When Things Start to Think de Neil Gershenfeld

Neil Gershenfeld es un tecnólogo singular. Defiende muchas ideas innovadoras y avanzadas sobre cómo deberían funcionar los ordenadores, pero lo hace siempre desde el punto de vista humano. Por ejemplo, ¿a qué debería parecerse un ordenador portátil? Pues a un libro. Un libro se puede llevar a cualquier sitio. La resolución es impresionante y puede leerse incluso en las condiciones de iluminación más extremas. Pesa poco. No consume energía. Carga instantáneamente. Es resistente (se cae al suelo, y no pasa nada). Es fácil de anotar. El acceso es rápido a cualquier parte. Visto así, al ordenador portátil le queda mucho camino por recorrer. Y ésa es, precisamente, la perspectiva de Gershenfeld: las personas no debe adaptarse a las máquinas sino las máquinas a las personas. Y su ideal es un mundo en el que nadie piense en los ordenadores porque estarán por todas partes (pero tampoco se trata de fantasías absurdas de inteligencias artificiales por todas partes, sino de objetos comunes que conservarán su función, pero la ejecutarán mejor). Todo lo que nos rodea, será un poco más inteligente y cumplirá mejor con su función, que es servir a las personas (por ejemplo, ¿por qué el teléfono se empeña en sonar cuando no podemos cogerlo, o cuando llama alguien con el que no queremos hablar? ¿Por qué los relojes no son capaces de ponerse en hora solos? ¿Cómo es posible que mi cafetera todavía no sepa cómo me gusta el café?).

Y eso es When Things Start To Think, un repaso variado a las posibilidades nuevas que se abren cuando uno intenta dotar de cierta inteligencia a objetos comunes de la vida diaria (¿por qué no podemos marcar directamente un número de teléfono simplemente pasando por delante del aparato la tarjeta de visita de la persona a la que queremos llamar? ¿Por qué la ropa no le indica a la lavadora la cantidad de detergente que necesita?). Dividido en tres partes, que a su vez se subdividen en una serie de ensayo breves y de fácil lectura, va repasando el «Qué»: libros (sobre todo, las grandes posibilidades del papel electrónico), instrumentos musicales que conserven el interfaz habitual pero permitan mayor expresividad, la ropa, el dinero inteligente, el fabricador personal (una especie de impresora tridimensional que fabricaría sobre la marcha los objetos que queremos. Se acabó esperar al cartero después de haber hecho un pedido en Internet). El «porqué»: nuestros derechos como usuarios, los derechos de las máquinas, las falsas creencias (como «realidad virtual» o «lógica difusa») y la naturaleza del interfaz que ponemos al mundo. Y la parte más interesante, el «cómo».

Porque olvidaba comentar que Neil Gershenfeld es físico y trabaja en ese fascinante lugar de investigación conocido como Media Lab. En particular, investiga en el consorcio Things That Think (cosas que piensan). Es decir, esté señor no sólo explica cosas que podrían hacerse mañana, sino que además tiene una idea bastante ajustada de cómo hacerlas realidad. Y en ese tercer apartado es donde se explica, con bastante claridad, cómo efectivamente podría hacerse que las cosas pensasen. Y en ocasiones, curiosamente, consiste en eliminar el ordenador tal y como lo conocemos. A veces lo digital no es la mejor solución, y en ese caso se propone utilizar propiedades físicas para que el objeto gane en capacidad, recurrir a sistemas analógicos, o, ya haciendo cábalas, ir a por el ordenador cuántico. Lo importante, es que Neil Gershenfeld comprende perfectamente que uno no debe detenerse en el nivel tecnológico de la informática actual, sino que debe en muchas ocasiones descender al fundamento físico de lo real. Hoy día, combinar un ordenador con una cámara sólo produce una cámara más confusa y difícil de usar. El autor propone romper esa situación.

Ya sea describiendo cómo fabricar un mejor violonchelo para Yo-Yo Ma, como poner en marcha una PAN (Personal Area Network) para aprovechar las propiedades de la piel y permitir que dispositivos distribuidos por el cuerpo se comuniquen entre sí (por ejemplo, los zapatos con las gafas. Los zapatos son un lugar perfecto para colocar un ordenador, porque se puede aprovechar la energía producida al caminar para alimentarlo. Y las gafas, claro, es el lugar perfecto para llamar nuestra atención), cómo dotar de inteligencia al dinero de forma que tenga distinto valor dependiendo de la forma en que se ha ganado (una idea bastante más interesante y lógica de lo que parece) o discutiendo el fundamento físico último de la computación, Neil Gershenfeld nunca olvida ni por un momento que el fin último de todo esto es hacer que la vida de las personas sea más cómoda, fácil y agradable.

