Sabios

Estoy leyendo un curioso libro titulado Los siete sabios (y tres más) de Carlos García Gual. Va de eso, de los sabios de la antigüedad (los de la lista), cómo surgieron, para qué servían y demás cuestiones. Por supuesto, se ofrecen detalles de por qué eran sabios y los hay francamente llamativos.

Por ejemplo, Pítaco. El hombre decretó que los borrachos, de cometer un delito, pagasen con una pena mayor que los sobrios. Diógenes Laercio lo explica diciendo que era para evitar borracheras en una isla -Lesbos- que producía mucho vino. Se le atribuye también la máxima «La mitad es más que el todo» y «Y también es difícil ser noble» (sé que no tiene nada que ver, pero me recuerda al «It’s hard to be green» de Kermit).

Quilón, por su parte, daba unos consejos. Algunos de ellos todavía se sostienen. Otros no le ganarían muchos amigos:

Dominar la lengua, sobre todo en un banquete; no hablar mal de los vecinos o, de lo contrario, escuchar cosas desagradables; no amenazar a nadie, porque eso es propio de mujeres; acudir más rápido a las desgracias de los amigos que a sus éxitos; hacer un matrimonio modesto; no hablar mal del que ha muerto; honrar la vejez; vigilarse a uno mismo; preferir un castigo a una ganancia vergonzosa, pues lo uno causa dolor una vez y lo otro toda la vida; no burlarse del desdichado; ser fuerte y suave para que los demás nos respeten más que nos teman; aprender a gobernar bien la propia casa; que tu lengua no corra más que tu pensamiento; dominar el carácter; no aborrecer la adivinación; no desear lo imposible; no apresurarse en el camino; no agitar las manos al hablar, que es de dementes; obedecer las leyes; utilizar la soledad.

Yo lo de no agitar las manos al hablar lo tengo complicado.

Está también Bías, quien parece ser tenía unas dotes de predicción que para sí quisiera un corredor de bolsa. También daba muchos consejos, pero en particular se dice que decía: «Llevo conmigo todo lo mío».

De Solón cuenta una anécdota que me gusta mucho: en un convite oyó a su sobrino cantar una poseía. Tanto le gustó que pidió al chico que se la enseñase. Cuando le preguntaron por qué se esforzaba con eso, respondió: «Para aprenderla antes de morirme». Por lo visto el hombre llevaba la vejez muy bien.

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100 en 100, día 15: El blog del Señor Bohnke

El blog del Señor Bohnke. La autodescriptiva autodescripción es jugosa:

El Sr. Bohnke es un extraño ser que sólo sale de noche y que vive en una cueva. De vez en cuando baja al pueblo para alimentarse de hermosas Doncellas.

Le gustan Yaizel, la tecnología, el diseño, los estándares web, la cultura geek (o no), la literatura, la parafernalia protocolar, la música y el cine, amén de muchos otros temas que irá abordando con el paso del tiempo.

¿Porqué leerla? Bueno… en principio debe ser la primera bitácora en la que podrás encontrar una tabla de conversión de sistemas internacionales de tallas de zapatos… por ejemplo. Además, y sólo por entrar, el Señor Bohnke te regala un wallpaper deluxe de Yaizel, la lectora predilecta del Señor Bohnke. ¿A qué esperas?

Por otro lado… vamos, lo de Señor Bohnke suena la mar de bien… ¡qué demonios, es la leche! Parece como si al entrar, nuestro padre (o en su defecto algún profesor que en nuestra infancia nos inspirase mucho respeto) fuese a estar sentado en una habitación, en una gran silla de despacho, y nos fuese a decir: «M’ijo, siéntate que tengo que hablar contigo».

Además te puedo decir a modo de exclusiva y bajo top secret, que en breve comenzaré a emitir un podcast titulado «Frases casi célebres pronunciadas por mí con la voz siniestramente distorionada» (¡título sujeto a posibilidad de cambios!), lo cual seguramente no suena muy interesante, pero seguro que al menos será divertido.

Todo son ventajas.

100 bitácoras en 100 días.

