La historia definitiva del infinito, de Richard Morris

Desde que Zenón planteara su famosa paradoja, el infinito resulta fascinante: ¿cómo puede haber movimiento, si para que este se produzca debe darse un número infinito de pasos? Para ir de A a B primero hay que recorrer la mitad del camino, de A a C, pero para poder hacer eso, es preciso recorrer la mitad de la mitad del camino, de A a D, y así sucesivamente, atravesando cada vez distancias más pequeñas pero no por ello menos reales. El autor de este libro, La historia definitiva del infinito, sostiene que Zenón era perfectamente consciente de que el movimiento es posible, pero lo que deseaba era poner de manifiesto las contradicciones a las que podía llegarse haciendo ciertas preguntas.

Y así avanza el conocimiento.

Y es Zenón, con su paradoja tan terrena, el que interesa a Richard Morris, porque a las pocas páginas de despacharse los números transfinitos de Cantor se embarca en un viaje para descubrir los infinitos de la física, es decir, los infinitos de la realidad. Y en física, los infinitos suelen declarar con rotundidad el fallo de las teorías, aunque en ocasiones oculten tesoros. Porque si una teoría falla, eso significa que podemos encontrar otra mejor.

Empieza todo con las primeras especulaciones sobre el tiempo circular, la eternidad y el eterno retorno. Pronto nos adentramos en los infinitos mundos y las posibilidades de un universo infinito, describiendo con claridad la génesis de la teoría de la gravedad de Newton. El capítulo dedicado a lo infinitamente pequeño presenta una esclarecedora y muy brillante aproximación al origen del cálculo infinitesimal. Tan bien explicada está esa génesis que durante su lectura deseé haberla tenido disponible cuando tuve que estudiar ese tema.

Dos tercios del libro están dedicados ya a la nueva física, partiendo de la catástrofe atómica, la relatividad, la mecánica cuántica para terminar con los infinitos universos posibles de la cosmología cuántica y los infinitos universos de Linde. De nuevo, el autor demuestra una rara habilidad para explicar con claridad y sencillez conceptos complejos, ya sea la masa y la carga infinita del electrón o las razones para confiar en la existencia de muchos universo. Se atreve incluso con una excursión a la teoría de las supercuerdas, con lo cual no deja de demostrar cierto arrojo.

El título de La historia definitiva del infinito le queda un poco grande, porque si bien el infinito es hilo conductor, su presencia no es tan evidente. Pero no es que el libro carezca de foco, sino que más bien el autor usa los infinitos como excusa y punto de partida para hablar de cosmología y de física moderna. La narración es ágil y está salpicada de retratos de los diversos personajes. La perplejidad de los primeros físicos cuánticos es especialmente evidente, y el talante elucubrador sin límite de los físicos modernos también queda claro; se atreven con tiempos imaginarios, universos múltiples, modelos inflacionarios y a predecir el destino del universo.

La historia definitiva del infinito representa una buena aproximación a problemas de la física contemporánea. Y no es un libro que carezca de profundidad, todo lo contrario, pero el autor se muestra capaz de explicarse con total claridad (debe ser un magnífico profesor). La lectura es extremadamente agradable y ciertamente servirá como aproximación al papel que juega el infinito en la física, y, por qué no, a entender un poco mejor la fascinante cosmología de final de siglo.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Genoma: La autobiografía de una especie en 23 capítulos, de Matt Ridley

«Los genes no existen para causar enfermedades» escribe Matt Ridley en mayúsculas para que quede bien claro. Los genes están ahí por sus propios motivos y de paso fabrican un cuerpo. En ocasiones hay genes defectuosos, y eso provoca enfermedades y defectos en el cuerpo. Pero a pesar de lo que pueda aparecer en la prensa cuando se habla de un gen para esto o para lo otro, los genes no existen para producir la enfermedad a la que pueden quedar asociados. Es más, lo más probable es que un gen tenga varias funciones diferentes.

Ése es el primer punto evidente en Genoma. La autobiografía de una especie en 23 capítulos, una fascinante introducción a ese ente elusivo que en cierta forma conecta toda la vida sobre la Tierra. Y el resultado es un viaje fascinante de varios miles de millones de años, que se mueve entre especies, sistemas, teorías y personajes con claridad y sin sacrificar en ningún momento la profundidad.

Matt Ridley ya había escrito desde una visión firmemente darwinista y evolutiva en The Red Queen que trataba del sexo y de las consecuencias de la evolución en la naturaleza humana. Ahora, con Genoma no sólo se catapulta al grupo de cabeza de la alta divulgación, sino que además demuestra que a entusiasmo por el tema no le gana nadie. Entusiasmo, por cierto, que contagia con pasmosa facilidad.

El segundo punto fundamental de Genoma es desterrar definitivamente el espectro del determinismo genético. Devoto evolucionista, Matt Ridley defiende la postura de las bases genéticas de no sólo nuestro cuerpo sino de muchos de nuestros rasgos de personalidad y carácter, acercándose en más de un capítulo a la psicología evolutiva. Pero una y otra vez, insiste en que predisposición genética no implica inevitabilidad. Capítulo tras capítulo, como por ejemplo el 10 dedicado al estrés, muestra como los genes influyen en el ambiente y como éste a su vez influye en los genes, forzando la activación de unos y la supresión de otros. Hay que superar la distinción entre herencia y ambiente, porque en general no existe una separación tan clara, y la oposición es falaz. Así, cuando habla del estrés, dice: «No somos un cerebro que gobierna un cuerpo activando hormonas. Tampoco somos un cuerpo que gobierna un genoma accionando los receptores hormonales. Tampoco somos un genoma que gobierna un cerebro activando genes que activan hormonas. Somos los tres a la vez».

El genoma reside en el corazón de todas las células y es la plantilla para fabricar a todo ser vivo. Pero, la imagen que dibuja Ridley, lejos de ser la de un elemento estático que sirve para crear inicialmente los organismos, es la de un ente mutable, en continuo cambio, lleno de genes que batallan entre sí e intentan aprovecharse de los recursos del organismo, de genes que se activan o desactivan dependiendo de las circunstancias. Su visión es tan dinámica que incluso critica el proyecto Genoma Humano (que no, claro está, la investigación genética), mientras habla en el capítulo 9 sobre las enfermedades:

El Proyecto Genoma Humano está basado en una falacia. «El genoma humano» no existe. Un objeto tan preciso no se puede definir ni en el espacio ni en el tiempo. Diseminados por los veintitrés cromosomas, en cientos de loci diferentes, hay genes que difieren de unas personas a otras. Nadie puede decir que el grupo sanguíneo A es «normal» y los O, B y AB son «anormales». Así que cuando el Proyecto Genoma Humano publique la secuencia de un ser humano típico, ¿qué publicará acerca del gen ABO del cromosoma 9? El propósito declarado del proyecto es publicar la secuencia promedio o «unánime» de doscientas personas diferentes. Pero en el caso del gen ABO esto pasaría por alto lo más importante, porque una parte crucial de su función es que no debería ser la misma en todo el mundo. La variación es una parte inherente e integral del genoma humano, o en realidad de cualquier genoma.

para añadir:

Tampoco tiene sentido tomar una instantánea en este momento concreto de 1999 y creer que la foto resultante representa de alguna manera una imagen estable y permanente. Los genomas cambian. La popularidad de las diferentes versiones de los genes sube y baja a menudo impulsada por el aumento y la disminución de las enfermedades. Los humanos tienen una tendencia lamentable a exagerar la estabilidad, a creer en el equilibrio. De hecho, el genoma es un escenario dinámico en constante evolución.

