Acabo de recibir el número de septiembre de Scientific American (versión americana de Investigación y ciencia). Todo un número especial dedicado al cerebro, los nuevos descubrimientos sobre su funcionamiento y especialmente las posibilidades de mejorarlo. Los artículos se completan con un artículo sobre ética, «Is Better Best?», donde Arthur L Caplan argumenta a favor de usar los nuevos conocimientos para mejorar el cerebro.
En primer lugar argumenta la importancia de los avances de la neurociencia, incluso cuando los comparamos con los de la genética:
Because the structure and activities of our brain influence our mental health and behavior mucho more directly that out genes do, it is very likely that advances in the ability to «read» the brain will be exploited as much as, or more than, knowledge about genetics for such purposes as screening job applicants, diagnosing and treating disease, determining who qualifies for disability benefits and, ultimately, enhancing the brain.
No sigue demasiado por ahí. Básicamente dice que las mismas precauciones con la genética se aplican en este caso.
Lo que realmente le interesa es argumentar la validez de las mejoras del cerebro. No es muy difícil, porque negarse a mejorar el cerebro sería como argumentar que no es ético llevar gafas. Si nos hace mejor, ¿qué tiene de malo?
Lo que podría suceder, el primer caso planteado, es que esas técnicas aumentasen las desigualdades entre seres humanos: los modificados ganarían un respeto que se negaría al resto de los humanos. Sin embargo, la dignidad humana debería ser un derecho de todos nosotros, independientemente de nuestra condición.
La segunda argumentación en contra dice que el acceso a esos métodos (pastillas, implantes o lo que fuesen) sería desigual: no todo el mundo podría permitírselos. Ciertamente sería así, pero prohibirlos no parece la mejor solución; en ese caso garantizarías que sólo los ricos y dispuestos se beneficiarían de los mejoras. Garantizar el acceso universal parece más razonable.
El tercer argumento no me merece demasiada verosimilitud. Básicamente, es una versión del viejo «no es natural». Sin embargo, todo el mundo en que vivimos ahora está muy alejado de lo natural. Llevar gafas, tomar vitaminas, ir en coche, son todas actividades muy poco naturales. Nos beneficiamos de todas ellas, ¿por qué no de las mejoras cerebrales?
La cuarta y última argumenta que al final la gente se verá forzada a aceptar esas mejoras. No parece un argumento demasiado fuerte. Hoy mismo hay muchos pueblos que rechazan muchos otros avances sin mayor problema. El autor argumenta que sería más razonable legislar para evitar posibles presiones, antes que prohibir esos avances. Al hilo de esto, termina diciendo:
If anything, the impending revolution in our knowledge of the brain will require us to build the legal and social institutions that allow fair access to all who choose to do what most will feel is the right thing to do.