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Desde mi punto de vista, una de las grandes noticias de la Hispacón de Barcelona fue que Gigamesh tiene la intención de reeditar La guerra de las salamandras de Karel Capek. La guerra de las salamandras es una de las más extraordinarias narraciones antiutópicas del siglo viente, superando a Un mundo feliz o 1984 (aquí en donde debería insertar la coletilla manifestado que se trata de mi humilde y sincera opinión, pero soy consciente de que todos los lectores saben que aquí expreso mi sincera pero nada humilde opinión), con el encanto añadido de estar disfrazada de novela de aventuras. En cualquier caso, en español yo sólo recuerdo una edición de hace muchos años en una colección juvenil de Bruguera.
Pues bien, al tratarse de uno de los libros que me llevaría a una isla desierta, aquí está el texto que escribí convenientemente remozado (lo escribí hace ya más de diez años una persona que comparte mi nombre pero que casi me es ajena, espero que me comprendan):
(Gracias a Alex Vidal ?uno de los responsables de la editorial- por enviarme la portada)
Karel Capek es injustamente famoso por la supuesta invención de la palabra robot, no porque Capek no merezca la fama, sino que la palabra robot la inventó su hermano Josef. Por lo que sí es justamente famoso es por haber inventado los primeros robots modernos de la literatura, léase, los primeros robots capitalistas. Antes de él, las criaturas artificiales eran imágenes de la maldad humana; individuales y productos de la locura. En la obra R.U.R. de Capek los robots son producidos en serie y se les emplea en fabricas como obreros. Hoy tal descripción puede parecer trivial, pero en su época no era fácil predecir tal cosa.
Por desgracia R.U.R. no es una gran obra y su interés, aparte de los ya mencionados, es más bien limitado, pero La guerra de las salamandras es otra cuestión. Se trata esta novela de un cruce entre fábula y sátira, y como tal no es sino un espejo deformante colocado frente a la humanidad. Pero al igual que sucede con las caricaturas, uno tiene la impresión de que esa imagen deformada es más fiel al original que el mismo original. Advierto al lector que La guerra de las salamandras es una sátira realizada con mucho humor, pero no por ello menos certera y compleja. Se critica aquí a todo: a los periódicos, a los científicos, a la industria del cine, y, especialmente, a los empresarios y políticos.
El argumento de la novela no podría ser más aparentemente vulgar: En unas islas del Pacífico se descubre una especie de reptiles inteligentes que son empleados en un principio para recoger perlas, pero que luego, mediante la creación del Sindicato de las Salamandra, una corporación global y monopolista, son usados para todo tipo de quehaceres con el fin de transformar el mundo, como si de uno esclavos se tratase. Poco a poco la humanidad va sucumbiendo al «encanto» de las salamandras y comienzan a imitar los hábitos y costumbres de las mismas (como el traje de baño salamandra: tres perlas alrededor del cuello).
La novela en sí está dividida en tres libros. El primero relata el descubrimiento de las salamandra y el pequeño revuelo que estas causan en los periódicos faltos de noticias, una especie de novela de aventuras a los Emilio Salgari. La segunda muestra la progresiva utilización de las salamandras como fuerza de trabajo en lo que recuerda a Un mundo feliz. La última parte, por supuesto, relata la guerra que las salamandras emprenden contra la humanidad, en los que parece una recreación de La guerra de los mundos de Wells. Lo que hace distinta La guerra de las salamandras de las otras obras que he citado es por un lado el finísimo humor del que hace gala su autor: la novela puede leerse sólo para disfrutar casi pasando por alto la implicaciones de los que cuenta, y por otro, la feroz sátira que recuerda los momentos más brillantes del Swift de Los viajes de Gulliver.