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Patente genética

No tengo ni idea de si es cierto: One fifth of your genes are patented. De serlo, es un interesante comentario sobre nuestra civilización:

A new study in this week’s Science reveals that a full 20 percent of the human genome has been patented in the United States. Of that 20 percent of patented genes — about 4,000 in total — around 63 percent are assigned to private firms while 28 percent are held by universities. Researchers patent genes as valuable research tools, for use in diagnostic tests, or to discover and produce new drugs. In the U.S., an isolated DNA sequence is treated by the patent system like other natural chemical products, such that a sequence of DNA can be patented in exactly the same way as a new medicine purified from a plant source could be patented.

(vía Follow Me Here…)

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#44 Forty Signs of Rain de Kim Stanley Robinson

Forty Signs of Rain podría considerarse una novela de ciencia ficción. No porque transcurra en el futuro, que no lo parece, sino porque en el universo del libro el cambio climático está mucho más avanzado. Sin embargo, no está escrita como una novela de ciencia ficción. Es más bien una novela contemporánea sobre la ciencia y la política, y sobre como a menudo la ciencia y la política no encajan muy bien.

En la novela no pasa demasiado en términos de acción. Podría achacarse a que es una primera novela, pero su nivel de carencia de acción es inusual incluso para un primer libro de tres. Lo que sí hay es mucho comentario y observación, que gustan mucho a Kim Stanley Robinson. Es un poco como Antártica pero si la Antártica. Es un detalle que probablemente haga que personas diferentes reaccionen al libro de formas muy diferentes. A mí me ha gustado mucho.

Como trama tenemos a Charlie Quibler que escribe propuestas políticas para un senador interesado en termas ambientales. El hombre trabaja en casa, porque cuida de sus hijos -y el libro está lleno de certeras observaciones sobre lo que significa cuidar a un hijo, que probablemente carecerán de interés para alguien que no tenga hijos- mientras su mujer trabaja en la NSF intentando que el mundo de la ciencia se mueva un poco más. Hay una interesante subtrama sobre una empresa de biotecnología, que sirven para discutir la relación entre ciencia y dinero y los métodos de producción científica actuales. Salen también unos curiosos monjes que vienen un una nación, Khembalung, que se hundirá bajo las aguas a medida que avance el cambio climático y, evidentemente, están muy interesados en que no suceda (y también andan interesados en algo más). Me gustó especialmente el personaje de Frank Vanderwal, con grandes tendencia a explicar el mundo que le rodea en términos sociobiológicos. Sus observaciones a veces son las más certeras y a veces las más ridículas, en ocasiones ambas cosas simultáneamente.

Lo dicho, no mucha acción pero sí mucha interacción entre personajes e ideas. Kim Stanley Robinson lo cuenta todo con gran elegancia, con esa pulcritud de estilo que le permite describir cómo se escribe un artículo científico y luego hablar de cómo se escala un edificio. El libro acaba con una tremenda inundación que deja Washington bajo las aguas. Asumo que ése será el escenario del siguiente libro. Ya lo leeremos.

[50 libros] 2005

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Es tan de los 60

Al principio pensé que alguien debería decirle a los chinos que mandar gente al espacio es muy de los sesenta y que se han metido en una carrera que se acabó hace tiempo. Por supuesto, Bob Park me ha recordado que no se trata de eso. Se trata simplemente de demostrar que dispones de grandes cantidades de dinero para malgastar en inutilidades.

Wednesday, in a demonstration of growing confidence in its human space-flight program, China launched two taikonauts on a five-day mission to low-Earth orbit, and did it in full view of the world. While Shenzhou VI poses no military threat, it is a demonstration of economic strength; China can now afford to squander vast sums on pointless programs. Happily, this serves world peace by diverting China’s resources from more dangerous adventures.

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No pensar es lo que tiene

En el periódico descubrimiento de las bitácoras por parte de los medios de comunicación -me los imagino, descubriendo todos los días los azulejos de su cuarto de baño- hoy le toca el turno a EPS (antes conocido como El País Semanal). Con el título de «Mi diario en la red» se habla de lo de siempre, pero con sorprendentes variaciones. Por ejemplo, hay poco de «cómo es posible que a la gente le guste hacer esto y que raros son los que lo hacen» y sí mucha admisión de que todos queremos comunicarnos, que en cuanto encontramos un medio nuevo vamos a por él y que en la blogocosa se puede encontrar de todo. También explícitamente se ofrece la palabra bitácora como traducción del weblog inglés; luego casi no se usa en el resto del texto, pero la intención es lo que cuenta.