Genoma es una lectura apasionante, llena de intrigas, trabajos de deducción detectivescos, falsos comienzos, descubrimientos asombrosos y muchas reflexiones. Matt Ridley sabe escribir sobre ciencia sin sacrificar la precisión o la profundidad, y aunque hay capítulos más duros que otros, sabe siempre ser un guía fiel y atento. Su capacidad como narrador haría de él un gran novelista, y en este caso hace que el libro se lea prácticamente de corrido sin que sea posible dejarlo.

La excusa del libro es hacer un repaso del genoma humano en 23 capítulos aprovechando los 23 cromosomas que heredamos de cada progenitor, escogiendo un gen de cada uno de ellos para usarlo como muestra (aunque en al menos una ocasión, no le llega). Digo excusa, porque muy a menudo no vacila en tomar otros derroteros e introducirse en cualquier tema que pueda interesar en un momento determinado. Los priones, el desarrollo embrionario, el libre albedrío, la muerte, los retrovirus endógenos, la enfermedad, la inteligencia o el sexo son algunos de los aspectos que se van tratando.

El autor va pasando con alegría y regocijo de un capítulo a otro como si no pudiese esperar a mostrarnos todas las maravillas que encierra el genoma. Particularmente interesante es el capítulo 7, dedicado al conflicto entre los cromosomas X e Y, al ser estos los únicos que pasan más tiempo en un sexo que en otro. El cromosoma Y se encuentra exclusivamente presente en los hombres y un cromosoma X cualquiera pasa dos tercios del tiempo en cuerpos de mujer. Esa asimetría implica que cada uno de ellos tiene preocupaciones diferentes (y perdonen la personificación) y de ese simple hecho surgen toda una fascinante relación de fenómenos.

Matt Ridley retrata en este libro la simplicidad de lo complejo y la complejidad de lo simple (como en el caso del asombroso desarrollo embrionario descrito en el capítulo 12). En más de una ocasión debe admitir que las pruebas no son concluyentes, pero eso lejos de detenerle le sirve de oportunidad para exponer todo tipo de hipótesis con la total libertad de un investigador. Es ese el aspecto que más probablemente estimule la lectura, que es casi compulsiva, esa curiosidad voraz incapaz de saciarse.

Pero desde mi punto de vista lo que transforma lo que podía ser un gran libro de divulgación en una obra soberbia es su posición claramente contraria a la ignorancia. En el último capítulo, dedicado al libre albedrío, defiende, como ya lo había ido haciendo a la largo de la obra, la necesidad y conveniencia de la investigación genética. El estudio del genoma no es malo en sí, y si se aspiran a tomar decisiones, éstas deben tomarse conociendo la realidad y no ignorándola. Sólo conociendo todos los factores que influyen en nosotros sabremos dónde radica nuestra libertad.

Inevitablemente, dentro de unos años el material presente en este libro quedará atrasado. Pero no el placer del descubrimiento y el entusiasmos por el material. Y esto último hará que dentro de un tiempo su lectura siga siendo tan gratificante como ahora.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Usabilidad: Diseño de sitios web de Jakob Nielsen

En una ocasión, hace un par de años, me contrataron para arreglar la página web de una institución pública. Fue una experiencia curiosa. El problema principal era el siguiente: la habían diseñado para funcionar con Internet Explorer 5, recién aparecido en aquel momento. Por desgracia, pocas personas tenían ese navegador, y en la institución en cuestión el más usado era Explorer 3. Es decir, la empresa encargada del diseño había creado una página web que ni siquiera el cliente podía ver.

Básicamente, mi trabajo consistió en crear una versión de la página que se pudiese ver con un navegador más «primitivo». Pero aún así, la página seguía teniendo problemas que me hubiese gustado resolver pero que quedaban más allá de mi competencia en el caso.

Para empezar, la estructura de la página reflejaba la estructura interna de la institución. Pero ¿le importa a un usuario la estructura interna de la organización o empresa que visita? No sé a ustedes, pero a mí no. Yo tengo un problema e intento resolverlo lo más rápidamente posible, ya sea encontrar información o buscar la dirección de correo de un responsable.

Pero también hay otro problema con esa forma de hacer las cosas. La estructura interna de una organización puede que esté clarísima para los que allí trabajan pero no tiene por qué estar tan clara para el visitante. Por ejemplo, en esa página había opciones para los departamentos de «Economía» y «Hacienda». Tengo un problema relacionado con los dineros, ¿a cuál de las dos debo ir?

Aún no he terminado. La página usaba marcos para mantener varios menús en pantalla simultáneamente y cada opción hacía aparecer su propio menú. De esa forma, si uno navegaba lo suficiente, acaba con cuatro menús diferentes en pantalla, cada uno de ellos reclamando atención.

La página estaba exquisitamente diseñada, con mucho cuidado y atención a los detalles y utilizando las tecnologías más avanzadas (demasiado avanzadas, como ya he dicho). Su problema era, simplemente, que nadie se había hecho una pregunta tan básica como «¿Qué quiere hacer el usuario al llegar a la página?». ¿Quiere saber cuál es la estructura interna de la organización? No ¿Quiere conocer el organigrama y el nombre de todos los trabajadores? No. En aquel caso, lo que un usuario tipo querría era información de subvenciones y poder bajarse los formularios correspondientes, pero para encontrar cualquiera de esas cosas era preciso navegar una serie interminable de menús, porque la información más útil era precisamente las más enterrada.

Diseñar es muy fácil. Diseñar para hacer la vida más fácil al usuario es muy difícil.

Y no sólo pasa con las instituciones públicas, que después de todo, tienen interés en que se reconozca y mantenga la jerarquía, sino que incluso algunas páginas comerciales caen en el error de dificultar la tarea del usuario en lugar de facilitarla. Y en este último caso, se pierde dinero, al perder la confianza de los usuarios y por tanto ventas.

(No me resisto a comentarlo. Hace unos días intentaba encontrar información sobre un producto informático. Me dirigí a la página de unos grandes almacenes y con toda confianza le di a la opción «Buscador». Cuál sería mi sorpresa cuando se me ofrecen ¡doce! buscadores, cada uno para una categoría de productos diferente. Comprendan el absurdo: para poder usar la opción de búsqueda, se obliga al usuario a tomar una decisión sobre la categoría del producto que desea buscar. Peor aún, a nadie se le había ocurrido ofrecer también un buscador general que no exigiese el trabajo extra de decidir de antemano a qué categoría pertenecía el producto. Y todo esto, en la página de unos grandes almacenes que en el mundo real ofrecen una excelente atención al cliente.)

