Timequake de Kurt Vonnegut

Kurt Vonnegut iba a escribir un libro llamado Timequake. Contaba una historia singular. El 13 de febrero de 2001, a las 2:27, el universo sufrió una crisis de confianza en sí mismo. ¿Debía seguir expandiéndose? ¿Qué sentido tenía hacerlo? Ni corto ni perezoso, decidió retroceder al 17 de febrero de 1991, más que nada, por darse diez años para pensar. Todo el mundo, hasta el último individuo, tuvo repetir esos diez años en piloto automático, cometiendo una vez más todos los errores anteriores, sin poder hacer nada para evitarlos. El libre albedrío desapareció completamente durante ese periodo, pero, ¿existió alguna vez?
Lo que no existe es ese libro. Kurt Vonnegut había escrito demasiado. Otros a su edad ya habían producido sus grandes obras. Y además, el libro, después de casi una década de trabajo, no quería escribirse. ¿Qué hacer? Salvar las partes buenas. (Todo esto lo cuenta en el prólogo/declaración de intenciones).

Y eso es Timequake (que afirma será su último libro). Sin sentido, sin estructura, sin mayor intención que permitir a Kurt Vonnegut hablar libremente, para que su mensaje quede clarito, para que nadie se confunda: la vida no tiene sentido, no vale la pena vivirla y para empezar no queríamos nacer.

No es una novela. No es una autobiografía. Es como mirar a la cabeza de una persona mientras piensa, con todo lo que se le ocurre mientras medita sobre su condición (que es, extrapolando su situación de artista, la condición humana). Entre fragmentos hilarantes de la novela que podía haber sido, entre recuerdos terribles de la niñez del autor, entre reminiscencias de personas ya muertas, entre resúmenes de los cuentos de Kilgore Trout, entre chistes amargos, Kurt Vonnegut va dibujando un especie de itinerario personal, lleno de preguntas y respuestas. ¿Por qué no es seropositivo? Lo explica. ¿Cuál fue la mejor idea que Satanás metió en la manzana que dio a la serpiente para que se la diese a Eva? El sexo es sólo una de las mejores. ¿Quién fue el primer alemán al que quiso matar? Fue en Estados Unidos.
Timequake es posiblemente el libro más autoindulgente, divertido, descreído, deprimente e inteligente de su autor. Se pone en duda todo, y al final se pone en duda la idea misma de vivir. Es la lectura perfecta para un depresivo lector de Ciorán. Al terminarlo, uno sólo puede estar más alegre. Pero enfrentarse a tal vacío es algo que sólo puede hacerse de vez en cuando. Pero la brillantez de Kurt Vonnegut parece capaz de convertir la nada en divertidísimo y fascinante material literario.

Una última cosa: ¿qué atenuante debemos esgrimir cuando nos enfrentemos al día del juicio final?

Para empezar, no queríamos nacer.

Es difícil aceptar el caos, pero puede hacerse. Yo soy una prueba viviente de ello: puede hacerse.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Luz de otros días de Arthur C. Clarke y Stephen Baxter

Uno es un gigante reconocido de la ciencia ficción, el otro es un escritor en alza que ya ha producido varias buenas obras. Los dos son de origen británico. Los dos son conocidos por la gran carga científica de su obra. Uno de ellos está ya en decadencia. El otro es una esperanza para el futuro. Los dos siguen la tradición de Olaf Stapledon y disfrutan situando sus obras contra un fondo mayor de trascendencia humana.

¿Qué podría salir de una colaboración entre ellos?

Pues una novela que es normal como novela, pero que como obra especulativa es ciertamente impresionante. Al leerla es evidente que hay dos grandes mentes reflexionando sobre el material, aunque los dos, por desgracia, han confiado en la gran carga especulativa para sostener la obra.

