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La página para homínidos con sentido crítico y del humor lo ha conseguido, ya tiene dominio propio: www.homowebensis.com. Se acabaron las excusas para no visitarlas. Con ese nombre, ¿quién no se acuerda de ella?
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Acabamos de terminar de ver en DVD la segunda temporada de Angel, la historia del vampiro con alma que se inició en Buffy, cazavampiros y que pronto cobró vida propia.
Angel conserva mucho de los elementos que hacen de Buffy una gran serie: el sentido del humor, los guiones que aspiran a sorprender, los giros continuos de la trama, la voluntad de salirse de los esquemas de ese tipo de serie, el desarrollo de los personajes…; aunque alterando la situación geográfica. En lugar de la soleada Sunnydale, tenemos la no menos soleada Los Angeles, aunque casi siempre la vemos de noche, cuando está más sucia y es más peligrosa.
Y Los Angeles, en el buffyverso, es un lugar lleno de demonios. Qué digo lleno, decididamente atestado de demonios. Vamos, que no hay bicho del inframundo que no haya buscado refugio en esa ciudad, y da la impresión de que a veces lo complicado es encontrar a un ser humano.
Por tener, Los Angeles tiene su propio bufete de abogados demoníacos ?Wolfram & Hart- especializados en atender las necesidades de esos peculiares seres (en realidad, Wolfram & Hart se manifiesta de diversas formas a lo largo de muchas dimensiones. En nuestro mundo hemos tenido la suerte de que son abogados) y cuya especial debilidad es hacerle la vida imposible a Angel, el vampiro con alma, empeñado en luchar contra el mal para ganar la redención por los crímenes cometidos durante su vida de vampiro sin alma (no dije que fuese fácil seguirla, hay que verla).
Pues bien, esta temporada es realmente compleja. Los guionistas tienen bien claro que no deben repetirse y van enredando la fórmula cada vez más. Por ejemplo, Angel no puede volverse malo ?eso ya lo hicieron en Buffy– así que lo vuelven cabrón ?y más humano. Angel empieza siendo un poco llorica ?siempre meditando seriamente sobre las víctimas que mató cuando era malo- pero a mediados de la temporada se dedica a permitir el asesinato de abogados, que ya está harto de ellos. Al final de la temporada regresa al redil, pero no se vuelve sólo bueno ?también- sino además payaso, porque ha descubierto que debe ganarse de nuevo la confianza de los empleados a los que despidió.
Esta temporada está repleta de los golpes de humor que uno espera de las personas inteligentísimas y brillantes que crearon Buffy. Pero también de las reflexiones casuales ingeniosas, de las referencias cultas y no tanto, y de los comentarios que tocan demasiado cerca de la vida real para ser cómodos, lo que ofrece, por supuesto, gran parte del atractivo de la serie.
Por ejemplo, en un momento dado, Angel se sube a un ascensor para descender al infierno acompañado de un abogado muerto ?el contrato de los empleados de Wolfram & Hart se extiende más allá de la muerte, abogados tenían que ser. ¿Adivinan a dónde llegan? Pues sí, exacto.
Lo curioso de la serie, al contrario de tantas otras de carácter fantástico, es que nunca viola ni sus propias promesas narrativas y las reglas internas que se han establecido en el pasado. Por ejemplo, los vampiros no pueden entrar en una casa particular sin ser invitados, pero tal cosa sucede en un episodio. Pues está explicado, claro, no es arbitrario, formando parte de la reacción emocional de un personaje. En un momento dado decapitan a otro personaje, pero tal decapitación es imposible porque el episodio había prometido resolver un conflicto personal de ese personaje. Por tanto, el espectador se encuentra en la curiosa situación de saber que a ese personaje le han cercenado la cabeza, y simultáneamente saber que dicha decapitación es, de alguna forma, falsa.
He de confesar que lo que más me ha gustado de esta temporada son dos cosas: el personaje de Lorne y los tres episodios finales.
