Alcanzar el mañana: Tomorrow and Tomorrow, de Charles Sheffield

Uno de los cuentos más hermosos de Charles Sheffield es «A Braver Thing». Dos amigos de la infancia se convierten en físicos de renombre. Uno de ellos es un hombre ambicioso que desea subir en el escalafón académico. El otro, es un hombre atormentado cuyos resultados son productos más de la intuición que de la reflexión. Sus vidas se separan, pero se cruzan de nuevo cuando el segundo no puede soportar más sus problemas psicológicos y se suicida, dejando una teoría que permitiría el viaje a velocidades superiores a la de la luz. El primero la presenta como suya, después de todo, su amigo estaba muerto sin descesdencia, y gana por ella el premio Nobel. Todo el relato está contado por él mismo durante la ceremonia, cuando ha tomado la decisión de contarlo todo en su discurso final; un acto de valor. Ese cuento resumía la pasión y los pesares de la investigación científico, en un par de personajes perfectamente dibujado, uno de ellos en la distancia, y con un dilema moral permeándolo todo.

Lo comento porque una de sus últimas novelas, Tomorrow and Tomorrow [Mañana y mañana], me ha recuperado ese aspecto de Charles Sheffield. Se trata de otra historia de pasión, pero en esta ocasión es el amor de Drake Merlin, músico de talento, por su esposa Ana. Ana se está muriendo de una extraña enfermedad incurable (no hay casos suficientes para justificar la búsqueda de una cura), y Drake concibe un arriesgado plan. Hará congelar a su mujer justo antes de su muerte, y luego, diez años después y convertido en millonario y uno de los grandes expertos en la música de su tiempo, el también será congelado. Su esperanza es que en el futuro alguien se sienta intrigado por sus conocimientos musicales y decida despertarle, dándole así la oportunidad de hacer lo mismo por su esposa Ana y quizá curar su enfermedad.

Y el plan funciona y Drake despierta 500 años en el futuro, pagado por Leon, un estudioso de la música del siglo veinte que desea su ayuda para completar su obra de toda una vida. Pero Ana no puede ser curada. Así que Drake escapa de nuevo al futuro, robando el cuerpo de Ana que se encuentra en la luna Caronte y una nave espacial que le permitirá un viaje relativista hasta la estrella más cercana y de vuelta. Pero durante el viaje comete un error. Para reforzar su propósito, abre el contenedor de su esposa para volver a verla, con el resultado de dañar su cerebro. Cuando regresa a la Tierra, la tecnología de otros varios cientos de años lo más que puede ofrecer es la clonación de Ana y permitir a Drake que vuelva a dormir en busca de otro futuro en que su verdadera esposa pueda volver a la vida.

Comienza así una serie de despertares en futuro cada vez más remotos. En uno de ello le informarán que su cuerpo ya no puede seguir congelado, que los efectos cuánticos lo acabarán destruyendo y que su mejor opción es pasar a almacenamiento electrónico. Y no, Ana sigue sin poder ser resucitada. Pero hay una esperanza. El universo ha resultado ser cerrado, y según algunas hipótesis científicas, es posible que en su final se produzca la acumulación de toda la información total del cosmos, incluyendo la personalidad de Ana. Y en ese punto, quizá sea posible recrearla tal y como fue. Y con esa esperanza, Drake vuelve a dormir. Dormir hasta el sorprendente final en el punto que lo contiene todo.

Sheffield ha hecho algo realmente extraordinario: ha creado una novela de ciencia ficción que recorre la historia del cosmos desde el siglo XXI hasta el final del universo, pero lo ha hecho conservando la unidad narrativa y dándole siempre al lector un punto de referencia al que anclarse. Pero no ha sacrificado por ello la lógica, y ése es uno de los puntos más interesantes de la obra. En uno de los despertares más tristes, Drake debe ayudar a defender la galaxia de una amenaza exterior. La humanidad del futuro, tan evolucionada electrónica y mentalmente que casi no es humanidad, es incapaz de luchar una guerra porque esos rasgos belicosos de la naturaleza humana ha desaparecido. Drake, pacifista cuando era de carne y hueso, es para ellos un superguerrero y un maestro de la estrategia militar. Pero ¿cuánto tiempo llevaría luchar una guerra a escala galáctica? Millones de años, naturalmente. Y eso es lo que sucede, con Drake clonándose y reproduciéndose interminablemente para atender a todos los frentes (ahora no es más que una personalidad electrónica). Y cuando la guerra termina, debe atender a todos los huérfanos del conflicto: los billones, trillones, de copias de su personalidad que vagan por ahí, integrándolos nuevamente en él mismo, con las consecuencias que ello conlleva.