Hiram Petterson es un industrial del futuro, una especie de combinación entre Ted Turner y Bill Gates, un hombre hecho a sí mismo de complicado origen (nacido en África, pero de origen asiático, emigrado a Inglaterra y luego a Estados Unidos cuando el país británico pasó a convertirse en un estado de la Unión). Manipulador, egoísta y sólo interesado en el dinero, ha conseguido un adelanto tecnológico para mantener, momentáneamente, a su empresa, OneWorld, por delante de la competencia: la tecnología para transmitir información desde cualquier parte del globo por medio de agujeros de gusano microscópicos. Se acabaron los satélites de comunicaciones, se acabaron los cables de fibra óptica, se acabo no estar en el punto de la noticia cuando la noticia se produce. Pero Hiram quiere más, quiere poder llegar instantáneamente a cualquier lugar donde se produzca la noticia. Es decir, quiere poder abrir un agujero de gusano en cualquier punto del planeta y usarlo como cámara; quiere poder abrir un agujero de gusano en medio de un huracán y retransmitir lo que sucede. Y así nace la WormCam. ¿Pillan el chiste? (en español se ha traducido por GusanoCámara, que queda francamente raro).

Pero la competencia es feroz y rápida. Pronto, otras compañías de comunicaciones conseguir reproducir sus resultados, pero Hiram tiene un par de ases para mantener por delante: sus dos hijos. David, largamente perdido y contaminado por el virus de la religión, físico brillante que le ayudará a extender las posibilidades de la tecnología y Bobby, que está destinado a heredar, más literalmente de los habitual, su imperio y que es la viva imagen de su padre. Pero también está Kate, periodista de investigación que sabe cómo usar la nueva tecnología para conseguir las noticias que quiere, pero cuyo amor por Bobby pondrá patas arriba los planes de Hiram.

Pero pronto la tecnología de la WormCam escapa del control de Hiram e incluso del gobierno. Rápidamente todos los ciudadanos corrientes pueden espiar a sus conciudadanos. Porque no hay otra cosa que hacer: El Ajenjo, un gigantesco pedrusco, chocará contra la Tierra y arrasará con todo. Pasarán todavía quinientos años, pero toda la vida de la Tierra desaparecerá con total seguridad y no hay nada que la humanidad pueda hacer. Y la humanidad siente el peso de su futura extinción.

Lo interesante de la novela es que desarrolla con perfección, y algunas sorpresas, los cambios sociales que la tecnología de la WormCam podría producir. Los jóvenes, por ejemplo, comienzan a ir desnudos y hacer el amor en público, porque en una sociedad que ha perdido la intimidad esas cosas ya no importan. Cuando la tecnología de WormCam permite observar el pasado, ni siquiera los pecados de antaño están seguro (muchos senadores dimiten preventivamente) y es fácil descubrir la verdad sobre importantes figuras históricas (Lincoln y Jesús son los más discutidos, y especialmente el capítulo dedicado a este último es muy interesante. Y por cierto, Fermat tenía razón). Y paradójicamente, una tecnología que revela la verdad sirve también para mentir (Hiram consigue implicar a Kate falsamente en un caso de espionaje, para así alejarla de su hijo). Cuando la WormCam permite ver cualquier lugar del universo, y la realidad virtual permite caminar sobre a superficie de cualquier mundo por lejano que esté, el programa espacial deja de pronto de tener sentido. E incluso aparece una sociedad secreta, muy bien desarrollada y descrita en la novela, de gente que vive prácticamente en la oscuridad para no ser localizados. Y la WormCam permite también la telepatía artificial, lo que crea una variación de la especie humana, una mente colmena en la que todos comparten los pensamientos de todos los demás.

La trascendencia, tan querida a ambos autores, está firmemente presente. La novela está narrada desde el futuro, por un Bobby mágicamente resucitado. Y cerca del final se descubre el verdadero origen de la vida sobre la Tierra (y no es nada de lo que imaginan, y que es realmente sorprendente) cuando un posterior avance de la WormCam permite seguir el ADN hasta sus remotos orígenes. El final en sí se las arregla simultáneamente para ser divertido, por esperado, y escalofriante, por lo que implica para la especie humana.

