Estoy leyendo el divertido libro La tele que me parió de Pepe Colubi. En la página 29 me he encontrado con unos penetrantes comentarios sobre el abuelo de Heidi:
He querido dejar para el final el personaje que considero verdadero motor de la serie: el abuelo de Heidi. Filósofo alpino, asceta de altura, ermitaño en la montaña, la introversión del abuelo va más allá del mero laconismo para convertirse en una forma de ver y vivir; el abuelo era un dibujo, pero de animado no tenía nada. Las malas lenguas lo tachaban de vago, ya que en los interminables meses en los que duraba la serie, al buen hombre sólo se le vio hacer un queso, labor infinita y repetitiva que nos remite a la Penélope de Ulises tejiendo de día y deshaciendo de noche. Sin embargo, la misma consciencia de su improductividad le redimía de ser un mero parásito de la sociedad alpina; cuestiones como la renta de la cabaña, la ropa de su nieta o la comida de todo un San Bernardo pasaban a un segundo plano ante la seriedad de un hombre atenazado por el drama de su incapacidad para el trabajo serio. Por eso nunca sonreía. Y la nieta venga a cantarle «Abuelito dime tú» y él, ni pío.
Cuando Clara se levanta por fin de la silla («para alborozo de la nieta, el perro, la cabra y los millones de crédulos que siguieron el acontecimiento ‘en directo'»):
Todo el mundo sonrió menos el abuelo, que dedicó al feliz suceso unos intensos segundos de su vida interior (por otra parte difíciles de plasmar en un dibujo).
[Estoy escuchando: «Legal Man» de Belle & Sebastian en el disco Legal Man]