En los aspectos más curiosos, el periodista cita a Minid diciendo (cualquiera sabe lo que dijo en realidad; los periodistas son famosos como señores a los que les dices «Me gusta el color azul» y te publican diciendo «La martingala volverá a estar de moda» afirmando en todo momento que te citan textualmente):

El «blogger» no piensa. Ve algo, lo publica y luego opina.

Sin entrar a hacer cábalas sobre la vida mental de Minid, he de reconocer que en mi caso tiene toda la razón. Yo no he pensado jamás en mi vida. Es más, leí esa frase y no sentí la más mínima reacción u estado mental con respecto a la misma. Sólo el deseo de ponerla en mi bitácora, pero eso no supera el simple nivel de automatismo o instinto. De hecho, podría ampliarse más la cita y comentar que los bitacoreros somos unos seres humanos notables por tener una masa de nervios que conecta directamente los ojos con los dedos de la mano. Eso nos permite ver y publicar sin intervención del cerebro.

Lo que me sorprende un poco es el tercer punto de la lista. Porque yo ni siquiera pienso para opinar. Vuelvo a releer la cita y en mi mente sigo viendo el mismo vacío de cuando la leí por primera vez.

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100 en 100, día 14: Reca Blog

La descripción que su autor da de Reca Blog es bastante lacónica, pero he ido a mirar y la primera entrada ya me ha hecho reír:

Es una bitácora sobre tecnología principalemnte pero tambiénn trata sobre otros temas, desde la visión de un joven (yo) de 15 años.

Interesante y necesaria visión, sí.

100 bitácoras en 100 días.

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#46 Olympos de Dan Simmons

Confieso que Olympos de Dan Simmons me ha gustado menos que Ilium de Dan Simmons. El principal problema que le veo es que se trata de la segunda parte donde se revelan los misterios. Dan Simmons lo sabe, pero no tiene claro lo que va a revelar o cómo. Para mayor desgracia, las diversas líneas temporales de la historia no van en sincronía y tiene que ponerlas al mismo nivel. Eso provoca retrasos brutales en algunas de ellas que, la verdad, acaban cansando. Hay inventiva, pero ya no es tan espectacular como en la primera parte. En Ilium, cada elemento novedoso añadía a la historia. En Olympos, cada elemento novedoso es una táctica dilatoria.

Recapitulemos. Al final de Ilium, los griegos y los troyanos se habían unido para luchar contra los dioses. Les ayudaban los seres galileanos, los movarec, que han invadido Marte y también la peculiar Tierra donde se desarrolla la guerra de Troya. Mientras tanto, en la Tierra «real», los elois -humanos de viejo estilo- se enfrentan a los voynix, que antes habían sido sus ayudantes fieles y ahora son robots asesinos dispuestos a matarlos a todos. Les ayuda Odiseo, que podría ser, o podría no ser, el mismo Odiseo que lucha en Troya.

Cuando arranca Olympos, Setebos -un cerebro enorme con un montón de manos-, el dios de Calibán, al que Próspero tenía retenido y vigilaba, decide invadir París y ocupar la Tierra. Mientras tanto, tras varios meses de guerra contra los dioses, los griegos están dispuestos a traicionar a los troyanos. Cuando todo está listo para un nuevo ataque contra el monte Olimpo, llegan las amazonas. Aquiles mata a la jefa y posteriormente -por intervención de Afrodita- se enamora perdidamente del cadáver. Los portales que comunicaban ambos mundos desaparecen. Griegos y troyanos se quedan en su Tierra. Movarecs y Hockenberry se va a la otra Tierra, más que nada por curiosidad, en un Titanic reconstruido que funciona a bases de bomba atómicas metidas en latas de Coca Cola. Aquiles se queda en Marte con el cadáver de su amada Pentiselea -Atenea ha preservado el cadáver para evitar que se descomponga- y decide que ya puestos, va a escalar el Olimpo y exigir a los dioses que se la resuciten. Aquiles antes era un hombre enojado ahora es un hombre enamorado. Y por su parte, los elois hacen lo posible por sobrevivir. Uno de ello, Harman, se da una vuelta por todo el planeta, se deja secuestrar un par de veces, y recibe todos los conocimientos del pasado. Lo habitual.

