Nokia 3650, ya ha llegado

Hoy por fin hemos conseguido un Nokia 3650. Bueno, en realidad lo ha conseguido Sara, que el teléfono es suyo, pero ha prometido dejarme programarlo y esas cosas. Mi primera impresión es muy positiva, sin haberlo encendido (ahora mismo está en ese periodo de miles de horas de carga). Me gusta el tamaño, que no me parece grande en absoluto. Pero claro, yo tenía un Nokia 3210 y aparentemente es un teléfono enorme. He sacado una fotito con los dos teléfonos juntos y para que sirva de referencia, el ratón.

Nokia 3650

Mañana veremos el, no dudo que lento y laborio, proceso de configuración. Ya seguiré contando.

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VisiCalc

Cuentan que VisiCalc, creado por Bricklin y Frankston, solito hizo nacer la industria informática. No soy historiador de los ordenadores como para saberlo, aunque los autores de Fire in the Valley: The Making of the Personal Computer destacan la gran importancia que tuvo en su momento. Podría considerarse que VisiCalc fue la primera herramienta real, un programa que alguien que no fuese programador querría usar, una herramienta difícil de emular con métodos convencionales: la hoja de cálculo. Y además, demostró que para vender hardware, éste debe ejecutar software que la gente quiera usar (a mí me gusta decirles a los informáticos -es mucho mejor si son informáticos de carrera, es más divertido- que el sistema operativo es el programa menos importante de un ordenador. Se ponen rojos de furia, pero es cierto. ¿Cuántas personas se compran un ordenador para ejecutar Linux o Windows?). Cuentan que VisiCalc vendió muchos Apple II.

Pues bien, la historia de VisiCalc se puede seguir en la página web de Dan Bricklin, en la sección de historia. Más aún, magia de las magias, se puede uno bajar una versión para PC que todavía se ejecuta bajo una ventana MS-DOS en Windows. Y el ejecutable sólo tiene 27.520 bytes (un .com, ¡qué tiempos!). Un poquito de historia corriendo en tu Pentium 4.

(vía Scott Rosenberg’s Links & Comment)

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The Pragmatic Programmer

Acabo de recibir The Pragmatic Programmer, que asegura ser capaz de convertirme en mejor programador.

(También he recibido varios libros sobre Buffy cazavampiros: «Buffy the Vampire Slayer» and Philosophy: Fear and Trembling in Sunnydale y Fighting the Forces: What’s at Stake in «Buffy the Vampire Slayer»?. A este paso, acabaré teniendo más libros sobre Buffy que libros de programación. De producirse, no sé si tal fenómeno me convertiría en mejor programador o en peor fan de la serie).

The Pragmatic Programmer está organizado alrededor de una serie de consejos, 70 en total, que, en principio, te permitirían mejorar el código que produces diariamente (o nocturnamente, cada uno programa cuando quiere). Que los consejos deben ser razonables ya me lo imagino, porque quien más o quien menos cualquier programador aplica algunos de ellos en su trabajo. Pero los hay ciertamente curiosos. Por ejemplo, el último es «Firma tu trabajo» (el libro viene con una cómoda cartulina final donde están todos en orden junto con una serie de cosas que debería comprobar periódicamente: «¿Estoy resolviendo el problema adecuado?») y aclaran «Los artesanos de antaño se sentían orgullosos de firmar sus trabajos. Tú también deberías sentir lo mismo».

Aunque confieso que me ha encantado el número 4: «No vivas con las ventanas rotas». «Corrige los errores de diseño, las decisiones equivocadas y el código de mala calidad en cuanto los veas». ¿Por qué? Es decir, aparte de tratarse de cosas malas, ¿por qué hacerlo de inmediato? Bien, todo se fundamenta en una curiosa concepción de la entropía urbana. ¿Por qué hay vecindarios donde todo parece estar en deterioro y luego justo al lado hay otro donde todo parece estar en su sitio y ordenado? Pues bien, nos explica los autores, todo es culpa de las ventanas rotas. Si dejas una ventana rota sin reparar ya instalas en la mente de los miembros de la comunidad la idea de que no te importan demasiado tus condiciones de vida, y entonces, ¿por qué debería importarles a ellos? Poco después, el edificio está lleno de ventanas rotas tapadas con cartón, grafitis cubriendo las paredes, coches quemados, etc…

Por tanto, no permitas que eso le suceda a tu código. No instales en la mente de tus compañeros, y, más importante, en la tuya propia, la idea de que no te importa tu código. Mantenlo en buenas condiciones para que los demás vecinos también cuiden de él.

Y con esto, niños y niñas, termina la parábola zen de hoy.

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WebWork

Estoy investigando WebWork para un proyecto que estamos preparando. Necesitábamos un framework razonablemente potente pero simultáneamente simple y por lo que he visto y leído WebWork parece ser más simple que Struts pero lo justo para hacer lo que queremos. Por desgracia, hay muy poca información sobre cómo usarlo (me gustan mucho los tutoriales) y la que hay está muy dispersa. Algunos textos, aparte de la documentación, claro, que hemos podido localizar:

Webwork for Dummies
WebWork – Gaining Core Competency
Web apps in a snap

Si alguien conoce alguno más que me lo diga. Otro framework que parece interesante es Maverick.

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La falacia Volvo

La falacia Volvo:

The Volvo Fallacy occurs when the vividness of a recent memory, or the strikingness of an unusual event, leads one to overestimate the probability of events of that type occurring, especially if one has access to better evidence of the frequency of such events. For instance, in the Thought Experiment, if the vividness of your acquaintance’s brother-in-law’s experience is enough to change your decision to buy the Volvo, you have committed the fallacy.