Pero lo que realmente distingue a La guerra de las salamandras es la madurez de su autor, que coloca esta obra sobre todas las de su clase. En el capitulo final, titulado «El autor habla consigo mismo», dos voces internas del propio Capek discuten sobre el final de la novela. En el capítulo anterior habíamos dejado a la humanidad convencida de su derrota ante las salamandras, invirtiéndose los papeles amos/esclavos. Pues bien, en ese capítulo final, la parte ingenua del autor le pide que reconsidere su posición, que salve a la humanidad con algún método: una epidemia entre las salamandras quizá, a lo que el lado lúcido del autor contesta:
Eso es demasiado barato, hermanito. ¿Tiene que arreglar siempre la naturaleza lo que estropea la gente? Entonces, tu también estás convencido de que la gente, por sí sola, no podrá salir de este desastre. Ya ves, Ya ves… al final quisieran que alguien los salvase… Te voy a confiar un secreto: ¿Sabes quién, incluso ahora, entrega explosivos, torpedos y taladradoras a las salamandras, cuando la quinta parte de Europa está ya inundada? ¿Sabes quién trabaja febrilmente en los laboratorios, a fin de encontrar materias y maquinarias más eficaces para barrer el mundo? ¿Sabes quién les presta a las salamandras dinero, sabes quién financia este Fin del Mundo, Todo este diluvio?
A lo que la otra voz no puede menos que contestar: «Lo sé. Todas las fábricas, todos los bancos, todos los estados». Y reflexiona finalmente el lado lúcido: «Ya lo ves… Si fueran solamente las salamandras contra la Humanidad, quizá no sería tan difícil hacer algo. Pero gente contra gente, eso no hay quien lo detenga…». Sí, porque en el fondo es culpa nuestra, y nosotros podíamos haberlo evitado. No, no se trataba de una terrible injusticia cometida contra nosotros sino de nuestro propio pecado. No puedo menos que estar de acuerdo con Darko Suvin cuando dice de esta novela:
El capítulo final, donde las dos voces internas del autor discuten el posible resultado, es en mi opinión mucho más maduro que los extremos fáciles de, por una parte, ese optimismo a priori que se permiten Bellamy y el Wells más débil (más tarde adoptado por escritores como Robert Heinlein, Isaac Asimov y otros) o, por la otra, la desesperación de Aldous Huxley en Un mundo feliz […] Capek se muestra muy superior a las mistificaciones de la CF ordinaria: «No hay catástrofes cósmicas; no hay sino causas estatales, oficiales, económicas y similares…» Por tanto, Capek es mucho más activo, pues la amenaza era evitable (o pudo ser evitada)
Por eso me es difícil comprender que La guerra de las salamandras sea una obra olvidada mientras que otras, en comparación, menores que ella (desde Un mundo feliz hasta 1984) sean tan famosas.
Por supuesto Capek lo tenía algo fácil, porque la novela fue escrita justo en la época en que comenzaba el ascenso del fascismo en Europa, y puede ser leída como el alegato de un hombre que amaba la razón viendo como el mundo se dejaba comprar por el nazismo. El genio de Capek es haber creado una obra lúcida sobre la locura humana y sobre la inacción, y haberla hecho pertinente a todas la época y todas las situaciones: Nuestro destino es nuestra responsabilidad y esa es la moraleja de la novela (si pretende tenerla). A quien crea que La guerra de las salamandras es sólo una historia más o menos entretenida sobre unos lagartos del Pacífico y que no tiene nada que decirnos a nosotros ciudadanos del finales del siglo veinte, le invito a releer los párrafos que he citado de la novela sustituyendo salamandra por contaminación (o droga, o guerra nuclear, o hambre, o dictadura, o, lamentablemente en este final de siglo, fascismo…) y a pensar.
Pues eso. Se reedita. Guay.
—–
La página para homínidos con sentido crítico y del humor lo ha conseguido, ya tiene dominio propio: www.homowebensis.com. Se acabaron las excusas para no visitarlas. Con ese nombre, ¿quién no se acuerda de ella?
Acabamos de terminar de ver en DVD la segunda temporada de Angel, la historia del vampiro con alma que se inició en Buffy, cazavampiros y que pronto cobró vida propia.
Angel conserva mucho de los elementos que hacen de Buffy una gran serie: el sentido del humor, los guiones que aspiran a sorprender, los giros continuos de la trama, la voluntad de salirse de los esquemas de ese tipo de serie, el desarrollo de los personajes…; aunque alterando la situación geográfica. En lugar de la soleada Sunnydale, tenemos la no menos soleada Los Angeles, aunque casi siempre la vemos de noche, cuando está más sucia y es más peligrosa.
