De Diderot

Félix de Azúa en El aprendizaje de la decepción:

A lo largo de treinta años Diderot había descubierto, sin quererlo, el disfraz que iba a adoptar el cuerpo sacerdotal, la administración de las almas, para la era de la expansión burguesa: había descubierto al Intelectual Comprometido. A partir de entonces (no olvidemos que la primera protección legal de los «derechos de propiedad intelectual» son obra de la Revolución de 1789), los intelectuales se convertirían en el brazo pedagógico del Estado y en peones de brega política. A partir de 1789, una utilización terca de la virtud pública ha ido llevando a muchos intelectuales a los ministerios, a las direcciones generales, a las subsecretarías generales técnicas; ha ido haciendo Sénecas de los Sócrates. Los Intelectuales Comprometidos sólo han tenido un verdadero concurrente, el Obrero bajo su disfraz de Proletario, otro usurpador del monopolio de la Virtud. La historia de sus desacuerdos y alianzas es la historia de nuestros propios juicios morales. Porque nuestro modelo moral es Kant, y no el Soldado Desconocido, o Aquiles. Porque todavía nos encontramos en pleno triunfo del ideal defendido por Diderot y la Ilustración: la dictadura moral de los intelectuales (y los obreros), únicos capacitados para dirimir tales cuestiones. Ellos mantienen el monopolio del único valor real, de la única mercancía sólida: el significado. El resto, claro está, es insignificante.

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