Ejerce el poder

Me encontré este anuncio contra las drogas en una parada de guagua:

El texto dice: «Si tienes el poder de hacerles creer que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos, imagínate el poder que tienes». Va dirigido primero a educadores, medios de comunicación, publicitarios, deportistas, políticos… Pues no sé, la verdad. En primer lugar, yo pensaba que el teorema de Pitágoras era algo que se podía demostrar y por tanto no hacía falta «creer» en él (supongo que sí hace falta creer en los axiomas de la geometría o la aritmética). En segundo lugar, y ahora hablando como ex profesor, creo que pocos educadores se sentirán con el poder de hacer «creer» cosas a sus alumnos. Los míos, mis alumnos no mis profesores, siempre me parecieron personas eminentemente pragmáticas que como mucho se molestaban en hacer algo o memorizar algo para aprobar (otro no se molestaban). Lo de creer en las cosas que les decía me parece que nunca entró en sus planes. Tenían cosas más importantes de qué preocuparse.

Lo de creerse lo que dicen los políticos ya no lo voy a comentar.

[Estoy escuchando: «Bergen» de Benito Cabrera en el disco Travesías]

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Aerogeneradores

En nuestra salida de este fin de semana he podido comprobar un hecho curioso: la costa de la muerte sufre una infestación de aerogeneradores. Y no una infección pequeñita de unos cuantos, sino un buen montón de ellos en lo más alto, todos allí girando pacientemente, produciendo electricidad y sin duda aguardando a su Quijote como si de personajes de Beckett se tratase:

Ojo, que no tengo nada en contra de esos cacharros. De hecho, me resultan vagamente tranquilizadores.

Subiendo y bajando por las carreteras pudimos disfrutar de algunas vistas impresionantes. Lástima que el tiempo no acompañase, pero esto es Galicia y el tiempo rara vez acompaña:

En justicia, pillamos varias horas de sol (bastaba con estar en el sitio justo) y pudimos ir a la playa en Ancoradoyro y Carnota. Precisamente en un quiosco de Carnota encontré un Super Humor con mi historia preferida de Mortadelo: «El caso del bacalao», que me parece una perfecta traslación en cómic del concepto de lo sublime que tenía Edmund Burke. Venía buscándolo desde hace tiempo (debo tener otro ejemplar, aunque estará en un continente diferente) pero sin suerte:

Viene otra historia curiosa: «¡Valor y al toro!». El estilo es reconociblemente el de Ibañez, pero también es diferente. Incluso Filemón lleva una chaqueta roja y va sin pajarita, e incluso los disfraces de Mortadelo tienen cremallera. ¿Hay alguna razón para eso? ¿Lo dibujó alguien imitando el estilo de Ibañez? ¿Lo hizo Ibañez para otro mercado?

[Estoy escuchando: «Alto polkaje» de Benito Cabrera en el disco Travesías]

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The Transparent Society

Se podría acusar a David Brin de ser un optimista a muerte, pero yo más bien sospecho que pertenece a la tradición eminentemente pragmática de los padres fundadores americanos: se hace lo mejor posible dentro de lo que se puede hacer. Si hoy hacemos lo mejor, el futuro ya se encargará el solito de acercarse a la utopía. Ahora que lo pienso, puede que sí sea optimismo. En cualquier caso, esta es mi visión del primer capítulo, «The Challenge of an Open Society», de su libro The Transparent Society.

David Brin se mete de lleno en el debate entre intimidad (que ahora llaman privacidad) y libertad, y lo hace de forma ciertamente curiosa: negando que exista disputa entre intimidad y libertad, o mejor dicho, que la pérdida de la intimidad conlleve automáticamente pérdida de libertad. Todo depende de cómo se haga. Es más, inevitablemente tendremos que decidir cómo manejar y enfrentarnos a la pérdida de intimidad. Parte de un supuesto, para llegar a esa conclusión: el avance tecnológico nos quitará la intimidad queramos o no. Es decir, la Sociedad Transparente del título es inevitable. En lo que respecta a ese punto, hay pocas razones para pensar que se equivoca.

(El subtítulo del libro -Will Technology Force Us to Choose Between Privacy and Freedom?- es deliberadamente erróneo. Brin plantea que no es necesario elegir, que se puede nada y guardar la ropa. Quizá sí sea un optimista.)

