A un joven periodista polaco, que recién ha empezado a trabajar, lo mandan de pronto de corresponsal a la India. Siempre ha querido atravesar la frontera, así en abstracto, pero la realidad súbita le hace dudar. Por suerte, le regalan el libro de Heródoto para que le haga compañía. Y así logra viajar dos veces: un viaje a un país remoto contemporáneo y otro viaje a la lejana antigüedad clásica y al mundo de Heródoto. Y se empieza a establecer un paralelismo entre este viajero que empieza con su primer encargo en la India a recorrer países por Asia, África y Europa con aquel ciudadano de Halicarnaso que lo tenía mucho más complicado para viajar.
Viajes con Heródoto no es un libro de viajes, ni tampoco una crónica periodística. El libro está hecho de sensaciones e impresiones rápidas, de la fascinación de culturas potencialmente infinitas que amenazan con tragarse al visitante. Si tuviese que resumirlo, diría que es un libro sobre el viaje. En el fondo, viene a decir que viajar es una actividad mental diferente a desplazarse de un lugar a otro. Que uno puede ir a la India o China y enfrentarse a cultura muy extrañas. Que igualmente se puede coger el libro de Heródoto y enfrentarse a civilizaciones muy extrañas. Es una cuestión de actitud.
La imagen continua a lo largo del libro es de Heródoto como protoperiodista, como persona que se lanzaba a la aventura de interrogar los límites del mundo de su época. Heródoto como observador que intenta ser imparcial, que rectifica a los griegos cuando le parece conveniente o que se limita a decir que le han contado cuando no quiere pillarse los dedos. Un hombre que lo tenía francamente difícil para viajar, ya que no disponía de ninguno de los medios de transporte modernos y literalmente él se fabricaba la guía sobre la marcha.
Kapuscinski cita continuamente a Heródoto, leyendo el libro mientras viaja a lo largo de su propio libro (se supone que en paralelo a la lectura real que se producía mientras viajaba). Uno de los detalles más irónicos se da cuando comenta que la traducción de Heródoto al polaco se retrasó precisamente por la obsesión social con la doble lectura: extraer paralelismos entre el pasado y la situación política del momento. Evidentemente, el autor aprovecha esos paralelismos cuando repite la historia de Ciro o Creso, que se pueden leer como relatos de advertencia a líderes más modernos. En otras ocasiones, cambia de táctica y entabla combate con Heródoto, planteando preguntas que el griego no puede responder pero para las que quizá un periodista en su misma situación debería tener respuesta.
Al final, la cosa está clara. Si viajar -que no desplazarse- es luchar contra el provincialismo, regresar al pasado es antídoto contra el provincialismo temporal. Es comprender que el mundo fue diferente y que el presente siempre existió. Kapuściński cuenta los avatares que le llevaron a comprenderlo. Y como en toda buena historia -y la suya personal lo es- a Halicarnaso sólo se llega al final.
Un triunfo final. Viajes con Heródoto te deja ganas de leer a Heródoto.
[50 libros] 2006