Este tipo de consideraciones son las que aborda Jakob Nielsen en Usabilidad, como viene haciendo desde sus estudios sobre el hipertexto en los años ochenta y más recientemente en su interesantísima columna web sobre usabilidad en www.useit.com, aunque el subtítulo del volumen, Diseño de sitios web, podría hacer pensar que estamos ante otro tipo de libro. No se trata en ningún momento de un libro que explique cómo combinar adecuadamente los colores o cómo aplicar ciertas técnicas de HTML. De lo que trata es de ese concepto elusivo de «usabilidad», la capacidad de un sitio web para dejarse usar con facilidad y de forma intuitiva, para facilitar la experiencia del usuario en lugar de entorpecerla.

El motivo central de Jakob Nielsen es la idea de que menos es más (en se aspecto, el subtítulo de la versión original en inglés, La práctica de la simplicidad, expresaba mejor la idea central del libro). Una página dónde se eliminen los detalles innecesarios y los elementos arbitrarios será una página más fácil de usar y, por tanto, la experiencia global del usuario será más positiva.

Por que de eso se trata, precisamente, de diseñar para el usuario, sin olvidar que el usuario medio no tiene el mismo interés en el sitio web que el diseñador o el programador, y que no tiene mayor interés en peder el tiempo aprendiendo las convenciones de otros.

Después de un primer capítulo dedicado a explicar el por qué de la usabilidad en la web (y no deja de ser muestra del mal estado de Internet que sea necesario un capítulo para justificar que la comodidad del usuario es lo más importante) se pasa al núcleo central del libro, los capítulos dedicados al diseño de páginas, al diseño de contenidos y al diseño de sitios.

Una vez más, el capítulo dedicado al diseño de páginas no se refiere a la mejor forma de combinar los colores o a los trucos para obtener un cierto efecto, sino a la estructuración de las páginas para que la experiencia del usuario mejore. Desde usar mejor la superficie de la pantalla, colocar señales para indicar la situación dentro del sitio, cómo enlazar (o conseguir ser enlazado) o el tamaño de las fuentes, el autor va haciendo uso de los datos obtenidos evaluando usuarios reales para ofrecer sus consejos, para acabar afirmando que «La simplicidad debería ser el objetivo del diseño de páginas» porque «Los usuarios no suelen ir a un sitio para disfrutar del diseño».

Pero quizá posiblemente el tercer capítulo, dedicado al diseño del contenido, el que debiera estudiarse con mayor atención. El fin vuelve a ser el mismo, conseguir la mejor experiencia para el usuario. Abundan nuevamente los consejos prácticos, desde el evidente (y tantas veces ignorados) de usar un buen contraste entre texto y fondo, escribir textos de cabecera que informen, hasta la introducción de elementos multimedia (siempre indicando el tamaño del archivo). En cualquier página web comercial, la aplicación de muchos de esos consejos provocaría inmediatamente una mejora en la calidad de la experiencia de los usuarios.

Diseño del sitio es el capítulo más largo y cuya aplicación afectaría más directamente a cualquier sitio web. Se discute las diversas formas de organización la información, y cómo hacer que el usuario comprenda esa estructura organizativa, encuentre lo que busque y sepa orientarse en el sitio. Es el capítulo más fascinante, pero también uno de los más difíciles de poner el práctica, especialmente si el sitio es grande y ya está en funcionamiento. El autor termina con una predicción que debería hacer que pensar a los diseñadores de sitios web: «Cuando haya sitios que consigan hacer la navegación más fácil, los usuarios se rebelarán contra los sitios que les hagan perder el tiempo viendo páginas irrelevantes».

(En lo referente a la arquitectura de sitios web, este capítulo se ve complementado admirablemente por Information Architecture fo the World Wide Web de Louis Rosenfeld y Peter Morville, cuya lectura también recomiendo.)

Los siguientes capítulos tratan temas más específicos y cuyo interés varía de sitios a sitio. «Diseño de Intranets», «Accesibilidad de usuarios con discapacidades», «Utilización internacional: atender a una audiencia global». «Predicciones para el futuro: la única constante en la Web es el cambio» es un intento de evaluar el posible futuro de la web, aunque el autor admite que el intento está inevitablemente condenado al fracaso (comienza haciendo algunas predicciones chuscas para dejar claro lo arriesgado de la proposición, entre ellas, que Bill Gates perderá toda su fortuna pero que volverá a convertirse en el hombre más rico). En conclusiones, aprovecha para repetir su leimotiv, «Simplicidad en el diseño web», y ofrece receta para un buen sitio en siete punto: Contenido de gran calidad, Actualizado a menudo, Mínimo tiempo de descarga, Facilidad de uso, Que sea relevante para las necesidades de los usuarios, Que sea único para el medio en línea y Que tenga una cultura corporativa centra en la red.

Usabilidad. Diseño de sitios web se presenta como un libro destinado a evaluar las páginas web desde el punto de vista del usuario. Su importancia está en ofrecer consejos desde la investigación y los datos, aspirando a mejorar la experiencia del usuario. No es un libro que aspire a acabar con el diseño, pero si es un libro insistente, porque el usuario es a menudo la víctima involuntario de muchos fallos de diseño. La web es todavía un medio joven, y no es de extrañar que se comentan errores. Libros como éste ayudarán a que desaparezcan. Por el momento, Jakob Nielsen ha escrito un volumen práctico, repleto de ilustraciones y ejemplos, observaciones y datos, que debería ocupar un lugar importante en el estante de cualquiera que aspire a diseñar un sitio web aunque no se esté de acuerdo con todo lo que en él se dice.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Invasores de Marte: Almanaque. Invierno 2000 de Javier Calvo (compilador)

El libro-revista de Mondadori, Almanaque, está dedicado en su número de Invierno del 2000 a la ciencia ficción y el terror. Se ofrecen diez cuentos más o menos ligados al fantástico. Ninguno de ellos es particularmente terrorífico, y tampoco ninguno de ellos se encuadra especialmente en la ciencia ficción. Ninguno de los cuentos sorprenderá a un lector razonablemente leído en el fantástico, pero en general están francamente bien escritos, son de agradable lectura y ofrecen más que buenos momentos. Se trata de uno de esos interesantes experimentos, y una visión fresca sobre viejos temas es siempre de agradecer.

La introducción de Javier Calvo, «Invasores de Marte: las mutaciones del horror y la ciencia-ficción», es un texto escrito de una forma deliberadamente exagerada e irónica. O al menos, ésa es la única forma razonable de entenderlo. Juega a construir una teoría referencial de la ciencia ficción. Pero la exageración es excesiva, y es muy fácil creer que el autor se está pasando de listo. Por otra parte, es difícil entender cómo en una selección de literatura la introducción se limite a citar obras cinematográficas y no haga ninguna referencia a la ciencia ficción escrita. ¿Se quería llevar la broma hasta el final poniéndose en la situación de un hipotético lector que sólo conociese el género por las películas o, y con malicia, Jorge Calvo jamás ha leído una obra escrita de ciencia ficción o terror?