Para centra la cuestión, plantea dos posibilidades en forma de dos ciudades. Las dos están llenas de cámaras y cualquiera que se mueve por sus calles está bajo continua vigilancia. En la primera ciudad, las imágenes de las cámaras sólo están disponibles para la policía que las usa como mejor le parece. En la segunda, cualquiera puede conectarse desde su casa a cualquier cámara, incluso a las cámaras situadas en la sala de control de la central de policía. En la primera ciudad, los ciudadanos son vigilados por sus guardianes. En la segunda, los ciudadanos pueden vigilarse unos a otros y además vigilar a sus guardianes.

Puestos a elegir, ¿en qué ciudad querría vivir?

La alternativa, según Brin, es por tanto aceptar la pérdida de la intimidad y en consecuencia asegurarnos de que cualquiera pueda tener acceso a los datos que produzcan las cámaras o cualquier otro sistema de vigilancia. En caso contrario, por ejemplo, promulgando leyes que protejan las intimidad a pesar de los avances tecnológicos, sólo conseguiremos que los sistemas de vigilancia estén en manos de los ricos, los poderosos y los criminales. Creeremos vivir en una sociedad que garantiza la intimidad, pero en realidad viviremos en una ciudad que ha desplegado cámaras muy pequeñas y que los ciudadanos no podremos ver.

Oh, we may agitate and legislate. But cant «privacy laws» really prevent hidden eyes from getting tinier, more mobile, and clever? In software form they will cruise the data highways. «Antibugs» technologies will arise, but the resulting surveillance armas race can hardly favor the «little guy». The rich, the powerful, police agencies, and technologically skilled elite will always have an advantage.

Para Brin, la única forma de garantizar la libertad es mantener la posibilidad de la crítica, es decir, la posibilidad de examinar las actividades de los ricos y poderosos, de las grandes corporaciones y de los gobiernos. La transparencia nos permitirá conocer lo que hacen. Por desgracia, eso es precisamente lo que ninguna gran empresa o gobierno desea, y los errores se entierran en el más absoluto secreto. Por desgracia, a medida que avanza la tecnología, los errores pueden llegar a ser muy costosos.

En la introducción de libro, Brin plantea ya su posición básica: lo importante es la responsabilidad. Poder saber quién ha hecho qué cuándo. Para el resto de nosotros, nuestra defensa radicará en que nuestras actividades cotidianas carecerán de tal importancia que nadie prestará atención, especialmente cuando las actividades de los demás son tan transparentes como las nuestras (pone por ejemplo un restaurante, en el que todos los comensales hablan sin preocuparse).

Brin se plantea defender la posición a favor de la transparencia, destacando que hasta ahora ha estado poco representada en el debate. En particular, comenta que la mayoría de las posiciones van en sentido contrario: en promulgar leyes que garanticen legalmente la intimidad, y en el uso del cifrado para evitar que ojos maliciosos espíen nuestros asuntos. Por desgracia, en la guerra por la criptografía, los grandes gobiernos y las grandes empresas llevan las de ganar: siempre se podrán permitir los ordenadores más potentes y en el futuro la criptografía cuántica (con lo que sus secretos estarán definitivamente blindados).

¿Es posible la sociedad que plantea David Brin? ¿Es posible mantener ese delicado equilibrio entre responsabilidad, libertad y al menos una pequeña fracción de intimidad? Plantea que sí y dice que defenderá la posición en el resto del libro.

It is hard for recent cave dwellers to transform themselves into smart, honest, and truly independent creatures of light.

For millennia, philosophers have told us we could do it by willing ourselves to behave better, through faith, or by obedience to strict codes of conduct. Those prescriptions never worked well, no all by themselves, and they proved almost useless at thwarting truly malignant men bent on harming others. But now, at last, we seem to have hit on a pragmatic tool more in keeping with our ornery natures.

Accountability.

All right, it still has some kinks to work out. We cave folk are new at this sort of thing -just a few centuries along the road of democracy, and only decades exploring diversity as a paramount virtue.

It’s unclear, as yet, how far this road will take us. Nevertheless, one fact should grow apparent soon.

We’ll all stumble a lot less if we can see where we are going.