Pero lo más extraordinario de todo es que la novela no llega a las 400 páginas. El esfuerzo de concisión conservando la amplitud temática es extraordinario. Porque realmente se nos cuenta por el camino la historia de varios aspectos de Drake: la patética historia del cuerpo físico resucitado, la aventura de una de sus copias electrónica perdida en una galaxia lejana y que tarda tanto en volver a casa que el universo ya se encuentra en contracción. Tomorrow and Tomorrow es una de esas novelas que se toma la ciencia ficción y a sus lectores completamente en serio. Un esfuerzo que merecía haberse premiado con un Hugo.

Publicado en BEM 65 (octubre-noviembre 1998)

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Bien está lo que bien acaba: The Rise of Endymion, de Dan Simmons

Dan Simmons es más inteligente que todos sus críticos y consiguió engañarlos a todos, exceptuando quizá a su perspicaz editor español, con Endymion. Los comentarios habituales sobre esa novela eran que estaba por debajo de las dos primeras, que no se entendía nada y que nadie sabía por qué se molestaba en contar todo aquello (aparte de unas, más que justificadas, comparaciones con La guerra de la galaxias y Terminator, por mucho que le pese al citado editor español). Además, todo lo que sabíamos del mundo de la Hegemonía no servía para nada, todo había cambiado, nada era lo que creíamos y los que releyeron los dos primeros libros antes de leer Endymion perdieron el tiempo (aunque volvieron a disfrutar de dos magníficas novelas).

¡Ah, hombres y mujeres de poca fe! ¡Cómo pudimos desconfiar de él!

El más que probable ganador del Hugo de este año (con lo que la serie de Hyperion podría recibir premio por el primer y último libro de la saga) tenía más de un as en la manga, y talento más que suficiente para echarse el farol de apostar sin nada y ganar. Después de leer The Rise of Endymion no puede uno dejar de pensar que todo estaba concebido de antemano, que al empezar a escribir la primera línea del primer libro el autor ya sabía que todo era falso, que los últimos dos libros revelarían la verdad y que la misión de la Mesias no iba a ser tan evidente. Es imposible claro, pero está todo hecho con tal habilidad, todas las piezas encajan con tanta precisión, que uno de los placeres de la novela es ver cómo todo está tan bien pensado. Un ejemplo: la historia de Het Masteen no aparece en Hyperion, todo los peregrinos relatan la suya menos él, porque desaparece antes de poder hacerlo para reaparecer moribundo. Pero aquí está, en The Rise of Endymion, como reservada para el final, la historia de la Voz del Árbol y el verdadero sentido de la Yggdrasill. También descubrimos el origen del Tecnonúcleo, la verdadera naturaleza de los cruciformes y quién está realmente tras el rostro metálico del Alcaudón.

Pero aunque pueda parecerlo, The Rise of Endymion no viene a terminar la serie de Hyperion. Nada más lejos de la intención del autor. Viene a trascenderla. El resultado final es una novela que sin bien se ocupa circunstancialmente de explicar algunos de los misterios de los primero libros, realmente mina con cuidado y tranquilidad todos los aspectos de la serie. The Rise of Endymion amplía la imagen del universo y la Hegemonía, la humanidad, el Tecnonúcleo y el mismo Alcaudón no son sino aspectos diminutos de la realidad. Hay muchas más cosas, muchas más, en el cielo y en la Tierra de lo que soñábamos.

La novela comienza con un hecho curioso: la muerte del Papa. Resucita, por supuesto, y el lector hará bien en recordar que lleva dos cruciformes, y adopta el nombre de Urbano XVI. El nombre no es casual, porque inmediatamente declara la cruzada contra los Exters Mientras tanto, el Padre la Soya, desterrado a un lejano planeta, es reintegrado al servicio y se le envía a luchar contra los Exter. En medio de la guerra irá tomando conciencia lentamente del horror de la acciones de la iglesia. Y Aenea, la niña mesías hija del cíbrido Keast, después de un largo aprendizaje con Frank Lloyd Wright, se embarca en la misión final para extender su filosofía e intentar evitar el triunfo final de la Iglesia. O al menos, la Iglesia tal y como existe en ese mundo.
El mensaje de Aenea es bien simple: «elige de nuevo» y la ceremonia más simple aún: basta con beber, literalmente, su sangre. Esa sangre provoca en el sujeto que la bebe una sutil transubstanciación que le permite liberarse del cruciforme y así del control de la iglesia.

