Hay gente con mucho tiempo libre (II)
Para comprobarlo, basta con abrir una ventana de comando y teclear:
telnet blinkenlights.nl
y darle a enter.
Asombroso.
(vía Abort, Retry, Fail?)
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Para comprobarlo, basta con abrir una ventana de comando y teclear:
telnet blinkenlights.nl
y darle a enter.
Asombroso.
(vía Abort, Retry, Fail?)
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He encontrado un blog nuevo que me encanta: WHEDONesque dedicado al Jossverso, es decir, Buffy cazavampiros, Angel, Firefly y demás. Un autor genial se merecía su propio blog.
Por otra parte, encuentro este artículo sobre un simposio dedicado a Buffy en Australia. Hace poco se celebró uno en Inglaterra.
Y para los interesados en la discusión académica sobre Buffy, nada mejor, claro, que Slayage. The On-line International Journal of Buffy Studies: ¿qué tal «Staking Her Claim: Buffy the Vampire Slayer as Transgressive Woman Warrior»?
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No tengo palabras para expresar lo bien que lo estoy pasando leyendo Diccionario de las Artes de Félix de Azúa. Es un libro serio, en la medida que puede ser serio un libro que hable de las Artes (con mayúsculas), que se alegra de la muerte del concepto de Arte (una vez más con mayúscula) ?»El Arte ha muerto, vivan las artes» grita continuamente. Es divertido, contradictorio e irónico, todo deliberadamente. Pero tras la superficie juguetona, fluye esa pulsión de seriedad de la que he hablado antes.
Mi disfrute es, por tanto, estético y quizá este leyendo este libro como si fuese una obra de arte, lo que no sé si agradaría al autor. Como es un supuesto diccionario, podría leerse en cualquier orden; pero yo lo estoy leyendo en orden alfabético, más que nada para no saltarme ninguna entrada y también porque vivo bajo el convencimiento borgeano de que la alfabética es la ordenación más caótica.
La ironía abunda, y también el sarcasmo directo. En la entrada «artista», se apresta a derribar ese concepto y luego, para explicarlo mejor, previas disculpas a Popper, hace uso de una fábula: compara a los artistas con los oteadores de los trenes nazis cargados de judíos, que se subían a hombros de sus compañeros de pesadillas para narrarles lo que iban viendo, a través de las entradas de aire, del paisaje que atravesaban. Después de destacar la labor social de los oteadores, llamados a su tarea -porque no todo el mundo servía para el trabajo- por la voluntad de sus compañeros y ante todo para serviles, acaba añadiendo: «En ninguna de las memorias y diarios que he podido leer aparece jamás un oteador que exijiera ser mantenido por la comunidad de presos». Si eso no es una patada en los cojones…
Y qué decir de la deliciosa entrada «catálogo», que se enorgullece y discute el hecho de ser también un texto aparecido en un catálogo para revelarse al final que nunca llegó a aparecer en él. Y en la dedicada a «Eva y Adán» dice en un momento dado:
El lector habrá observado que elegimos la fórmula «Eva y Adán», en preferencia a la más usual «Adán y Eva», porque consideramos relevante el protagonismo de Eva. Fue ella quien persuadió a Adán para elegir la vía de la modernización, aunque no sepamos cómo lo logró. De no ser por ella, seguiríamos hablando con las vacas. Las mujeres han tenido muy mala reputación desde entonces, como inductoras al mal y a la galbana, pero creo yo que fue más bien todo lo contrario: nuestra madre quería mejorar y empujó a su marido, un hombre francamente acomodaticio, a luchar para abrirse camino. Es cierto, por otra parte, que sólo ellas han tenido acceso a la voz del Mal y eso levanta muchas envidias.
Y de la introducción:
Que el Arte ha muerto quiere decir que ese concepto ha perdido el papel soberano, trascendental y metafísico que le atribuyó la filosofía alemana, desde los hermanos Schlegel hasta Adorno. Aquel Arte, síntesis de todas las artes, arte de la Idea o arte Absoluto, al que Hegel consideraba una de las encarnaciones esencial del Espíritu y Marx un síntoma de la estructura económica, ha muerto por exceso de responsabilidad. La sacralización de un Arte convertido en religión secularizada de las clases medias y portador de valores eternos, ha acabado aplastándolo bajo una tarea que no podía soportar.
Y para acabar, un comentario de pasada:
Durante dos siglos las sociedades industriales precisaron de ciudadanos con amplia formación y cultura, capaces de tomar decisiones personales y usar su iniciativa crítica para la corrección de lo imperfecto. Ya no son necesarios.
Cualquiera que se haya relacionado con la ESO sabe que es estrictamente cierto.
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Pocas veces se sale del cine con la convicción de haber visto una obra maestra. Ayer me pasó al salir de El viaje de Chihiro, una mágica película de dibujos animados, fascinante y obsesiva, con dulzura, pero también con un fondo inquietante que encandilaría a David Lynch. Incluye además un mensaje ecologista sin sermonear, y se las arregla también para ser una especie de «Alicia en el país del capitalismo» con más de un comentario social y político.
