Catálogo de las naves
Parece que muchos libros tienen un escollo que si consigues superar casi te garantizan que podrás acabarlo (en El señor de los anillos era aquella cosa de Tom Bombadil, aunque yo me lo pasé y aún así no terminé el libro). En el caso de la Ilíada debe ser el Catálogo de las naves, que ocupa la segunda mitad del canto segundo. Se trata de un quién es quién y de dónde vienen de los que se están peleando frente a las murallas de Troya. No llega a extremos bíblicos, pero yo soy de los que se pierden con tanto nombre y tanto sitio.
Pero ya lo he superado y navegado hacia costas extrañas por el resto del poema.
Es una obra extraña. Empieza con dos niños que se pelean porque les han quitado los juguetes. Que los juguetes son seres humanos ya te indica que va de una civilización completamente distinta, donde la gente se mataba por honor y donde importaba sólo lo que decía el macho. A uno de ellos le ofrecieron gloria eterna a cambio de morir joven y dijo que sí (cuentan que una vez muerto se arrepintió; a buenas horas…). Elección que tampoco es de extrañar, considerando que en el mundo de Homero todo pasa porque este o aquel dios lo decide.
Y aún así, es asombrosamente real. Es decir, uno podría imaginar una versión de la Ilíada donde todo sucediese por el honor y la gloria, y sin embargo, no es así. Un ejemplo del comienzo que me sorprendió. Zeus le ha enviado un sueño a Agamenón -el que manda las tropas aqueas- diciéndole que bueno, que si coloca sus tropas delante de Troya, a lo mejor, es posible, quizá, conquiste la ciudad. Agamenón, a continuación, decide tentar a sus tropas -que dios le conserve su capacidad de liderazgo- y decirle que se marchen, que allí ya no pintan nada y que se vuelvan a casa.
Piénsenlo un segundo: llevan nueva años pegándose en tierra extranjera. ¿Cómo reaccionaría cualquier persona normal?
Pues dándose la vuelta de inmediato y corriendo hacia las naves para ponerlas a punto lo más rápidamente posible.
Y luego tiene que venir el político en residencia -Odiseo- a poner orden, hablando de la sangre derramada y demás tonterías, a arreglar el desmadre que ha montado Agamenón.
Te hace pensar que las cosas no han cambiado tanto.
Debe ser por eso que lo consideran un clásico de la literatura.