Pero Aenea es en el mejor de los casos una mesías renuente. Ella realmente lo que quiere es estar con Endymion y compartir su amor. Sabe perfectamente que tiene una misión que cumplir, pero esa misión no la distrae nunca de su verdadero objetivo. Puede que pretenda salvar a la humanidad por amor, pero ama a un hombre sobre todos.

Los lectores que esperen encontrar Hyperion, o incluso La caída de Hyperion, se sentirán defraudados. Un autor no tiene por qué escribir un mismo libro dos veces, aunque se trate de una gran novela, y eso lo tiene bien claro Dan Simmons. Los que esperen encontrar una buena novela de ciencia ficción, una de las mejores obras de su autor, no se sentirán sin embargo defraudados. Tenemos aquí a un Simmons que escribe como no había escrito en años, y los años de experiencia no han pasado en vano y estamos ante una novela narrada con más convicción, habilidad y claridad que las anteriores. El resultado es una de esas space operasapasionantes que en lugar de reducir las dimensiones del universo las amplía y también una reflexión sobre la religión, lo que representa pertenecer a un grupo opresor, aunque ese grupo puede realmente dar la inmortalidad, y lo que representa poder liberarse hacia otra espiritualidad.
Pero ante todo, The Rise of Endymion, como muchas grandes novelas, es una historia de amor, un amor que comenzó siglos antes del nacimientos de sus protagonistas y que sólo podrá consumarse más allá de la muerte de los mismo. Raul y Aenea son pobres personas que se aman pero a las que ha arrollado la historia. Lo dicho, bien está lo que bien acaba.

Publicado en BEM 62 (abril-mayo, 1998)

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La fiera de mi niña: Corrupting Dr. Nice, de John Kessel

El tiempo ya no es lo que era. Uno pensaba que se trataba de algo más o menos continuo que fluía de pasado a futuro (en el sentido, por el momento, de la entropía creciente) y resulta que no. El tiempo está cuantizado, cada segundo dividido en pequeños fragmentos, 137’04 momentos por segundo. Más aún, cada uno de esos momentos por segundo es en realidad un universo independiente, que no se sigue causalmente del anterior ni influye causalmente en el siguiente. Por tanto, uno puede viajar en el tiempo, por ejemplo a la Jerusalén de los tiempos de Cristo, montar un casino, edificar un par de hoteles de lujos y organizar visitas a la crucifixión sin alterar para nada el futuro. Es decir, el pasado puede ser colonizado y explotado de forma segura. ¿Quiere usted oír a Elvis?; nada más fácil, se viaja a uno de esos universos, se secuestra al Elvis que uno prefiera (antes de ser gordo, por ejemplo), se le lleva al futuro y a grabar discos. O puede uno tener tres posibles versiones de Jesús, o los Beatles si Lennon hubiese sobrevivido. Todo eso es posible, cuando el pasado está permanentemente disponible 137 veces por segundo. Incluso, secuestrar un dinosaurio. Todo eso es Corrupting Dr. Nice, y algunas cosillas más.

John Kessel parece el ideal de escritor de ciencia ficción. Licenciado en física, cosa que se nota en los decimales del 137, e inglés (doctor en esto último y profesor de teatro) es capaz de combinar el rigor científico con el ritmo endiablado de la mejores comedias, la reflexión profunda sobre el tema a tratar con los mejores personajes. Normalmente se le considera un humanista, preocupado por la condición humana frente a la superficialidad estética del ciberpunk, y se admira la estructura cuidada de sus argumentos.