En un detalle honroso, la novela está dedicada a Bob Shaw, creador del concepto del vidrio lento, que era también una forma, más limitada, de ver el pasado. [Un amable lector me recuerda que un dispositivo para ver el pasado (y el presente) también aparecía en el cuento de Asimov «El pasado muerto»]

Arthur C. Clarke ha colaborado con otros autores, pero ninguna estaba a su altura. Stephen Baxter no sólo ha demostrado hasta ahora estar al nivel de Clarke, sino que bien podría superarlo en el futuro. Entre los dos han construido una novela de ágil lectura, personajes agradable (aunque en ocasiones derivan excesivamente cerca del culebrón, con secretos familiares y hermanas perdidas) y sobre todo mucha y buena ciencia ficción. Sólo por la amplitud y profundidad de las especulaciones merece figurar en el estante de cualquier lector del género. Se trata de una buena novela de Stephen Baxter y de la mejor novela de Arthur Clarke en años.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Una izquierda darwiniana: Política, evolución y cooperación de Peter Singer

La serie de libros «Darwinismo hoy» intenta cubrir varios temas diversos de la teoría darwiniana moderna en su aplicación a los seres humanos, cada título escrito por una figura destacada de la moderna teoría evolutiva. Se trata de ilustrar brevemente alguna cuestión sobre la que la teoría de la evolución puede arrojar luz. Y también, de paso, popularizar esas ideas.

La moderna teoría evolutiva y en particular la psicología evolutiva (precedida en su momento por la sociobiología) han vuelto del revés el modelo político y social tradicional sobre el ser humano. De ser considerado como un ente aislado del resto de la naturaleza cuya cultura, psicología y orden social eran producto del azar, de la educación y de las condiciones sociales y económicas, la visión evolutiva lo encaja firmemente en el reino animal y aspira a deducir su comportamiento y psicología, su naturaleza humana, de su pasado como animal sujeto a las leyes del darwinismo que se aplican a cualquier otra forma viva sobre la Tierra. Es decir, de considerar al ser humano una hoja en blanco sobre la que cualquier cosa podía escribirse, ahora se lo considera un animal con un conjunto innato de comportamientos y características. La evolución aplicada a la psicología y a la sociología saca a la luz comportamientos invariantes en todos los seres humano, abarcando incluso fascinantes descubrimientos sobre nuestros comportamiento sexual (véase, por ejemplo, Anatomía del amor de Helen Fisher), social e incluso moral (véase, por ejemplo, The Moral Animal de Robert Wright). No es por tanto sorprendente que esas aproximaciones a la condición humana sean importantes y polémicas.

Lo sorprendente no es el cambio de visión, sino que las ciencias sociales considerasen durante tanto tiempo la idea de que una persona era un ser perfectamente maleable, separado de las fuerzas evolutivas que afectan a cualquier otro animal. El fallo es evidente: ¿qué sentido tendría que la naturaleza crease un animal que tuviese que aprenderlo todo desde el principio?

La izquierda darwiniana podría considerarse, quizá, el título más arriesgado de esta colección. Es más un manifiesto político que un libro de biología, y aspira a demostrar que es posible una izquierda que acepte los nuevos descubrimientos sin por ello dejar de ser izquierda. En este caso, la izquierda no se entiende como fuerza política, sino como cuerpo de pensamiento, eso que mueve a ciertas personas a actuar a favor de ciertas causas.