Y Los Angeles, en el buffyverso, es un lugar lleno de demonios. Qué digo lleno, decididamente atestado de demonios. Vamos, que no hay bicho del inframundo que no haya buscado refugio en esa ciudad, y da la impresión de que a veces lo complicado es encontrar a un ser humano.
Por tener, Los Angeles tiene su propio bufete de abogados demoníacos ?Wolfram & Hart- especializados en atender las necesidades de esos peculiares seres (en realidad, Wolfram & Hart se manifiesta de diversas formas a lo largo de muchas dimensiones. En nuestro mundo hemos tenido la suerte de que son abogados) y cuya especial debilidad es hacerle la vida imposible a Angel, el vampiro con alma, empeñado en luchar contra el mal para ganar la redención por los crímenes cometidos durante su vida de vampiro sin alma (no dije que fuese fácil seguirla, hay que verla).
Pues bien, esta temporada es realmente compleja. Los guionistas tienen bien claro que no deben repetirse y van enredando la fórmula cada vez más. Por ejemplo, Angel no puede volverse malo ?eso ya lo hicieron en Buffy– así que lo vuelven cabrón ?y más humano. Angel empieza siendo un poco llorica ?siempre meditando seriamente sobre las víctimas que mató cuando era malo- pero a mediados de la temporada se dedica a permitir el asesinato de abogados, que ya está harto de ellos. Al final de la temporada regresa al redil, pero no se vuelve sólo bueno ?también- sino además payaso, porque ha descubierto que debe ganarse de nuevo la confianza de los empleados a los que despidió.
Esta temporada está repleta de los golpes de humor que uno espera de las personas inteligentísimas y brillantes que crearon Buffy. Pero también de las reflexiones casuales ingeniosas, de las referencias cultas y no tanto, y de los comentarios que tocan demasiado cerca de la vida real para ser cómodos, lo que ofrece, por supuesto, gran parte del atractivo de la serie.
Por ejemplo, en un momento dado, Angel se sube a un ascensor para descender al infierno acompañado de un abogado muerto ?el contrato de los empleados de Wolfram & Hart se extiende más allá de la muerte, abogados tenían que ser. ¿Adivinan a dónde llegan? Pues sí, exacto.
Lo curioso de la serie, al contrario de tantas otras de carácter fantástico, es que nunca viola ni sus propias promesas narrativas y las reglas internas que se han establecido en el pasado. Por ejemplo, los vampiros no pueden entrar en una casa particular sin ser invitados, pero tal cosa sucede en un episodio. Pues está explicado, claro, no es arbitrario, formando parte de la reacción emocional de un personaje. En un momento dado decapitan a otro personaje, pero tal decapitación es imposible porque el episodio había prometido resolver un conflicto personal de ese personaje. Por tanto, el espectador se encuentra en la curiosa situación de saber que a ese personaje le han cercenado la cabeza, y simultáneamente saber que dicha decapitación es, de alguna forma, falsa.
He de confesar que lo que más me ha gustado de esta temporada son dos cosas: el personaje de Lorne y los tres episodios finales.
Lorne es un demonio cantarín -de hecho, según he leído por ahí, primero le oyeron cantar y luego decidieron crear el personaje-, de color verde y vestido con una trajes chillones que ya darían miedo aunque el tío no tuviese cuernos. Regenta un club de karaoke, llamado Caritas, y después de que sus clientes canten les lee el aura y les da consejos sobre cómo llevar sus vidas. Un personaje cachondo, que se deja caer de vez en cuando para anunciar el fin del mundo después de cantar el himno americano o atreverse con «Over the Rainbow» cuando se encuentra en otra dimensión. Gran personaje, sí señor; a mí calenturienta imaginación se le antoja un cruce entre el Philip E. Marlow de Dennis Potter y el Lucifer de Neil Gaiman.
Los tres últimos episodios de la serie se marcan un punto especial. Los personajes principales se ven perdidos en una dimensión paralela, Pylea, que representa un homenaje a Xena, la princesa guerrera, El planeta de los simios, Robin Hood y alguna más que me dejo. Incluso, por haber, hay una especie de campeón apodado Groo. Todo ello, claro, sin olvidar ni por un momento de qué va la serie y cuáles son realmente los personajes importantes.
