido, pero está poblado por personas. Doctor Who te lleva al comienzo del tiempo o al final de los tiempos. Todo el universo es su escenario y no hay barreras de tiempo, espacio o mundos paralelos que se le resistan. Y mientras te muestra esas maravillas, te crees que hay personas -con sus dobleces, manías y defectos- contemplando esos prodigios.

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#31 Being Good. A short introduction to ethics de Simon Blackburn

Lo de corta está claro, poco más de 150 páginas. También es curioso porque el libro comienza comentando lo incómoda que es la ética. En cuanto introducimos cuestiones éticas, tienes que comenzar a pensar en cosas que quizá no deseabas considerar. ¿Es lícito explotar los recursos naturales? ¿Está justificado el egoísmo de nuestro sistema político? Y cosas así. Por tanto, lo primero que hace, es presentar siete objeciones a la ética, las siete respuestas que damos cuando no queremos tratar con las cuestiones éticas. Las siete respuestas a la ética son tan variadas como la muerte de Dios, el relativismo, el egoísmo, la evolución, el determinismo y la futilidad, las exigencias desmedidas y la falsa conciencia.

Es muy buena idea empezar de esa forma, aunque sea negativamente. Sin haber entrado todavía en territorio puramente ético, ofrece remedio a muchos argumentos que consciente o inconscientemente aplicamos en muchas situaciones.

Después de eso, llega la hora de analizar algunas situaciones sobre las que es preciso pensar éticamente. Nacimiento, muerte, la libertad, el placer, etc… No es hasta la tercera parte del libro que se plantean algunos fundamentos para una ética, las muchas formas que se han planteado para cimentarla.

La exposición del libro es muy clara, y todo está explicado para que se entienda. Como empieza con las objeciones y las situaciones, la necesidad de la ética queda clara. Pero hay un elemento que destaca al final, una cierta idea: la ética es algo que practicamos. No es en sí mismo un procedimiento que nos indica qué debemos hacer. Más bien, es un conjunto de reglas que seguimos porque no podemos vivir la vida de otra forma, aunque no podamos justificarlo racionalmente.

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#50 Juglar de Rafael Marín

Resulta que el Cid Campeador no luchó su última batalla después de muerto. En realidad, aunque la historia no lo registra, resucitó durante un día para comandar su ejército. El responsable de tal prodigio fue Esteban de Sopetrán, Truhán, Estebanillo -y seguro que varios nombres más- que es capaz de usar la magia combinada de las tres grandes religiones.

Así arranca la novela que cuenta la vida -o parte de la vida, es mi suposición- de Truhan. Desde sus orígenes como bebé abandonado en un monasterio, su paso como sirviente de un joven noble adepto a la magia, sus estancias con el Cid, su vida en los caminos como juglar y el favor final que hace a la causa del único señor al que es más o menos fiel.

La novela está escrita en primera persona y es el propio Estebanillo el que cuenta su historia. En ella hay ecos de Lágrimas de luz y de esa casi desconocida novela que es El muchacho inca. Es fiel a la tradición picaresca y va desgranando una serie de aventuras que sin embargo tienen un hilo común detrás, una columna vertebral narrativa que mantiene razonablemente la coherencia.

Antes de pasar a lo bueno, voy a por un par de críticas. A Rafael Marín le gusta oírse escribir, y en ocasiones se le nota demasiado. Estebanillo trabaja tanto las frases que en ocasiones todas parecen estar reclamando la atención del lector. Así mismo, algunas aventuras funcionan mejor que otras y la coherencia general a veces queda un poco deslavazada. Por último, los personajes de Rafa Marín tienden a llorar un poco de más, y Truhán no es excepción. Leyéndole, uno pensaría que es el único que sufre en ese mundo de sufrimientos.

Ahora, a lo bueno. El personaje está tan lleno de matices y de grises, está tan bien construido, que efectivamente nunca sabes cómo va a reaccionar. Estebanillo reacciona como una persona de verdad y eso da mucha fuerza y sinceridad a la historia. Así mismo, la época queda magníficamente plasmada. Tanto es así, que por primera vez en la vida salté a la enciclopedia a comprobar quién era toda esa gente. Hacerme desear saber más siempre me ha parecido un gran halago para una novela.