(Eso sí, ya puestos a citar obras cinematográficas y a hablar de cómo los autores se han vuelto listos y han creado un conjunto de metareflexiones dentro del género, se echa en falta una mención a The Rocky Horror Picture Show que sería simultáneamente una película de terror-ciencia-ficción y el homenaje cinematográfico definitivo a ese género. «Let’s do the timewarp again.»)

Curiosamente, el cuento que más se ajusta a la visión de la ciencia ficción y el terror que se ofrece en la introducción, «Historia de monstruos» de Rodrigo Fresán, es también el más insatisfactorio del volumen. Intenta mezclar la historia real e irreal de varias películas de ciencia ficción, principalmente La mujer avispa y 2001, lo más bajo y los más alto, para construir una especie de comparación entre las personas «normales» y los «monstruos». Pero las líneas no acaban de converger y los paralelismos se pierden. Eso sí, aunque el conjunto no funcione del todo, los elementos individuales están muy bien ejecutados, destacando la reconstrucción del rodaje de 2001 con el peculiar comportamiento de su director, y la visión de la vida y muerte de la actriz Susan Cabot.

El primero de los cuentos, «El retorno» de Roberto Bolaño, ofrece una peculiar historias de fantasmas y de relaciones necrófilas. Con gran delicadeza, el autor va dejando entrever el carácter y la personalidad de su protagonista, y al final la narración se configura como el exquisito relato de una peculiar amistad. No puede uno evitar la sensación de que morirse fue lo mejor que pudo pasarle al protagonista. Con un estilo tranquilo y depurado se posiciona como uno de los mejores cuentos de la antología.

«Esto ocurrió» de Andrés Ehrenhaus es una historia de zombis. Pero los zombis nunca aparecen y todo se lo cuentan a un despistado personaje que no siente la más mínima curiosidad y que no entiende demasiado de lo que le rodea. La trama en sí no tiene demasiada importancia, y la narración se sostiene exclusivamente sobre ese personaje, soberbiamente construido y cuyo despiste congénito torna en graciosa la historia. La lectura es ágil y la ambigüedad realidad/irrealidad está muy lograda.

En «Uno es lo que come», Guillem Martínez demuestra que con una pizca de ingenio se puede sacar algo de vida de un lugar común ya empleado hasta la saciedad. Es también el cuento más hilarante de la antología, en gran parte gracias a su peculiar ritmo narrativo (que el autor mantiene con total virtuosismo), que haciendo uso de un conjunto de repeticiones temáticas (una canción, referencias televisivas, tópicos sobre la España pretérita, las morcillas…), consigue añadir humor e ironía a lo que debe ser el despertar adolescente más patético de la historia. Pero claro, ya lo dice el tópico: Spain is different!

A lectores experimentados en la ciencia ficción, «Mamis malas» de Naief Yehya les recordará más el ciberpunk que el terror. Se trata de la historia de un programa de televisión dedicado a las madres malas, aquellas que maltratan y, a poder ser, asesinan a sus vástagos. Vamos, un reality show de lo más rastrero. Es un bueno cuento y, nuevamente, el narrador, que no es el protagonista, lleva el peso de la narración. Un momento particularmente divertido es cuando la productora del programa rechaza una comparación, más que justificada, con la Andrea Caracortada de Almodóvar asegurando que ella tiene más tetas. Eso sí, pierde fuerza al tratarse de una sátira del mundo televisivo. Este lector acabó pensando que lo raro es que a ningún productor de televisión del mundo real se le haya ocurrido hacer semejante programa.

«Sonata» de Juan Abreu es la primera de las historias de la sección nominalmente dedicada a la ciencia ficción. Se trata de la viñeta de una batalla en la que se enfrentan una monja de la Santa Cofradía de la Suma Blancura con un ejército privado de la corporación Disney. Considerando las referencias irónicas del cuento, asumo que el hecho de que el nombre de la orden religiosa parezca un anuncio de detergente no es casual. Pero sin embargo, a pesar de lo que podría pensarse, esas referencias irónicas (a Barbie y Ken, a Disney y demás) no molestan, porque están sabiamente insertadas en la narración que fluye asombrosamente bien. Incluso cuando el cuento se detiene para dar explicaciones, el autor consigue que estas adopten su propio ritmo y complemente la narración. Lo que queda al final es, efectivamente, la historia de una monja que escribe su sonata cargándose a sus enemigos.

«Estampida» de Lázaro Covadlo es uno de los cuentos notables de esta antología. El comienzo hace pensar en una obra más graciosa, pero el humor inicial va derivando lentamente hacia lo trágico en una historia de enfrentamientos humanos llevados al límite. El desmoronamiento social representado en la figura de dos hermanos está muy bien retratado y cuando digo que la situación se lleva al límite lo digo en serio. Un ejemplo de relato donde el estilo es perfecto aliado a la narración.

«El juego de los mundos» de César Aira es claramente lo mejor de este volumen. Y lo más sorprendente es que se trata de un fragmento de una novela. Considerando la gran calidad de la muestra aquí incluida y que Mondadori ha publicado sin tapujos novelas de ciencia ficción (como Entre dinosaurios de Gaylord Simpson, Vurt de Jeff Noon o La institución smithsoniana de Gore Vidal), ¿a qué esperan para editar la de César Aira? Supongo que no tardarán mucho. Una vez más, es un personaje notablemente construido el que sostiene la narración, en este caso un padre algo calzonazos que no entiende la fascinación de su hijo por un peculiar video juego que consiste en destruir planetas de verdad. En apenas 13 páginas se acumulan profundas, que no pesadas, discusiones éticas a medida que el hijo y el padre se enfrentan dialécticamente, enfrentamientos de los que el padre parece siempre retirarse. Una narración extraordinaria, y un ejemplo perfecto del poder de la literatura especulativa para iluminar los conflictos éticos y morales.

«Cómo odiamos las despedidas» de Jesús Llorente es la más parecida a una narración de ciencia ficción convencional, la que más referencias a la ciencia ficción escrita contiene (con varias a Lem) pero curiosamente es uno de los menos interesantes al no desarrollar adecuadamente su argumento. La historia concierne a dos amantes homosexuales, uno de ellos que ha inventado un motor cuántico y está a punto de ir al espacio y el otro que agoniza en la cama de un hospital. El que agoniza le pide al otro que cuando salga al espacio demuestre la inexistencia de Dios, destruyendo, si es preciso, cualquier forma de vida que encuentre (y el lector se preguntará, con toda justicia, ¿por qué?). Parece la historia de una traición, pero esa traición no es, la verdad, tan grave.

