Genoma: La autobiografía de una especie en 23 capítulos, de Matt Ridley

«Los genes no existen para causar enfermedades» escribe Matt Ridley en mayúsculas para que quede bien claro. Los genes están ahí por sus propios motivos y de paso fabrican un cuerpo. En ocasiones hay genes defectuosos, y eso provoca enfermedades y defectos en el cuerpo. Pero a pesar de lo que pueda aparecer en la prensa cuando se habla de un gen para esto o para lo otro, los genes no existen para producir la enfermedad a la que pueden quedar asociados. Es más, lo más probable es que un gen tenga varias funciones diferentes.

Ése es el primer punto evidente en Genoma. La autobiografía de una especie en 23 capítulos, una fascinante introducción a ese ente elusivo que en cierta forma conecta toda la vida sobre la Tierra. Y el resultado es un viaje fascinante de varios miles de millones de años, que se mueve entre especies, sistemas, teorías y personajes con claridad y sin sacrificar en ningún momento la profundidad.

Matt Ridley ya había escrito desde una visión firmemente darwinista y evolutiva en The Red Queen que trataba del sexo y de las consecuencias de la evolución en la naturaleza humana. Ahora, con Genoma no sólo se catapulta al grupo de cabeza de la alta divulgación, sino que además demuestra que a entusiasmo por el tema no le gana nadie. Entusiasmo, por cierto, que contagia con pasmosa facilidad.

El segundo punto fundamental de Genoma es desterrar definitivamente el espectro del determinismo genético. Devoto evolucionista, Matt Ridley defiende la postura de las bases genéticas de no sólo nuestro cuerpo sino de muchos de nuestros rasgos de personalidad y carácter, acercándose en más de un capítulo a la psicología evolutiva. Pero una y otra vez, insiste en que predisposición genética no implica inevitabilidad. Capítulo tras capítulo, como por ejemplo el 10 dedicado al estrés, muestra como los genes influyen en el ambiente y como éste a su vez influye en los genes, forzando la activación de unos y la supresión de otros. Hay que superar la distinción entre herencia y ambiente, porque en general no existe una separación tan clara, y la oposición es falaz. Así, cuando habla del estrés, dice: «No somos un cerebro que gobierna un cuerpo activando hormonas. Tampoco somos un cuerpo que gobierna un genoma accionando los receptores hormonales. Tampoco somos un genoma que gobierna un cerebro activando genes que activan hormonas. Somos los tres a la vez».

El genoma reside en el corazón de todas las células y es la plantilla para fabricar a todo ser vivo. Pero, la imagen que dibuja Ridley, lejos de ser la de un elemento estático que sirve para crear inicialmente los organismos, es la de un ente mutable, en continuo cambio, lleno de genes que batallan entre sí e intentan aprovecharse de los recursos del organismo, de genes que se activan o desactivan dependiendo de las circunstancias. Su visión es tan dinámica que incluso critica el proyecto Genoma Humano (que no, claro está, la investigación genética), mientras habla en el capítulo 9 sobre las enfermedades:

El Proyecto Genoma Humano está basado en una falacia. «El genoma humano» no existe. Un objeto tan preciso no se puede definir ni en el espacio ni en el tiempo. Diseminados por los veintitrés cromosomas, en cientos de loci diferentes, hay genes que difieren de unas personas a otras. Nadie puede decir que el grupo sanguíneo A es «normal» y los O, B y AB son «anormales». Así que cuando el Proyecto Genoma Humano publique la secuencia de un ser humano típico, ¿qué publicará acerca del gen ABO del cromosoma 9? El propósito declarado del proyecto es publicar la secuencia promedio o «unánime» de doscientas personas diferentes. Pero en el caso del gen ABO esto pasaría por alto lo más importante, porque una parte crucial de su función es que no debería ser la misma en todo el mundo. La variación es una parte inherente e integral del genoma humano, o en realidad de cualquier genoma.

para añadir:

Tampoco tiene sentido tomar una instantánea en este momento concreto de 1999 y creer que la foto resultante representa de alguna manera una imagen estable y permanente. Los genomas cambian. La popularidad de las diferentes versiones de los genes sube y baja a menudo impulsada por el aumento y la disminución de las enfermedades. Los humanos tienen una tendencia lamentable a exagerar la estabilidad, a creer en el equilibrio. De hecho, el genoma es un escenario dinámico en constante evolución.

