Exploración sobre Dios
He empezado a leer Dictamen sobre Dios de José Antonio Marina. Confieso que lo compré por el título. Es decir, aposté conmigo mismo a que el dictamen no sería demasiado interesante. Es decir, en asuntos divinos, las preguntas suelen ser más interesantes que las respuestas.
Curiosamente, el libro empieza con un prólogo escrito para la quinta edición donde el autor se defiende contra las críticas vertidas sobre el libro. Curiosamente, esas críticas parecen deberse sobre todo a que el autor se distancia de la religión para estudiarla. Pero él mismo admite: «me acerco a la religión como un extraterrestre que con interés y sin furia […] quiere comprender lo que sucede a los seres humanos». Me resulta interesante esta afirmación, porque resuena muy bien con mi propia posición. La religión me resulta un fenómeno distante y ligeramente asombroso.
Luego, refiriéndose a la verdad y a las demostraciones, dice:
Hay, además, proposiciones que por su especial carácter no pueden salir de un estado de verificación privada, es decir, nunca podrán adquirir el rango de verdades intersubjetivas, universales, lo que no quiere decir que sean falsedades. Por ejemplo, yo puedo equivocarme al juzgar mi amor por una persona, aunque no quiero estar en un error, por la cuenta que me trae. Pero la verdad acerca de mi amor será siempre una verdad privada. No es posible que pase a ser universalmente comprobable. Eso, que todo el mundo acepta respecto del amor humano, les resulta difícil de aceptar a las personas religiosas cuando hablar de su amor a Dios o del amor de Dios hacia ellas. Piensan que algo tan grande y poderoso no puede ser una verdad privada, sino que tiene que ser forzosamente una verdad universal.
Posteriormente, en la introducción original, declara:
No tengo temperamento religioso. […]. Amo la claridad y sospecho de lo numinoso. La proliferación de religiones me abruma, las torturadas teologías me aburren y las mezclas espiritistas, lo mismo que las espirituosas, me marean sin extasiarme.
Curiosamente, a mí me pasa exactamente lo mismo. Sólo que yo sí creo tener temperamento religioso. No quiero decir con ello que crea en Dios, de hecho soy ateo. Pero no por ello descarto la existencia de Dios. Es decir, ¿por qué debería depender mi ateismo de la existencia o no de Dios? Mi ateismo no es tanto una negación como un deseo. Simplemente, preferiría un universo sin Dios. Pero si existe, qué le vamos a hacer. Como decía Woody Allen: «Para Dios soy la leal oposición».
Pero mi ateismo militante no me impide sentir atracción hacia el Zen o la filosofía Sufí. La sensación de trascendencia e irrealidad me acompaña continuamente, por tanto, no puedo evitar sentir el tao. ¿Debería hacerme taoista? No sé. El budismo me atraía poderosamente, pero luego leí un libro sobre su historia, fascinante, y dejó de interesarme. Lo que más me gusta del Zen son los koan. Quizá si Hofstadter fundase una religión…
Empero, volvamos al libro. Su primera parte se llama «Negación de la teología», lo que debe ser una forma muy curiosa de empezar un libro sobre Dios. El argumento que parece defender en esta parte es que la religión lleva implícita la semilla de su propia disgregación. Ya sea porque al ser la religión en el fondo un asunto individual, es al final el individuo el que debe defender sus propias creencias que en ocasiones no coinciden con el conjunto.
En este apartado, plantea tres funciones para una religión: explicar, salvar y ordenar. Mostrando como el éxito de la religión acaba socavando precisamente esas funciones. En la curiosa metáfora que emplea, cada función genera: «un vástago parricida». El de la explicación sería la ciencia, el de la salvación sería:
Cualquier procedimiento físico, químico o psíquico que produzca un consuelo, una exaltación o una conciencia modificada se convierte en religioso, contribuyendo al descrédito de la religión. Un cóctel de esoterismo, astrología, pseudociencia, dietas de adelgazamiento, técnicas orientales, psicoterapias timadoras y conspiraciones de acuario se ofrecen en las baldas de las librerías, convertidas en barras de credulidad.
Y de la función de ordenación surgiría la ética:
Las religiones han producido las morales, pero, por el mismo dinamismo que desencadenaron, ahora tienen que someterse a la ética, que es una moral laica de nivel más alto.
Por el momento, el libro es extremadamente fácil de leer y muy ameno. Se trata más bien de un libro de divulgación filosófica que de un tratado original (o al menos, por el momento no lo es). El estilo es brillante y la forma de exponer la materia ?racional, pero no por ello excluyente- me resulta muy atractiva. Se ajusta muy bien a mis esquemas mentales.
Por cierto, al final de la introducción dice:
He titulado el libro, «Dictamen», y sólo a los que no conozcan el significado de la palabra les parecerá petulante.
Vaya, creo que me ha pillado.