El español y la política

Javier María se preocupa en «El oficio de oír llover» (El país semanal, 28 de septiembre de 2003) por el idioma, especialmente por la forma de hablar de los políticos, verdaderos expertos en hablar sin decir nada:

El nuevo portavoz del Gobierno, señor Zaplana, casi se estrenaba en le cargo y daba una rueda de prensa. Era el día en que Sharon había ordenado desahuciar a Arafat, y centenares de palestinos habían empezado a concentrarse junto a la chabola de éste, para arroparlo. A Zaplana se le preguntó por la postura del Gobierno al respecto, y respondió lo que sigue, tal cual: «Bien, el Gobierno, lo que piensa en ejtos momentos, ej que la situación requiere, medidas que contribuyan a disminuir la tensión, ¿no?, y no a incrementarla» Y aún tuvo el valor de apostillar: «Y con esto yo creo, puej que le digo, de forma más o menos clara, cuál ej la posición del Gobierno en ejtos momentos, ¿no?» (Si me permito reproducir la atrocidad fonética es porque no se debía a acento de región alguna -ninguno es mejor que otro y todos son respetables-, sino a una mala dicción injustificada en quien tiene estudios y es Ministro.)

Y añade de inmediato:

Habría allí una veintena de periodistas, y ninguno fue capaz de intervenir y decirle: «Pues no, no nos la ha dicho, ni más clara ni menos clara. En realidad no ha dicho nada de nada. Lo que usted ha soltado es el vacío más absoluto, y lo único claro es, por tanto, que el Gobierno no tendrá ni puta idea hasta que Colin Powell le dé unas órdenes a su esclava libre. La verdad, no sé ni para qué le preguntamos».

María se adentra luego en una interesante elucubración más o menos acertada sobre nuestra capacidad para hablar y hablar sin decir nada. Pero ahora mismo me gustaría quedarme ligeramente en la superficie Política -lo escribo en mayúsculas porque me refiero a la Política no a lo que hacen nuestros políticos- del asunto y recordar aquel ensayo de Orwell llamado precisamente «Politics and the English Language» donde el autor se interrogaba por las causas económicas y políticas del declive del lenguaje. Declive que caracterizaba precisamente así, como nuestra capacidad de pensar mal con el lenguaje, de hablar sin decir nada, o hablar expresando mal lo que queremos decir.

Now, it is clear that the decline of a language must ultimately have political and economic causes: it is not due simply to the bad influence of this or that individual writer. But an effect can become a cause, reinforcing the original cause and producing the same effect in an intensified form, and so on indefinitely. A man may take to drink because he feels himself to be a failure, and then fail all the more completely because he drinks. It is rather the same thing that is happening to the English language. It becomes ugly and inaccurate because our thoughts are foolish, but the slovenliness of our language makes it easier for us to have foolish thoughts. The point is that the process is reversible. Modern English, especially written English, is full of bad habits which spread by imitation and which can be avoided if one is willing to take the necessary trouble. If one gets rid of these habits one can think more clearly, and to think clearly is a necessary first step toward political regeneration: so that the fight against bad English is not frivolous and is not the exclusive concern of professional writers. I will come back to this presently, and I hope that by that time the meaning of what I have said here will have become clearer. Meanwhile, here are five specimens of the English language as it is now habitually written.

Pensamos mal y nos expresamos mal. A continuación, esas expresiones se solidifican y afectan a nuestros pensamientos. Después, ya no podemos pensar bien porque las expresiones que usamos -Orwell se refiere sobre todo a metáforas y frases hechas- están ya contaminadas: parecen expresar algo, pero ese algo es raramente lo suficientemente concreto como para realmente significar o transmitir una idea. Como el Zaplana que cita María: ¿qué son exactamente «medidas que contribuyan a disminuir la tensión»? Sin esa información vital, todo se desmorona.

En el caso de los políticos, la cosa tiene su explicación: si eres político es conveniente que no se te entienda. Si se te entiende, entonces alguien podría venir y decirte que te equivocas, que esa solución, por muy bienintencionada que sea, es errónea. Pero si eres lo suficientemente vago… bien, ¿quién en su sano juicio iba a estar en contra de «medidas que contribuyan a disminuir la tensión»? Como no sabemos bien cuáles son esas medidas, es fácil estar a favor, y muy difícil -a menos que uno deconstruya el discurso, como ha hecho Javier María- especificar en qué se equivoca el ministro.

Sin embargo, somos todos culpables de ese pecado, del arte de hablar y no decir nada, aunque los políticos lo han llevado ciertamente a la perfección: usamos continuamente palabras cargadas -«pirata», por ejemplo, ¿quién querría ser un pirata?- con las que creemos expresar algo y que sin embargo sirven ante todo para evitar la reflexión. Orwell aconsejaba cuidar el inglés, para pensar mejor en esa lengua y tener así una mejor sociedad. Quizá deberíamos plantearnos lo mismo con nuestro español.

[Estoy escuchando: «Do Nothin’ Till You Hear from Me» de Robbie Williams en el disco Swing When You’re Winning [Expanded] (1 of 2)]

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