Genoma es una lectura apasionante, llena de intrigas, trabajos de deducción detectivescos, falsos comienzos, descubrimientos asombrosos y muchas reflexiones. Matt Ridley sabe escribir sobre ciencia sin sacrificar la precisión o la profundidad, y aunque hay capítulos más duros que otros, sabe siempre ser un guía fiel y atento. Su capacidad como narrador haría de él un gran novelista, y en este caso hace que el libro se lea prácticamente de corrido sin que sea posible dejarlo.

La excusa del libro es hacer un repaso del genoma humano en 23 capítulos aprovechando los 23 cromosomas que heredamos de cada progenitor, escogiendo un gen de cada uno de ellos para usarlo como muestra (aunque en al menos una ocasión, no le llega). Digo excusa, porque muy a menudo no vacila en tomar otros derroteros e introducirse en cualquier tema que pueda interesar en un momento determinado. Los priones, el desarrollo embrionario, el libre albedrío, la muerte, los retrovirus endógenos, la enfermedad, la inteligencia o el sexo son algunos de los aspectos que se van tratando.

El autor va pasando con alegría y regocijo de un capítulo a otro como si no pudiese esperar a mostrarnos todas las maravillas que encierra el genoma. Particularmente interesante es el capítulo 7, dedicado al conflicto entre los cromosomas X e Y, al ser estos los únicos que pasan más tiempo en un sexo que en otro. El cromosoma Y se encuentra exclusivamente presente en los hombres y un cromosoma X cualquiera pasa dos tercios del tiempo en cuerpos de mujer. Esa asimetría implica que cada uno de ellos tiene preocupaciones diferentes (y perdonen la personificación) y de ese simple hecho surgen toda una fascinante relación de fenómenos.

Matt Ridley retrata en este libro la simplicidad de lo complejo y la complejidad de lo simple (como en el caso del asombroso desarrollo embrionario descrito en el capítulo 12). En más de una ocasión debe admitir que las pruebas no son concluyentes, pero eso lejos de detenerle le sirve de oportunidad para exponer todo tipo de hipótesis con la total libertad de un investigador. Es ese el aspecto que más probablemente estimule la lectura, que es casi compulsiva, esa curiosidad voraz incapaz de saciarse.

Pero desde mi punto de vista lo que transforma lo que podía ser un gran libro de divulgación en una obra soberbia es su posición claramente contraria a la ignorancia. En el último capítulo, dedicado al libre albedrío, defiende, como ya lo había ido haciendo a la largo de la obra, la necesidad y conveniencia de la investigación genética. El estudio del genoma no es malo en sí, y si se aspiran a tomar decisiones, éstas deben tomarse conociendo la realidad y no ignorándola. Sólo conociendo todos los factores que influyen en nosotros sabremos dónde radica nuestra libertad.

Inevitablemente, dentro de unos años el material presente en este libro quedará atrasado. Pero no el placer del descubrimiento y el entusiasmos por el material. Y esto último hará que dentro de un tiempo su lectura siga siendo tan gratificante como ahora.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Usabilidad: Diseño de sitios web de Jakob Nielsen

En una ocasión, hace un par de años, me contrataron para arreglar la página web de una institución pública. Fue una experiencia curiosa. El problema principal era el siguiente: la habían diseñado para funcionar con Internet Explorer 5, recién aparecido en aquel momento. Por desgracia, pocas personas tenían ese navegador, y en la institución en cuestión el más usado era Explorer 3. Es decir, la empresa encargada del diseño había creado una página web que ni siquiera el cliente podía ver.

Básicamente, mi trabajo consistió en crear una versión de la página que se pudiese ver con un navegador más «primitivo». Pero aún así, la página seguía teniendo problemas que me hubiese gustado resolver pero que quedaban más allá de mi competencia en el caso.

Para empezar, la estructura de la página reflejaba la estructura interna de la institución. Pero ¿le importa a un usuario la estructura interna de la organización o empresa que visita? No sé a ustedes, pero a mí no. Yo tengo un problema e intento resolverlo lo más rápidamente posible, ya sea encontrar información o buscar la dirección de correo de un responsable.

