Ha muerto Bob Hope

Uno de esos cómicos americanos que siempre parece que van a durar siempre. Rafael Marín le hace un peculiar homenaje, reconociendo que no le gustaba demasiado, recordando a un alumno suyo, devoto de Bob Hope, una carta y una peculiar dirección:

Le propuse a JB que enviara una carta a Estados Unidos con ese mismo truco: Bob Hope, the greatest comedian in the world. Iba a ser mucha casualidad que se repitiera la historia, naturalmente. La carta le fue devuelta. JB no se amilanó y la volvió a enviar, con el mismo encabezado: Bob Hope, the greatest comedian in the world.

Y a los pocos meses recibió en efecto contestación, una fotografía de su ídolo y su autógrafo y todo. Debe ser cierto que a los carteros americanos no los detiene ni el viento, ni la lluvia, ni la nieve. O que a Bob Hope, centenario e icono, lo conocía todo el mundo en su tierra adoptiva.

[Estoy escuchando: «Space Oddity» de Hermanos Calatravas en el disco Spanish bizarro]

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MythTV

MythTV te permite fabricarte un grabador personal de vídeo usando Linux, un ordenador y una tarjeta de televisión. Incluso hay una guía paso a paso de cómo montarlo. Ignoro si funcionaría en España.

(vía BoingBoing)

[Estoy escuchando: «Space Oddity» de Hermanos Calatravas en el disco Spanish bizarro]

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Tratado del Tránsito Intestinal

Algernon, alias Fabrizio Ferri Benedetti, no deleita con un bello -¿podría ser de otra forma?- análisis de ese acto tan cotidiano y a la vez tan desconocido:

Por alguna incomprensible razón, algo tan natural como expulsar los desechos es, en esta sociedad, uno de los actos más privados y secretos que se puedan considerar. En la Edad Media no era así. Y en la Edad Baja, tampoco. Durante milenios la humanidad ha utilizado como mucho un matorral, o ha preferido decorar las calles de sus ciudades con… coprolitos. Afortunadamente ahora existen redes de alcantarillado, que sirven para algo más que dar cobijo a cocodrilos albinos, ratas gigantes y asociaciones clandestinas de revolucionarios.

Hacerlo es algo muy delicado: el éxito de las operaciones depende de muchos factores interrelacionados. Tomemos por ejemplo al viajero que se hospeda en la casa de unos amigos durante algunos días: es muy posible que desarrolle cierto estreñimiento nervioso como consecuencia de la embarazosa situación de tener que evacuar en territorio inexplorado. Hacerlo no es tan fácil como parece. La gente entra en los baños públicos de, pongamos, un aeropuerto, y se queda mirando las inscripciones grabadas en las paredes, o canturrea.

[Estoy escuchando: «Something to Sing About» de Original Television Soundtrack en el disco Buffy the Vampire Slayer: Once More With Feeling [Musical Episode Soundtrack]]

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Fuentes RSS

Me fastidia mucho seguir bitácoras por RSS que no colocan las entradas completas en su fuente RSS. Es decir, si me interesa el asunto y quiero seguir leyendo tengo que pinchar o pasarme al navegador. Por eso he decidido que me gustan especialmente las páginas que colocan todo el texto de las entradas en la fuente RSS. Los que me leen por RSS habrán notado de inmediato que yo no hago tal cosa. En mi fuente RSS sólo aparece el primer párrafo.

Varias personas me han pedido que incluya el texto completo. ¿Debo hacerlo? ¿O sería mejor mantener una fuente RSS con sólo el primer párrafo y crear una nueva con los textos completos?

¿Opiniones? ¿Preferencias?

[Estoy escuchando: «Something to Sing About [Demo Version]» de Cole, Kai / Joss Whedon en el disco Buffy the Vampire Slayer: Once More With Feeling [Musical Episode Soundtrack]]

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El regreso de Los siete de Blake

¿La recuerdan? Los siete de Blake fue una serie de aventuras espaciales, inglesa, con unos decorados abominables, unos efectos malísimo y hecha con cuatro duros. Eso sí, tenía algo de lo que carecían otras series de ciencia ficción: Terry Nation. Un hombre que de verdad sabía qué era ciencia ficción y que escribía guiones sorprendentes y originales con los pocos medios de los que disponía (hace poco la dieron en algún canal por satélite y me sorprendió lo buena que eran las historias). Pues parece que Paul Darrow, que interpretaba al personaje de Avon, quiere devolver la serie a las pantallas en una continuación 25 años después. Ahora sí, con más presupuesto. ¿Conservarán el sabor de la original?

