Aquello

El habla canaria tiene muchos elementos curiosos, tomados de muchas lenguas y culturas diferentes (acabo de enterarme, por ejemplo, de que los Hobbits sólo conocen las papas, lo que, confieso, ha traído algunas lagrimitas a mis ojos), pero el que me resulta especialmente interesante es el uso del «aquello», común, aunque ya tendiendo a desaparecer, en Lanzarote.

El «aquello» simplemente sustituye a cualquier cosa que uno no desea nombrar o, por lo general, de la que no recuerda su nombre. Por ejemplo, «¿hiciste aquello?». Un uso razonablemente normal que puede llevarse a la exageración: todavía queda en Lanzarote gente con la que se puede mantener una conversación prácticamente compuesta sólo de «aquellos».

Lo lógica parecería exigir que «aquello» se usase cuando los participantes en la conversación comparten el referente a lo nombrado. Sin embargo, los usos más complejos de nivel avanzados exigen referirse a cosas muy alejadas de la conversación presente. Vamos, que el proceso comunicativo incluye una fase de desciframiento de los «aquellos». No dudo que se trate de un sano ejercicio mental, pero…

La cosa de complica aún más cuando entra en escena ese maravilloso verbo: «aquellar». Se emplea para sustituir a cualquier verbo que no se desea emplear o, lo más común, no se recuerda. No era raro oír cosas como «aquella la pared», «aquella la puerta» o «lo aquelló».

Algunos habrán llegado ya al uso perverso: la posibilidad de combinar «aquello» con «aquellar». Por ejemplo, en lugar de decir «¿realizaste el trámite?» podríamos decir «¿aquellaste aquello?». Aunque probablemente la frase completa sería algo así como «¡Chacho! ¿Aquellaste aquello?»

¿Comprenden ahora por qué en mi infancia yo creía que los Pitufos hablaban de una forma perfectamente razonable?

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