La tesis de partida del autor es que el marxismo aceptó con alegría la teoría de la evolución, porque hacía innecesario a Dios, pero sólo hasta cierto punto. Admitía que la evolución había creado los cuerpos de los seres humanos, pero negaba que tuviese nada que decir sobre las formas que adoptaba la sociedad humana. La tesis fundamental del marxismo es la perfectibilidad de la especie humana con un simple cambio del orden social. Pero eso choca con el mismo fundamento de la evolución, que es un proceso continuo y que nunca alcanza un estado de perfección final. «La evolución no conlleva ninguna carga moral, simplemente ocurre» (p. 23) dice el autor para luego añadir «La teoría materialista de la historia implica que no existe una naturaleza humana fija» (p. 37) lo cual choca con gran parte del cuerpo de datos de la evolución y la psicología evolutiva. Peter Singer caracteriza la posición de la izquierda con estas palabras: «la noción de que la evolución darwiniana se detiene en el alba de la historia humana y que toman el relevo las fuerzas materialistas de la historia» (p. 36). El fracaso de esa visión está claro: «En el siglo XX el sueño de la perfectibilidad de la especie humana se ha convertido en las pesadillas de la Rusia estalinista, la China de la Revolución Cultural y la Camboya de Pol Pot» (p. 47).

La tesis central del volumen se resume en una única frase: «La izquierda necesita un nuevo paradigma» (p. 13), y en un desafío: «¿Puede la izquierda trocar a Marx por Darwin y seguir siendo izquierda?» (p. 15). La respuesta del autor es un sí sin condiciones. Para ello intenta despejar varios errores tradicionales sobre la teoría de la evolución e intenta así mismo ofrecer una idea de las recientes investigaciones que apuntan a la existencia de una naturaleza humana subyacente. Pero el mito más persistente, y que por tanto intenta despejar en varias ocasiones, es que lo natural es bueno. No, nos dice, de un ser no hay que deducir un debe ser. Por ejemplo, del hecho de que los seres humano construyan siempre jerarquías (incluso en aquellas sociedades en que las jerarquías han sido supuestamente eliminadas por decreto) no debe llevarnos a pensar que las jerarquías son buenas. Simplemente, nos dice, no se puede construir una sociedad mejor desde la ignorancia y negando los hechos. Si existen patrones comunes al comportamiento y a las sociedades humanas, es mejor conocerlos para poder intentar cambiarlos: «Estar ciego a los hechos de la naturaleza humana es arriesgarse al desastre» (p. 56). Es decir, conseguir una sociedad mejor no va a ser tan fácil como se creía, pero esa dificultad no implica imposibilidad.

Pero la evolución ofrece también su rayo de esperanza. Si aparentemente, la visión tradicional del darwinismo apoya la tesis del egoísmo extremo, y por tanto, del capitalismo más salvaje, las nuevas investigaciones aportan otro punto de vista. El comportamiento altruista y cooperativo es también producto de la evolución, y se manifiesta en el hombre y en muchas especies. La naturaleza también ha creado animales capaces de cooperar y de sacrificarse por el bien de otros. En este respecto, el capítulo titulado «¿Competencia o cooperación?» es el más interesante y el núcleo fundamental de la tesis del autor. Se discuten distintos modelos cooperativos, se habla del dilema del prisionero y se discute la necesidad de «devolver la moneda» (de no cooperar con los que no cooperan), todo ello porque: «La izquierda darwiniana, al comprender los prerrequisitos para la mutua cooperación a la vez que sus beneficios, se esforzaría por evitar las condiciones económicas que crean parias» (p. 74).

En el capítulo final, el autor señala los mitos que la izquierda tradicional debería abandonar (negar que existe la naturaleza humana, utilizar sólo la revolución, la educación y el cambio social como instrumentos, aceptar el modelo tradicional del origen de las desigualdades) y delinea las condiciones de una nueva izquierda darwiniana: aceptar la existencia de una naturaleza humana, no deducir de lo «natural» lo «correcto», promover estructuras que animen a la cooperación, etc. Pero advierte: «En algunos aspectos, esto es una visión muy rebajada de la izquierda, que sustituye sus ideas utópicas por una visión fríamente realista de lo que es posible alcanzar» (p. 87).