Pero también hay otro problema con esa forma de hacer las cosas. La estructura interna de una organización puede que esté clarísima para los que allí trabajan pero no tiene por qué estar tan clara para el visitante. Por ejemplo, en esa página había opciones para los departamentos de «Economía» y «Hacienda». Tengo un problema relacionado con los dineros, ¿a cuál de las dos debo ir?

Aún no he terminado. La página usaba marcos para mantener varios menús en pantalla simultáneamente y cada opción hacía aparecer su propio menú. De esa forma, si uno navegaba lo suficiente, acaba con cuatro menús diferentes en pantalla, cada uno de ellos reclamando atención.

La página estaba exquisitamente diseñada, con mucho cuidado y atención a los detalles y utilizando las tecnologías más avanzadas (demasiado avanzadas, como ya he dicho). Su problema era, simplemente, que nadie se había hecho una pregunta tan básica como «¿Qué quiere hacer el usuario al llegar a la página?». ¿Quiere saber cuál es la estructura interna de la organización? No ¿Quiere conocer el organigrama y el nombre de todos los trabajadores? No. En aquel caso, lo que un usuario tipo querría era información de subvenciones y poder bajarse los formularios correspondientes, pero para encontrar cualquiera de esas cosas era preciso navegar una serie interminable de menús, porque la información más útil era precisamente las más enterrada.

Diseñar es muy fácil. Diseñar para hacer la vida más fácil al usuario es muy difícil.

Y no sólo pasa con las instituciones públicas, que después de todo, tienen interés en que se reconozca y mantenga la jerarquía, sino que incluso algunas páginas comerciales caen en el error de dificultar la tarea del usuario en lugar de facilitarla. Y en este último caso, se pierde dinero, al perder la confianza de los usuarios y por tanto ventas.

(No me resisto a comentarlo. Hace unos días intentaba encontrar información sobre un producto informático. Me dirigí a la página de unos grandes almacenes y con toda confianza le di a la opción «Buscador». Cuál sería mi sorpresa cuando se me ofrecen ¡doce! buscadores, cada uno para una categoría de productos diferente. Comprendan el absurdo: para poder usar la opción de búsqueda, se obliga al usuario a tomar una decisión sobre la categoría del producto que desea buscar. Peor aún, a nadie se le había ocurrido ofrecer también un buscador general que no exigiese el trabajo extra de decidir de antemano a qué categoría pertenecía el producto. Y todo esto, en la página de unos grandes almacenes que en el mundo real ofrecen una excelente atención al cliente.)

Este tipo de consideraciones son las que aborda Jakob Nielsen en Usabilidad, como viene haciendo desde sus estudios sobre el hipertexto en los años ochenta y más recientemente en su interesantísima columna web sobre usabilidad en www.useit.com, aunque el subtítulo del volumen, Diseño de sitios web, podría hacer pensar que estamos ante otro tipo de libro. No se trata en ningún momento de un libro que explique cómo combinar adecuadamente los colores o cómo aplicar ciertas técnicas de HTML. De lo que trata es de ese concepto elusivo de «usabilidad», la capacidad de un sitio web para dejarse usar con facilidad y de forma intuitiva, para facilitar la experiencia del usuario en lugar de entorpecerla.

El motivo central de Jakob Nielsen es la idea de que menos es más (en se aspecto, el subtítulo de la versión original en inglés, La práctica de la simplicidad, expresaba mejor la idea central del libro). Una página dónde se eliminen los detalles innecesarios y los elementos arbitrarios será una página más fácil de usar y, por tanto, la experiencia global del usuario será más positiva.

Por que de eso se trata, precisamente, de diseñar para el usuario, sin olvidar que el usuario medio no tiene el mismo interés en el sitio web que el diseñador o el programador, y que no tiene mayor interés en peder el tiempo aprendiendo las convenciones de otros.

Después de un primer capítulo dedicado a explicar el por qué de la usabilidad en la web (y no deja de ser muestra del mal estado de Internet que sea necesario un capítulo para justificar que la comodidad del usuario es lo más importante) se pasa al núcleo central del libro, los capítulos dedicados al diseño de páginas, al diseño de contenidos y al diseño de sitios.