Lo dicho, un tecnólogo singular que sabe combinar su capacidad creativa con una gran claridad expositiva. When Things Start to Think es una lectura fascinante para cualquiera que sienta interés por las grandes posibilidades del mañana. El futuro de los ordenadores es acabar hechos pedazos y sus fragmentos dispersos por el mundo, para permitir que las cosas piensen.

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El tío Petros y la conjetura de Goldbach, de Apostolos Doxiadis

El tío Petros y la conjetura de GoldbachEs fácil entender la fascinación de la matemática. Después de todo es una ciencia, o un lenguaje, donde la verdad o falsedad de las proposiciones puede demostrarse con unos pocos pasos lógicos. Aceptando un conjunto, cuanto más limitado mejor, de axiomas, la belleza de un mundo perfecto de teoremas no manchados por lo cotidiano se despliega ante el practicante. La matemática es como un reino remoto muy alejado de las preocupaciones de todos los días, donde uno puede perderse, aislarse o vivir una vida relajada… o no. O al menos, así era hasta principios del siglo XX, cuando alguna de las más preciadas convicciones matemáticas se tambalearon y derrumbaron ante el terremoto de algunas nuevas demostraciones. La matemática, aunque extremadamente bella y abstracta (y esa abstracción es un componente importante de su atractivo), no era tan perfecta como parecía.

El tío Petros y la conjetura de Goldbach a pesar de su título, que engaña con sinceridad, es realmente la historia del sobrino, que crece fascinado por la figura de un enigmático anciano al que su familia de comerciantes considera una oveja negra a pesar de su indiscutible y brillante pasado como matemático. Pero tío Petro no es ahora más que un anciano que vive recluido en una casa de campo, rodeado de libros de matemática que ya no lee, y enfrascado en los problemas del ajedrez. Un poco de rebeldía juvenil se combina en el sobrino con la fascinación por el hombre hasta hacerle desear convertirse también en matemático. Pero su tío le ofrece una prueba, demostrar una simple proposición matemático. Si lo consigue, habrá demostrado tener talento para esa disciplina. Pero un verano de trabajo no sirve de nada, y el joven se ve obligado a firmar un documento en el que asegura que jamás estudiará matemática y parte a América para realizar sus estudios universitario.

El problema planteado por el anciano es muy simple: demostrar que todo número par superior a dos es la suma de dos primos. Expresable en pocas palabras, es sin embargo uno de los grandes problemas no resueltos de la matemática, la conjetura de Goldbach. Cuando su compañero de cuarto llama la atención del joven al hecho de que su tío le había planteado como prueba un famoso problema no resuelto, éste estalla en cólera y decide enfrentarse al anciano.

La narración cambia después a la tercera persona, hasta ese momento el sobrino narraba en primera, y asistimos a los esfuerzos del joven y brillante matemático Petros Papachristos por resolver la conjetura de Goldbach y su fracaso. Pero la narración es misteriosa y no deja clara del todo los motivos y las razones del fracaso. ¿Qué sucedió? ¿Qué hizo realmente que Petros abandonase la búsqueda de la preciada demostración de la famosa conjetura, demostración que le hubiese garantizado la inmortalidad en el panteón de los grandes matemáticos?

Continúa así una aventura fascinante que en menos de doscientas página entremezcla personajes inventados con grandes matemáticos de principios de siglos (como Hardy, Ramanujan, Turing y Gödel). Es evidente en su lectura que Apostolos Doxiadis podría haber escrito un libro de historia, pero al decidir escribir una novela ha construido una ensayo sobre el placer y los peligros de la matemática. El tío Petros y la conjetura de Goldbach es una reflexión sobre la admiración, el orgullo y la iluminación casi religiosa del descubrimiento. La narración es ágil y perfecta, tomándose gran cuidado en construir los personajes y destacar sus motivaciones. En ocasiones, se lee como una novela de aventuras que tiene como eje central la matemática. Pero son los conflictos personales los que soportan, con soberbia resistencia, el peso de la trama.

Los elementos matemáticos del argumento se explican con total claridad y son fáciles de entender hasta por el más negado para esa ciencia, o lenguaje (de hecho, da la impresión de que Apostolos Doxiadis podría ser un espléndido divulgador). Pero más importante, expone perfectamente por qué hay gente capaz de dedicar toda una vida a demostrar teoremas que aparentemente no tienen mayor interés práctico (la figura de Erdös viene inmediatamente a la cabeza). En general, cualquier persona que alguna vez haya admirado la belleza de la matemática se identificará inmediatamente con el tío Petros. Todos los que habiendo admirado la belleza de la matemática sabemos que estamos negados para ella, nos identificaremos con el sobrino. Todos los capaces de disfrutar de una buena novela, leerán El tío Petros y la conjetura de Goldbach con absorbente placer.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus, 2000

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