Me parece un acierto que el personaje protagonista no sea uno de los personajes que la historia conoce. Los históricos parecen todos unos matones sin escrúpulos -impresión incrementada tras leer sobre la época- y hubiese resultado difícil identificarse con ellos. No quiero decir con ellos que Truhán no cometa crímenes -que los comete, y a patadas-, sino que su humanidad es más fácil de comprender y plasmar. En ocasiones simplemente los acontecimientos se confabulan contra él.

La historia es fantástica, con magia y hechos sobrenaturales. No es, sin embargo, una ucronía, sino una historia secreta del mundo. Sucede más o menos lo mismo que sucedió en la historia, sólo que los libros de historia no registran las causas últimas y reales. La fantasía permite también introducir divertidos elementos: el Cid Campeador entregándole al rey Sancho un ejemplar del Necronomicón.

En resumen, una buena novela de aventuras, un excelente paseo por el mundo de el Cantar de Mio Cid y una forma estupenda de empezar a leer a Rafael Marín.

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Mobius Dick, de Andrew Crumey

Mobius Dick (publicada en español con el mismo título) es un híbrido fascinante. Por un lado es una novela literaria, por el otro, es una parodia de novela literaria, y cuando se llega al borde de la novela y la parodia, resulta ser una deslumbrante reflexión sobre la creación intelectual. Está escrita con tal garbo que no puedes sino rendirte a las pocas páginas. Si entras en la historia, el viaje no baja de alucinante.

Todo comienza cuando el físico John Ringer recibe un misterioso mensaje en su teléfono cuántico. Dice «llámame: H.» y como todo adulto, John no sabe buscar quién se lo ha enviado (¿una antigua amante?). Trasteando con los menús del teléfono, da con información sobre conferencias en su universidad y una en particular, sobre Moby Dick, le llama la atención. Decidiéndose a confiar en el azar, asiste a la conferencia. El título «Cicloides viciosas» daba a entender algo interesante, pero la conferencia resulta ser un fárrago arbitrario donde la conferenciante va razonando por pura analogía, yuxtaponiendo interpretaciones a medida que le resultan convenientes, extrayendo significados de donde no los hay. Que Andrew Crumey está parodiando el mundo de la crítica literaria y la novela literaria -que funciona así, fingiendo la creación de sentido uniendo elementos arbitrarios- está claro. Lo que el lector tarda todavía una páginas en comprender es que Andrew Crumey está describiendo su propia novela.

A partir de ahí, nos somete a un viaje impresionante en el que va encajando elementos en un complejo puzzle. Schrödinger y el origen de la mecánica cuántica, Melville y su ballena, Schumann y la inspiración del genio, Thomas Mann y la influencia de la política en el autor, Heinrich Behring y la influencia de la política en el autor… ¿Cómo, no saben quién es Heinrich Behring? Pero si es un famoso autor en la República Democrática Británica. La República Democrática Británica -socialista- es el mundo real. ¿No lo sabían? Nosotros vivimos en las páginas de una novela.

Y también E.T.A. Hoffmann, que ofrece el modelo para todo el libro.

Los personajes entran y salen, hacen comentarios que tienen ecos en otros lugares y tiempos. De pronto un capítulo es una obra de ficción dentro de la ficción. Al siguiente, la ficción que estamos leyendo es ficción dentro de otra ficción. Un mismo personaje se duplica o triplica. Unas personas se encuentran con otras en líneas alternativas diferentes. Y de fondo, continuamente, una pregunta insistente: ¿cómo funciona el genio creador?, ¿cómo se escriben las grandes novelas?, ¿como se hacen los grandes descubrimientos?