Una vez más, el capítulo dedicado al diseño de páginas no se refiere a la mejor forma de combinar los colores o a los trucos para obtener un cierto efecto, sino a la estructuración de las páginas para que la experiencia del usuario mejore. Desde usar mejor la superficie de la pantalla, colocar señales para indicar la situación dentro del sitio, cómo enlazar (o conseguir ser enlazado) o el tamaño de las fuentes, el autor va haciendo uso de los datos obtenidos evaluando usuarios reales para ofrecer sus consejos, para acabar afirmando que «La simplicidad debería ser el objetivo del diseño de páginas» porque «Los usuarios no suelen ir a un sitio para disfrutar del diseño».

Pero quizá posiblemente el tercer capítulo, dedicado al diseño del contenido, el que debiera estudiarse con mayor atención. El fin vuelve a ser el mismo, conseguir la mejor experiencia para el usuario. Abundan nuevamente los consejos prácticos, desde el evidente (y tantas veces ignorados) de usar un buen contraste entre texto y fondo, escribir textos de cabecera que informen, hasta la introducción de elementos multimedia (siempre indicando el tamaño del archivo). En cualquier página web comercial, la aplicación de muchos de esos consejos provocaría inmediatamente una mejora en la calidad de la experiencia de los usuarios.

Diseño del sitio es el capítulo más largo y cuya aplicación afectaría más directamente a cualquier sitio web. Se discute las diversas formas de organización la información, y cómo hacer que el usuario comprenda esa estructura organizativa, encuentre lo que busque y sepa orientarse en el sitio. Es el capítulo más fascinante, pero también uno de los más difíciles de poner el práctica, especialmente si el sitio es grande y ya está en funcionamiento. El autor termina con una predicción que debería hacer que pensar a los diseñadores de sitios web: «Cuando haya sitios que consigan hacer la navegación más fácil, los usuarios se rebelarán contra los sitios que les hagan perder el tiempo viendo páginas irrelevantes».

(En lo referente a la arquitectura de sitios web, este capítulo se ve complementado admirablemente por Information Architecture fo the World Wide Web de Louis Rosenfeld y Peter Morville, cuya lectura también recomiendo.)

Los siguientes capítulos tratan temas más específicos y cuyo interés varía de sitios a sitio. «Diseño de Intranets», «Accesibilidad de usuarios con discapacidades», «Utilización internacional: atender a una audiencia global». «Predicciones para el futuro: la única constante en la Web es el cambio» es un intento de evaluar el posible futuro de la web, aunque el autor admite que el intento está inevitablemente condenado al fracaso (comienza haciendo algunas predicciones chuscas para dejar claro lo arriesgado de la proposición, entre ellas, que Bill Gates perderá toda su fortuna pero que volverá a convertirse en el hombre más rico). En conclusiones, aprovecha para repetir su leimotiv, «Simplicidad en el diseño web», y ofrece receta para un buen sitio en siete punto: Contenido de gran calidad, Actualizado a menudo, Mínimo tiempo de descarga, Facilidad de uso, Que sea relevante para las necesidades de los usuarios, Que sea único para el medio en línea y Que tenga una cultura corporativa centra en la red.

Usabilidad. Diseño de sitios web se presenta como un libro destinado a evaluar las páginas web desde el punto de vista del usuario. Su importancia está en ofrecer consejos desde la investigación y los datos, aspirando a mejorar la experiencia del usuario. No es un libro que aspire a acabar con el diseño, pero si es un libro insistente, porque el usuario es a menudo la víctima involuntario de muchos fallos de diseño. La web es todavía un medio joven, y no es de extrañar que se comentan errores. Libros como éste ayudarán a que desaparezcan. Por el momento, Jakob Nielsen ha escrito un volumen práctico, repleto de ilustraciones y ejemplos, observaciones y datos, que debería ocupar un lugar importante en el estante de cualquiera que aspire a diseñar un sitio web aunque no se esté de acuerdo con todo lo que en él se dice.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Invasores de Marte: Almanaque. Invierno 2000 de Javier Calvo (compilador)

El libro-revista de Mondadori, Almanaque, está dedicado en su número de Invierno del 2000 a la ciencia ficción y el terror. Se ofrecen diez cuentos más o menos ligados al fantástico. Ninguno de ellos es particularmente terrorífico, y tampoco ninguno de ellos se encuadra especialmente en la ciencia ficción. Ninguno de los cuentos sorprenderá a un lector razonablemente leído en el fantástico, pero en general están francamente bien escritos, son de agradable lectura y ofrecen más que buenos momentos. Se trata de uno de esos interesantes experimentos, y una visión fresca sobre viejos temas es siempre de agradecer.