«Viaje a Gea» de José Manuel Prieto es un cuento algo convencional que retoma algunos temas clásicos del género. Pero, sabiamente, el autor limita a cinco páginas una idea que no podría dar más de sí y la combina con una peculiar, como en el primer relato, relación de dependencia. El resultado final es bueno, con un trama bien resuelta, y ciertamente refleja un cierto aire a cuento clásico o leyenda.

¿Qué será «La página pantalla» de Eloy Fernández Porta? Claramente no es un cuento, pero tampoco es un ensayo; ciertamente está lleno de chistes, referencias culturales y ataques a muchas posiciones intelectuales, pero el tono no podría estar más alejado de un discurso racional. Por desgracia, si se trata de un chiste, les ha salido demasiado largo. En todo caso, no pega ni con cola en esta selección y debería haberse eliminado sin piedad. La mejor opción para el lector es saltárselo.

En general, este Invasores de Marte representa una selección interesante y de calidad, ofreciendo en los relatos una visión diferente y fresca. La clasificación final debería ser un 3’75, pero como no tenemos esas estrellitas y contando el valor de la iniciativa, pues un 4.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Titan A.E.: La ciencia real detrás de la ciencia ficción de Q. L. Pearce

Hoy en día, cualquier película o serie de televisión que se precie viene acompañada de los correspondientes productos relacionados. Durante un tiempo, el que tarda la película o serie en cuestión en desaparecer de la percepción pública, las estanterías de todo comercio remotamente relacionado se ven invadidas por muñecos, camisetas, carpetas, hamburguesas, aperitivos, cómics, juegos y, claro, libros. Normalmente no nos libramos de al menos una novelización, así que fue con algo de sorpresa, pero no excesiva, como encontré este libro.

La película de animación Titan A. E., que no he visto, sirve de excusa para introducir diversos conceptos científicos. Siguiendo más o menos de cerca la trama de la película, se van apuntado qué podría ser posible y qué no, pero sobre todo dando más énfasis a los posible, porque después de todo se trata de entretener y de acercar a la ciencia a lectores jóvenes. Cada tema introducido está complementado por laterales donde se ofrecen datos curiosos que ayudan a mantener el interés.

Y en esa situación, la labor del libro es encomiable. Se empieza hablando de naves espaciales, para seguir considerando la posibilidad de emplear agujeros de gusano para viajar a otras regiones remotas del universo, pero sin dejar de destacar la enormidad del espacio. Se sigue discutiendo métodos para destruir la Tierra, la posible vida en el espacio, la naturaleza de los planetas, las posibilidades de la vida extraterrestre, el concepto de acción y reacción, los cuidados médicos en el espacio, las supernovas, la diferencia entre reflexión y refracción, para terminar con la clonación. Las discusiones son en ocasiones fantasiosas, pero evidentemente se desea atraer la atención del lector. Pero en todo caso, también hay un cierto rigor (aunque en un momento dado, el autor parece confundir la masa gravitatoria con la masa inercial) muy de agradecer, aunque, teniendo en cuenta el potencial público lector, no se profundiza demasiado. Siguiendo lo que parece fielmente la película, se introducen una sorprendente variedad de temas, y los laterales no dejan de servir su propósito de apuntar algún concepto más. El texto en sí se complementa con un glosario técnico muy completo.

No me queda claro a qué público está destinado este libro. Parece ser para chicos y chicas alrededor de los 12 años, aunque es posible que incluso para ellos pueda llegar a ser en algún punto demasiado superficial. La cuestión, por supuesto, es saber si se venderá. Pero en todo caso, la experiencia es muy positiva y satisfactoria. Ojalá se aprovechasen más películas de este tipo para crear libros de divulgación que se acerquen a estas edades.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Adiós, Chunky Rice de Craig Thompson

He de reconocer que como Santo Tomás creo, pero en ocasiones dudo. Tengo total fe en la capacidad del medio del cómic para crear obras al nivel de cualquier otra forma de expresión artística, pero en ocasiones, es preciso que me planten delante una obra así para creer.

Adiós, Chunky Rice es una de esas obras.

Una obra sobresaliente tanto desde el punto de vista artístico como el narrativo.

Adiós, Chunky Rice cuenta básicamente la historia de una pequeña tortuga, que vive aparentemente en un mundo de humanos, enamorada de un ratón llamado Dandel, que un día decide abandonarlo todo y embarcarse con destino a las Islas Pontinas. Durante la travesía, que en el libro no termina, conoce a un grupo de personajes fuera de lo común: las gemelas siamesas Livonia y Ruth que deben vivir permanentemente unidas, y el capitán Chuck, un personaje inicialmente desagradable pero cuyo amor por su esposa muerta y el mar redimen. En tierra ha dejado a Dandel enamorada de él y a Solomon, hermano de Chuck, que intenta expiar su pasado, su padre le obligó a ahogar a los cachorros de su perra cosa que Chuck jamás le perdonó, cuidando del pequeño pájaro Merle.

El tema principal de la narración es, evidentemente, el alejamiento y la separación, o quizá, como en el caso de las hermanas siamesas, la imposibilidad de separarse. Chunky Rice se embarca, el destino realmente no tienen importancia, y el mar funciona como lugar sin límites y de infinitas posibilidades. Durante toda la narración, se produce un diálogo contiguo entre Dandel y Chunky, a veces en la memorias, con delicados flashback que nos llevan al pasado, o por una serie de pensamientos, ideas y acciones en sincronía (Dandel escribiendo interminables cartas en botellas, Chunky escuchando su música favorita en la radio…) Aún así, no está claro quién se equivoca y quién tiene razón, Dandle quedándose o Chunky partiendo. Es más, la narración ni se lo plantea y deja al lector la tarea de decidir en qué momentos de la vida es preciso partir y cuando se necesita valor para permanecer.

El resto de los personajes actúan de coro a la historia central, ejemplificando e iluminando cada uno a su modo el tema central. Todos tienen pasado o presente que aceptar (Solomon la muerte de los cachorros, las hermanas Livonia y Ruth la imposibilidad de vivir separadas, y Chuck la muerte de su esposa). Todos huyen de algo (aunque ese algo les acompaña siempre porque el adiós no existe) y cada uno busca la forma de compensar o expiar. Pero ni siquiera, en esta inteligente obra, la expiación es un acto simple de fácil ejecución como demuestra la relación entre Merle y Solomon: ¿quién ama a quién?, ¿quién se sacrifica por quién?, ¿quién depende de quién?

La relación entre los personajes, sus mundos interiores, sus sentimientos, ideas y pasado se revelan lentamente en una serie de líneas cuidadosamente entrelazadas. La revelación paulatina es magistral y Craig Thompson con gran habilidad va incrementado la densidad emocional y psicológica de lo que parece una narración infantil. No duda en hacer que los personajes cuentes historias, que no terminan como no termina la aventura de Chunky, recuerden libremente o asocien imágenes y sonidos. La obra siempre tiene una sorpresa y es fácil no percibir toda el alcance de la historia en la primera lectura.

