Top 3

Héctor me pide el top 3 de los libros que leí en 2005. Difícil tengo la cosa, porque todos me gustaron en mayor o menor grado (una nota: rara vez leo un libro que no me guste; si un libro no me gusta mientras lo leo, habitualmente dejo de leer, porque terminar los libros no es obligatorio). Aquí están:

  1. The Birth of the Mind de Gary Marcus
  2. El bebedor de vino de palma de Amos Tutuola
  3. Relatos fantásticos de Luciano de Samósata

Curiosamente, no comenté el mejor libro que leí el año pasado, The Birth of the Mind, un extraordinario libro de divulgación sobre cómo se fabrica el cerebro. Hay libros de divulgación que los lees porque te van a informar de cosas que no sabes, pero hay otros -los mejores- que lees porque te van a hacer ver de otra forma lo que ya sabes. The Birth of the Mind es uno de esos libros. Debería reseñarlo, la verdad.

Como tres me parecen pocos libros, he entresacado otros diez que me gustaría destacar y que también me han gustado bastante (sin ningún orden en particular):

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Tabaco

Durante la última parte del año, se habló mucho de los perniciosos efectos que la ley de respeto a las personas que no fuman iba a tener en la hostelería. Durante mi viaje a Macaronesia, que se rige parcialmente por leyes españolas, pude comprobar efectivamente era así.

Dio la casualidad que me encontraba frente a un bar cuando el dueño ponderaba sus próximos actos. Con gran arrojo le vi colocar un cartel donde se informaba que en el local se podía fumar y que se prohibía la entrada de menores. Acto seguido, al no estar del todo seguro, llamó para informarse. Pues resulta que a él, por no se qué cuestión de metros, no se le aplicaba tal cartel, sino otro. Raudo, saltó sobre el cartel erróneo -evidentemente con la intención de evitar con su cuerpo que los inocentes pudiesen sufrir los efectos del aviso- y lo sustituyó de inmediato por otro que anunciaba que dentro se podía fumar y que si entrabas con menores pues allá tú, imbécil.

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Tras lo cual, una ambulancia tuvo que venir a buscar al pobre propietario, que había sufrido un agudo caso de agotamiento físico y psíquico ante tanto trajín -casi cinco minutos de trabajo- con la dichosa ley. Es que no se puede tratar así a la gente.

Un detalle adicional. Al acercarme, pude comprobar que el cartel en cuestión era de una asociación de empresarios. Evidentemente, el coste de imprimirlo era tan oneroso, que ningún empresario individual podría permitírselo, y no dudo que la asociación, tras su magnánimo esfuerzo de reparto de carteles, quebrará prontamente.

Y así, tacita a tacita, nuestras ciudades, con ímprobo esfuerzo, se han llenado de locales donde se permite fumar, y si entras es que eres tonto y no te lo mereces. Terrible consecuencia, efectivamente.

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