Este pequeño volumen por sí sólo demuestra las debilidades y puntos fuertes de la serie. El autor, evidentemente, está discutiendo un asunto que escapa a la estricta visión científica, al tratarse de un tema político. La evolución no puede decidir si la derecha o la izquierda tienen razón. Por tanto, es tremendamente subjetivo en sus planteamientos y debe tomarse como la posición de Peter Singer sobre esos asuntos. En particular, los capítulos dedicados a justificar la visión darwiniana de la especie humana (y especialmente, la existencia de una naturaleza humana) son los más débiles del libro. El autor debe limitarse prácticamente a enumerarlos, sin ofrecer los datos que apoyan esas conclusiones, mientras que en un volumen mayor se discutirían más ampliamente experimentos y datos concretos. De hecho, el volumen es tan corto que apenas puede ofrecer premisas y conclusiones, con unas pocas páginas de justificación científica en medio.

Por otra parte, la misma brevedad del volumen obliga a no apartarse del tema. La posición está claramente definida y sirve, como es el propósito de la colección, para divulgar los nuevos avances en teoría de la evolución. Se trata en suma de un libro provocador e interesante, que debería dar mucho que pensar, pero que se resiente de las limitaciones de espacio que le impiden discutir más ampliamente la parte científica. Se lee, en suma, como punto de partida de posteriores, e intensas, reflexiones e investigaciones por parte del lector.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Fases de gravedad de Dan Simmons

Supongamos que el lector gusta de la ciencia ficción y a la literatura fantástica pero se encuentra con que la oferta actual de ciencia ficción se le hace pesada y le gustaría encontrar una novela que capture el espíritu de la ciencia ficción pero sin su parafernalia y clichés. En ese caso, su novela es Fases de gravedad.

Fases de gravedad no es una novela de fantasía, es simplemente una buena novela y punto. Su protagonista es Richard Baedecker, un antiguo astronauta del proyecto Apolo y uno de los hombre que caminaron por la Luna. Lo que se cuenta es su relación con sus antiguos compañeros de misión, uno convertido en evangelista y otro en senador, con su hijo, seguidor de un gurú hindú, y con la antigua novia de éste. Pero ante todo es la historia de un hombre que se busca a sí mismo después de su momento de gloria, el relato de su búsqueda de la trascendencia, de un sentido para el resto de la vida. No es una novela de acción, sino una historia de personajes y, como dice Spinrad, la resolución final no es física sino espiritual.

Hay mucho en esta novela (además de sobre vuelo y montañismo) sobre la vida entendida como una obra de arte, de intentar hacer que cada momento tenga sentido por sí mismo, de la búsqueda del ser propio. Hay una imagen recurrente: dos astronautas jugando al frisbee en la Luna. Y tenemos también a Richard, que se lanza, arriesgando la vida, en ala delta desde una montaña por el simple propósito de celebrar la naturaleza.

La novela es ciertamente mística, pero se trata de un misticismo real que jamás se manifiesta o se hace explícito en cosas tangibles. Permea la novela esa sensación de que el mundo es algo más de lo que vemos, esa incomodidad que sentimos al vivir día a día, que nos obliga a buscar nuevas metas en la vida. Hay cierta religiosidad en la actitud del personaje, una búsqueda de un lugar sagrado. Pero no es más que la reacción de una persona de mediana edad que se encuentra ejerciendo un trabajo que no le gusta, una simple manifestación psicológica. No se asuste el lector, no hay ningún elemento fantástico en la novela. Pero la mirada y la voz de Simmons sí que son fantásticas.

Dan Simmons es un escritor sorprendente, ya que en ningún momento renuncia a la tradición literaria de la lengua en la que escribe. Hay mucho en esta novela de lo mejor de la actual novelística americana. Un punto obvio de conexión es John Updike, pero donde Updike es irónico, Simmons es comprensivo: no aspira a juzgar a su personaje sino a entenderlo.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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