Por suerte, esta película dura 93 minutos. Un minuto más, es decir, 94, y el tedio hubiese sido insoportable para cualquier ser humano. En 93, el aburrimiento habrá destruido algunas neuronas no demasiado imprescindibles y podremos seguir más o menos con nuestra vida normal.
El problema de Las mujeres perfectas es que quiere ser una comedia. Es comprensible, la idea en la que se fundamenta (es un decir, más bien levita sobre ella y la roza en momentos selectos) era un truco más bien burdo ya en el año 75 cuando se hizo la primera. En aquella época tenía algo de sentido: la sátira de unos hombres convirtiendo a sus mujeres en robots porque no se adaptaban a vivir en el nuevo mundo de la liberación de la mujer. Lo dicho, ya en su día la idea ya tenía un grano algo demasiado grueso, y hoy en día es tan tosca que hace que el coche de los Picapiedra parezca un modelo de alta tecnología. Por tanto, el remake (si uno se plantea que es necesario, cosa de la que no me han convencido) hay que hacerlo en clave de comedia.
Por desgracia, como comedia la idea no tiene el más mínimo interés. En primer lugar, porque al ser una comedia sabemos ya que todo acabará bien y que a la protagonista no le pasará nada. No hay ninguna sensación de peligro, ninguna impresión de que algo podría llegar a salir mal, ninguna tensión. Ya sabemos que al final todo se resolverá y el orden triunfará. Tan claro lo tiene el guión, que se limita a desgranarse tan mecánicamente como si de una de sus protagonistas se tratase. Y de ahí surge el segundo problema: la idea no es de comedia y por tanto hay que añadirle chistes al guión para que la cosa funcione. Es resto es simplemente aguardar al siguiente chiste. Y como los chistes son escasos, no muy buenos y tardan en aparecer, pues uno se aburre esperando por ellos.
Pero confieso que había algo que no me esperaba de la película. No creía que fuese a ser gran cosa, pero no me esperaba que fuese tan devastadoramente machista.
Porque verán, es una comedia, luego hay que reírse de alguien. De los maridos, pensarán ustedes de inmediato. Esos señores que desean convertir a sus mujeres en robots a los que se les puede agradar las tetas con un mando a distancia. Pues no, curiosamente se les trata con mucha simpatía. Algo así como si fuesen unos pobres seres que no saben controlarse y hicieron lo que hicieron porque sus mujeres les hacían sentirse mal. ¿Por qué les hacían sentirse mal? Porque tenían más éxito, ganaban más dinero y hacían las cosas mejor que ellos. ¿Reciben su justo castigo al final? Pues ya me dirán ustedes qué castigo es ése.
Por tanto la película decide reírse de las mujeres. Y de un grupo en particular: de aquellas mujeres de alto nivel profesional, que dirigen empresas, controlan cadenas de televisión o son expertas en genética -ya empieza con algunas insinuaciones (vamos a ver, el concursante fue allí voluntariamente, ¿no? Entonces, ¿qué culpa tiene la pobre Nicole Kidman? ¿A qué viene simpatizar con él?) y el final de la película lo deja bien claro. Nos ilustra en dos ocasiones la imposibilidad de que una mujer tenga éxito en su trabajo y sea simultáneamente feliz. No. La felicidad sólo está al alcance de las mujeres que aceptan a sus mariditos, cuidan de la casa y hacen la comida (tal y como los robots, vamos). Mujer, si quieres trabajar y tener éxito, sólo te aguarda la infelicidad y grandes dosis de Prozac en el mejor de los casos (en el peor, te convierte en una psicópata). No hay termino medio. Advertida quedas.
Mucho hemos avanzado desde el año 75.
Una cosa con las mujeres robots. No queda nada claro si son robots o siguen siendo ellas pero controladas con chips. Al final parecen que simplemente las han reprogramado, pero en una escena se ve como a una de ellas la usan como cajero automático (en serio, no es tan divertido como podría sonar). Da la impresión de que la misma película no lo sabe.