Todo ello en un mundo fantástico al que Chihiro y sus padres penetran inadvertidamente al entrar en un túnel, mientras van camino a la nueva casa a la que se han mudado. Los padres se transforman de inmediato en cerdos (una lectura de la película podría plantearse quizá que los padres de Chihiro han muerto) y la hija se ve obligada a trabajar, firmando contrato y todo, para una peculiar casa de baño que atiende a ocho millones de dioses todas las noches y que está dirigida por una peculiar bruja de enorme cabeza.
Jugando con dualidad -no hay personaje en la película que no sea dual o al menos se comporte de dos formas diferentes-, referencias continuas -unos zapatos omnipresentes-, referencias ecologistas -un río contaminado que viene a la casa de baños- y una desbordante imaginación -que no dudo estará anclada en la tradición japonesa-, Hayao Miyazaki ha construido un mundo al otro lado del espejo, lleno de animaciones oníricas y de gran belleza (ese tren que corre sobre las aguas), sorprendentes e inquietantes, con cierto sabor a mundo industrial decimonónico.
Curiosamente, no sólo la protagonista, Chihiro, aprende algo a lo largo de la película. Mucho de los personajes, incluso la antagonista, aprenden y maduran a lo largo de la cinta. En una trama, además, imposible de prever, por sorpresiva, inventiva e ingeniosa. A mí me gustan las películas de Disney, pero El viaje de Chihiro se sitúa en la antípoda opuesta.
Es evidente que las aventuras de Chihiro tienen mucha relación con su situación vital actual -haber abandonado el lugar que conocía para mudarse a otro nuevo, encontrarse en esa edad en la que la niñez empieza a desaparecer, etc.- y si embargo, es innegable que sus aventuras tuvieron lugar realmente, en un juego de influencias entre el mundo fantástico y el mundo real.
Magistral.
Supongo que era inevitable. El famoso spam en los referers ya me ha tocado. En la lista de la izquierda ya han aparecido varias sitios pornográficos que, los malditos, en realidad no enlazan con este. El hecho me hace muy feliz, porque significa que por fin me han aceptado en el ancho mundo de las blogosfera mundial. Eso sí, imagino que ahora tendré que retirar la lista de páginas que me enlazan, porque es evidente que perderá toda utilidad.
Una lástima.
Aunque también podría usar algunas de las soluciones que corren por ahí.
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De los muchos elementos que ayudan a realzar el horror del holocausto nazi, uno de los más destacables es lo que tenía de sistemático, de burocrático, de científico. No sólo se mataba gente, lo que ya hubiese sido suficiente, sino que se hacía de forma precisa, tranquila, civilizada. No es extraña la imagen del nazi citando a su poeta favorito mientras enviaba a la muerte a cientos de personas, desmintiendo el mito de que la cultura y la educación hacen que las personas sean mejores. El holocausto fue ante todo un acto ejecutado con tal racionalidad que no podía sino volverse una locura. Casi da la impresión de que podría haberse evitado apelando a la misma razón que tan bien sirvió para ejecutarlo.
Y muy posiblemente sólo las víctimas y Kafka podrían explicar su horror.
Como bien indica el subtítulo, MAUS es la historia de un superviviente, como fue contada a su hijo, que a su vez la transcribió en imágenes y la llevó al mundo del cómic.
El padre es Vladek Spiegelman y el hijo es Art Spiegelman. La historia, como todas las de este tipo, es amarga y está llena de crueldades. Es difícil decir lo que se siente al leerla, difícil expresar cómo uno pasa del rechazo inicial a la más intensa compenetración con el relato.
Planeta DeAgostini ha subsanado el error de la publicación inicial de esta obra, hace ya más de diez años, que sólo permitió la edición en español de la primera parte. El volumen actual contiene la obra completa, editada en tapa dura y a un precio realmente atractivo (sobre todo, cuando se tiene en cuenta la calidad del contenido), aunque hay que lamentar fallos de traducción que podrían haberse evitado con una corrección más atenta.
La obra está estructurada en dos planos. En uno, el hijo nos relata la compleja relación que mantiene con su padre, superviviente de los campos nazis, mientras recoge notas para la realización de un cómic que contará las vivencias de aquél en la guerra. En la otra, asistimos a la historia en sí, la de una joven pareja de recién casados inmersa en el tumulto nazi.
El autor entreteje continuamente las líneas del relato, haciendo que las viñetas de una narración interrumpan el flujo de la otra, como corresponde a lo que en el fondo es un relato oral. Este recurso y dibujar a los judíos con cabezas de ratón y a los nazis con cabezas de gato ayudan al autor a conservar el distanciamiento ante lo que cuenta, y su profesionalidad como creador de cómics. Así, Art Spiegelman no tiene que juzgar los hechos, sólo darles cuerpo en imágenes y contarlos lo mejor posible.
