Quería comprar un juego llamado Exploradores, del gran Reiner Knizia (en otro momento comentaré mi fascinación por ese personaje). Ya ha salido, así que fui a mis dos tiendas en Santiago donde habitualmente compro esas cosas. Y me pasó algo muy curioso.
En una de ellas no lo tenían. Pero no lo tenían porque con los gastos de transporte no le compensa ir trayendo novedades a medida que salen. La opción más económica y racional es esperar a tener varias y pedirlas todas de una tacada. Es lógico.
En la otra tienda, el encargado levantó el teléfono y pidió varios sobre la marcha para llegar el martes. El martes no había llegado. El miércoles tampoco había llegado, pero una nueva llamada dio como nuevo día el viernes.
Hay dos soluciones. Una es simplemente esperar un tiempo prudencial (unas semanas, digamos) y volver. Seguro que alguna de las dos tiendas lo tiene para entonces. La otra es irse a una tienda en Internet y pedirlo. Y de paso, pides algo más que tenías pensado comprar. Como te hacen un descuentito en cada juego, los gastos de envío se compensan.
Lo que pasa es que a mí me gusta comprar en las tiendas físicas. Me encanta tener los objetos en la mano y obtener la satisfacción inmediata de haberlo adquirido. Si tuviese cerca una librería grande con un montón de libros en inglés, no compraría en Amazon. El problema es que no la tengo. Por desgracia, una tienda física es incapaz de mantener el inventario que a uno le gustaría, y ni siquiera, como comenté más arriba, tener las novedades a tiempo. Con una tienda virtual, te limitas a hacer el pedido y el vendedor probablemente haga lo mismo que cualquier tienda: pedir a medida que entran los pedidos. Pero tú no te preocupas de nada. Esperas en tu casa tranquilamente, aguardando a que llegue.
Es una tensión curiosa entre esas dos formas de vender.