Lorne es un demonio cantarín -de hecho, según he leído por ahí, primero le oyeron cantar y luego decidieron crear el personaje-, de color verde y vestido con una trajes chillones que ya darían miedo aunque el tío no tuviese cuernos. Regenta un club de karaoke, llamado Caritas, y después de que sus clientes canten les lee el aura y les da consejos sobre cómo llevar sus vidas. Un personaje cachondo, que se deja caer de vez en cuando para anunciar el fin del mundo después de cantar el himno americano o atreverse con «Over the Rainbow» cuando se encuentra en otra dimensión. Gran personaje, sí señor; a mí calenturienta imaginación se le antoja un cruce entre el Philip E. Marlow de Dennis Potter y el Lucifer de Neil Gaiman.
Los tres últimos episodios de la serie se marcan un punto especial. Los personajes principales se ven perdidos en una dimensión paralela, Pylea, que representa un homenaje a Xena, la princesa guerrera, El planeta de los simios, Robin Hood y alguna más que me dejo. Incluso, por haber, hay una especie de campeón apodado Groo. Todo ello, claro, sin olvidar ni por un momento de qué va la serie y cuáles son realmente los personajes importantes.
En Angel, como ya sucedía en Buffy, la excusa fantástica permite hablar con mayor libertad de problemas del mundo real. En uno de los primeros episodios de la temporada, hay una brutal reflexión sobre el macarthismo y lo fácil que es inducir a la paranoia. En Pylea, a pesar de las bromas, chiste y referencias de esos episodios, la naturaleza de las relaciones humanas, con sus estructuras jerárquicas y sutiles formas de mantener el poder, se manifiestan en toda su desnudez.
Vamos, en resumen, que la hemos disfrutado mucho, y nos morimos por poder ver la tercera temporada.
No me pasa todos los días que abra un libro sobre literatura y me encuentre una frase sacada de una historia escrita por mí, en este caso en colaboración con Ricard de la Casa, empleada como ejemplo. Demasiado bueno para no citarlo. El libro en cuestión es Ciencia ficción en español. Una mitología moderna ante el cambio de Yolanda Molina-Gavilán.
La cita en cuestión se refiere al cuento «El día que hicimos la Transición» ?que va de la Transición, claro- y específicamente de como frases extrañas, sin sentido o directamente agramaticales pueden tener una interpretación perfectamente literal en lugar de metafórica como en cualquier otra forma literaria:
Veamos algunos ejemplos más de este peculiar tipo de lenguaje. Si el lector lee: Es curioso… hace más de tres años que no asesinaban a Carillo en el cuento «El día que hicimos la Transición» de Ricard de la Casa y Pedro Jorge Romero [1997], se encuentra de inmediato obligado a comprender la oración de acuerdo al discurso de la ciencia ficción ya que la oración desafía sus conocimientos históricos y gramaticales además de su sentido de la realidad. El político español no ha sido asesinado y el tiempo verbal indica que la acción de asesinar es repetitiva, con lo cual se ha de entender que han matado a Carillo más de una vez. Además, la frase es curioso indica que el personaje que anuncia el hecho no considera este tipo de acción anormal, sino más bien previsible. Pero el discurso de la ciencia ficción permite entender perfectamente la frase puesto que remite a la posibilidad de jugar con las coordenadas espacio-temporales, tema ampliamente explorado por el género en los relatos de alternativas históricas. En el caso que nos ocupa, la frase se refiere a las acciones terroristas de grupo que intentan cambiar la historia de España interviniendo en el delicado momento de la transición a la democracia, en este caso, asesinando al entonces líder del partido comunista.
El premio Nobel, que los suecos siguen entregando año tras año con una tenacidad digna de algo más importante, recaerá algún día sobre Haruki Murakami. Y no por sus méritos literarios, que los tiene en abundancia suficiente para ganar un Nobel, sino por ese lugar común que aparece indefectiblemente en las comunicaciones oficiales del premio: siempre se concede por el retrato que hace el autor de la condición humana (o palabras a tal efecto). En la novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo Murakami mantiene a su protagonista en el fondo de un pozo, que ni siquiera contiene agua, durante varias páginas.