La introducción de Javier Calvo, «Invasores de Marte: las mutaciones del horror y la ciencia-ficción», es un texto escrito de una forma deliberadamente exagerada e irónica. O al menos, ésa es la única forma razonable de entenderlo. Juega a construir una teoría referencial de la ciencia ficción. Pero la exageración es excesiva, y es muy fácil creer que el autor se está pasando de listo. Por otra parte, es difícil entender cómo en una selección de literatura la introducción se limite a citar obras cinematográficas y no haga ninguna referencia a la ciencia ficción escrita. ¿Se quería llevar la broma hasta el final poniéndose en la situación de un hipotético lector que sólo conociese el género por las películas o, y con malicia, Jorge Calvo jamás ha leído una obra escrita de ciencia ficción o terror?

(Eso sí, ya puestos a citar obras cinematográficas y a hablar de cómo los autores se han vuelto listos y han creado un conjunto de metareflexiones dentro del género, se echa en falta una mención a The Rocky Horror Picture Show que sería simultáneamente una película de terror-ciencia-ficción y el homenaje cinematográfico definitivo a ese género. «Let’s do the timewarp again.»)

Curiosamente, el cuento que más se ajusta a la visión de la ciencia ficción y el terror que se ofrece en la introducción, «Historia de monstruos» de Rodrigo Fresán, es también el más insatisfactorio del volumen. Intenta mezclar la historia real e irreal de varias películas de ciencia ficción, principalmente La mujer avispa y 2001, lo más bajo y los más alto, para construir una especie de comparación entre las personas «normales» y los «monstruos». Pero las líneas no acaban de converger y los paralelismos se pierden. Eso sí, aunque el conjunto no funcione del todo, los elementos individuales están muy bien ejecutados, destacando la reconstrucción del rodaje de 2001 con el peculiar comportamiento de su director, y la visión de la vida y muerte de la actriz Susan Cabot.

El primero de los cuentos, «El retorno» de Roberto Bolaño, ofrece una peculiar historias de fantasmas y de relaciones necrófilas. Con gran delicadeza, el autor va dejando entrever el carácter y la personalidad de su protagonista, y al final la narración se configura como el exquisito relato de una peculiar amistad. No puede uno evitar la sensación de que morirse fue lo mejor que pudo pasarle al protagonista. Con un estilo tranquilo y depurado se posiciona como uno de los mejores cuentos de la antología.

«Esto ocurrió» de Andrés Ehrenhaus es una historia de zombis. Pero los zombis nunca aparecen y todo se lo cuentan a un despistado personaje que no siente la más mínima curiosidad y que no entiende demasiado de lo que le rodea. La trama en sí no tiene demasiada importancia, y la narración se sostiene exclusivamente sobre ese personaje, soberbiamente construido y cuyo despiste congénito torna en graciosa la historia. La lectura es ágil y la ambigüedad realidad/irrealidad está muy lograda.

En «Uno es lo que come», Guillem Martínez demuestra que con una pizca de ingenio se puede sacar algo de vida de un lugar común ya empleado hasta la saciedad. Es también el cuento más hilarante de la antología, en gran parte gracias a su peculiar ritmo narrativo (que el autor mantiene con total virtuosismo), que haciendo uso de un conjunto de repeticiones temáticas (una canción, referencias televisivas, tópicos sobre la España pretérita, las morcillas…), consigue añadir humor e ironía a lo que debe ser el despertar adolescente más patético de la historia. Pero claro, ya lo dice el tópico: Spain is different!

A lectores experimentados en la ciencia ficción, «Mamis malas» de Naief Yehya les recordará más el ciberpunk que el terror. Se trata de la historia de un programa de televisión dedicado a las madres malas, aquellas que maltratan y, a poder ser, asesinan a sus vástagos. Vamos, un reality show de lo más rastrero. Es un bueno cuento y, nuevamente, el narrador, que no es el protagonista, lleva el peso de la narración. Un momento particularmente divertido es cuando la productora del programa rechaza una comparación, más que justificada, con la Andrea Caracortada de Almodóvar asegurando que ella tiene más tetas. Eso sí, pierde fuerza al tratarse de una sátira del mundo televisivo. Este lector acabó pensando que lo raro es que a ningún productor de televisión del mundo real se le haya ocurrido hacer semejante programa.

