Durante la Navidad se puede ser consumista sin que nadie te mire mal y con la conciencia bien tranquila. De hecho, es prácticamente una exigencia de la fiesta. Si no se puede consumir miserablemente, hasta el fondo, dejando la cartera completamente vacía, la cuenta en rojos y las tarjetas más allá del límite, ¿para qué sirve la Navidad?
Ayer se lo comenté a un amigo y me dijo que hace falta ser muy egoísta para ser consumista. Sin embargo, los consumistas somos personas desprendidas, siempre dispuestas a comprar algo, a entregar dinero, casi por cualquier cosa. Lo que ganamos revierte casi de inmediato en la economía, ayudando a la creación de puestos de trabajos, al mantenimiento de las industrias y a la supervivencia de nuestro sistema de vida.
Y aún así, a pesar de esos múltiples actos de generosidad, te miran mal. Te consideran un enfermo o algo peor. Recuerdo una encuesta que nos hicieron en casa sobre el consumo. Todas las preguntas daban a entender que consumir era malo y que debías sentirte muy avergonzado de ello. Vaya una investigación seria.
En todo caso, alegría, siempre nos queda la Navidad.