Y le sale. Durante un momento dudé, confieso, pero le sale. Primero, porque Andrew Crumey posee un descarado sentido del humor y es imposible enfadarse con él incluso cuando te toma el pelo. En este libro, como en todos sus anteriores, hay algo de juego en serio, de expresión hierática -después de todo, finge ser una novela literaria muy sobria- que está conteniendo una enorme sonrisa. Segundo, porque los personajes son atractivos -ese Schrödinger mujeriego, esa Bettina von Arnim alternativa- y en particular, los esfuerzos de John Ringer por dar sentido a éste u otro universo. Y tercero, porque la mecánica cuántica le permite jugar con todos esos elementos, pegándolos como quiere, transformándolos como le apetecen, sirviéndole de punto común que une todas las tramas.

Mobius Dick es una excelente novela, divertida, compleja, juguetona. Se deleita en un juego de espejos intelectual que puede hacer las delicias de cualquier lector dispuesto a entrar en ella.

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Mis series del 2006 (II): Paranoia Agent

Paranoia AgentCometí el error de comenzar a ver Paranoia Agent un día a las doce de la noche. Fue un error, digo, porque sólo pude irme a la cama tres horas y seis episodios después tras hacer uso de toda mi fuerza de voluntad. Y en realidad, pesó más el deseo de no consumir la serie toda de un golpe, de disfrutarla al menos durante un par de días o tres.

Todo arranca cuando una diseñadora de personajes monos -ya sabes, perritos rosas y esas cosas- está atascada con su nuevo proyecto. Tuvo mucho éxito antes con un personaje llamado Maromi, pero ahora no consigue avanzar y todos esperan su gran muestra de genio. Estresada por el trabajo -ella es tímida y no se comunica bien-, un día camina por la calle de noche y es atacada por un chico con patines, gorra y armado con un bate de béisbol dorado y doblado por la mitad.

A ese primer ataque le suceden otros, la policía interviene, se captura a un sospechoso, y la serie va retorciéndose, negándose a entregar una respuesta y adoptando cada vez tintes más simbólicos y surrealistas. ¿Qué está pasando en realidad? ¿Quién es el chico del bate y de dónde ha salido?

Paranoia Agent es una serie sobresaliente en todos los aspectos. La animación es espectacular -¿dije que era anime?-, el guión es una combinación perfecta de crítica social y elementos alegóricos, los personajes están maravillosamente definidos, y la música es soberbia. Un detalle de la animación es que va modificándose para adaptarse en cada momento a lo que se está contando. A veces el cambio es más sutil, para reflejar la lascivia de un personaje, a veces más explícito, como cuando el detective entra en el mundo del Japón de su infancia donde todo es bidimensional.

El desarrollo de la serie va cada vez a más. Los ataques inicialmente parecen incluso benéficos -ayudando incluso a cambiar la percepción que las víctimas tienen de su lugar en el mundo-, pero acaban tornándose más brutales e incontrolados. Con el paso de los episodios, poco a poco van saliendo críticas a la sociedad japonesas. Un capítulo habla sobre los pactos de suicidio, otro critica las condiciones laborales en el negocio del anime y en general el mundo otaku no sale nada bien parado.

Al final, la serie resulta ser una crítica del Japón actual. Un país que no ha aceptado sus culpas y que intenta enterrarlas en el pasado o en un mundo de juguetes monos y fantasiosos. Pero las culpas reprimidas acaban saliendo a la luz y desencadenan las mismas consecuencias que la primera vez. Sabiamente, el final deja que sea el espectador el que reflexiones y saque las conclusiones finales.

Pero desde mi punto de vista, el gran triunfo de Paranoia Agent radica en que toda esa crítica social está insertada en una narración apasionante, en un mundo rico de personajes fascinante, en una serie de trece episodios tan poética como hipnótica. Que no desees escapar a su fascinación es el mayor halago.

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The Tipping Point, de Malcolm Gladwell

The Tipping Point es uno de esos libros que pierden en el recuerdo. Lo leí con mucho interés, porque el autor es bueno contando sus historias y consigue imprimirles mucho ritmo. Por desgracia, como muchos de estos libros, se cuentan más anécdotas que otra cosa. Se supone que la superposición de anécdotas te acaba dando una visión general. No creo que sea el caso.

