No me gustó tanto como quizá hubiese querido, pero ciertamente me gustó más que las otras películas de superhéroes que he visto últimamente (repito, las que he visto, que otras ni me he molestado). Empieza tan bien y parte de un planteamiento tan interesante que deseaba con toda mi alma que siguiese por ese camino. Por desgracia, Hulk se mueve entre el deseo de crear una película intimista y psicológica y la fidelidad al cómic original, una tensión que finalmente acaba rompiéndola. En cualquier caso, el resultado vale la pena: no es tanto que sea buena -tiene un nivel aceptable- como que es interesante, más de lo que puedo decir de otras.
La película arranca con un largo prólogo que cuenta los orígenes del personaje. Un científico -David Banner- que trabaja para un laboratorio militar (por cierto, aparentemente los nombres David y Bruce se refieren al mismo personaje. Es decir, en la serie de televisión el protagonista se llama David Bruce Banner y en los cómics el padre tiene otro nombre. Hay quien apunta que ese chiste interno podría ser una de las claves de la película al plantear que el hijo -Bruce- posee gran parte del material genético del padre -David) investigando la regeneración celular. Experimento tras experimento acaba inyectándose a sí mismo -en la mejor tradición del científico loco, que de eso se trata- cuando se le niega el permiso para experimentar con humanos. Por desgracia, su mujer se queda embarazada y asistimos a la fascinación absoluta del padre al comprobar que el hijo ha heredado modificaciones genéticas resultado de sus experimentos (no se nos aclara cómo sucede tal cosa y tampoco importa).
Cuando los militares descubren sus experimentos le cierran el laboratorio y el padre intenta resolver la situación con una medida drástica. Por desgracia, consigue traumatizar a su hijo de por vida. Cuando nos volvemos a encontrar con Bruce Banner, vive con una familia adoptiva y se dispone a ir a la universidad para convertirse en un gran científico. Más tarde, ya nos lo encontramos convertido en investigador y trabajando en el campo de la regeneración celular empleando en esta ocasión nanomáquinas y rayos gamma -como ven, las taras de los padres visitan a los hijos. Y por cierto, su compañera de investigaciones es la hija del militar que cerró los experimentos de su padre. Todos los elementos de un drama familiar.
De súbito el padre reaparece, dispuesto a ayudar a su hijo. Lo que no sabemos es qué entiende por ayudar y durante parte del metraje es un personaje algo ambiguo, aunque toma decisiones terribles que no sabemos si se deben a la confusión o a la maldad. Por tanto, si el padre es el amigo o el enemigo de su hijo no queda claro durante la primera parte de la película. Mientras tanto, el general Ross, padre de ella, se pinta como el malo -aunque el realidad el malo maloso es otro- y su personaje se va remodelando hasta convertirse en otra figura atrapada en una estructura que le supera y que no acaba de poder controlar.
Aparentemente, Ang Lee buscaba un tono de tragedia griega para la película, por tanto, la rigidez del destino, trágico y marcado de antemano, está presente, aunque modernizado para que sea la rigidez del destino genético. Bruce Banner es un hombre con una tara, una naturaleza animal que no puede controlar y que lucha por salir de su cuerpo, un componente irracional que se enfrenta a su racionalidad científica. ¿Es de extrañar por tanto que los conflictos de la película sean edípicos -y, me acabo de dar cuenta- eléctricos?
En cualquier caso, la naturaleza interior de Bruce Banner se ha manifestado a lo largo de su vida en forma de pesadillas que le daban a entender la presencia de otra realidad. Pero la súbita reaparición de su padre cambia las cosas. David Banner parece obsesionado en recuperar los secretos genéticos contenidos en el cuerpo de su hijo -digamos que los genes de Bruce Banner han logrado una integración mejor de las características que David Banner se inyectó; el hijo supera a su padre. Quizá la intervención del padre sea lo que desata los accidentes, quizá sea casualidad, pero Bruce Banner recibe una dosis de nanomáquinas y rayos gamma y…
Se transforma en el gigante verde que todos recordamos de la infancia. Después de varias vicisitudes, incluyendo una espectacular pelea con caniches salidos del infierno, los militares capturan a Hulk y lo llevan a la misma base en la que creció de niño y en la que su padre investigaba. Mientras tanto, David Banner hace lo posible por despertar las potencialidades de sus propios genes, sometiéndose a nanomáquinas y rayos gamma y obteniendo así extraños poderes.