Adiós, Chunky Rice es una aventura psicológica y emocional y no busca héroes y villanos. El antagonista nominal, el capitán Chuck, se revela al final como un hombre con sus propias pasiones y con su propia forma de apreciar el mundo. Craig Thompson apenas necesita unas líneas de diálogos y unas pocas viñetas para revelar la verdadera dimensión de un personaje.

Lo cual nos lleva al segundo mérito de la obra. El dibujo es redondeado y casi infantil durante la mayor parte de la narración, pero no duda en volverse duro y nervioso cuando la escena lo requiere (como el flashback del padre obligando al joven Solomon a matar a los cachorros). El autor sabe dibujar el gesto justo de sus personajes, hasta el punto que es capaz de dotar de vida a una pequeña tortuga antropomórfica que apenas habla, pero de la que siempre sabemos lo que piensa o siente.

Hay páginas de composición maravillosa, como la 27 donde se describe la vida normal de un edificio o la página de fondo negro que contiene doce imágenes del pequeño Solomon jugando al escondite en una caja cuyos límites no vemos pero cuya presencia sentimos. Las transiciones son igualmente brillantes y marcan el tono de la narración, especialmente aquella en la que el mar ilimitado pasa a ser líquido contenido en una botella. La habilidad desplegada en la composición y el dibujo hace que los diálogos se reduzcan al mínimo y las palabras sean simplemente las justas.

Adiós, Chunky Rice es una obra de descubrimiento y como tal se niega a dar respuestas. Es el lector el que debe meditar sobre la historia emocionante, hermosa e inteligente que ha leído. Quizá, porque después de todo, el viaje de Chunky Rice sea el nuestro.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Timequake de Kurt Vonnegut

Kurt Vonnegut iba a escribir un libro llamado Timequake. Contaba una historia singular. El 13 de febrero de 2001, a las 2:27, el universo sufrió una crisis de confianza en sí mismo. ¿Debía seguir expandiéndose? ¿Qué sentido tenía hacerlo? Ni corto ni perezoso, decidió retroceder al 17 de febrero de 1991, más que nada, por darse diez años para pensar. Todo el mundo, hasta el último individuo, tuvo repetir esos diez años en piloto automático, cometiendo una vez más todos los errores anteriores, sin poder hacer nada para evitarlos. El libre albedrío desapareció completamente durante ese periodo, pero, ¿existió alguna vez?
Lo que no existe es ese libro. Kurt Vonnegut había escrito demasiado. Otros a su edad ya habían producido sus grandes obras. Y además, el libro, después de casi una década de trabajo, no quería escribirse. ¿Qué hacer? Salvar las partes buenas. (Todo esto lo cuenta en el prólogo/declaración de intenciones).

Y eso es Timequake (que afirma será su último libro). Sin sentido, sin estructura, sin mayor intención que permitir a Kurt Vonnegut hablar libremente, para que su mensaje quede clarito, para que nadie se confunda: la vida no tiene sentido, no vale la pena vivirla y para empezar no queríamos nacer.

No es una novela. No es una autobiografía. Es como mirar a la cabeza de una persona mientras piensa, con todo lo que se le ocurre mientras medita sobre su condición (que es, extrapolando su situación de artista, la condición humana). Entre fragmentos hilarantes de la novela que podía haber sido, entre recuerdos terribles de la niñez del autor, entre reminiscencias de personas ya muertas, entre resúmenes de los cuentos de Kilgore Trout, entre chistes amargos, Kurt Vonnegut va dibujando un especie de itinerario personal, lleno de preguntas y respuestas. ¿Por qué no es seropositivo? Lo explica. ¿Cuál fue la mejor idea que Satanás metió en la manzana que dio a la serpiente para que se la diese a Eva? El sexo es sólo una de las mejores. ¿Quién fue el primer alemán al que quiso matar? Fue en Estados Unidos.
Timequake es posiblemente el libro más autoindulgente, divertido, descreído, deprimente e inteligente de su autor. Se pone en duda todo, y al final se pone en duda la idea misma de vivir. Es la lectura perfecta para un depresivo lector de Ciorán. Al terminarlo, uno sólo puede estar más alegre. Pero enfrentarse a tal vacío es algo que sólo puede hacerse de vez en cuando. Pero la brillantez de Kurt Vonnegut parece capaz de convertir la nada en divertidísimo y fascinante material literario.

Una última cosa: ¿qué atenuante debemos esgrimir cuando nos enfrentemos al día del juicio final?

Para empezar, no queríamos nacer.

Es difícil aceptar el caos, pero puede hacerse. Yo soy una prueba viviente de ello: puede hacerse.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Luz de otros días de Arthur C. Clarke y Stephen Baxter

Uno es un gigante reconocido de la ciencia ficción, el otro es un escritor en alza que ya ha producido varias buenas obras. Los dos son de origen británico. Los dos son conocidos por la gran carga científica de su obra. Uno de ellos está ya en decadencia. El otro es una esperanza para el futuro. Los dos siguen la tradición de Olaf Stapledon y disfrutan situando sus obras contra un fondo mayor de trascendencia humana.

¿Qué podría salir de una colaboración entre ellos?

Pues una novela que es normal como novela, pero que como obra especulativa es ciertamente impresionante. Al leerla es evidente que hay dos grandes mentes reflexionando sobre el material, aunque los dos, por desgracia, han confiado en la gran carga especulativa para sostener la obra.

Hiram Petterson es un industrial del futuro, una especie de combinación entre Ted Turner y Bill Gates, un hombre hecho a sí mismo de complicado origen (nacido en África, pero de origen asiático, emigrado a Inglaterra y luego a Estados Unidos cuando el país británico pasó a convertirse en un estado de la Unión). Manipulador, egoísta y sólo interesado en el dinero, ha conseguido un adelanto tecnológico para mantener, momentáneamente, a su empresa, OneWorld, por delante de la competencia: la tecnología para transmitir información desde cualquier parte del globo por medio de agujeros de gusano microscópicos. Se acabaron los satélites de comunicaciones, se acabaron los cables de fibra óptica, se acabo no estar en el punto de la noticia cuando la noticia se produce. Pero Hiram quiere más, quiere poder llegar instantáneamente a cualquier lugar donde se produzca la noticia. Es decir, quiere poder abrir un agujero de gusano en cualquier punto del planeta y usarlo como cámara; quiere poder abrir un agujero de gusano en medio de un huracán y retransmitir lo que sucede. Y así nace la WormCam. ¿Pillan el chiste? (en español se ha traducido por GusanoCámara, que queda francamente raro).

Pero la competencia es feroz y rápida. Pronto, otras compañías de comunicaciones conseguir reproducir sus resultados, pero Hiram tiene un par de ases para mantener por delante: sus dos hijos. David, largamente perdido y contaminado por el virus de la religión, físico brillante que le ayudará a extender las posibilidades de la tecnología y Bobby, que está destinado a heredar, más literalmente de los habitual, su imperio y que es la viva imagen de su padre. Pero también está Kate, periodista de investigación que sabe cómo usar la nueva tecnología para conseguir las noticias que quiere, pero cuyo amor por Bobby pondrá patas arriba los planes de Hiram.

