Grandes películas

Lista de 100 grandes películas. Pero nada de los sospechosos habituales –Ciudadano Kane o El padrino-, sino películas algo frikis, oscuras en ocasiones, pero buenas buenas. Yo he visto un montón de ellas, lo cual debe significar algo (no tengo claro qué). En cualquier caso, hay joyas como Pasaporte para Pimlico, Brazil, Un hombre lobo americano en Londres o (en cabeza) El hombre de mimbre.

(vía Microsiervos)

[Estoy escuchando: «The Hucklebuck» de Otis Redding en el disco The Dock of the Bay]

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Reseña de Azogue en The New York Times

The New York Times reseña Azogue (Quicksilver) y la encuentra una novela excesiva:

Stephenson clearly never intended »Quicksilver» to be one of those meticulously accurate historical novels that capture ways of thought of times gone by. Instead, it explores the philosophical concerns of today — or at least, the philosophical concerns of Stephenson. At its best, the novel does this through thrillingly clever, suspenseful and amusing plot twists. My favorite example is a section toward the end, when Eliza travels east on a spying mission and writes letters to one ambiguous ally in a many-layered code, knowing they will be intercepted and partly decoded by an ambiguous enemy, then further decoded by someone else.

But the novel is so swollen and overloaded that these delightful Stephensonian offerings are hard to follow — and even hard to identify. And »Quicksilver» suffers from a problem common in parts of trilogies: it feels unresolved. Will it turn out to be the first third of a carefully constructed meta-novel, or a messy chunk of a bigger mess? Is it complex, or merely random? Only the next couple of thousand pages will say for sure.

Estoy de acuerdo en que es enorme. Estoy totalmente en desacuerdo con respecto a que es difícil de seguir. Hay numerosas preocupaciones de Stephenson repartidas por el texto y, por tanto, hay que interesarse por las mismas cosas que él para seguir lo que tiene que decir. Por otra parte, es una novela que requiere leerse con atención y cuidado. Yo tengo la suerte de estar traduciéndolas, y por tanto me la leo palabra a palabra. Curiosamente, eso hace que mi disfrute de la obra de Stephenson sea mucho mayor.

Hay dos temas que fascinan a Stephenson y están presente en su obra. Uno es el fantasma en la máquina, o la falsedad de la versión fuerte de la inteligencia artificial. Hay una preocupación constante por el origen de la consciencia humana y si dicha consciencia podría ser reproducida en un ordenador. En La era del diamante salía que no. En esta novela el jurado sigue deliberando. Y la otra es el hackerimos, como pasión por una actividad que se ejecuta por el placer de realizarla, en plan La ética del hacker, sobre todo en los aspectos científico técnicos. En ese respecto, Criptonomicón era claramente una novela hacker, y Azogue lo vuelve a ser, sólo que estos hackers viven en el siglo XVII y son miembros de la Royal Society.

De hecho, Azogue plantea un viaje al pasado para explorar cómo muchas de nuestras preocupaciones modernas sobre la ciencia y la técnica hunden sus raíces en el tiempo. Por hacer, incluso hace que Leibniz se pasee por Londres con un ordenador portátil a cuestas después de haber aprendido la ciudad por medio de la realidad virtual.

[Estoy escuchando: «Dream Within a Dream [Instrumental]» de The Alan Parsons Project en el disco Tales of Mystery and Imagination]

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Planeta encantado

Una vez más, TVE ha demostrado que ser televisión pública es muy diferente a ser televisión de calidad. No bastaba con mostrar en pantalla una patética paleta de emociones, en bañar al espectador en lo más rastrero de la condición humana. No. Para demostrar la carencia absoluta de criterios de la televisión que pagamos todos, han decidido darle 8 millones de euros (quién los pillase) a J.J. Benítez para que repita sus fantasías como si de verdades se tratase.

Planeta encantado es un seudodocumental que pretende mostrar los misterios de este mundo. Por desgracia, los misterios suenan a inventados y lo único que tienen de asombroso es cómo consiguen mantenerse como misteriosos durante tanto tiempo. Las piedras de Ica fueron las protagonistas de este primer programa. Cualquier hipótesis que pudiese tacharlas de falsas era desestimada sin miramientos. Cualquier historia fantástica, por absurda que fuese, sobre su origen, era defendida con trucos retóricos que no se consentirían ni en un niño de cuatro años. No hubo ni el más mínimo espíritu crítico, ni la más mínima intención de descubrir nada. Simplemente, un señor aprovechó el dinero que le dieron para salir en pantalla todo lo posible y disfrazarse, como bien dice Joni Karanka, «de Rodríguez de la Fuente del misterio».

Daurmith da una perspectiva del asunto.

[Estoy escuchando: «Rain Street» de The Pogues en el disco Hell’s Ditch]

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