Y desde mi punto de vista, aquí es donde empiezan a ir mal las cosas. Toda la primera parte ha tenido un planteamiento interesantísimo pero la fidelidad al cómic manda y en cuanto Hulk está disponible como personaje hay que emplearlo: supongo que nadie iría a ver la película si Hulk no saliese mostrando lo que puede hacer. Hay una ligera crítica a la avaricia empresarial -quieren el material genético de Hulk para patentarlo y ganar una fortuna-, los militares salen relativamente bien parados -le disparan a Hulk pero sinceramente creen hacer lo mejor- y asistimos a una interminable y en ocasiones aburrida persecución por el desierto, una de esas escenas espectaculares pero que no aportan demasiado. Sí, Hulk es un personaje perseguido, pero con unos minutos bastaba para dejarlo claro. La inutilidad de la escena se manifiesta al contrastarla con las dos primeras apariciones de Hulk. En la primera, destruye su propio laboratorio quizá cabreado porque de alguna forma lo sabe responsable de su transformación. En la segunda, lucha contra los perros pero lo hace para salvar a una persona indefensa que no tendría ninguna oportunidad frente a esos animales. La persecución por el desierto no es más que un homenaje al cómic original sin mayor sentido. Vale, en ocasiones es espectacular, vale, en ocasiones es inteligente y divertida, pero no es más que una cacería demasiado larga (incluyendo el obligatorio momento «parece que lo hemos matado pero no»).
Y mientras tanto, se olvidan de los personajes que tan bien han situado. Betty Ross pasa a una especie de segundo plano, convertida en un tranquilizante para monstruos -aunque su personaje se tiñe de cierta ambigüedad humana al colaborar con los militares- y el conflicto con su padre el general se resuelve en unas pocas escenas algo patéticas. Por suerte, el padre de Bruce reaparece con sus nuevos poderes y ya manifestando toda su locura. Nick Nolte lo interpreta muy bien, quedándose justo en la línea que separa lo exagerado de lo directamente chusco, y consigue que el intercambio con Bruce Banner tenga mucha gracia. El padre desea lo que el hijo tiene, y lo quiere a cualquier precio. Eso sí que es un padre dominante.
Está claro lo que han tratado de hacer con esta película: combinar la reflexión sobre el destino personal y el cómic de superhéroes. No dudo que se pueda hacer, porque el propio Ang Lee lo demostró el Tigre y dragón, pero en las películas no hay mucho tiempo y es preciso elegir. En un cómic, o una serie de televisión, tienes espacio de sobra para hacer cosas y puedes ir modificando y cambiando la trama para hablar de lo que quieras. En dos horas de película apenas queda tiempo para nada y por tanto hay que elegir con cuidado. Hulk no lo hace y se queda a medias. Arranca con un planteamiento intimista y psicológico y luego pasa a una película de acción, pero en dos partes diferentes que no acaban de casar entre ellas.
Pero al menos lo intenta.
Es más de lo que puedo decir de otras películas de superhéroes.
Una mención aparte merece el Hulk creado por ordenador. Da francamente el pego en casi todo momento. En la interacción con humanos se nota que no «está» ahí. Pero cuando se mueve por el paisaje -o dentro de un edificio- o se enfrenta a máquinas, el resultado es muy bueno. En algunos momentos parece un dibujo animado, sí, pero en general da realmente la impresión de una presencia física real.
Y para que quede definitivamente claro, mis películas preferidas de superhéroes son Superman y La sombra.
[Estoy escuchando: «Scherzo. Wuchtig» de Mahler en el disco Sinfonía número 6 en la menor]