[Estoy escuchando: «What You Feel» de Original Television Soundtrack en el disco Buffy the Vampire Slayer: Once More With Feeling [Musical Episode Soundtrack]]

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Un robot con cerebro de rata dibuja al otro extremo del mundo

Unos rotuladores de colores, 50.000 neuronas de rata, 19.000 kilómetros entre ellos (Estados Unidos y Australia).

The project represents the team’s effort to create a semi-living entity that learns like the living brains in people and animals do, adapting and expressing itself through art.

«We are looking at future scenarios where geography won’t matter,» said Mr Ben-Ary. «The brain of the semi-living could be anywhere in the world, while the body (machine) will interface and be fed off it,» he told BBC News Online.

[Estoy escuchando: «Suite From «Restless»: Willow’s Nightmare/First Rage/Chain of Ancients» de Original Television Soundtrack en el disco Buffy the Vampire Slayer: Once More With Feeling [Musical Episode Soundtrack]]

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Sobre Cápsulas, de Mario Bunge

El sábado pasado, día 26, me encontré en Babelia (el suplemento cultural de El País) un curioso ejemplo de intelectualidad. Lo presentaba Enrique Lynch y se trataba de una reseña del libro Cápsulas de Mario Bunge. Empezaba así:

En ¿Qué quiere decir pensar?, Heidegger lanza su célebre anatema: «la ciencia no piensa», cuidando de no herir susceptibilidades de los científicos pero -eso sí- con todas las letras, desde una serena (y autorizada) superioridad especulativa sobre ellos. ¡Cuán atinada parece esa sentencia heideggeriana tras leer estas «cápsulas» de Mario Bunge, el metodólogo que más cabalmente identifica el llamado «pensamiento científico»!

Evidentemente, a cualquier persona racional se le dispararían de inmediato las alarmas. Nos encontramos, para empezar, con un argumento de autoridad, es decir, se hace referencia a alguien importante, en este caso nada menos que el filósofo Martin Heidegger, para sostener una afirmación demoledora: «La ciencia no piensa». ¿Estaba autorizado Heidegger para decir tal cosa? Según Enrique Lynch, sí, por su «superioridad especulativa». Por desgracia, no nos aclara qué significa tal cosa o sí, por ejemplo, Heidegger conocía bien el mundo de la ciencia (por ejemplo, había estudiado física o biología) como para decir tal cosa. Es decir, por mucho Heidegger que sea, su afirmación tendría que poderse demostrar o fundamentar, no basta con que lo dijese Heidegger.

Sin embargo, la deshonestidad intelectual va todavía más lejos. El autor de la reseña nos presenta la frase de Heidegger dejándonos creer -es decir, nos ahorcamos nosotros mismos- que si Heidegger dijo eso estaba usando las palabras en el mismo sentido en que las usamos las personas normales que no somos filósofos. Por suerte, vivimos en la época de internet y es muy fácil encontrar ese ensayo de Heidegger. ¿Dijo Heidegger «La ciencia no piensa»? Pues sí, y el párrafo pertinente parece ser éste:

