Sobre Cápsulas, de Mario Bunge

El sábado pasado, día 26, me encontré en Babelia (el suplemento cultural de El País) un curioso ejemplo de intelectualidad. Lo presentaba Enrique Lynch y se trataba de una reseña del libro Cápsulas de Mario Bunge. Empezaba así:

En ¿Qué quiere decir pensar?, Heidegger lanza su célebre anatema: «la ciencia no piensa», cuidando de no herir susceptibilidades de los científicos pero -eso sí- con todas las letras, desde una serena (y autorizada) superioridad especulativa sobre ellos. ¡Cuán atinada parece esa sentencia heideggeriana tras leer estas «cápsulas» de Mario Bunge, el metodólogo que más cabalmente identifica el llamado «pensamiento científico»!

Evidentemente, a cualquier persona racional se le dispararían de inmediato las alarmas. Nos encontramos, para empezar, con un argumento de autoridad, es decir, se hace referencia a alguien importante, en este caso nada menos que el filósofo Martin Heidegger, para sostener una afirmación demoledora: «La ciencia no piensa». ¿Estaba autorizado Heidegger para decir tal cosa? Según Enrique Lynch, sí, por su «superioridad especulativa». Por desgracia, no nos aclara qué significa tal cosa o sí, por ejemplo, Heidegger conocía bien el mundo de la ciencia (por ejemplo, había estudiado física o biología) como para decir tal cosa. Es decir, por mucho Heidegger que sea, su afirmación tendría que poderse demostrar o fundamentar, no basta con que lo dijese Heidegger.

Sin embargo, la deshonestidad intelectual va todavía más lejos. El autor de la reseña nos presenta la frase de Heidegger dejándonos creer -es decir, nos ahorcamos nosotros mismos- que si Heidegger dijo eso estaba usando las palabras en el mismo sentido en que las usamos las personas normales que no somos filósofos. Por suerte, vivimos en la época de internet y es muy fácil encontrar ese ensayo de Heidegger. ¿Dijo Heidegger «La ciencia no piensa»? Pues sí, y el párrafo pertinente parece ser éste:

Porque es verdad: lo dicho hasta ahora, y toda la dilucidación que sigue, no tiene nada que ver con la ciencia, y ello precisamente cuando la dilucidación podría ser un pensar. El fundamento de este estado de cosas está en que la ciencia no piensa. No piensa porque, según el modo de su proceder y de los medios de los que se vale, no puede pensar nunca; pensar, según el modo de los pensadores. El hecho de que la ciencia no pueda pensar no es una carencia sino una ventaja. Esta ventaja le asegura a la ciencia la posibilidad de introducirse en cada zona de objetos según el modo de la investigación y de instalarse en aquélla. La ciencia no piensa. Para el modo habitual de representarse las cosas, ésta es una proposición chocante. Dejemos a la proposición su carácter chocante, aun cuando le siga esta proposición: que la ciencia, como todo hacer y dejar de hacer del hombre, está encomendada al pensar. Ahora bien, la relación entre la ciencia y el pensar sólo es auténtica y fructífera si el abismo que hay entre las ciencias y el pensar se hace visible, y además como un abismo sobre el que no se puede tender ningún puente. Desde las ciencias al pensar no hay puente alguno sino sólo el salto. El lugar al que éste nos lleva no es sólo el otro lado sino una localidad completamente distinta. Lo que se abre con ella no se deja nunca demostrar, si demostrar significa esto: deducir proposiciones sobre un estado de cosas desde presupuestos adecuados y por medio de una cadena de conclusiones. Aquel que a lo que sólo se manifiesta en tanto que aparece desde sí ocultándose al mismo tiempo, aquel que esto sólo lo quiere demostrar y sólo lo quiere ver demostrado, éste en modo alguno juzgará según un módulo superior y riguroso de saber. Sólo calcula con un módulo, y además con un módulo inadecuado. Porque a lo que sólo da noticia de sí mismo apareciendo en su autoocultamiento, a esto sólo podemos corresponder señalándolo y, con ello, encomendándonos nosotros mismos a dejar aparecer lo que se muestra en su propio estado de desocultamiento. Este simple señalar es un rasgo fundamental del pensar, el camino hacia lo que, desde siempre y para siempre, da que pensar al hombre. Demostrar, es decir, deducir de presupuestos adecuados, se puede demostrar todo. Pero señalar, franquear el advenimiento por medio de una indicación, es algo que sólo puede hacerse con pocas cosas y con estas pocas cosas además raras veces.

