Psicobyte nos propone considerar a los dos filósofos -Diógenes y Aristipo- y decidir con cuál nos quedaríamos.
Yo es que lo tengo muy claro.
Diógenes es el típico individuo al que sólo se puede admirar de lejos. En la distancia, desde las cumbres gemelas de la teoría y la abstracción, pues el hombre parece que está bien. Cuando uno se acerca descubre que en la práctica se trata de un individuo insoportable al que ningún ser humano en sus cabales aguantaría más de cinco minutos. Se sabe, es más, que hay hombres por lo demás razonables que escogerían clavarse escarpias en los testículos antes que tratar con Diógenes. Paradójicamente, la grandeza de Diógenes es directamente proporcional a la distancia.
El problema de Diógenes es que tiene claro que es un ser superior. Y como ser superior que es, y por definición de ser superior, no hay nadie a su altura o por encima. Es, además, uno de esos hombres que se enorgullecen -con el orgullo interior de quien se sabe superior- de decir siempre la verdad, como si se tratase de una tarea titánica que niños, borrachos y tontos no fuesen capaces de emular con toda facilidad. Por tanto, cuando Diógenes se encuentra contigo lo primero que hace es recordarte que es muy superior a ti, y que aunque le duele profundamente, ha consentido en hablar contigo, ser imperfecto y torpe, una cucaracha a su lado. No lo hace por maldad, sino porque su sentido de la ética y la moral es tan elevado que no hay nadie lo suficientemente puro en este mundo; y si él no te informa de tus defectos, ¿cómo vas a mejorar? Con lo cual, imaginarán ustedes que la vida social de Diógenes es más bien limitada. Diógenes no come hierbas porque las hierbas le gusten. No, lo hace porque no encuentra a nadie que le venda nada. Las pescaderas preferirían entregar el género a los gatos callejeros y venderse ellas mismas a los piratas de Berbería antes que dar pescado a Diógenes. Con ese carácter prepotente, altanero, soberbio, desdeñoso, despreciativo, petulante, vanidoso, arrogante, engreído, y envanecido no me extraña. Lo raro no es que Diógenes viva en un tonel. La pregunta es: ¿de dónde habrá sacado el tonel?
Aristipo es un señor normal. Sale a trabajar por las mañanas, lee el periódico, cuida del hijo… Es decir, se maneja por la vida como cualquier ser humano. Aristipo sabe que la vida es más compleja de lo que consienten las teorías. Las abstracciones, inevitablemente, simplifican el mundo y lo dejan reducido a un juego de oposiciones entre blancos y negros. Pero como decía el poeta, en teoría la teoría es práctica, pero no en la práctica. Aristipo habla con todo el mundo, ya sea quiosquera, barrendero o rey. Es más, no desprecia a nadie por ser quiosquero, barrendera o reina. Puede que los demás no sean tan inteligentes como él, pero sabe perfectamente que se enfrentan a los mismo dilemas de todos los días, y que cada uno los resuelve como buenamente puede y según sus propios principios. A Aristipo jamás se le ocurriría imponer sus propios puntos de vista a los demás -a menos, claro, que los actos de los demás le pareciesen definitivamente criminales- y por tanto ejerce una amabilidad que los más fanáticos confunden con connivencia y conchabanza. Sabe que emplear palabras amables es normalmente más efectivo que ponerse duro e intransigente. Trabaja para el rey, y aunque Aristipo no tiene claro por qué el rey quiere tenerle a su lado, tampoco ve nada malo en hacerle un comentario azucarado de vez en cuando. Es más, a veces intenta influir en las decisiones reales -procurando que no se note- diciendo «venga, a éste no me lo mates y mándalo a galeras» o «no arrases la ciudad, déjalos vivir labrando la tierra». A veces le sale bien, a veces no. Así es la vida.
No es que Aristipo no sepa que es un ser superior. Nada más lejos de la realidad. Por lo general, Aristipo se sabe protagonista absoluto de su propia vida y la persona más importante del mundo. El mundo surgió de la nada cuando el nació y volvería al vacío a su muerte. Pero a veces duda. Se pregunta si no será él personaje secundario de la vida de otra persona. Quizá de la vida del barrendero o del rey. Le sucede en las prolijas noches de insomnio, cuando se revuelve en la cama ponderando la existencia. Como duda, Aristipo trata a los personajes secundarios de su vida como le gustaría que le tratasen a él, no vaya a ser… Esa mínima cortesía es posiblemente uno de los pocos principios abstractos de Aristipo.
En resumen, Aristipo no tiene un tonel, ni falta que le hace. Pero si algún día necesita uno, no tendrá problemas para conseguirlo.
P.S. En ocasiones, una vez al día -suele ser de noche- mira a unos ojos y tiene una certeza: su papel es importante, pero su persona definitivamente secundaria. Pero ésa es otra historia de Aristipo.