Porque es verdad: lo dicho hasta ahora, y toda la dilucidación que sigue, no tiene nada que ver con la ciencia, y ello precisamente cuando la dilucidación podría ser un pensar. El fundamento de este estado de cosas está en que la ciencia no piensa. No piensa porque, según el modo de su proceder y de los medios de los que se vale, no puede pensar nunca; pensar, según el modo de los pensadores. El hecho de que la ciencia no pueda pensar no es una carencia sino una ventaja. Esta ventaja le asegura a la ciencia la posibilidad de introducirse en cada zona de objetos según el modo de la investigación y de instalarse en aquélla. La ciencia no piensa. Para el modo habitual de representarse las cosas, ésta es una proposición chocante. Dejemos a la proposición su carácter chocante, aun cuando le siga esta proposición: que la ciencia, como todo hacer y dejar de hacer del hombre, está encomendada al pensar. Ahora bien, la relación entre la ciencia y el pensar sólo es auténtica y fructífera si el abismo que hay entre las ciencias y el pensar se hace visible, y además como un abismo sobre el que no se puede tender ningún puente. Desde las ciencias al pensar no hay puente alguno sino sólo el salto. El lugar al que éste nos lleva no es sólo el otro lado sino una localidad completamente distinta. Lo que se abre con ella no se deja nunca demostrar, si demostrar significa esto: deducir proposiciones sobre un estado de cosas desde presupuestos adecuados y por medio de una cadena de conclusiones. Aquel que a lo que sólo se manifiesta en tanto que aparece desde sí ocultándose al mismo tiempo, aquel que esto sólo lo quiere demostrar y sólo lo quiere ver demostrado, éste en modo alguno juzgará según un módulo superior y riguroso de saber. Sólo calcula con un módulo, y además con un módulo inadecuado. Porque a lo que sólo da noticia de sí mismo apareciendo en su autoocultamiento, a esto sólo podemos corresponder señalándolo y, con ello, encomendándonos nosotros mismos a dejar aparecer lo que se muestra en su propio estado de desocultamiento. Este simple señalar es un rasgo fundamental del pensar, el camino hacia lo que, desde siempre y para siempre, da que pensar al hombre. Demostrar, es decir, deducir de presupuestos adecuados, se puede demostrar todo. Pero señalar, franquear el advenimiento por medio de una indicación, es algo que sólo puede hacerse con pocas cosas y con estas pocas cosas además raras veces.

Ignoro si Heidegger escribía habitualmente así o la traducción es un embrollo. En cualquier caso, parece quedar claro que Heidegger está usando la palabra «pensar» de una forma muy específica -él mismo en el párrafo que cito se opone el sentido habitual de pensar con el sentido que está empleando-, de hecho, tan específica que el ensayo entero va de que todavía no pensamos: si se me permite una contextomía propia «El hecho de que nos ocupemos de la Filosofía puede incluso engañarnos con la pertinaz apariencia de que estamos pensando, porque, ¿no es cierto?, «estamos filosofando»». Sólo la filosofía se acerca, pero parece quedar claro que ni siquiera los filósofos «piensan» (no voy a pretender haber entendido el ensayo, los filósofos me dirán lo que significa).

Para hundir más a la ciencia en su miseria, Enrique Lynch afirma que Heidegger, muy amable él, intenta no «herir susceptibilidades». Sin embargo, parece más bien que no le interesaba mayormente el asunto y que lo comenta simplemente porque habitualmente se considera que la ciencia piensa (obsérvese, por otra parte, que aquí no nos dice qué es una ciencia). Como Heidegger se apresura a añadir: «El hecho de que la ciencia no pueda pensar no es una carencia sino una ventaja», creo que el autor de la reseña ha cometido una severa contextomía, es decir, ha citado lo que le interesaba de un párrafo sin permitir las matizaciones que el autor original hubiese añadido y además sin aclararnos los sentidos en que el autor original usaba los términos.

Sin embargo, la cosa va a más, porque aparte de una apelación a la autoridad y una cita fuera de contexto, tenemos también un non sequitur: ¿qué la ciencia no piense afecta a Mario Bunge? Después de todo, el pensador argentino es ante todo un filósofo y sus preocupaciones son filosóficas. Tiene un doctorado en física, lo que desde mi punto de vista da mucho más interés a sus investigaciones filosóficas sobre la ciencia. Pero ojo, que hacer filosofía de la ciencia no es lo mismo que hacer ciencia (aunque los filósofos parecen opinar que pensar sobre la madera es carpintería), distinción que Bunge siempre ha parecido tener clara. Según el propio Heidegger, Mario Bunge como filósofo es alguien que se acerca a «pensar».

