El día que encontremos extraterrestres

Comenta Pepe Cervera que el proyecto SETI, el proyecto de búsqueda de vida extraterrestre, necesita dinero. Dejando de lado el valor científico de SETI -que en ocasiones parece más una seudociencia que otra cosa- hay un comentario de Pepe Cervera que me ha llamado la atención. Dice a propósito de la posibilidad de descubrir vida inteligente fuera de la Tierra:

Cambiaría nuestra historia, afectaría a nuestra tecnología, pero sobre todo sería una verdadera revolución filosófica y hasta teológica, un terremoto que sacudiría los mismos cimientos de la experiencia humana.

No sé, me suena un poco excesivo. Es ciertamente uno de los mitos más querido de la ciencia ficción. Los ETs aterrizan en una gran ciudad, y el mundo queda totalmente conmocionado, la sociedad se pone patas arriba y pronto nace un nuevo orden mundial. Otro cliché apreciado es la idea de que el gobierno oculta la existencia de extraterrestres para no producir un caos mundial. Muchas novelas y películas han jugado con esa situación, y hay pocos autores de ciencia ficción que se hayan resistido a su atractivo.

Pero en la realidad, no estoy seguro de que llegase a pasar a semejante escala. Si el proyecto SETI tuviese éxito -y se trata de un gran condicional- estaríamos hablando de una civilización muy lejana con la que el contacto sería muy difícil o imposible. Sí, la noticia sería muy importante. Algunas personas tendrían que cambiar sus creencias. Y quedaría claro que la inteligencia puede ser algo más que un accidente (seguiríamos extrapolando a partir de dos casos, pero bueno). Los filósofos lo debatirían durante mucho tiempo y los científicos analizarían con cuidado el contenido de la transmisión. Posiblemente fuese portadas de medios de comunicación durante bastantes meses, hasta que se apagase la novedad y pasase al fondo de la experiencia. Con el tiempo, se convertiría en un hecho integrado entre otros muchos detalles sobre el mundo y la humanidad seguiría su existencia como siempre. Ha pasado otras veces; no veo por qué no iba a pasar con esto.

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Autores de verdad

Otro maravilloso titular de El País (que últimamente se está convirtiendo en inagotable fuente de diversión): «De Gutenberg a Amazon: cómo convertirse en autor de verdad, sin salir de casa«. ¿Qué será un autor de verdad?, me pregunté. ¿Habrá autores de mentira? Lo medité unos segundos y sólo llegué a una conclusión: alguien que afirma haber escrito sin haber escrito en realidad, o quizá un plagiario. Aunque eso sí, el titular podría referirse a ser «de verdad», es decir, a escribir «verdadera literatura» o «prosa real» o cualquier lucubración similar.

Pero no. Nada de eso. Es mucho más simple. Un autor de verdad es un señor que ha publicado un libro en papel. Como lo oyen.

El problema es que eso de publicar un libro en papel está complicado, porque hay unos señores, llamados editores, empeñados en leer los libros antes de publicarlos, y sólo escoger lo que les gusta o lo que creen que va a dar dinero (que rara vez es lo mismo). Pero no hay nada que temer: «Al menos así era hasta hoy, ya que Internet permite a cualquiera publicar un libro auténtico y a un precio muy bajo». Se ofrece además el ejemplo de John Kennedy Toole, que se suicidó al no poder publicar su libro. Según la lógica del artículo, murió autor de mentiras hasta que su madre consiguió que le publicasen en papel y lo convirtió -post morten, digamos- en autor de verdad.

Hay dos métodos. El primero consiste en usar un servicio para convertir un borrador de libro (que, recordemos, no es de verdad) en un libro (que ahora lo es). Incluso puedes montarte el libro a tu gusto, con tus colores preferidos y demás detalles.

El segundo método es incluso más interesante. Te permite convertir una bitácora en libro. Eso te convierte en autor de verdad. Lo que hacías antes en tu bitácora -quizá incluso durante años- era algo totalmente diferente: ciberescribir, quizá, lo que te convertía, como mucho, en ciberautor. Pero los cibertextos así cibercreados son ciberiadas varias y ciberestán ciberlejos de ciberconvertirte en autor.