En Angel, como ya sucedía en Buffy, la excusa fantástica permite hablar con mayor libertad de problemas del mundo real. En uno de los primeros episodios de la temporada, hay una brutal reflexión sobre el macarthismo y lo fácil que es inducir a la paranoia. En Pylea, a pesar de las bromas, chiste y referencias de esos episodios, la naturaleza de las relaciones humanas, con sus estructuras jerárquicas y sutiles formas de mantener el poder, se manifiestan en toda su desnudez.
Vamos, en resumen, que la hemos disfrutado mucho, y nos morimos por poder ver la tercera temporada.
No me pasa todos los días que abra un libro sobre literatura y me encuentre una frase sacada de una historia escrita por mí, en este caso en colaboración con Ricard de la Casa, empleada como ejemplo. Demasiado bueno para no citarlo. El libro en cuestión es Ciencia ficción en español. Una mitología moderna ante el cambio de Yolanda Molina-Gavilán.
La cita en cuestión se refiere al cuento «El día que hicimos la Transición» ?que va de la Transición, claro- y específicamente de como frases extrañas, sin sentido o directamente agramaticales pueden tener una interpretación perfectamente literal en lugar de metafórica como en cualquier otra forma literaria:
Veamos algunos ejemplos más de este peculiar tipo de lenguaje. Si el lector lee: Es curioso… hace más de tres años que no asesinaban a Carillo en el cuento «El día que hicimos la Transición» de Ricard de la Casa y Pedro Jorge Romero [1997], se encuentra de inmediato obligado a comprender la oración de acuerdo al discurso de la ciencia ficción ya que la oración desafía sus conocimientos históricos y gramaticales además de su sentido de la realidad. El político español no ha sido asesinado y el tiempo verbal indica que la acción de asesinar es repetitiva, con lo cual se ha de entender que han matado a Carillo más de una vez. Además, la frase es curioso indica que el personaje que anuncia el hecho no considera este tipo de acción anormal, sino más bien previsible. Pero el discurso de la ciencia ficción permite entender perfectamente la frase puesto que remite a la posibilidad de jugar con las coordenadas espacio-temporales, tema ampliamente explorado por el género en los relatos de alternativas históricas. En el caso que nos ocupa, la frase se refiere a las acciones terroristas de grupo que intentan cambiar la historia de España interviniendo en el delicado momento de la transición a la democracia, en este caso, asesinando al entonces líder del partido comunista.
El premio Nobel, que los suecos siguen entregando año tras año con una tenacidad digna de algo más importante, recaerá algún día sobre Haruki Murakami. Y no por sus méritos literarios, que los tiene en abundancia suficiente para ganar un Nobel, sino por ese lugar común que aparece indefectiblemente en las comunicaciones oficiales del premio: siempre se concede por el retrato que hace el autor de la condición humana (o palabras a tal efecto). En la novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo Murakami mantiene a su protagonista en el fondo de un pozo, que ni siquiera contiene agua, durante varias páginas.
Estar en el fondo de un pozo seco, lo que te impide incluso la mínima decencia de beber, encerrado en un espacio pequeño, mirando a un cielo que apenas se entrevé como un círculo lejano, con la luz del sol alumbrándote renuente sólo, si acaso, durante unos pocos minutos al día.
Si eso no es un retrato de la condición humana, no sé qué lo es.
El personaje sale -la novela tiene 600 páginas, no se va a quedar toda la vida allá abajo- del pozo. Pero al lector le queda la duda de si cada vez que desciende a las profundidades de la tierra, la acción se repite cíclicamente, y vuelve a salir ese trepar a la superficie, el proceso le devuelve al mismo mundo del que partió. El carácter surreal y onírico de Murakami es tan exagerado, y tan intenso, que por no estarlo, uno no está seguro ni de la existencia misma de los personajes.
Así es la obra de Murakami. Un devenir continuo por nuestra condición individual, por el atavismo de la reflexión que nos mantiene encerrados en nuestro pozo personal, tras nuestra piel, con sólo los ojos como lejanas aberturas a través las cuales examinar el mundo.