Ignoro si Heidegger escribía habitualmente así o la traducción es un embrollo. En cualquier caso, parece quedar claro que Heidegger está usando la palabra «pensar» de una forma muy específica -él mismo en el párrafo que cito se opone el sentido habitual de pensar con el sentido que está empleando-, de hecho, tan específica que el ensayo entero va de que todavía no pensamos: si se me permite una contextomía propia «El hecho de que nos ocupemos de la Filosofía puede incluso engañarnos con la pertinaz apariencia de que estamos pensando, porque, ¿no es cierto?, «estamos filosofando»». Sólo la filosofía se acerca, pero parece quedar claro que ni siquiera los filósofos «piensan» (no voy a pretender haber entendido el ensayo, los filósofos me dirán lo que significa).

Para hundir más a la ciencia en su miseria, Enrique Lynch afirma que Heidegger, muy amable él, intenta no «herir susceptibilidades». Sin embargo, parece más bien que no le interesaba mayormente el asunto y que lo comenta simplemente porque habitualmente se considera que la ciencia piensa (obsérvese, por otra parte, que aquí no nos dice qué es una ciencia). Como Heidegger se apresura a añadir: «El hecho de que la ciencia no pueda pensar no es una carencia sino una ventaja», creo que el autor de la reseña ha cometido una severa contextomía, es decir, ha citado lo que le interesaba de un párrafo sin permitir las matizaciones que el autor original hubiese añadido y además sin aclararnos los sentidos en que el autor original usaba los términos.

Sin embargo, la cosa va a más, porque aparte de una apelación a la autoridad y una cita fuera de contexto, tenemos también un non sequitur: ¿qué la ciencia no piense afecta a Mario Bunge? Después de todo, el pensador argentino es ante todo un filósofo y sus preocupaciones son filosóficas. Tiene un doctorado en física, lo que desde mi punto de vista da mucho más interés a sus investigaciones filosóficas sobre la ciencia. Pero ojo, que hacer filosofía de la ciencia no es lo mismo que hacer ciencia (aunque los filósofos parecen opinar que pensar sobre la madera es carpintería), distinción que Bunge siempre ha parecido tener clara. Según el propio Heidegger, Mario Bunge como filósofo es alguien que se acerca a «pensar».

Por tanto, ¿qué tiene que ver este primer párrafo con una reseña de un libro de Mario Bunge? Pues nada, en realidad, porque el texto casi no hace referencia al libro, sino que reseña se convierte en un ataque a su figura y también a la ciencia. No es que me parezca mal, porque criticar a Bunge o criticar a la ciencia son actividades legítimas: ¿pero no debería dejarse eso mejor para un ensayo y en una reseña criticar al libro en concreto si fuese menester?

Me sorprendió leer tal reseña en Babelia. No es que Babelia me parezca un gran suplemento cultural (en mi opinión, ha perdido mucho en los últimos diez años) pero sí le asumo cierto rigor reflexivo. Por otra parte, no es habitual leer reseñas negativas en Babelia, lo que convierte este caso en curioso. Además, aunque hace ya unos quince años que no leía nada de Mario Bunge, lo recordaba como un autor muy preocupado por el rigor, interesado en reflexionar con claridad y nitidez y con la mayor precisión posible. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con él, pero nadie puede acusarle de no fundamentar o razonar lo que afirma. De hecho, disfruté mucho de sus libros -especialmente con los de filosofía de la física- en mi época de estudiante porque siempre me pareció que el hombre sabía lo suficiente de física como para entender las teorías que discutía. Comprendan por tanto mi perplejidad y que corriese de prisa al El corte inglés a comprarme un ejemplar (la única librería abierta en Santiago un sábado por la tarde) nada más leer una reseña tan destructiva.