«Sonata» de Juan Abreu es la primera de las historias de la sección nominalmente dedicada a la ciencia ficción. Se trata de la viñeta de una batalla en la que se enfrentan una monja de la Santa Cofradía de la Suma Blancura con un ejército privado de la corporación Disney. Considerando las referencias irónicas del cuento, asumo que el hecho de que el nombre de la orden religiosa parezca un anuncio de detergente no es casual. Pero sin embargo, a pesar de lo que podría pensarse, esas referencias irónicas (a Barbie y Ken, a Disney y demás) no molestan, porque están sabiamente insertadas en la narración que fluye asombrosamente bien. Incluso cuando el cuento se detiene para dar explicaciones, el autor consigue que estas adopten su propio ritmo y complemente la narración. Lo que queda al final es, efectivamente, la historia de una monja que escribe su sonata cargándose a sus enemigos.

«Estampida» de Lázaro Covadlo es uno de los cuentos notables de esta antología. El comienzo hace pensar en una obra más graciosa, pero el humor inicial va derivando lentamente hacia lo trágico en una historia de enfrentamientos humanos llevados al límite. El desmoronamiento social representado en la figura de dos hermanos está muy bien retratado y cuando digo que la situación se lleva al límite lo digo en serio. Un ejemplo de relato donde el estilo es perfecto aliado a la narración.

«El juego de los mundos» de César Aira es claramente lo mejor de este volumen. Y lo más sorprendente es que se trata de un fragmento de una novela. Considerando la gran calidad de la muestra aquí incluida y que Mondadori ha publicado sin tapujos novelas de ciencia ficción (como Entre dinosaurios de Gaylord Simpson, Vurt de Jeff Noon o La institución smithsoniana de Gore Vidal), ¿a qué esperan para editar la de César Aira? Supongo que no tardarán mucho. Una vez más, es un personaje notablemente construido el que sostiene la narración, en este caso un padre algo calzonazos que no entiende la fascinación de su hijo por un peculiar video juego que consiste en destruir planetas de verdad. En apenas 13 páginas se acumulan profundas, que no pesadas, discusiones éticas a medida que el hijo y el padre se enfrentan dialécticamente, enfrentamientos de los que el padre parece siempre retirarse. Una narración extraordinaria, y un ejemplo perfecto del poder de la literatura especulativa para iluminar los conflictos éticos y morales.

«Cómo odiamos las despedidas» de Jesús Llorente es la más parecida a una narración de ciencia ficción convencional, la que más referencias a la ciencia ficción escrita contiene (con varias a Lem) pero curiosamente es uno de los menos interesantes al no desarrollar adecuadamente su argumento. La historia concierne a dos amantes homosexuales, uno de ellos que ha inventado un motor cuántico y está a punto de ir al espacio y el otro que agoniza en la cama de un hospital. El que agoniza le pide al otro que cuando salga al espacio demuestre la inexistencia de Dios, destruyendo, si es preciso, cualquier forma de vida que encuentre (y el lector se preguntará, con toda justicia, ¿por qué?). Parece la historia de una traición, pero esa traición no es, la verdad, tan grave.

«Viaje a Gea» de José Manuel Prieto es un cuento algo convencional que retoma algunos temas clásicos del género. Pero, sabiamente, el autor limita a cinco páginas una idea que no podría dar más de sí y la combina con una peculiar, como en el primer relato, relación de dependencia. El resultado final es bueno, con un trama bien resuelta, y ciertamente refleja un cierto aire a cuento clásico o leyenda.

¿Qué será «La página pantalla» de Eloy Fernández Porta? Claramente no es un cuento, pero tampoco es un ensayo; ciertamente está lleno de chistes, referencias culturales y ataques a muchas posiciones intelectuales, pero el tono no podría estar más alejado de un discurso racional. Por desgracia, si se trata de un chiste, les ha salido demasiado largo. En todo caso, no pega ni con cola en esta selección y debería haberse eliminado sin piedad. La mejor opción para el lector es saltárselo.

En general, este Invasores de Marte representa una selección interesante y de calidad, ofreciendo en los relatos una visión diferente y fresca. La clasificación final debería ser un 3’75, pero como no tenemos esas estrellitas y contando el valor de la iniciativa, pues un 4.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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