Lo poderes políticos, cómodamente sentados en sus mudillos sillones bien alejados de la guerra, tienen un problema: no comprenden por qué los soldados huyen del frente de la primera guerra mundial. Han descartado la idea de que sea el miedo a la muerte. Después de todo, la posibilidad de morir es lo que da gracia a la guerra. No, debe ser otra cosa. ¿Qué hacer? Pues enviar a al cabo van Gogh -acompañado de un general que hace de niñera- al frente para que pinte la guerra. Así, los políticos podrán enterarse de qué pasa de verdad.
Pero, ¿van Gogh no murió en 1890? Que va, fue todo una farsa. En aquella época era cabo en las fuerzas artísticas especiales y se le ordenó la misión de erradicar el cubismo. Pero a van Gogh el cubismo le parecía genial, por lo que fracasó deliberadamente en su misión. Y como castigo le hicieron morir oficialmente.
Lo que acabo de contar es el arranque de La línea de fuego: una aventura rocambolesca de Vincent van Gogh, un cómic de Manu Larcenet. Es, como habrán podido imaginar, una divertida sátira del mundo político -incapaz de comprender que la guerra es simplemente horrible- y del mundo del arte. Las críticas al militarismo y la política son las más evidentes. Las críticas al concepto mismo del arte, son mucho más divertidas. También tiene su aspecto fantástico y alucinatorio, porque la guerra casi lo exige.
Van Gogh es el objeto de la reflexión sobre el arte. Comienza siendo un artista, es decir, un señor que sabe hablar de su arte y explicarte por qué lo que él hace es bueno y lo que hacen los demás es muy malo. Hace continuas referencias a su «angustia vital», se pone violento cuando le mencionan que usa demasiado amarillo y en una delirante escena, cuando se ve obligado a demostrar que es un artista, abre su bolsa, saca caballete, tela, pinceles y un ramo de girasoles.
Pero poco a poco, van Gogh va cambiando. Los mandamases de la retaguardia le exigen que se acerque cada vez más a la misma línea de fuego del frente, porque los cuadros que envía el pintor -repletos de horrores- no les dicen nada. Son incapaces de ver la existencia fría, deshumanizada, cruel y fundamentalmente caótica del frente. Van Gogh acaba mirando cara a cara al horror, y el horror resulta ser…
La línea de fuego es un álbum serio y cómico a la vez. Se ríe de muchas cosas, pero la risa es en el fondo triste, porque la realidad que pinta es horrible. Es extremadamente divertido, sí, pero también impactante. Es asombroso del equilibro que mantiene entre el tono cómico y la seriedad del tema. Manu Larcenet demuestra una asombrosa facilidad para establecer estados de ánimo o transmitir ideas con una sola viñeta o una pequeña serie ralentizada. Por ejemplo, las primeras cuatro viñetas de la página 47 resumen perfectamente el mensaje.
En última instancia, al terminar de leer, la reflexión es la siguiente: hay cosas que el arte no puede representar. No porque no se puedan dibujar o pintar -que se pueden- sino porque el mismo hecho de pintarlas o dibujarlas las convierte en arte. Ya dejan de ser lo que eran y se transforman en otra cosa. El horror en el corazón de la línea de fuego hay que vivirlo para comprenderlo. O mejor dicho, habría que evitar que nadie tuviese que llegar a vivirlo y comprenderlo.