Está claro cuál es la historia que Dan Simmons le apetecía contar: la de Aquiles buscando la resurrección de su amazona. Es la parte más divertida, interesante y brillante. Lo demás que se cuenta en el libro funciona casi como espacio en blanco para dar ritmo a esa historia. Aquiles se enfrenta a Hefesto y le derrota. El herrero acepta ayudarle a cambio de unos favorcillo. Zeus ha desaparecido, así que hay que buscarle. Aquiles acaba en el Tártaro. Se enfrenta en singular combate con Zeus. Y bueno, hace de todo. Sus reacciones son graciosísimas y su aventura con el herrero cojo genial. Y el final de su historia es deliciosamente cómico e irónico. Pobre tipo.

El resto no es que esté mal. Simplemente el resto es espera. Hay que sincronizar las historias, para que todas lleguen al mismo punto al mismo tiempo. Pero claro, eso provoca absurdos como que los elois, que deberían haber muerto todos en las cinco primeras páginas, sobrevivan a ataque tras ataque sin ninguna lógica (vale, han robado un huevo de Setebos y…). Los voynix parecen más bien soldados droides de la república. La historia de Harman es también pura dilación, además, explícitamente dilatoria. Aunque sirve la importante función de introducir muchos detalles del pasado del universo y para aclarar detalles sobre el origen de los post-humanos. Hockenberry y los movarecs van a lo suyo, y estos últimos demuestran ser más arteros de lo que parecían. Pero los robotitos ya no mantienen aquellas encantadoras conversaciones sobre literatura (aunque aquellas charlas resultan ser mucho más importantes de lo que parecían).

No es que esas historias estén mal o sean aburridas. Dan Simmons podría contar su lista de la compra y sería una lectura muy entretenida. Simplemente no están a la altura de la de Aquiles.

Cuando la novela termina, se las arregla para responder a algunas preguntas y dejar sin respuesta un montón de ellas. Incluso se hace referencia a otro ser -el Callado- cuya naturaleza parece muy evidente, pero que también podría ser la excusa para una continuación; su función es aterrorizar simplemente con la mención de su nombre. Algunas líneas arguméntales terminan de forma insatisfactoria, hurtándonos con un deus ex machina el enfrentamiento que estábamos esperando. Aún así, las últimas páginas del libro están muy bien, porque al unir las tramas desaparecen muchos de sus problemas. La conclusión tiene mucha gracia, es ligeramente agridulce y contiene más de un detalle humorístico.

Creo saber porque me ha gustado menos ésta que la anterior. En Ilium el hombre podía inventar a su antojo sin preocuparse de justificarse. En Olympos lo tiene que unir todo y explicarse, cosa que claramente no le apetecía nada. Es curioso que teniendo el nombre del pico más alto del sistema solar, Olympos no llegue a la altura de Ilium.

[50 libros] 2005

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La historia de la piedra

Hace unos años decidí que estaría bien leer los clásicos de la literatura universal. Ahora me he decidido a comprar La historia de la piedra (también conocida como Sueño en el pabellón rojo), novela china del siglo XVIII de complejísima historia. Durante como treinta años circuló en manuscrito entre los conocedores e interesados, muy anotada por miembros de la familia del autor. Luego un editor la publicó, en una edición de 120 capítulos. Pero sólo 80 eran los capítulos originales. Los otros 40 los escribió alguien que no se sabe quién. Lo curioso, es que el autor original había terminado la novela -cuatro versiones, nada menos- y nadie sabe qué pasó con los capítulos que faltan (quizá se metía con el emperador, buena razón para quemarlos). Por eso algunos de los 5 volúmenes de la edición que he comprado indican como autor a Cao Xueqin (el autor original) y otros a Cao Xueqin y Gao E (el editor original).

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