¿Es Criptonomicón una novela sobre hackers?

Hay gente que cuestiona si Criptonomicón es una novela sobre hackers o no, debido a la frase de la portada de la edición española que dice: «La novela de culto de los hackers». Duda, confieso, que me resulta muy extraña. No sólo la palabra «hacker» aparece varias veces en el texto (y más en la versión original, donde se usa también como verbo) para referirse a varios personajes o las comunidades con las que se relacionan, sino que encima dos de sus personas principales, Lawrence Pritchard Waterhouse y Randall Lawrence Waterhouse, son claramente hackers, sólo que Stephenson está usando la definición correcta de hacker que se puede encontrar en el Jargon File:

hacker n.

[originally, someone who makes furniture with an axe] 1. A person who enjoys exploring the details of programmable systems and how to stretch their capabilities, as opposed to most users, who prefer to learn only the minimum necessary. 2. One who programs enthusiastically (even obsessively) or who enjoys programming rather than just theorizing about programming. 3. A person capable of appreciating hack value. 4. A person who is good at programming quickly. 5. An expert at a particular program, or one who frequently does work using it or on it; as in ‘a Unix hacker’. (Definitions 1 through 5 are correlated, and people who fit them congregate.) 6. An expert or enthusiast of any kind. One might be an astronomy hacker, for example. 7. One who enjoys the intellectual challenge of creatively overcoming or circumventing limitations. 8. [deprecated] A malicious meddler who tries to discover sensitive information by poking around. Hence ‘password hacker’, ‘network hacker’. The correct term for this sense is cracker.

(el resto de la definición se puede encontrar aquí)

Y nadie podrá dudar que si algo les gusta a Lawrence y Randy es precisamente programar. Programar no como un trabajo, sino como una obsesión a la que no pueden resistirse. De hecho, Lawrence llega hasta el punto de inventar el ordenador para poder programarlo.

Lo que es evidente es el sentido en que se emplea «hacker» en la novela no es el habitual que le dan los periodistas. Ya se dice en la definición que el individuo que intenta obtener información confidencial rompiendo sistemas es realmente un «cracker». Lo curioso del asunto es que Lawrence también es un «cracker», porque otra de sus obsesiones consiste en romper códigos (de hecho, en un momento dado se dice que es el fundamento de su felicidad) y hay incluso un capítulo en el que crackea una caja fuerte. Capítulo que se llama precisamente «Cracker» (conservado en español para que quedase claro).

Pues eso. No dudo que a Stephenson podrá pillársele en muchas cosas, pero no creo que una de ellas sea no saber qué es un hacker.

Más: Javier Cantero ha cumplido su promesa y ha ampliado sus opiniones sobre Stephenson y Hacker en uno de un posts largos, llenos de datos e interesantísimos.

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Harry Potter y la cámara secreta

Me sorprendió descubrir que me gustó mucho más Harry Potter y la cámara de los secretos que la primera (que en realidad me resultó un poco aburrida), sobre todo considerando que recuerdo ese libro como el menos satisfactorio de los cuatro. Quizá se deba a que en esta ocasión no tienen que presentar a los personajes, algo que no se les dio nada bien, y pueden meterse en asunto directamente, ya en las primeras escenas. Sea como sea, las casi tres horas de metraje se me pasaron volando.

Por delante, que no consiguen reproducir la gracia de los libros con películas que alcancen el mismo nivel. Ni tampoco, elevar un poco el nivel de infantilización. Es decir, a pesar de sus sustos, monstruos y peligros, la película es más infantil que el libro. Pero hay que reconocerle que los efectos especiales han llegado hasta un punto en que pueden recrear sin problemas elementos mágicos. El mundo de las arañas, la aventura con el coche volador o el duelo de varitas son escenas dignas de ver y en ocasiones definitivamente deliciosas.

Incluso el clímax es mejor. Es más largo, el malo es decididamente amenazante y no se resuelve todo en un santiamén como en la primera. Incluso el otro malo, Lucius Malfoy, tiene presencia suficiente. Es más, en al menos una ocasión a Alan Rickman le dejan ser Severus Snape y se agradece. Y Kenneth Branagh se mofa espléndidamente de su imagen personal en Gilderoy Lockhart. Son momentos que se repiten con asombrosa frecuencia y que hicieron que la película me pasase volando.

De hecho, lo que me parece peor con diferencia es el niño actor que hace de Harry Potter. Es totalmente inexpresivo y verle hacer muescas es una tortura. Parece que durará sólo una película más, gracias.

Y otra detalle negativo. Resuelto el clímax, la película tarda muchísimo en terminar. Todos tienen que besarse, abrazarse decirse lo mucho que se quieren, felicitarse unos a otros y aplaudir, mientras Daniel Radcliffe ejercita una sucesión de muecas que pretenden dar a entender felicidad. Se aplaude mucho en este Harry Potter.

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