Algunos acontecimientos convergentes de las últimas semanas me han producido una epifanía. O más bien, una serie de epifanías en rápida sucesión. La primera es muy simple: necesito una cámara más pequeña que pueda llevar en el bolsillo, a poder ser, del tamaño de un lápiz.
Me explico. Andaba yo por Tenerife, admirando las cositas que veía por allí, paseando por La Laguna mientras derramaba algunas lagrimillas de añoranza y sacando fotos a detalles que me interesaban. Ya fuesen:
El interior de una cafetería.
El cabildo de Tenerife con decoración navideña.
Una peluquería con la entrada decorada con angelitos.
O un portal de Belén en el interior de un monitor de ordenador.
Hasta ahora todo bien. El problema es que llevar una cámara siempre encima es un verdadero coñazo, sobre todo porque si ya cargo con el teléfono móvil y el iPaq empiezan a escasear los lugares donde almacenar esas cosas. Las mujeres, tan listas como son, resolvieron el problema hace mucho tiempo inventando el bolso, un instrumento la mar de útil. Como a los hombres no nos gusta llevar bolso y preferimos meterlo todo en los bolsillos se hace evidente que mi cámara actual a pesar de ser muy pequeña (me cabe casi en la palma de la mano) no es lo suficientemente pequeña.
¿Y por qué querría llevar siempre una cámara encima?, se preguntarán con toda justicia. Pues bien, porque en ocasiones me encuentro con cosas realmente interesante o divertidas en situaciones en las que no puedo cargar con la cámara grande. Tal cosa me sucedió, por ejemplo, en La Laguna a las 5 de la mañana hora poco propicia a llevar nada de valor encima.
Eso sí, aunque tuviese mi cámara más pequeña seguiría teniendo un problemilla, pequeñín y diminuto: tendría que seguir descargando las fotos en el ordenador, manipularlas y luego subirlas al servidor. De hecho, considero incluso ofensiva la necesidad de tener que conectar la cámara al ordenador (o sacar la tarjeta y meterla en un lector). Acabo con varios dispositivos sobre la mesa y necesito un montón de cables y conexiones para poderlos usar en conjunto.
Eso no es progreso.
Y ahora la convergencia.
Leyendo Smart Mobs: The Next Social Revolution de Howard Rheingold me he acabado convenciendo de la potencia de los sistemas inalámbricos. Al menos en el comienzo del libro, el autor va comentando diversos usos a tecnologías como el teléfono móvil y la conexión a Internet (el famoso i-mode japonés). Usos que no fueron diseñados sino que surgen espontáneamente desde abajo. De ahí el título del libro, «masas inteligentes», la capacidad autoorganizativa que ofrecen esas tecnologías (ya hablaré más del libro en otro momento). Tanto me convenció, que por primera vez me decidí a enviar mensajes cortos de texto con el móvil a ver qué tal.
Pues bien, ahí es donde me di cuenta de realmente lo que necesito es un móvil con cámara. Es decir, no una cámara a secas sino un dispositivo que pueda sacar fotos y a la vez esté permanentemente conectado a Internet. Lo ideal, sería poder hacer una foto, escribir una pequeña explicación y enviarlo todo directamente a mi blog. Algo así como éste o este otro, dos ejemplos de sitios con fotografías que se actualizan directamente desde el móvil (al menos, uno de ellos), vamos, un moblog que lo llaman ahora.
Por tanto, en cuanto tenga dinero, me compraré un móvil con cámara y Java. Estoy considerando éste, que por suerte todavía no está a la venta: el Nokia 3650.
Y sí, adoro el teclado circular. Creo que es guay.
Y para lo interesados, un par de recursos: Joi Ito’s Moblogging, Blogmapping and Moblogmapping related resources as of 1/2/2003 09:00 y Mobilogging (este último es de la página de Russell. Hace un buen repaso del asunto, aunque desde mi punto de vista las posibilidades comerciales aún andan un poco lejos).