Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera, de Kim Ki-duk
Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera es una película hermosa. Rodada en unos asombrosos paisajes naturales, con un templo budista que flota en medio de un lago, va recorriendo las estaciones haciéndolas coincidir con los momentos de la vida humana. Niñez, adolescencia, edad adulta, madurez… y sorprendentemente la vejez y la niñez de nuevo. La composición es perfecta, la naturaleza que muestra es totalmente real y la carga simbólica de la película asombrosa. Pero curiosamente, los símbolos no impiden disfrutar de la película. Más bien todo lo contrario. Las repeticiones, metáforas y demás sostienen el edificio de la película, haciendo que su mensaje resuene con mayor potencia.
Un sabio budista vive en ese templo flotante -en el que hay puertas sin paredes que se usan como si las paredes estuviesen presentes- acompañado de su joven discípulo. Estamos en primavera, y en una de sus escapadas el niño lastra a una rana, a un pez y a una serpiente con sendas piedras. El maestro lo veo, pero lejos de impedirlo aprovecha la oportunidad para enseñar una valiosa lección. Le ata al niño una piedra a la espalda y le dice que sólo la retirará cuando haya rescatado a todos esos animales. Y si alguno ha muerto, la piedra de esa muerte la llevará siempre en el corazón.
Evidentemente, la piedra en cuestión -que en otro segmento protagonizará una reaparición estelar- representa simbólica muchas cosas que no voy a enumerar, pero extrañamente es también sólo una piedra, un simple objeto físico que nos impide avanzar. Eso se debe a que los símbolos de la película están anclados en una sensualidad total, en un deleite absoluto de los objetos tal y como son, de las cosas en su misma esencia como tales.
En el episodio de verano, la llegada de una joven enferma desata la lujuria del discípulo ahora adolescente. Consumada la relación, el discípulo huye al mundo exterior. Una vez más el maestro no dice nada, porque este maestro no castiga tanto los actos como los razonamientos erróneos. De hecho, en otoño el discípulo regresa perseguido por la justicia. Ha matado a alguien. Con el mismo cuchillo planea suicidarse, pero el maestro le da una soberana paliza. No por el acto de suicido en sí, sospechamos, sino por las razones que le han llevado a tomar esa decisión, por el fallo de pensamiento. En una de las escenas más hermosa de la película, el maestro escribe un sutra sobre la madera empleando la cola de un gato como pincel. El discípulo debe tallar los caracteres con el mismo puñal criminal, y la aparición de la policía añade cuatro manos más para el proceso de pintarlos. Los símbolos son importantes incluso para la policía.
Y así dos veces más, pero creo que se hacen una idea. Hay una idea de circularidad, y una fusión perfecta entre los pasos de la vida humana y el paso de las estaciones. El dispositivo -cortar cada pocos años para mostrar una nueva viñeta de la vida- no hace sino incrementar la intensidad emocional. Como en muchas películas asiáticas, hay muy poco diálogo, y se permite al espectador aceptar lo que ve en sus propios términos. Como el propio maestro protagonista del film (más que un hombre, queda claro), intenta mostrar los fallos de percepción, pero no condenar conductas.
Los símbolos más claro de la película son los animales: perro en primavera, gallo en verano, gato en otoño, serpiente en invierno y tortuga otra vez en primavera. Cada uno indica algo concreto en cada uno de los momentos. De la misma forma, el camino al templo parte en una zona de la orilla, que se debe alcanzar en barca, que tiene una puerta. Una puerta que en realidad no cierra nada, pero que se usa simplemente porque has decidido usarla.
Como comenté antes, es una hermosura de ver. No sólo los paisajes naturales son preciosos, sino que la composición de las escenas hace lo posible por emplear los elementos del entorno para reforzar la acción. Hay pocas escenas que no sean sutilmente sorprendentes, y toda la película está pensada con rigor y atención a los detalles, pensada con la seriedad de quien se preocupa por su trabajo. Los personajes, lejos de hacer lo que se esperan de ellos, hacen algo inesperado, que sin embargo es totalmente apropiado.
Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera es una película deliciosa que sin darse aires, desde la simplicidad, ilumina aspectos de la condición humana; una reflexión sobre la fluidez y los cambios de la existencia, de nuestros avatares en este mundo. Un triunfo.