[Estoy escuchando: «Iaichem» de Benito Cabrera en el disco Travesías]

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Lentillas

Hoy me he puesto lentillas por primera vez, y las llevé durante unas cuatro hoas. Voy con gafas desde los ocho años y la verdad es que empezaba a estar cansado. Por el momento no me planteo operarme, así que voy a probar con las lentillas; unos días, a ver qué tal me adapto y esas cosas. Y, sobre todo, si soy capaz de ponérmelas y quitármelas solo. Mis astigmatismo y el tamaño del iris dificultan el asunto, pero por el momento va bien. He elegido las de día, pero si me gusta mucho me pasaré a las de mes. Lo que más me atrae de la idea es poder ponerme gafas de sol sin tener que graduarlas -que normalmente no me hacen falta, porque tolero bastante bien la luz, simplemente me gusta parecer cool– y también poderme poner gafas de otro estilo sin gastar un dineral en cristales (sí, me corrijo la visión para poder ponerme gafas, ¿qué pasa?). Éstas me las pienso comprar en cuanto pueda, que tienen un verde divino:

[Estoy escuchando: «Vaiven (Vals)» de Benito Cabrera en el disco Travesías]

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Televisiones

No sé qué extraña conspiración de los astros hizo que ayer, domingo, los tres diarios que leí hablasen los tres de la llamada «telebasura». La voz de la Galicia habló de «De la televisión que educaba al ‘todo por la audiencia'», refieriéndose a las diferencias entre los programas «serios» de antaño en comparación con la «telebasura» que nos invade hoy. Por desgracia, no explica en qué «educaba» la televisión de 1978 y en qué sentido era «seria». Se refiere a La clave y El hombre y la Tierra, y elige como programas vistos de entonces a Curro Jiménez, Aplauso, Un globo, dos globos, tres globos y el mencionado El hombre y la Tierra. Hoy, sin embargo, vemos basuras del calibre de Gran hermano, Operación triunfo, Cuéntame y Shin Chan (en realidad, no los califica de malo, pero dado el título del artículo, ¿qué otra cosa se puede pensar?). Comenta, la verdad que en muy poco espacio, que antes sólo había dos cadenas (los que tenían esa suerte, que en Canarias no hubo dos cadenas hasta 1982) y ahora hay muchas, pero como se copian mucho entre sí, es como si no hubiese más. Plantea también el espinoso asunto de si las televisiones emiten lo que la gente quiere o la gente ve esos programas porque las televisiones los emiten, sin plantearse, aparentemente, si en la televisión de 1978 esos programas se veían porque a la gente le gustaban o porque era lo que se emitía.

Eso sí, explican cómo funcionaba un televisor de la época y una pantalla de plasma moderna. Información siempre útil si uno plantea comprarse una.

El País dedicó su página de debate al candente tema de «¿Qué hacer con la ‘telebasura’?» con Victoria Camps, del consejo audiovisual de Cataluña, hablando de «Más ojo crítico» donde defiende que la ‘telebasura’ es una cuestión de estética más que de ética: «Habría que rechazar la telebasura por amor propio. No son valores éticos, sino estéticos los que han de llevar a denigrarla». Posición genialmente cómoda, debo añadir, porque en estética hay mucho escrito y se puede decir mucho más, con lo que cada uno puede sustituir su ética por su estética. Juan Cueto, sin embargo, en «Anomalía catódica» plantea que quizá antes de discutir el tema de la «telebasura» sería conveniente resolver el asunto de las televisiones en España, muy sujetas al poder y la verdad es que muy poco dadas a la diversidad de opiniones y a la objetividad. Defensa que desde mi punto de vista es bastante razonable, pero que ganaría más peso si no apareciese en El País, que lleva ya varios meses intentando convencernos de las maravillas del monopolio en la televisión digital, contándonos la cantidad de cosas buenas -todos seremos más altos, más guapos y más listos- que nos sucederán a los españoles a partir de hoy, que se consuma la fusión entre plataformas: no hay nada como una buena concentración de medios para beneficiar al espectador. Perdónenme si soy escéptico, pero a mí lo de una plataforma digital única y grande no me parece que lleve automáticamente a libertad.

Por último El Mundo se las arregla para montar el debate más interesante, pero sospecho que sin pretenderlo de ninguna forma. Bajo el epígrafe «¿Suprimir los programas ‘telebasura’?» Fernando Palmero, periodista, en «Cuando la sociedad se mira a sí misma» viene a decir que ese tipo de programas, que jamás se caracterizan, son un reflejo de la sociedad y que por tanto no deberían suprimirse. Mientras tanto, Javier Lorenzo, periodista, en «Un estercolero que deforma las mentes» defiende el sí, o más bien, una censura salvaje que barriese con todo. Por desgracia, no aclara cómo distinguir la ‘telebasura’ de cualquier otra cosa ni por qué se sustituiría. Sí, claro, por obras educativas, ¿para educar en qué? ¿En lo que decida el gobierno? ¿En lo que decida la sociedad? En este último caso, ¿en qué se diferenciaría de lo que ya la sociedad elige ver?