Haruki ?con acento, dicen, en la a- Murakami es un extraordinario narrador japonés ?despreciado por parte de la crítica literaria de su país, lo cual no deja de ser un punto a su favor. Después de todo, los intelectuales luchan como gatos panza arriba por mantener su precario estatus personal. No hay nada que moleste más a un canónico que el hecho de que la gente lea libros sin consultarlo primero con él- que sabe describir en frases simples y llanas la soledad, el misterio, el abandono, la desesperación, la locura, el amor o cualquier otro síntoma de la condición moderna.
Es ferozmente individualista, y mucha de su obra se narra en primera persona. Pero no como si el protagonista le hablase al lector, sino como si el lector mismo la estuviese narrando. Aún así, Murakami no es solipsista. Su literatura está poblada de mundos individuales, de percepciones privadas e intransferibles, de la aceptación tranquila del hecho misterioso de que las demás personas son inteligentes y también tienen sentimientos.
Su Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es una vasta obra absorbente y maravillosa. Nos introduce en un Japón que casi no podemos reconocer, tal es la fuerza del estereotipo, y que quizá tampoco exista. Sigue los avatares de un protagonista que muy a su pesar busca a su gato perdido y a su esposa, no necesariamente en ese orden, y que en el camino, que rara vez lo aleja de su casa, se topa con personajes, o manifestaciones, llenas de excentricidades. Todo un shock para un hombre tranquilo como él.
En español también se puede encontrar La caza del carnero salvaje, una historia casi de misterio, en la que no hay misterio, no hay detective, no se resuelve nada, y al final no se sabe si la acción ha sido real o no. Maravillosa.
Su mejor obra: after de quake donde, con la excusa del terremoto de Kobe, pinta varias escenas de soledad, pérdida y, curiosamente, esperanza.
Me han pedido un artículo sobre Murakami. He leído toda lo suyo publicado en español e inglés (una fracción de su producción total). Quizá debería aprender japonés para leerlo en el original (y de paso, ver todos esos mangas que me apetecería). El autor bien vale el esfuerzo.
Me han pedido un artículo sobre Haruki Murakami. Me ha venido bien la excusa para leer Haruki Murakami and the Music of Words de Jay Rubin.
y Víctor hablan sobre la Navidad (concretamente, aquí y aquí). Se ha abierto la veda, se ve.
Pues bien, pues yo creo que la Navidad es una fiesta absolutamente horripilante y deprimente, en al que uno se ve obligado a ser feliz aunque no quiera o no pueda. Es una época en la que no se concibe que pueda suceder nada malo, y el paradigma imperante el resto del año (todo va peor que ayer pero mejor que mañana) se sustituye por el del amor y la bondad universales (Antena 3, por ejemplo, durante ésa época del año sustituye su ración habitual de película sobre familias que se aman demasiado por películas sobre familia que se aman «platónicamente»).
Pero he de reconocer que la Navidad tiene dos puntos a su favor, uno secundario y el otro muy importante. El secundario es que te hacen regalos. Y luego, encima, se come muy bien.
Un thriller rutinario que ha sido cuidadosamente expurgado de cualquier elemento inteligente o imaginativo. Sólo Franka Potente ofrece algún interés. Ni siquiera vale como matarratos.
Yo me preguntaba por qué le habían cambiado el título en español, porque «La identidad Bourne» parece un título con bastante más gracia que el anodino «El caso Bourne» que podría ser el título de casi cualquier película. Ya lo sé. Ésta podría ser casi cualquier película.
Llevo toda la mañana intentando extraer el bloque IPTC de una imagen JPEG. Más concretamente, extraer las palabras claves elegidas para definir la imagen. Es para un proyecto de un catálogo de imágenes que ya vienen así. En realidad, no ha sido más complicado que localizar el bloque e ir parseando las diversas tags. Pero tengo un problema, el texto está en ASCII de Mac, que parece ser diferente al ASCII del resto del mundo. Ahora tendré que mirar a ver si hay una forma de distinguir si la imagen fue creada con Mac o PC.
¿No se puede usar Unicode en Mac?
Aún así, aparte, estoy deseando comprarme uno.