Verán, Enrique Lynch no ahorra epítetos para describir a Mario Bunge, usando todo tipo de palabras cargadas: en un sólo párrafo le acusa de estar lleno de prejuicios, de ser arbitrario, de tener fobias y envidias y termina con un «de modo que bienvenido sea este vademécum cientificista del más ortodoxo de los positivistas lógicos para desenmascararla [la ideología de los metodólogos]». Aparentemente, ser «positivista» es un crimen de un grado tan extraordinario que merece toda condena. Ahora bien, ¿es Mario Bunge un «positivista lógico»? Pues no lo sé, pero por la forma en que habla del positivismo no lo parece, la verdad. En el primer ensayo del libro, dedicado a Karl Popper, relata con alegría una anécdota de Popper contra los positivistas y más tarde dice, refiriéndose a la opinión de Popper del libro de Bunge La investigación científica:

Sobre todo, a Karl no le gustó que yo adoptase una posición que no era la suya ni la positivista, sino la mía propia.

De hecho, las pocas menciones que hace Bunge del positivismo en su Filosofía de la física son para criticarlo. Bunge siempre me pareció, más bien, un realista: es decir, aceptada cierta metafísica -porque todo empieza siempre con una metafísica-: la existencia de la realidad independiente, que esa realidad es cognoscible, etc.. podemos empezar a construir el edificio de una ciencia (entiendan, ésta es mi caracterización del pensamiento de Bunge muchos años después de haberle leído. No dudo que pueda ser muy errónea). Y aunque Bunge fuese un positivista, eso habría que criticarlo y comentarlo con referencia a sus escritos. Sin embargo, no es así, Enrique Lynch nos ofrece un resumen de lo que el considera la filosofía neopositivista (usa los términos neopositivismo y positivismo como si fuesen intercambiables lo que no sé si es correcto) pero sin referirse jamás a ningún párrafo, ensayo o página concretos del libro en cuestión. Es más, opera como si el lector fuese un profundo conocedor de la obra de Bunge pero a la vez sabiendo que no lo es y que por tanto aceptará su resumen como veraz. Y luego, lista el montón de cosas que quedan excluidas de esa filosofía:

Piensen ustedes cuántas cosas hay en el mundo que no cumplen con este requisito y sabrán la envergadura de lo que queda proscrito por la ideología neopositivista. Toda fantasía, ensoñación, disonancia conceptual o terminológica, toda metáfora, juego, símbolo o paradoja en filosofía, todo lo que no sea metodológicamente «científico» o que sea sospechoso de ficción, es perseguido de forma implacable por esta especie de Inquisición renacida.