Curiosamente, el tal Javier Lorenzo tiene una columna en la sección de comunicación del diario titulada «Galería del horror II», donde destaca «los excesos a los que puede llevar la televisión». Es ilustrativo examinar algunos:

Un hombre mata a su hermano por el mando a distancia. Un exceso no lo dudo, pero sería igual de exceso haberlo matado por cualquier otra razón, ¿o no? Los finlandeses protestan porque les eliminan un canal porno gratuito. Pues como protestaría cualquier persona a la que se le retirase un servicio gratuito, ¿o no? Un tribunal de Nueva York considera que condenar a alguien a 10 meses sin ver televisión es «una crueldad y una violación de su derecho constitucional a la libertad de información». Sobre lo primero no me pronuncio, pero lo segundo es evidente, ¿o no?

Pero lo de El Mundo no acaba aquí. Bajo el debate, aparece también la opinión de los lectores (es curioso que se considere indigna la opinión de los espectadores de los programas de ‘telebasura’ pero se considere tan relevante la opinión de los lectores de un periódico) y me gustaría destacar la de Alfredo que pregunta: «¿Qué tal si lo intentamos con documentales, buenas películas, ópera, conciertos, teatro, charlas de científicos, intelectuales y artistas hablando y enseñando al mundo lo que llevamos dentro?». No sé si lo de «lo que llevamos dentro» es deliberada ironía pero ciertamente me llama la atención que se destaque que las películas deben ser «buenas» mientras que se asume que los documentales, óperas, conciertos, obras de teatro, charlas de científicos, intelectuales y artistas son buenos por el mero hecho de ser documentales, óperas, conciertos, obras de teatro y charlas. ¿Quién decide lo que es bueno o malo? ¿Un consejo de sabios? ¿No hay malos documentales? ¿Os es que incluso el peor documental -el más parcial y mentiroso- es mejor que cualquier programa de ‘telebasura’?

A mí lo que me fastidia de la programación de televisión es que no sea lo suficientemente diversa. Me gustaría que emitiesen programas que a mí me gustase ver, pero también me parece bien que emitan lo que quieren ver los demás. Si en una democracia hay que atender a los derechos de las mayorías y las minorías, pues cada uno debería tener la oportunidad de ver los programas de su gusto. De ahí a prohibir… pues no sé, creo sinceramente que hay problemas más urgentes con la propia televisión y la democracia que tenemos. No ya el entramado mediático del que habla Juan Cueto, sino, por ejemplo, el progresivo ninguneo al parlamento, o que nadie jamás acepte las responsabilidades que le tocan (en todos los partidos, la verdad).

Por lo demás, me cansa un poco el término «telebasura» porque me parece deliberadamente cargado, una palabra que ya significa lo que significa y que por tanto se opone a la reflexión. «Telebasura» me parece claramente un término «basura» -como «terrorista», «radical» o «comunista»- que se emplea no para caracterizar un fenómeno o una serie de fenómenos después de haberlos analizado sino más bien como arma arrojadiza para descalificar sin pensar. «Telebasura» ahorra la reflexión, invita al desprecio instantáneo y me da la impresión que se usa más bien para desviar la atención que para centrarla en un problema.

Curiosamente, El Mundo eleva el tono de la discusión en sus páginas interiores cuando dedica dos completas a hablar de la BBC, «Independencia en inglés se dice ‘BBC'», y su conflicto con el gobierno británico, y aparentemente con muchos otros gobiernos anteriores, y la compara -implícitamente- al publicar el artículo conjuntamente con otro titulado «RTVE: le paso con el señor ministro» donde se hace eco de las acusaciones de supuestas manipulaciones en la televisión pública española. Ése, por ejemplo, sí me parece un debate interesante, porque afecta directamente a la televisión que queremos tener en una democracia.

De todo esto, ha salido una consecuencia personal interesante de tanto leer periódicos: he comprado el libro de Gustavo Bueno Telebasura y democracia que me he encontrado en bolsillo por unos módicos 6 euros. Parece una interesante reflexión sobre el asunto.

[Estoy escuchando: «Los niños de agua» de Benito Cabrera en el disco Travesías]

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