Pero pronto la tecnología de la WormCam escapa del control de Hiram e incluso del gobierno. Rápidamente todos los ciudadanos corrientes pueden espiar a sus conciudadanos. Porque no hay otra cosa que hacer: El Ajenjo, un gigantesco pedrusco, chocará contra la Tierra y arrasará con todo. Pasarán todavía quinientos años, pero toda la vida de la Tierra desaparecerá con total seguridad y no hay nada que la humanidad pueda hacer. Y la humanidad siente el peso de su futura extinción.

Lo interesante de la novela es que desarrolla con perfección, y algunas sorpresas, los cambios sociales que la tecnología de la WormCam podría producir. Los jóvenes, por ejemplo, comienzan a ir desnudos y hacer el amor en público, porque en una sociedad que ha perdido la intimidad esas cosas ya no importan. Cuando la tecnología de WormCam permite observar el pasado, ni siquiera los pecados de antaño están seguro (muchos senadores dimiten preventivamente) y es fácil descubrir la verdad sobre importantes figuras históricas (Lincoln y Jesús son los más discutidos, y especialmente el capítulo dedicado a este último es muy interesante. Y por cierto, Fermat tenía razón). Y paradójicamente, una tecnología que revela la verdad sirve también para mentir (Hiram consigue implicar a Kate falsamente en un caso de espionaje, para así alejarla de su hijo). Cuando la WormCam permite ver cualquier lugar del universo, y la realidad virtual permite caminar sobre a superficie de cualquier mundo por lejano que esté, el programa espacial deja de pronto de tener sentido. E incluso aparece una sociedad secreta, muy bien desarrollada y descrita en la novela, de gente que vive prácticamente en la oscuridad para no ser localizados. Y la WormCam permite también la telepatía artificial, lo que crea una variación de la especie humana, una mente colmena en la que todos comparten los pensamientos de todos los demás.

La trascendencia, tan querida a ambos autores, está firmemente presente. La novela está narrada desde el futuro, por un Bobby mágicamente resucitado. Y cerca del final se descubre el verdadero origen de la vida sobre la Tierra (y no es nada de lo que imaginan, y que es realmente sorprendente) cuando un posterior avance de la WormCam permite seguir el ADN hasta sus remotos orígenes. El final en sí se las arregla simultáneamente para ser divertido, por esperado, y escalofriante, por lo que implica para la especie humana.

En un detalle honroso, la novela está dedicada a Bob Shaw, creador del concepto del vidrio lento, que era también una forma, más limitada, de ver el pasado. [Un amable lector me recuerda que un dispositivo para ver el pasado (y el presente) también aparecía en el cuento de Asimov «El pasado muerto»]

Arthur C. Clarke ha colaborado con otros autores, pero ninguna estaba a su altura. Stephen Baxter no sólo ha demostrado hasta ahora estar al nivel de Clarke, sino que bien podría superarlo en el futuro. Entre los dos han construido una novela de ágil lectura, personajes agradable (aunque en ocasiones derivan excesivamente cerca del culebrón, con secretos familiares y hermanas perdidas) y sobre todo mucha y buena ciencia ficción. Sólo por la amplitud y profundidad de las especulaciones merece figurar en el estante de cualquier lector del género. Se trata de una buena novela de Stephen Baxter y de la mejor novela de Arthur Clarke en años.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Una izquierda darwiniana: Política, evolución y cooperación de Peter Singer

La serie de libros «Darwinismo hoy» intenta cubrir varios temas diversos de la teoría darwiniana moderna en su aplicación a los seres humanos, cada título escrito por una figura destacada de la moderna teoría evolutiva. Se trata de ilustrar brevemente alguna cuestión sobre la que la teoría de la evolución puede arrojar luz. Y también, de paso, popularizar esas ideas.

La moderna teoría evolutiva y en particular la psicología evolutiva (precedida en su momento por la sociobiología) han vuelto del revés el modelo político y social tradicional sobre el ser humano. De ser considerado como un ente aislado del resto de la naturaleza cuya cultura, psicología y orden social eran producto del azar, de la educación y de las condiciones sociales y económicas, la visión evolutiva lo encaja firmemente en el reino animal y aspira a deducir su comportamiento y psicología, su naturaleza humana, de su pasado como animal sujeto a las leyes del darwinismo que se aplican a cualquier otra forma viva sobre la Tierra. Es decir, de considerar al ser humano una hoja en blanco sobre la que cualquier cosa podía escribirse, ahora se lo considera un animal con un conjunto innato de comportamientos y características. La evolución aplicada a la psicología y a la sociología saca a la luz comportamientos invariantes en todos los seres humano, abarcando incluso fascinantes descubrimientos sobre nuestros comportamiento sexual (véase, por ejemplo, Anatomía del amor de Helen Fisher), social e incluso moral (véase, por ejemplo, The Moral Animal de Robert Wright). No es por tanto sorprendente que esas aproximaciones a la condición humana sean importantes y polémicas.

Lo sorprendente no es el cambio de visión, sino que las ciencias sociales considerasen durante tanto tiempo la idea de que una persona era un ser perfectamente maleable, separado de las fuerzas evolutivas que afectan a cualquier otro animal. El fallo es evidente: ¿qué sentido tendría que la naturaleza crease un animal que tuviese que aprenderlo todo desde el principio?

La izquierda darwiniana podría considerarse, quizá, el título más arriesgado de esta colección. Es más un manifiesto político que un libro de biología, y aspira a demostrar que es posible una izquierda que acepte los nuevos descubrimientos sin por ello dejar de ser izquierda. En este caso, la izquierda no se entiende como fuerza política, sino como cuerpo de pensamiento, eso que mueve a ciertas personas a actuar a favor de ciertas causas.

La tesis de partida del autor es que el marxismo aceptó con alegría la teoría de la evolución, porque hacía innecesario a Dios, pero sólo hasta cierto punto. Admitía que la evolución había creado los cuerpos de los seres humanos, pero negaba que tuviese nada que decir sobre las formas que adoptaba la sociedad humana. La tesis fundamental del marxismo es la perfectibilidad de la especie humana con un simple cambio del orden social. Pero eso choca con el mismo fundamento de la evolución, que es un proceso continuo y que nunca alcanza un estado de perfección final. «La evolución no conlleva ninguna carga moral, simplemente ocurre» (p. 23) dice el autor para luego añadir «La teoría materialista de la historia implica que no existe una naturaleza humana fija» (p. 37) lo cual choca con gran parte del cuerpo de datos de la evolución y la psicología evolutiva. Peter Singer caracteriza la posición de la izquierda con estas palabras: «la noción de que la evolución darwiniana se detiene en el alba de la historia humana y que toman el relevo las fuerzas materialistas de la historia» (p. 36). El fracaso de esa visión está claro: «En el siglo XX el sueño de la perfectibilidad de la especie humana se ha convertido en las pesadillas de la Rusia estalinista, la China de la Revolución Cultural y la Camboya de Pol Pot» (p. 47).