Resumiendo. El fondo del artículo es un hecho innegable: el papel es una sustancia mágica, una suerte de Piedra Filosofal, que tiene la habilidad de convertir a un emborronador de cuartillas o bitacorero cualquiera en autor. Tan innegable, digo, que estoy plenamente convencido de que el hecho de que El País sea un medio principalmente en papel no tiene nada que ver con esa querencia hacia la madera procesada.

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Just a Geek, de Wil Wheaton

Debe ser una sensación curiosa, saber que el triunfo en la profesión que has elegido lo lograste a los 12 años. Eso le pasó a Wil Wheaton. A los 12 años actuó en Stand By Me (¿Cuenta conmigo?) y luego pasó a interpretar al personaje de Wesley Crusher en Star Trek: La nueva generación. Después de unas temporadas, abandonó la serie para seguir con su carrera de actor y…

Y nada. Ya está. Ahí acaba su historia como actor.

Sí, algún trabajillo por aquí y por allá, pero nada que se parezca ni remotamente a una carrera. Y lo que es peor, cargando con el peso (aparentemente) muerto de Wesley Crusher.

Just a Geek cuenta la historia de Wil Wheaton. Su ambivalente relación con Star Trek (haber estado y haberse ido), el amor/odio por el personaje (en un momento dado, discute con un muñeco de Wesley Crusher; lo más divertido es que el muñeco tiene mejores argumentos), la desesperación de no lograr trabajo, los sacrificios familiares ante un sueño que no se cumplirá nunca… Y finalmente, una forma de redención, admitir que el hecho de tener sueños no implica que éstos se vayan a cumplir. Reconocer que en ocasiones es mejor renunciar y dedicarse a cosas más importantes; o al menos, diferentes.

Y es que un día montas una página web y tu vida vuelve a cambiar. Y de hecho, algunos de los mejores trozos del libro están sacados directamente de su bitácora.

Lo mejor de Just a Geek es que la historia está contada con mucho sentido del humor y de la ironía. Wil Wheaton llora mucho, pero es siempre consciente de que sus lágrimas tienden a ser patéticas y que su personaje -el actor infantil que no llegó a nade en su profesión- es un poco ridículo. Paradójicamente, eso desarma al lector y se gana su empatía. Es más fácil sentir simpatías por un Wil Wheaton que se sabe algo tonto que por uno que reclamase atención ante su desdichada (relativamente) situación. Es lo que hace que sus peripecias se universalicen, hasta reconocer que algún día a todos nos pasará lo mismo. Algún día despertaremos y habremos superado el mejor momento de nuestra vida. A él, simplemente, le tocó a los doce años.

Descuiden, la historia tiene final razonablemente feliz. Como en las buenas historias, el protagonista cambia con la narración y aprende. Consigue hacer otras cosas y obtener cierto módico de nueva fama (y aprende a aceptar la que ya tenía), pero eso es menos importante que saber que las cosas vienen y van, y que ese proceso tampoco tiene nada de malo.

Para los aficionados a Star Trek, hay muchísimo que disfrutar en el libro. Actores y productores, organizadores de convenciones y fans, de la serie entran y salen de la narración continuamente. No en vano el libro se subtitula «Unflinchingly honest tales of the search for life, love, and fulfillment beyond the Starship Enterprise», porque Star Trek define el núcleo emocional del propio Wheaton. No es de extrañar. Para los otros actores, Star Trek es un trabajo más o menos interesante. Pero él, literalmente, creció en la nave Enterprise.

Para los nos aficionados a Star Trek (como mi caso), el tratamiento irónico y humorístico eleva una vez más el material. Incluso acabas lamentando -durante unos segundos- no haber visto más episodios de la serie.

Just a Geek suena a sincero, porque a Wil Wheaton no le importa quedar mal; sabe perfectamente que así son los mejores relatos. Se lee de un tirón y es extremadamente divertido. Una curiosa inmersión en el alma de un hombre que se dejó demasiadas cosas en una nave espacial de cartón piedra.

[50 libros] 2006

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