Por tanto, ¿qué tiene que ver este primer párrafo con una reseña de un libro de Mario Bunge? Pues nada, en realidad, porque el texto casi no hace referencia al libro, sino que reseña se convierte en un ataque a su figura y también a la ciencia. No es que me parezca mal, porque criticar a Bunge o criticar a la ciencia son actividades legítimas: ¿pero no debería dejarse eso mejor para un ensayo y en una reseña criticar al libro en concreto si fuese menester?

Me sorprendió leer tal reseña en Babelia. No es que Babelia me parezca un gran suplemento cultural (en mi opinión, ha perdido mucho en los últimos diez años) pero sí le asumo cierto rigor reflexivo. Por otra parte, no es habitual leer reseñas negativas en Babelia, lo que convierte este caso en curioso. Además, aunque hace ya unos quince años que no leía nada de Mario Bunge, lo recordaba como un autor muy preocupado por el rigor, interesado en reflexionar con claridad y nitidez y con la mayor precisión posible. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con él, pero nadie puede acusarle de no fundamentar o razonar lo que afirma. De hecho, disfruté mucho de sus libros -especialmente con los de filosofía de la física- en mi época de estudiante porque siempre me pareció que el hombre sabía lo suficiente de física como para entender las teorías que discutía. Comprendan por tanto mi perplejidad y que corriese de prisa al El corte inglés a comprarme un ejemplar (la única librería abierta en Santiago un sábado por la tarde) nada más leer una reseña tan destructiva.

Verán, Enrique Lynch no ahorra epítetos para describir a Mario Bunge, usando todo tipo de palabras cargadas: en un sólo párrafo le acusa de estar lleno de prejuicios, de ser arbitrario, de tener fobias y envidias y termina con un «de modo que bienvenido sea este vademécum cientificista del más ortodoxo de los positivistas lógicos para desenmascararla [la ideología de los metodólogos]». Aparentemente, ser «positivista» es un crimen de un grado tan extraordinario que merece toda condena. Ahora bien, ¿es Mario Bunge un «positivista lógico»? Pues no lo sé, pero por la forma en que habla del positivismo no lo parece, la verdad. En el primer ensayo del libro, dedicado a Karl Popper, relata con alegría una anécdota de Popper contra los positivistas y más tarde dice, refiriéndose a la opinión de Popper del libro de Bunge La investigación científica:

Sobre todo, a Karl no le gustó que yo adoptase una posición que no era la suya ni la positivista, sino la mía propia.

De hecho, las pocas menciones que hace Bunge del positivismo en su Filosofía de la física son para criticarlo. Bunge siempre me pareció, más bien, un realista: es decir, aceptada cierta metafísica -porque todo empieza siempre con una metafísica-: la existencia de la realidad independiente, que esa realidad es cognoscible, etc.. podemos empezar a construir el edificio de una ciencia (entiendan, ésta es mi caracterización del pensamiento de Bunge muchos años después de haberle leído. No dudo que pueda ser muy errónea). Y aunque Bunge fuese un positivista, eso habría que criticarlo y comentarlo con referencia a sus escritos. Sin embargo, no es así, Enrique Lynch nos ofrece un resumen de lo que el considera la filosofía neopositivista (usa los términos neopositivismo y positivismo como si fuesen intercambiables lo que no sé si es correcto) pero sin referirse jamás a ningún párrafo, ensayo o página concretos del libro en cuestión. Es más, opera como si el lector fuese un profundo conocedor de la obra de Bunge pero a la vez sabiendo que no lo es y que por tanto aceptará su resumen como veraz. Y luego, lista el montón de cosas que quedan excluidas de esa filosofía:

Piensen ustedes cuántas cosas hay en el mundo que no cumplen con este requisito y sabrán la envergadura de lo que queda proscrito por la ideología neopositivista. Toda fantasía, ensoñación, disonancia conceptual o terminológica, toda metáfora, juego, símbolo o paradoja en filosofía, todo lo que no sea metodológicamente «científico» o que sea sospechoso de ficción, es perseguido de forma implacable por esta especie de Inquisición renacida.