Me atrevo a señalar una falacia más: el hombre de paja. Se nos presenta una lista de cosas bonitas y maravillosas que desaparecerán del mundo por culpa de la filosofía de Mario Bunge, vamos, que sólo le falta acusarle de violar caniches. Luego, de inmediato, vuelve a hacer uso de una palabra cargada: inquisición. ¡Qué terrible ser un inquisidor! ¡Qué malo por exigir que quemen a la gente en la hoguera o los fusilen en el paredón! Por supuesto, esa inquisición no existe, porque estamos ante un caso de «difama que algo queda». Sólo he podido leer algunos de los ensayos de Cápsulas, pero la verdad es que todavía estoy por encontrar a las víctimas de esa supuesta inquisición. Bunge habla de mucha gente, normalmente desde el respeto y el halago, señalando los aspectos positivos de su pensamiento y los aspectos negativos de sus ideas. ¿No es lícito hacerlo? ¿Si uno cree que Popper o Kuhn se equivocaban no debe decirlo? Sé que la filosofía se ha convertido últimamente en un movimiento y veneración de muertos, pero creo que todavía conserva el interés por la discusión y la crítica intelectual. Es decir, ¿no es hipocresía que Enrique Lynch critique a Bunge por criticar? Sí, éste se mete con muchas corrientes -el posmodernismo, por ejemplo- y gente -Feyerabend (quien sale muy mal parado, llegando Bunge a afirmar que no tiene nada bueno que decir de él. Entiendo que se refiere a que no tiene nada bueno que decir de él como pensador)- y en ocasiones las acusa de tener efectos destructivos. No Bunge el primero en hacerlo, ni tampoco el más vehemente en sus críticas: me permito recordar Higher Superstition (sobre el estado de la anticiencia en la universidad americana) o Imposturas intelectuales. Refiriéndonos a la lista de cosas bonitas. ¿Quedan excluidas del mundo? No lo creo, más bien me parece que quedan excluidas de la ciencia. Es decir, un filosofo que se ocupa de la ciencia no se preocupa de esas cosas porque no pertenecen al orden de lo científico (lo que no excluye, por supuesto, que en el futuro puedan pertenecer a él). En Filosofía de la física dice:

Seguramente, la física no excluye el concepto de realidad sino que lo restringe al nivel físico, dejando a otras ciencias la tarea de investigar otros niveles, en particular, el de la experiencia humana. Ninguna teoría física hace la suposición de que su objeto sean sentimientos, pensamientos, o acciones humanas: las teorías físicas se refieren a sistemas físicos.

Lo cual parece bastante razonable.

Volviendo a Cápsulas, en el ensayo «El Papa y la evolución» escribe contra las verdades reveladas y contra el dualismo mente-cerebro que según él:

El problema más grave de este dogma es que obstaculiza la investigación científica de los procesos mentales, y por lo tanto el tratamiento médico de los trastornos mentales.

Yo en particular, estoy de acuerdo. Pero comprendo perfectamente que alguien no lo esté y lo critique. ¿Pero no habría que hacerlo citando en concreto su opinión y especificando en concreto en qué se equivoca?

Pero volvamos a la reseña y al último ejemplo de deshonestidad intelectual que quiero comentar. Se produce al final del penúltimo párrafo cuando dice:

Y no se priva de darle un repaso a su mentor académico, José Luis Romero, por idealista, a Eva Perón y al mismísimo Popper, porque tuvo la osadía de declararse racionalista, pero -qué lástima- crítico.

De nuevo, exasperantamente, nos niega la cita concreta y ni siquiera nos indica en qué ensayo o página dice Bunge tal cosa sobre Popper. Nos vemos reducidos por tanto a recurrir a las suposiciones y deducir que se refiere a la nota «La filosofía social de Popper» (recuerdo que no he leído el libro completo, así que podría equivocarme) donde critica al pensador por haber creador una filosofía social crítica, es decir, que destacaba los aspectos negativos de la sociedad y no proponía cómo corregirlos. El último párrafo dice:

Para trabajar eficazmente por un mundo mejor hay que empezar por tener una visión precisa del mundo actual y otra del mundo deseable. Popper no tuvo la una ni la otra: no fue científico ni visionario. Fue esencialmente un crítico, tanto en lo social como en lo epistemológico. Aprovechemos sus críticas válidas pero no nos conformemos con ellas. La filosofía, como la ciencia, debería darnos tanto síes como noes.

Obsérvese qué diferencia. Bunge no critica a Popper por haber sido un crítico, lo critica por haber sido sólo un crítico. Es decir, sus críticas tienen mucho valor pero no nos sirven para sabe qué hacer a continuación.