Básicamente, el libro cuenta cómo fenómenos sociales, tendencias o comportamientos que están reducidos a un pequeño grupo estallan de pronto en la sociedad general. Explica la dinámica social de ese proceso, y los pequeños elementos que van confluyendo para provocar ese cambio. En especial, los distintos tipos de personas involucradas. A algunas personas se les da muy bien encontrar tendencias, a otras difundirlas, etc…

El problema del libro, como ya he dicho, es que hay muchos ejemplos, muchas anécdotas sobre esto o aquello. Los ejemplos en sí son fascinantes, y si uno no busca mucha teoría, pueden ser muy satisfactorios. Por ejemplo, en su día comenté los interesantes experimentos con los niños, Barrio Sésamo y la multitarea. Hay muchos más, por ejemplo, la difusión del consumo de tabaco, o la moda del suicidio juvenil en algunas sociedades.

Mi problema, ahora, un año después de leerlo, es que no hay realmente una idea común que lo una todo. Hay un popurrí de ideas, que quizá vayan juntas, quizá no, pero no un fondo que las unifique.

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#34 El espejo roto de Pierre Vidal-Naquet

El espejo roto

Lo confieso, no recuerdo nada de este libro. Recuerdo bien el libro anterior y el posterior, pero no éste. La primera frase dice «Los griegos inventaron la política» y luego añade «Entre los griegos, los atenienses inventaron la tragedia», que parecen afirmaciones que merecen una reflexión. Pero no recuerdo si la tragedia reflejaba la polis, o la polis reflejaba la tragedia. Y no me pregunten por qué el espejo estaba roto.

Supongo que podría salir de dudas releyéndolo. Quizá algún día.

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#15 El extranjero de Albert Camus

¿Qué les voy a contar de este libro? Es una de esas obras clásicas que todo el mundo lee, o que todo el mundo afirma leer, cubiertas ya de tal capa de interpretaciones, que el sentido real del libro -si lo tuvo- nos es totalmente inaccesible. En ese aspecto, les recomiendo el artículo de la Wikipedia, que ofrece una interpretación con la que estoy básicamente en desacuerdo.

El protagonista, Meursault, mata a otro hombre. Le juzgan y le condenan a muerte. Lo que la novela explora no es eso, sino las circunstancias anteriores al crimen, las razones para condenarle (incluso es posible preguntarse por qué crimen en concreto se le está condenando) y las reacciones del protagonista.

Al pobre hombre se le interpreta como apático y desinteresado en el mundo. No me parece justo. Yo veo a Meursault con muchas opiniones, e interesado por muchas cosas. Simplemente, al hombre no le interesan cosas que los demás consideran muy importantes. Es más, tampoco tiene el más mínimo interés en reaccionar de la forma que los demás consideramos adecuada, pero eso no quiere decir que sea pasivo o indiferente.

Desde mi punto de vista, la clave de todo está en el momento del asesinato. Es al final de la primera parte, antes de la segunda parte que contiene el juicio y el discurso del universo sin dios. La secuencia es muy simple. Hay una serie de impresiones, un conjunto de imágenes y fuerzas que van confluyendo en ese momento. Se dispara una pistola. Quién fue responsable del disparo no está claro. La pistola estaba en manos de Meursault, y fue su dedo el que apretó el gatillo. Pero las causas son múltiples, variadas y casi todas externas al protagonista. Es una escena confusa, caótica, abigarrada.

Luego el protagonista dispara cuatro veces más. Me pregunto por qué. Y me respondo que esos cuatro disparos dejan clara la posición de Meursault. El primer disparo podría considerarse accidental, un puro producto del azar y la circunstancias. Pero los otros cuatro presentan a Meursault aceptando el acto. Disparar cuatro veces más es aceptar como propio lo que primero fueron circunstancias del mundo. Si el universo le había convertido en asesino, él ahora decide libremente aceptar ese papel.

No me parece indiferencia, francamente.

