El maquinista, de Brad Anderson
El maquinista contiene al menos un misterio. El misterio es un individuo, Trevor Reznik, que lleva un año sin dormir. El pobre Trevor -interpretado por Christian Bale- es también un esqueleto animado. Sólo pesa 55 kilos y pierde algún kilo más a lo largo de la peli. Vamos, que como dice uno de los personajes -y otro repite- si fuese más delgado no existiría.
Trevor trabaja en un taller, rodeado de máquinas. Un día, mirando a un nuevo compañero de trabajo, Ivan, causa un accidente laboral que hace perder el brazo a otro de los operarios. El problema es que sus compañeros juran que el tal Ivan no existe y no ha existido nunca.
Lo que viene a continuación es un recorrido por la vida diaria del protagonista, que empieza siendo extraña y acaba convirtiéndose en una pesadilla. Su vida se vuelve boca abajo y ve cosas que no existen. O quizá, ve cosas que existen y la realidad es irreal. Hay extrañas incursiones del pasado en el presente y el misterio se va desarrollando lenta pero inexorablemente.
Hay dos detalles muy buenos en esta película. Uno es la ambientación. Un mundo tan apagado que casi no tiene colores, que desorienta tanto como debe estar desorientado el protagonista. El otro es Christian Bale, que cumple a la perfección. Es estremecedor verle tan delgado, casi a punto de derrumbarse como un muñeco de palillos. Ver a ese esqueleto enfrentarse a la raíz de lo que le pasa es lo mejor de la película.
Hay explicación final, claro. Pero la explicación es perfectamente compatible con lo sucedido anteriormente. Va presentándose poco a poco y es muy fácil deducirla y tenerla completa a grandes rasgos antes de que se revele por completo. Pero en cualquier caso, lo que la película pretende es transmitir la atmósfera. En otros aspectos podría haber sido mejor -algunas escenas parecen innecesarias-, pero eso lo consigue admirablemente.