¿Enrique Lynch no sabe leer o deforma deliberadamente las palabras de Bunge para dejarle mal? No lo sé, pero cuando leo la reseña de un libro tengo siempre la esperanza, absurda por lo que parece, de que se refiera al libro que el reseñador ha leído y no al libro que cree haber leído. Incluso tiene la curiosa desfachatez de terminar el texto diciendo:

Pero lo que más -como cualquier inquisidor- da es un poco de miedo.

Y yo me pregunto: ¿quién es más inquisidor: el que critica con argumentos las posiciones de los demás o el que deforma citas y ataca hombres de paja para evitar que un libro se lea? ¿El que discute las ideas de los demás en un intercambio intelectual abierto o el que pretende suprimir la lectura de un libro?

Lo peor de este asunto, es que me parece recordar (vagamente, por lo que es posible que no fuese él) otra reseña de Enrique Lynch de un libro que me pareció que trataba un tema interesante pero que ponía muy mal. No lo compré, pero ahora que he tenido la oportunidad de contrastar una reseña suya con un pensador al que conozco me empiezo a arrepentir.

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p class=»media»>[Estoy escuchando: «I’ve Got a Theory/Bunnies/If We’re Together» de Original Television Soundtrack en el disco Buffy the Vampire Slayer: Once More With Feeling [Musical Episode Soundtrack]]

Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. Manuel Retes

    Don Jorge:
    Si este hombre, Heidegger, es un filosofo y, segun dicen por ahi, la cortesia del filosofo es la claridad, el susodicho es descortes, lo cual no seria una mera referencia irracional ad hominen, ya que conspira contra la racionalidad y esto, que en un pais sediento de racionalidad como el de un servidor (Argentina) y que tanto dolor y muerte infaltil al cuete ha causado (soy Pediatra), es algo mas que una mera "referencia".
    Muy bueno lo suyo, Don Jorge.

    Nota: mi teclado carece de "acentos"

  2. Lucas

    Muy buen artículo!

  3. VANE

    MUY BIEN

  4. Jaime Fisher

    Hola Jorge:
    8 años después encontré lo que escribiste y, si todavía andas en este mundo, te felicito por tu blog; desde luego, si ya no andas en este mismo mundo no te felicito, pues sería un gasto inútil de energía felicitadora.
    En general coincido contigo. Este post me parece particularmente certero en tu crítica a Lynch. Sólo una cosa quisiera comentarte: ¿no te parece que «el libro que leyó Lynch» y «el libro que Lynch cree haber leído» son uno y el mismo libro? Quiero decir con esto, por supuesto, que serían uno y el mismo libro ‘para él’, es decir, para Lynch.
    Las diferencias de opinión se originan -según me parece- en ‘ultima instancia’ en las distitnas e inefables experiencias subjetivas que tienen los agentes de tales experiencias (‘quale’ creo que les llaman los filósofos ) . Creo también por ello, entonces, que debe haber y hay en el mundo algo que es como ser Lynch (o como ser Jorge, ser Pablo o Pedro, o ser Heidegger o ser Nagel, o ser un murciélago ). El problema central a resolver en el tema fundamental (moral y político) acerca de cómo hemos de vivir se hallaría entonces en acordar qué quale son las ‘correctas’, las ‘verdaderas ‘o las ‘adecuadas’. Como no tenemos acceso al ‘punto de vista de dios’ la única manera que nos queda en la escala humana para ‘contrastar quale’ es mediante el diálogo público y en un lenguaje claro y directo que respete la referencia a las evidencias empíricas disponibles y los principios fundamentales de la lógica. Creo que esto último es precisamente lo que hace y propone hacer Mario Bunge; y por eso estoy de acuerdo con él, y contigo. Y por eso también abomino de Heidegger y, sobre todo, de los heideggerianos y de los posmodernos, de todos juntos en montón y también de cada uno por su lado.

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