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Jump the Shark

Es una expresión que usan en el sitio Jump the Shark (¿dónde si no?) para referirse a ese momento en que una serie de televisión definitivamente se hunde, cuando los productores, guionistas, directores o actores hacen algo tan absolutamente idiota que es imposible que la credibilidad de la serie se recupere (también se puede aplicar a películas o novelas, pero por el momento me interesan sólo las series de televisión). Aparentemente tiene su origen en un episodio de Happy Days (donde Ron Howard ya hacía de las suyas) en el que el personaje de Fonzie salta, literalmente, por encima de tiburones.

Evidentemente, el momento en que una serie de televisión salta el tiburón es una cuestión puramente personal. Para algunos espectadores, tal situación nunca se da y la serie simplemente queda cancelada para tristeza de todos. Otros, los más detractores, dada una serie de televisión consideran que el declive de la serie se produce al comienzo de los títulos de crédito del episodio piloto (a mí me pasa algo similar con Alias, sólo que en mi caso sitúo el momento al terminar los títulos de crédito finales del episodio piloto, aunque tras el episodio de hace un par de días vuelvo a tener esperanzas). Incluso en algunos casos, se puede opinar que la serie nunca salta el tiburón sino que envejece y entra en una larga senectud (¿Friends?).

Y ahora, por supuesto, ¿qué esperaban?, voy a hablar de Buffy.

Leí en una ocasión la teoría de que Buffy como serie era inmune a saltar el tiburón, que ya había hecho cosas que hubiesen destrozado otras serie y había superado la prueba con matrícula. No estoy seguro de si me siento cómodo con una teoría que parece asignar a la serie poderes casi mágicos, pero claro, Joss Whedon es un dios, así que… Pues bien, la cuestión es que hace unos días vi un episodio que me convenció de que la teoría podría tener su parte de razón.

Se trata de «Spiral» de la quinta temporada (lo vi en vídeo). La mala de la temporada, Glory (una especie de diva cinematográfica), ha descubierto al fin dónde se encuentra la «llave» que tanto ansía (Glory es una diosa y quiere regresar a la dimensión demoníaca de la que salió). Buffy y el resto de la banda deciden huir de la diosa loca, corriendo por el desierto en una autocaravana. El problema: Glory no es la única que busca la «llave». También van tras ella los caballeros de Bizancio con la intención de destruirla, porque la «llave» bien podría acabar con todo el mundo.

A ver cómo digo esto sin que suene tal y como es.

Los caballeros de Bizancio son eso, caballeros. Es decir, usan espadas, van vestidos con una cota de mallas, llevan un tatuaje en la frente (para que se les reconozca con facilidad) y cabalgan a lomos de raudos corceles. El conjunto lleva a una escena en la que la autocaravana corre por el desierto, los caballeros la atacan a caballo, con flechas y espadas, y Buffy tiene que luchar contra ellos subida al techo. Tal como si fuese una película del oeste.

Y yo pensé «Si aquí no saltó sobre el tiburón, ya no lo hará nunca», porque me era difícil imaginar otra escena potencialmente más ridícula.

La cosa tiene truco, evidentemente. Se puede explicar por qué una escena así no hace que Buffy salte el tiburón.

Lo importante son los personajes. Eso lo saben todos los escritores. Puede pasar casi de todo, siempre que le pase a un personaje, porque nos identificamos de inmediato con alguien que nos parece real (aunque no lo sea, claro). El truco de los caballeros de Bizancio es precisamente ése. Puede que lleven cotas de malla, usen espadas y vayan a caballo, pero ante todo son personas con una personalidad clara y definida y su suerte no nos deja indiferente. Cuando uno de ellos muere, la magia del guión nos hace creer que muere una persona de verdad y por tanto, obviamos los detalles chocantes. Lo mismo sucede con los personajes habituales de la serie. Cada uno de ellos es un individuo perfectamente definido, con sus virtudes y defectos, y cuando quedan en peligro, aunque sea atrapados por un monstruo, sentimos el peligro de una persona real. De hecho, la serie invierte mucho talento en definir personajes menores que apenas aparecen durante unos minutos (de hecho, los guionistas de Buffy disfrutan del curioso placer de matar a personajes que parecen, por su definicón, más importantes de lo que son. Tal estrategia, por supuesto, ayuda a que el espectador nunca esté seguro de quién acabará teniendo un papel preponderante y quién es mera comparsa. Observen si no a la doctora Walsh en la cuarta temporada. Justo cuando ha quedado claro que es la mala malosa de la serie, la matan para desconcierto del personal). Personajes tridimensionales ayudan a anclar el mundo fantástico en el que se desarrolla la acción.

Ése es el gran «secreto» de Buffy: calidad en la narración, precisión en la creación de personajes, inteligencia en las situaciones. Por ejemplo, los caballeros aspiran a destruir la «llave» porque la consideran instrumentos del mal. Buffy aspira a defenderla, porque la considera cercana. Aún así, ¿no debería Buffy plantearse, aunque sólo fuese durante un momento, destruir la «llave» para salvar a toda la humanidad? Los caballeros de Bizancio parecen tenerlo claro, ¿por qué ella ni lo considera? Uno se lo plantea mientras ve el episodio, y precisamente, el siguiente va exactamente de eso, de cómo Buffy duda, dudó o dudará durante un segundo.

Inteligencia. No hay nada como la inteligencia de una serie ya vaya de demonios, marcianos o agentes secretos. Puede que Buffy tienda al camp, como en la escena que he descrito, pero jamás renuncia a su contrato con el espectador: ofrecer un divertimento inteligente.

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