Me atrevo a señalar una falacia más: el hombre de paja. Se nos presenta una lista de cosas bonitas y maravillosas que desaparecerán del mundo por culpa de la filosofía de Mario Bunge, vamos, que sólo le falta acusarle de violar caniches. Luego, de inmediato, vuelve a hacer uso de una palabra cargada: inquisición. ¡Qué terrible ser un inquisidor! ¡Qué malo por exigir que quemen a la gente en la hoguera o los fusilen en el paredón! Por supuesto, esa inquisición no existe, porque estamos ante un caso de «difama que algo queda». Sólo he podido leer algunos de los ensayos de Cápsulas, pero la verdad es que todavía estoy por encontrar a las víctimas de esa supuesta inquisición. Bunge habla de mucha gente, normalmente desde el respeto y el halago, señalando los aspectos positivos de su pensamiento y los aspectos negativos de sus ideas. ¿No es lícito hacerlo? ¿Si uno cree que Popper o Kuhn se equivocaban no debe decirlo? Sé que la filosofía se ha convertido últimamente en un movimiento y veneración de muertos, pero creo que todavía conserva el interés por la discusión y la crítica intelectual. Es decir, ¿no es hipocresía que Enrique Lynch critique a Bunge por criticar? Sí, éste se mete con muchas corrientes -el posmodernismo, por ejemplo- y gente -Feyerabend (quien sale muy mal parado, llegando Bunge a afirmar que no tiene nada bueno que decir de él. Entiendo que se refiere a que no tiene nada bueno que decir de él como pensador)- y en ocasiones las acusa de tener efectos destructivos. No Bunge el primero en hacerlo, ni tampoco el más vehemente en sus críticas: me permito recordar Higher Superstition (sobre el estado de la anticiencia en la universidad americana) o Imposturas intelectuales. Refiriéndonos a la lista de cosas bonitas. ¿Quedan excluidas del mundo? No lo creo, más bien me parece que quedan excluidas de la ciencia. Es decir, un filosofo que se ocupa de la ciencia no se preocupa de esas cosas porque no pertenecen al orden de lo científico (lo que no excluye, por supuesto, que en el futuro puedan pertenecer a él). En Filosofía de la física dice:

Seguramente, la física no excluye el concepto de realidad sino que lo restringe al nivel físico, dejando a otras ciencias la tarea de investigar otros niveles, en particular, el de la experiencia humana. Ninguna teoría física hace la suposición de que su objeto sean sentimientos, pensamientos, o acciones humanas: las teorías físicas se refieren a sistemas físicos.

Lo cual parece bastante razonable.

Volviendo a Cápsulas, en el ensayo «El Papa y la evolución» escribe contra las verdades reveladas y contra el dualismo mente-cerebro que según él:

El problema más grave de este dogma es que obstaculiza la investigación científica de los procesos mentales, y por lo tanto el tratamiento médico de los trastornos mentales.

Yo en particular, estoy de acuerdo. Pero comprendo perfectamente que alguien no lo esté y lo critique. ¿Pero no habría que hacerlo citando en concreto su opinión y especificando en concreto en qué se equivoca?

Pero volvamos a la reseña y al último ejemplo de deshonestidad intelectual que quiero comentar. Se produce al final del penúltimo párrafo cuando dice:

Y no se priva de darle un repaso a su mentor académico, José Luis Romero, por idealista, a Eva Perón y al mismísimo Popper, porque tuvo la osadía de declararse racionalista, pero -qué lástima- crítico.

De nuevo, exasperantamente, nos niega la cita concreta y ni siquiera nos indica en qué ensayo o página dice Bunge tal cosa sobre Popper. Nos vemos reducidos por tanto a recurrir a las suposiciones y deducir que se refiere a la nota «La filosofía social de Popper» (recuerdo que no he leído el libro completo, así que podría equivocarme) donde critica al pensador por haber creador una filosofía social crítica, es decir, que destacaba los aspectos negativos de la sociedad y no proponía cómo corregirlos. El último párrafo dice:

Para trabajar eficazmente por un mundo mejor hay que empezar por tener una visión precisa del mundo actual y otra del mundo deseable. Popper no tuvo la una ni la otra: no fue científico ni visionario. Fue esencialmente un crítico, tanto en lo social como en lo epistemológico. Aprovechemos sus críticas válidas pero no nos conformemos con ellas. La filosofía, como la ciencia, debería darnos tanto síes como noes.

