Bobobo-bo Bo-bobo

Me gusta la serie de televisión Bobobo. Tiene un sentido del humor absurdo que me encanta. Normalmente empiezo un episodio riéndome y lo acabo riéndome. El argumento parodia las series habituales de guerreros buenos contra guerreros malos -ésas en las que todas las armas y movimientos están activados por la voz y hay que gritar una parrafada antes de usarla-, pero los guerreros de Bobobo tienen armas y sistemas de lucha simplemente demenciales. Y no sólo eso, la lógica de la trama es también desquiciada. De pronto están untando mermelada en unos arenques y aparece una rebanada de pan gigante que reclama su derecho a ser untada; después de todo, la hornearon para eso.

Corre el año 300X y el emperador Bola de Billar IV -del Imperio Margarita- controla el mundo. Como odia a la gente con pelo, crear un ejército de cazadores de pelo que van por ahí rapando a la gente. Bobobo -que domina en arte del combate de pelo nasal- se convierte en el liberta cabelleras y lucha contra el imperio. Lástima que Bobobo y sus amigos estén como verdaderas cabras. Locos de remate es poco.

De hecho, el único personaje cuerdo parece ser Beauty, una niña rescatada de las garras de los cazadores de pelo. Lo demás, están tan trastornados como raros son. Por ejemplo, tenemos a Ten no suke, un hombre de gelatina azul. O Softon, que tiene un helado por cabeza, aunque hay otras opiniones que se inclinan más hacia lo escatológico. Pero mi preferido es Don Patch, una especie de bola con pinchos que insiste repetidamente en que él es el verdadero protagonista. Hay otros muchos personajes igualmente extravagantes.

Como buena serie japonesa, está basada en un manga, obra de Yoshio Sawai. Sentía curiosidad, así que compré el volumen publicado en inglés. Por desgracia, Bobobo-bo Bo-bobo no es el comienzo de la serie, sino una selección de aventuras intermedias que forman un arco razonablemente independiente. Comienza cuando deciden ir a por Halekulani -el último de los cuatro principales del Imperio Margarita- y termina con su derrota. De camino, se enfrentan a algunos esbirros como «El de arriba del tren» o los desternillante Tres hermanos infernales. Para derrotar a Halekulani deben superar su juego de la oca mortal, en el que las almas de los participantes -que no pueden ganar hagan lo que hagan- se convierten en dinero, y luego contraatacar con la idea que tiene Bobobo de un juego de tablero: una locura sin pies ni cabeza donde sale una base lunar que realmente no es una base lunar. Al final -ya que el Halekulani es una especie de Creso- descubrimos qué es más importante que el dinero.

Acostumbrado a la serie, al principio el cómic se hace un poco complicado de leer. El sentido del humor es el mismo, las parodias de famosas series japonesas -que yo apenas entiendo- están presentes, pero el autor tiene que luchar contra las limitaciones de la página impresa. Pero poco a poco vas entrando y aprecias que se usen todos los recursos -por ejemplo, dibujos realistas cuando conviene, infantil cuando hace falta- para provocar el humor.

En este libro lo de los homenajes está un poco más claro. En un momento dado, del pelo afro y rubio de Bobobo sale Yugi -con una de sus cartas- quien procede a invocar a un dragón e irse de inmediato. Mientras tanto, el resto de los personajes comentan que ese tipo es famoso y que en persona parece más joven.

Lástima, como dije antes, que este sea un volumen único. Me gustaría poder leer más. Al menos, podré seguir la serie.

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Un lector perceptivo

Andando por Internet, me encontré con alguien que había leído la antología Year’s Best SF 9 donde se incluye la versión en inglés de nuestro cuento «El día que hicimos la Transición» (escrito en colaboración con Ricard de la Casa). Dylan, que así se llama, dice:

«The Day We Went Through the Transition», by Ricard De la Casa and Pedro Jorge Romero, is my favorite story. On the surface it’s about a team of people who try to make sure the timeline isn’t tampered with, but it’s also a love story. Just think about going to a different timeline to find a loved one who you’ve lost.

Qué agradable son estas cosas. Gracias, Dylan.

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El hacker, el cracker y el juez

Hace unos días, me llamó la atención una noticia publicada en El País sobre un juez que había rebajado la pena a un informático por su adicción a los videojuegos. Dejando de lado el tema de ser adicto a los videojuegos -habría que leer la sentencia para saber cómo se determinó tal cosa y con qué criterios- me resultó curioso que el juez tuviese perfectamnte clara la diferencia entre hacker y cracker:

El juez recoge en el fallo que el informático no realizó grandes daños a la compañía pues es un «hacker o persona que utiliza (…) técnicas para acceder a sistemas informáticos ajenos, una figura diferente a la de cracker (…) que de manera intencionada se dedica a eliminar, romper ficheros o a introducir virus».

Interesante, la verdad.

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