Últimamente me ha dado por leer a Platón. No lo hago por ningún interés filosófico, porque en realidad las opiniones que pudiese tener me resultan indiferentes. Pero me encanta el método que usaba, ese manejo tan magistral de los diálogos y el partido que le saca a una forma tan simple. Consigue transmitir un rango amplísimo de emociones y de reacciones en lo que parecen racionales discusiones filosóficas. Y también me encanta ese superhombre de la filosofía que es Sócrates, que se enfrenta a todo tipo de supervillanos sofistas, tan buen discutidor él que en ocasiones no tiene oponente a su altura y debe contentarse con discutir consigo mismo. Vamos, que disfruto mucho leyendo a Platón, qué le vamos a hacer. Para saber más, he leído Platón de R. M. Hare.
Este librito (poco más de 100 páginas) está destinado a dar una panorámica rápida de Platón. No pretende ser un análisis profundo, pero si cubrir el suficiente terreno como para que el lector no especializado se haga una composición de lugar. Trata la vida del filósofo, sus precursores y también las razones que le llevaron a la filosofía: el problema del conocimiento para aplicarlo luego a una filosofía práctica. Destaca que es muy difícil encasillar a Platón y muestra que pueden al menos distinguirse dos «platones» distintos que él llama Patón y Latón. Más aún, refiriéndose a las múltiples filosofías platónicas dice: «No está en modo alguno claro que Platón fuese ‘platónico’ en cualquiera de estos sentidos» para añadir: «Sus lectores estarán siempre tentados de escoger aquellas de sus ideas que encuentren atractivas y olvidar las demás».
Un capítulo interesante es aquel en el que comenta la influencia de la estructura del griego clásico en el pensamiento de Platón. Por la forma de esa lengua, algunas de sus ideas parecen más naturales. Habla de una especie de «visión» mental que permea todo su pensamiento. Aún así, el método platónico exige un procedimiento riguroso de verificación de las intuiciones mentales, en lo que gana a más de un filósofo más moderno.
En otros temas, muestra que Platón fue evolucionando y cambiando su pensamiento. En la naturaleza del bien, en la educación, en sus teorías políticas o en sus ideas sobre la mente. En particular, la división de la mente -nunca especificada del todo- plantea más problemas de los que resuelve, como por ejemplo, preguntarse si la razón tiene deseos que la impulsan a actuar. En ese caso, ¿cómo pueden estar los deseos separados de la razón?
El mejor capítulo es aquel dedicado al estado autoritario de Platón. Es interesante especialmente porque inicialmente se plantea como una defensa de ese estado frente a las posibles críticas. Es decir, si alguien tiene la capacidad de ser un gobernante perfecto, ¿no debería gobernar? ¿Y cómo podría tal gobernante estar sometido a las leyes cuando él sabe mejor que nadie cómo aplicarlas para obtener el mayor bien? Pero al final:
Pero Platón no reconoce, como debería, que si los gobernantes pueden equivocarse, resulta menos consistente su pretensión de poder absoluto. Como ha insistido con razón sir Karl Popper, puede ser más importante tener medios institucionales para limitar el daño que puedan hacer gobernantes ineptos, destituyéndolos sin violencia si dejan de proporcionar el bien a sus ciudadanos.
Ahora tengo para leer Leer a Platón de Thomas A. Szlezák que parece centrarse en aspecto más «literarios».
Éste es uno de mis 50 libros de 2004.