La ciencia ficción: Diaspora, de Greg Egan
¿Por qué leemos ciencia ficción? Yo, simplemente, la leo porque es una literatura que me da algo que no encuentro en otros géneros. No busco exclusivamente el placer puramente literario definido según patrones estrechos, porque en ese caso no dejaría nunca de leer a Shakespeare y no me molestaría con el género. Busco algo más amplio, el juego entre ideas y futuros y la plasmación que puedan tener en obras literarias (porque para mí la literatura está a otro nivel por encima de la combinación de palabras con resultados más o menos eufónicos). Para mí, la ciencia ficción habita en una delgada línea que separa la extrapolación del juego estético; la simultánea estimulación de lo bello y lo sublime. Por supuesto, es un ideal difícil de alcanzar, y muchas obras del género se detienen antes de llegar, pero de vez en cuando… De vez en cuando se tropieza uno con Greg Egan y sabes que la espera ha valido la pena.
Greg Egan, ese australiano extraviado en la metafísica, lleva ya unos años revolucionando el género. Es una revolución silenciosa, pero que dinamita con tanta efectividad los pilares de la ciencia ficción como otras revoluciones anteriores más chillonas. Greg Egan es de esos autores que profundos conocimientos científicos, particularmente en el campo matemático, que le sirven para iluminar su visión del ser humano. En su obra los seres humanos no son entes estáticos que puedan definirse con comodidad; no, para él, una persona no es más, ni menos, que una combinación de estados, y el yo, no más que una sinergía transitoria, una estructura organizada que no tiene sentido más allá de un periodo de tiempo de unos segundos. Cuando Greg Egan explora la condición humana no lo hace desde el punto de vista biológico o social, que también, sino que amplia la discusión para incluir la misma naturaleza de nuestra consciencia y la forma en que el cerebro crea la visión que nosotros tenemos de nuestro ser. Ciudad Permutación fue su alucinante respuesta al problema más fundamental de la consciencia humana: ¿por qué yo soy yo y no otra persona? y de paso era la mejor exploración del posible carácter de seres humanos que sólo viven como programas de ordenador.
Pero cuando Greg Egan se pone a extrapolar, no se detiene con facilidad. En Diaspora, ha conseguido superarse a sí mismo.
Construida casi como una bildungsroman, Diaspora relata la búsqueda larga de Yatima, una personalidad informática creada sin basarse en ninguna referencia humana, “nacida” en la ciudad informática de Konishi donde habitan humanos convertidos en bits y sus descendientes. El magistral primer capítulo, llamado “Orfanogénesis”, cuenta en nacimiento de Yatima y es posiblemente la mejor plasmación en ciencia ficción de cómo podría funcionar un sistema así, como se implantaría una personalidad en un conjunto de algoritmos. A partir de ahí, se cuentan miles de años de historia, que rápidamente se convierten en millones y finalmente deja de tener sentido el tiempo cuando los personajes pasan a universos superiores de múltiples dimensiones. Los humanos de carne y hueso desaparecen en el primer tercio de la novela (estamos cerca el año 3000) por efecto de un fenómeno astronómico que arroja dudas sobre todas las teorías del universo. Luego resulta que la misma galaxia está amenazada y las polis, las ciudades informáticas, se embarcan en un viaje a planetas lejanos y luego a otros universos, en busca de unos misteriosos extraterrestres que dejaron un mensaje grabado en el agujero de gusano que conectan los pares de partículas (en la física inventada, todas las partículas son bocas de agujeros de gusano).
No estamos ante ciencia ficción fácil. No sólo por el alto contenido científico, que es abrumador y tan duro que es casi metafísica, sino por la impresionante visión que da de la humanidad del futuro. Un problema habitual de las novelas que se adentran en los millones del años es que sus personajes son demasiado cercanos a nosotros, cuando es poco probable que mañana la humanidad siga existiendo. Si bien Egan no se distancia excesivamente, lo cual convertiría a la novela en ilegible, hace lo posible porque sus personajes sean extraños. Y considerando que son seres informático, hay terreno para ello.
Y triunfa, admirablemente, y sus personajes informáticos se adaptan a realidades distintas, se redefinen para entender múltiples dimensiones, construyen modelos de la física del cosmos, se suicidan, renacen, comprenden todas sus emociones y amores (y pueden alterarlas a voluntad) y buscan, desesperadamente, entender el universo. Y cuando deben, no vacilan en viajar por millones de universos en busca de los seres con las respuestan (que no encuentran; sólo su rastro queda). Pocas veces la ciencia ficción ha estado tan cerca de plasmar a ese ser elusivo: el humano del futuro. Diaspora está llena de física, matemática, biología, astrofísica, inteligencia artificial, pero todo al servicio perfecto de un plan definido: la descripción de una humanidad remota. Diaspora es ese tipo de novela que define para mí lo que es la ciencia ficción, y la razón perfecta por la que leo este género.
Desde la lejana isla del otro lado del mundo, está redefiniendo el género sin realmente alejarse de él. Sigue extrapolando a partir de la ciencia, pero el resultado es profundamente original y estimulante. Si Greg Egan no es el mejor escritor actual de ciencia ficción, poco le falta. Hay que leerle.
Publicado en BEM 63 (junio-julio, 1998)