Estar en el fondo de un pozo seco, lo que te impide incluso la mínima decencia de beber, encerrado en un espacio pequeño, mirando a un cielo que apenas se entrevé como un círculo lejano, con la luz del sol alumbrándote renuente sólo, si acaso, durante unos pocos minutos al día.
Si eso no es un retrato de la condición humana, no sé qué lo es.
El personaje sale -la novela tiene 600 páginas, no se va a quedar toda la vida allá abajo- del pozo. Pero al lector le queda la duda de si cada vez que desciende a las profundidades de la tierra, la acción se repite cíclicamente, y vuelve a salir ese trepar a la superficie, el proceso le devuelve al mismo mundo del que partió. El carácter surreal y onírico de Murakami es tan exagerado, y tan intenso, que por no estarlo, uno no está seguro ni de la existencia misma de los personajes.
Así es la obra de Murakami. Un devenir continuo por nuestra condición individual, por el atavismo de la reflexión que nos mantiene encerrados en nuestro pozo personal, tras nuestra piel, con sólo los ojos como lejanas aberturas a través las cuales examinar el mundo.
Haruki ?con acento, dicen, en la a- Murakami es un extraordinario narrador japonés ?despreciado por parte de la crítica literaria de su país, lo cual no deja de ser un punto a su favor. Después de todo, los intelectuales luchan como gatos panza arriba por mantener su precario estatus personal. No hay nada que moleste más a un canónico que el hecho de que la gente lea libros sin consultarlo primero con él- que sabe describir en frases simples y llanas la soledad, el misterio, el abandono, la desesperación, la locura, el amor o cualquier otro síntoma de la condición moderna.
Es ferozmente individualista, y mucha de su obra se narra en primera persona. Pero no como si el protagonista le hablase al lector, sino como si el lector mismo la estuviese narrando. Aún así, Murakami no es solipsista. Su literatura está poblada de mundos individuales, de percepciones privadas e intransferibles, de la aceptación tranquila del hecho misterioso de que las demás personas son inteligentes y también tienen sentimientos.
Su Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es una vasta obra absorbente y maravillosa. Nos introduce en un Japón que casi no podemos reconocer, tal es la fuerza del estereotipo, y que quizá tampoco exista. Sigue los avatares de un protagonista que muy a su pesar busca a su gato perdido y a su esposa, no necesariamente en ese orden, y que en el camino, que rara vez lo aleja de su casa, se topa con personajes, o manifestaciones, llenas de excentricidades. Todo un shock para un hombre tranquilo como él.
En español también se puede encontrar La caza del carnero salvaje, una historia casi de misterio, en la que no hay misterio, no hay detective, no se resuelve nada, y al final no se sabe si la acción ha sido real o no. Maravillosa.
Su mejor obra: after de quake donde, con la excusa del terremoto de Kobe, pinta varias escenas de soledad, pérdida y, curiosamente, esperanza.
Me han pedido un artículo sobre Murakami. He leído toda lo suyo publicado en español e inglés (una fracción de su producción total). Quizá debería aprender japonés para leerlo en el original (y de paso, ver todos esos mangas que me apetecería). El autor bien vale el esfuerzo.
Me han pedido un artículo sobre Haruki Murakami. Me ha venido bien la excusa para leer Haruki Murakami and the Music of Words de Jay Rubin.
y Víctor hablan sobre la Navidad (concretamente, aquí y aquí). Se ha abierto la veda, se ve.
Pues bien, pues yo creo que la Navidad es una fiesta absolutamente horripilante y deprimente, en al que uno se ve obligado a ser feliz aunque no quiera o no pueda. Es una época en la que no se concibe que pueda suceder nada malo, y el paradigma imperante el resto del año (todo va peor que ayer pero mejor que mañana) se sustituye por el del amor y la bondad universales (Antena 3, por ejemplo, durante ésa época del año sustituye su ración habitual de película sobre familias que se aman demasiado por películas sobre familia que se aman «platónicamente»).
Pero he de reconocer que la Navidad tiene dos puntos a su favor, uno secundario y el otro muy importante. El secundario es que te hacen regalos. Y luego, encima, se come muy bien.