La tesis central del volumen se resume en una única frase: «La izquierda necesita un nuevo paradigma» (p. 13), y en un desafío: «¿Puede la izquierda trocar a Marx por Darwin y seguir siendo izquierda?» (p. 15). La respuesta del autor es un sí sin condiciones. Para ello intenta despejar varios errores tradicionales sobre la teoría de la evolución e intenta así mismo ofrecer una idea de las recientes investigaciones que apuntan a la existencia de una naturaleza humana subyacente. Pero el mito más persistente, y que por tanto intenta despejar en varias ocasiones, es que lo natural es bueno. No, nos dice, de un ser no hay que deducir un debe ser. Por ejemplo, del hecho de que los seres humano construyan siempre jerarquías (incluso en aquellas sociedades en que las jerarquías han sido supuestamente eliminadas por decreto) no debe llevarnos a pensar que las jerarquías son buenas. Simplemente, nos dice, no se puede construir una sociedad mejor desde la ignorancia y negando los hechos. Si existen patrones comunes al comportamiento y a las sociedades humanas, es mejor conocerlos para poder intentar cambiarlos: «Estar ciego a los hechos de la naturaleza humana es arriesgarse al desastre» (p. 56). Es decir, conseguir una sociedad mejor no va a ser tan fácil como se creía, pero esa dificultad no implica imposibilidad.

Pero la evolución ofrece también su rayo de esperanza. Si aparentemente, la visión tradicional del darwinismo apoya la tesis del egoísmo extremo, y por tanto, del capitalismo más salvaje, las nuevas investigaciones aportan otro punto de vista. El comportamiento altruista y cooperativo es también producto de la evolución, y se manifiesta en el hombre y en muchas especies. La naturaleza también ha creado animales capaces de cooperar y de sacrificarse por el bien de otros. En este respecto, el capítulo titulado «¿Competencia o cooperación?» es el más interesante y el núcleo fundamental de la tesis del autor. Se discuten distintos modelos cooperativos, se habla del dilema del prisionero y se discute la necesidad de «devolver la moneda» (de no cooperar con los que no cooperan), todo ello porque: «La izquierda darwiniana, al comprender los prerrequisitos para la mutua cooperación a la vez que sus beneficios, se esforzaría por evitar las condiciones económicas que crean parias» (p. 74).

En el capítulo final, el autor señala los mitos que la izquierda tradicional debería abandonar (negar que existe la naturaleza humana, utilizar sólo la revolución, la educación y el cambio social como instrumentos, aceptar el modelo tradicional del origen de las desigualdades) y delinea las condiciones de una nueva izquierda darwiniana: aceptar la existencia de una naturaleza humana, no deducir de lo «natural» lo «correcto», promover estructuras que animen a la cooperación, etc. Pero advierte: «En algunos aspectos, esto es una visión muy rebajada de la izquierda, que sustituye sus ideas utópicas por una visión fríamente realista de lo que es posible alcanzar» (p. 87).

Este pequeño volumen por sí sólo demuestra las debilidades y puntos fuertes de la serie. El autor, evidentemente, está discutiendo un asunto que escapa a la estricta visión científica, al tratarse de un tema político. La evolución no puede decidir si la derecha o la izquierda tienen razón. Por tanto, es tremendamente subjetivo en sus planteamientos y debe tomarse como la posición de Peter Singer sobre esos asuntos. En particular, los capítulos dedicados a justificar la visión darwiniana de la especie humana (y especialmente, la existencia de una naturaleza humana) son los más débiles del libro. El autor debe limitarse prácticamente a enumerarlos, sin ofrecer los datos que apoyan esas conclusiones, mientras que en un volumen mayor se discutirían más ampliamente experimentos y datos concretos. De hecho, el volumen es tan corto que apenas puede ofrecer premisas y conclusiones, con unas pocas páginas de justificación científica en medio.

Por otra parte, la misma brevedad del volumen obliga a no apartarse del tema. La posición está claramente definida y sirve, como es el propósito de la colección, para divulgar los nuevos avances en teoría de la evolución. Se trata en suma de un libro provocador e interesante, que debería dar mucho que pensar, pero que se resiente de las limitaciones de espacio que le impiden discutir más ampliamente la parte científica. Se lee, en suma, como punto de partida de posteriores, e intensas, reflexiones e investigaciones por parte del lector.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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Fases de gravedad de Dan Simmons

Supongamos que el lector gusta de la ciencia ficción y a la literatura fantástica pero se encuentra con que la oferta actual de ciencia ficción se le hace pesada y le gustaría encontrar una novela que capture el espíritu de la ciencia ficción pero sin su parafernalia y clichés. En ese caso, su novela es Fases de gravedad.

Fases de gravedad no es una novela de fantasía, es simplemente una buena novela y punto. Su protagonista es Richard Baedecker, un antiguo astronauta del proyecto Apolo y uno de los hombre que caminaron por la Luna. Lo que se cuenta es su relación con sus antiguos compañeros de misión, uno convertido en evangelista y otro en senador, con su hijo, seguidor de un gurú hindú, y con la antigua novia de éste. Pero ante todo es la historia de un hombre que se busca a sí mismo después de su momento de gloria, el relato de su búsqueda de la trascendencia, de un sentido para el resto de la vida. No es una novela de acción, sino una historia de personajes y, como dice Spinrad, la resolución final no es física sino espiritual.

Hay mucho en esta novela (además de sobre vuelo y montañismo) sobre la vida entendida como una obra de arte, de intentar hacer que cada momento tenga sentido por sí mismo, de la búsqueda del ser propio. Hay una imagen recurrente: dos astronautas jugando al frisbee en la Luna. Y tenemos también a Richard, que se lanza, arriesgando la vida, en ala delta desde una montaña por el simple propósito de celebrar la naturaleza.

La novela es ciertamente mística, pero se trata de un misticismo real que jamás se manifiesta o se hace explícito en cosas tangibles. Permea la novela esa sensación de que el mundo es algo más de lo que vemos, esa incomodidad que sentimos al vivir día a día, que nos obliga a buscar nuevas metas en la vida. Hay cierta religiosidad en la actitud del personaje, una búsqueda de un lugar sagrado. Pero no es más que la reacción de una persona de mediana edad que se encuentra ejerciendo un trabajo que no le gusta, una simple manifestación psicológica. No se asuste el lector, no hay ningún elemento fantástico en la novela. Pero la mirada y la voz de Simmons sí que son fantásticas.

Dan Simmons es un escritor sorprendente, ya que en ningún momento renuncia a la tradición literaria de la lengua en la que escribe. Hay mucho en esta novela de lo mejor de la actual novelística americana. Un punto obvio de conexión es John Updike, pero donde Updike es irónico, Simmons es comprensivo: no aspira a juzgar a su personaje sino a entenderlo.

Publicado originalmente en El archivo de Nessus.

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