Yo creo más bien que Meursault mira hacia otro lado. No mira hacia donde miramos los demás. Se le condena más por un crimen moral que por un crimen real.

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Abducted: How People Come to Believe They Were Kidnapped by Aliens, de Susan A. Clancy

¿Cómo es posible que personas, por lo demás normales, afirmen algo tan absurdo como que han sido secuestradas por seres extraterrestre y sometidas a extrañas pruebas médicas?

En Abducted, Susan A. Clancy estudia a esas personas e intenta descubrir cómo llegaron a creer algo así. Lo hace sin burlarse -porque tras la risa encontramos que no hemos avanzado nada- y mostrando grandes dosis de empatía; después de todo, creer cosas extrañas es una característica más que humana.

Las conclusiones son variadas. Los abducidos son personas normales que, como casi todas las personas normales, no aplican el principio científico de la explicación más simple. La experiencia que sufrieron, para ellas totalmente real, fue tan intensa que quieren encontrarle una explicación. En confirmar esas creencias, el carácter subjetivo pesa más que cualquier prueba material, el fenómeno de «yo lo viví y tú no». Se busca la explicación que parece correcta, no necesariamente la verdadera.

Según la autora, creer haber sido abducido por extraterrestresD es un proceso gradual. Poco a poco, la persona va construyendo una explicación que parece ajustarse a todos los datos. Por desgracia, esos datos son elementos subjetivos a los que nadie más tiene acceso.

Destaca también la relación entre la recuperación de recuerdos por medio de hipnosis y creencias previas en extraterrestres. La hipnosis parece ser capaz de generar recuerdos falsos, pero si no hay una predisposición previa, es muy difícil adquirir esos recuerdos. «Visualizing things, imagining things that didn’t happen, is an excellent way to start thinking they did». Explora también la consistencia de muchas de las historias de abducidos, llegando a la conclusión de que no son tan consistentes entre sí como se cree. Hay muchas similitudes, pero también muchas diferencias. Comenta que los alienígenas son una buena explicación para cualquier fenómeno, porque cualquier objeción a la experiencia se puede responder apelando a la superioridad tecnológica de los extraterrestres.

En un capítulo dedicado a quiénes son abducidos, se comenta que esas personas tienen cierta tendencia al pensamiento mágico, a las creencias sobrenaturales. Pero lo que sí deja bien claro es que esas personas no están locas. Puede que crean en algunas cosas extrañas, que tiendan a diferenciarse algo más de los demás, pero por lo demás son personas perfectamente normales.

El último capítulo es el más interesante de todos. Después de tratar con la gente que asegura haber sido abducida, la pregunta es evidente, ¿por qué ibas a querer creer algo así? Puestos a creer que te ha pasado algo, ¿por qué creer que los extraterrestres han hecho experimentos contigo? La respuesta que ofrece es muy simple: nos gusta dar sentido a nuestras vidas. A esas personas, el contacto con extraterrestres no sólo les parece real, les parece también que les ha cambiado la vida. Al final, la autora está en descuerdo con Carl Sagan, quien afirmaba que las creencias pseudocientíficas se correlacionaban con la ignorancia científica. La ciencia no tiene nada que ver. Para mucha gente, creer en abducciones extratrerrestres satisface un ansia espiritual.

Y luego hace algo que seguro que suena controvertido. Compara la experiencia de los abducidos con las experiencias de los místicos cristianos, preguntándose si no tendrán un origen común, una misma experiencia que en su momento se explicó de otra forma. Viene a decir que para los abducidos, su experiencia ofrece los mismos beneficios que muchos otros obtienen de sus religiones. El libro termina con «Being abducted by aliens may be a baptism into the new religion of our technological age».

Al hilo del libro de Disch, me pregunto qué papel -asumiendo que la autora tenga razón- ha tenido la ciencia ficción en todo esto. Dado que la ciencia ficción ha tendido a tratar a los extraterrestres como ángeles más o menos disfrazados, parece claro que ha influido poderosamente en la forja de nuestra percepción popular sobre los extraterrestres. No me sorprendería.

[50 libros] 2006

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