Obsérvese qué diferencia. Bunge no critica a Popper por haber sido un crítico, lo critica por haber sido sólo un crítico. Es decir, sus críticas tienen mucho valor pero no nos sirven para sabe qué hacer a continuación.

¿Enrique Lynch no sabe leer o deforma deliberadamente las palabras de Bunge para dejarle mal? No lo sé, pero cuando leo la reseña de un libro tengo siempre la esperanza, absurda por lo que parece, de que se refiera al libro que el reseñador ha leído y no al libro que cree haber leído. Incluso tiene la curiosa desfachatez de terminar el texto diciendo:

Pero lo que más -como cualquier inquisidor- da es un poco de miedo.

Y yo me pregunto: ¿quién es más inquisidor: el que critica con argumentos las posiciones de los demás o el que deforma citas y ataca hombres de paja para evitar que un libro se lea? ¿El que discute las ideas de los demás en un intercambio intelectual abierto o el que pretende suprimir la lectura de un libro?

Lo peor de este asunto, es que me parece recordar (vagamente, por lo que es posible que no fuese él) otra reseña de Enrique Lynch de un libro que me pareció que trataba un tema interesante pero que ponía muy mal. No lo compré, pero ahora que he tenido la oportunidad de contrastar una reseña suya con un pensador al que conozco me empiezo a arrepentir.

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p class=»media»>[Estoy escuchando: «I’ve Got a Theory/Bunnies/If We’re Together» de Original Television Soundtrack en el disco Buffy the Vampire Slayer: Once More With Feeling [Musical Episode Soundtrack]]

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Matemáticas y juegos de azar. Jugar con la probabilidad, de John Haigh

He adquirido recientemente la costumbre de comprar todos los títulos de la colección Metatemas (también los de la colección de ensayo de Anagrama, excepto los de Vicente Verdú). En esta ocasión le ha tocado el turno a este curioso libro: Matemáticas y juegos de azar. Jugar con la probabilidad de John Haigh. Lo curioso del libro es que el hombre no huye de las fórmulas. Las hay, aunque reducidas al mínimo, junto con gráficas, tablas y demás. Parece por tanto una interesante obra de divulgación matemática. Incluso trae ejercicios, como lo buenos libros de matemáticas.

¿Quién no se ha preguntado alguna vez si existe un método para ganar en las apuestas? ¿Por qué es más probable ganar al Monopoly si uno se hace con las calles de color naranja? ¿Qué deporte permite mejor pronóstico, el golf, el fútbol o el tenis? ¿Qué juego ofrece más oportunidades de obtener premio, la lotería o las quinielas? A todas esas preguntas responde Jugar con la probabilidad, del matemático inglés John Haigh, una magnífica guía, accesible y entretenida, a la teoría de las probabilidades y sus secretos.

Tomando los juegos de azar como ejemplo, Haigh analiza un amplio número de situaciones de la vida común en las que interviene la probabilidad, y que le sirven de excelente pretexto para abordar conceptos fundamentales en matemáticas como la noción de promedio, los paseos aleatorios o la teoría de juegos. Los capítulos del libro exponen las diferentes reglas y estrategias ante comportamientos más o menos imprevisibles, con lo que se pretende que el lector pueda sortear su errores y dificultades más habituales. Como decía Stephen Jay Gould, «una escasa comprensión de la probabilidad puede ser el obstáculo principal para la cultura científica». Pero Jugar con la probabilidad no pierde de vista su triple objetivo de entretener, explicar e informar -aunque no necesariamente en este orden- y por eso incluye al final de cada capítulo, y a modo de reto para el lector, problemas o pasatiempos de tipo probabilístico cuya solución se reserva para el final.

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p class=»media»>[Estoy escuchando: «Fall of the House of Usher: Prelude [Instrumental]» de The Alan Parsons Project en el disco Tales of Mystery and Imagination]

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