La disposición de las viñetas en la parte rememorada (época que el autor no conoció, por lo que se encuentra emocionalmente seguro en ella) usa todos los elementos que el cómic permite para reconstruir la atmósfera emocional de la época o el estado anímico de los personajes (viñetas sin recuadrar, viñetas de formas extrañas, viñetas dentro de viñetas, etc.), conservando siempre el maestro equilibrio entre el distanciamiento y la emoción (como deja ver la escena en la que un nazi golpea a un niño contra la pared).
En contraste, los sucesos contemporáneos muestran una aparente pobreza visual, que esconde realmente emociones reprimidas en pequeñas viñetas clásicas y ordenadas, dentro de las cuales el autor lucha con calmada desesperación por comprender a su padre. Queda patente el contraste entre las pequeñas tragedias cotidianas, los malentendidos inevitables entre un padre y un hijo que viven realidades radicalmente diferentes, y la gran tragedia del pasado que todavía pesa sobre la conciencia de todos los personajes.
Un ejemplo. En una misma página el padre recrimina a su hijo por dejar caer al suelo las cenizas de su cigarrillo, mientras simultáneamente le vemos ser víctima del sadismo nazi. En otra, Vladek cuenta píldoras obsesivamente mientras habla de la implicación de su primera esposa (la madre de Art Spiegelman) en conspiraciones comunistas. En un momento dado, el autor interrumpe una conversación para ir en busca de lápiz y papel con los que transcribirla fielmente, a fin de incluirla en el libro.
Art Spiegelman sólo se permite expresar abiertamente sus emociones en el cómic: «Prisioneros en el planeta infierno. Un caso clínico», dibujado por Art Spiegelman para relatar los sucesos posteriores al suicidio de su madre, incluido en MAUS y leído y comentado por los personajes (en un juego que haría las delicias de Borges). En el fondo hay dos Art Spiegelman distintos: el dibujante profesional de cómics que conoce su oficio, y el hijo que sufre, llorar y duerme junto a su padre en el suelo la noche del suicidio.
Ese contraste entre las dos encarnaciones del artistas queda rápidamente patente en la segunda parte de la obra, en la que Art Spiegelman es, además de hijo y cronista, el autor de un famoso cómic llamado MAUS que relataba las vivencias de su padre. ¿Era eso lo que quería? ¿Qué significa haber obtenido el éxito relatando una tragedia prácticamente incomprensible? En ese punto, el genial recurso del autor le hace dibujarse como un ser humano que lleva una máscara de ratón, simple detalle que hace más por poner de manifiesto los sentimientos encontrados del autor que largas páginas de explicaciones.
Todos los recursos gráficos recursos son rápidamente aceptados, y después de la desconfianza inicial ni el dibujo tosco (que resalta sólo lo imprescindible) pero efectivo (los rostros de los personajes muestran con unos pocos trazos una soberbia expresividad), ni las cabezas de animales son obstáculos para sumergirse en la narración. Es más, es difícil (como otros ya han apuntado) imaginar MAUS en otro formato que no sea éste, en otro medio que no sea el cómic, que permite recursos como los aquí expuestos. ¿Cómo conseguir en cualquier otra forma narrativa ese equilibrio delicado entre distanciamiento e implicación?
MAUS es una exploración fascinante de una tragedia, el relato de una supervivencia con todo lo que eso significa para los que no sobrevivieron, crónica de pequeños actos de bondad que van salvando vidas, registro de crueldades cuya frialdad todavía nos estremece. Y, también, una obra maestra del cómic.
Publicado originalmente en El archivo de Nessus.
…monstruos más importantes. Imprescindible, la breve entrevista con el diablo (entre otras cosas, cuenta qué religión adoptar para asegurarse la entrada en el cielo).
(vía Xavier).
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Gracias a Locus acabo de encontrar este interesante blog: Frankenstein Journal. El hombre habla, y muy bien, sobre otras cosas. Por ejemplo, sobre la evolución acelerada de los creacionistas o las tácticas orwellianas de las discográficas.
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Durante la Navidad se puede ser consumista sin que nadie te mire mal y con la conciencia bien tranquila. De hecho, es prácticamente una exigencia de la fiesta. Si no se puede consumir miserablemente, hasta el fondo, dejando la cartera completamente vacía, la cuenta en rojos y las tarjetas más allá del límite, ¿para qué sirve la Navidad?
Ayer se lo comenté a un amigo y me dijo que hace falta ser muy egoísta para ser consumista. Sin embargo, los consumistas somos personas desprendidas, siempre dispuestas a comprar algo, a entregar dinero, casi por cualquier cosa. Lo que ganamos revierte casi de inmediato en la economía, ayudando a la creación de puestos de trabajos, al mantenimiento de las industrias y a la supervivencia de nuestro sistema de vida.
Y aún así, a pesar de esos múltiples actos de generosidad, te miran mal. Te consideran un enfermo o algo peor. Recuerdo una encuesta que nos hicieron en casa sobre el consumo. Todas las preguntas daban a entender que consumir era malo y que debías sentirte muy avergonzado de ello. Vaya una investigación seria.
En todo caso, alegría, siempre nos queda la Navidad.