Corrupting Dr. Nice es hasta el momento su novela más celebrada. Se trata de una curiosa combinación de ciencia ficción dura, toda la fundamentación del viaje en el tiempo emparentada con la interpretación de mundos múltiples de la mecánica cuántica, y comedia alocada. Aquí la gente se enamora, se pelea, se confunde y se reencuentra con el ritmo endiablado de los momentos dorados del género. La trama, como tenía que ser, es una historia de amor, pero la acción, gracias al viaje en el tiempo, se desplaza por el París revolucionario, la américa del futuro y el Jerusalén después de Cristo (del que los viajeros del tiempo, usando armamento moderno, han expulsado a los invasores romanos y le han regalado un coche a Herodes para mantenerlo feliz).

Owen Vannice, el Dr. Nice del título, multimillonario hijo de multimillonarios, paleontólogo e ingenuo, secuestra un dinosaurio del Cretaceo. En el camino de vuelta al futuro, debe pasar por Jerusalén, a tiempo para ser retenido por un grupo rebelde judío. Allí, durante su breve estancia con un dinosaurio que no para de crecer, se encuentra con una pareja de timadores, padre e hija. Claro está, raudo se enamora de la hija y la rescata heroicamente de los secuestradores. Pero pronto comienzan los malentendidos y cuando Owen la deja plantada, Genevieve, que, claro está, también se había enamorado de él, planea su venganza.

Por supuesto, semejante planteamiento da para muchas situaciones graciosas y comicidad ciertamente no le falta. Pero como muchas grandes comedias, entre situación graciosa y situación graciosa se habla de cosas muy serias. No en vano, el líder de la rebelión judía contra los invasores del futuro es Simón el apóstol, que todavía no ha podido aceptar que los invasores se llevasen por el tiempo a su maestro Jesús. Buena parte de la novela se dedica a la preparación y ejecución del delirante juicio de terrorismo, en el que el juez observa constantemente los índices de audiencia para saber qué decisión tomar, y en el que el fiscal y la defensa traen testigos tan curiosos como Lincoln o el propio Jesús (la versión mayor). ¿Qué derecho tiene el futuro de colonizar el pasado? ¿Que cada uno de los 137 universos dentro de un segundo sea independiente, y su alteración no varíe el futuro, justifica el pillaje y la ocupación?

Lo mismo sucede en otros aspecto. Si uno puede traerse a cualquier artista del pasado, ¿qué actriz puede competir con Marilyn Monroe en la cumbre de su carrera? ¿Qué músico podría superar a Mozart? ¿Qué universidad puede darse el lujo de tener a Einstein y Newton entre sus profesores? ¿Quién puede hacerse un nombre en un mundo en el que el pasado está continuamente presente y es siempre mejor que el presente?

Corrupting Dr. Nice es humor y sátira en la mejor tradición del género, que se remota a Mercaderes del espacio y que hoy parece el territorio habitual de Connie Willis (autora, también amante de las comedias alocadas, que se ha superado a sí misma en su última novela To say nothing of the dog). John Kessel se aprovecha de las posibilidades que ofrece la ciencia ficción para crear esa imagen distorsionada de nuestra sociedad que es paradójicamente más fiel que un retrato realista.

John Kessel ha construido una de esas raras novelas de ciencia ficción: una de esas obras tremendamente divertidas (odiadas habitualmente por los snobs) que se recuerdan y fermentan lentamente en la mente del lector. Como la mejores comedias, tiene ideas, una trama enloquecida, un defensor de los débiles, una historia de amor y un dinosaurio llamado Wilma. ¿Qué más se puede pedir?

Publicado en BEM 64 (agosto-septiembre, 1998)

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La ciencia ficción: Diaspora, de Greg Egan

¿Por qué leemos ciencia ficción? Yo, simplemente, la leo porque es una literatura que me da algo que no encuentro en otros géneros. No busco exclusivamente el placer puramente literario definido según patrones estrechos, porque en ese caso no dejaría nunca de leer a Shakespeare y no me molestaría con el género. Busco algo más amplio, el juego entre ideas y futuros y la plasmación que puedan tener en obras literarias (porque para mí la literatura está a otro nivel por encima de la combinación de palabras con resultados más o menos eufónicos). Para mí, la ciencia ficción habita en una delgada línea que separa la extrapolación del juego estético; la simultánea estimulación de lo bello y lo sublime. Por supuesto, es un ideal difícil de alcanzar, y muchas obras del género se detienen antes de llegar, pero de vez en cuando… De vez en cuando se tropieza uno con Greg Egan y sabes que la espera ha valido la pena.

Greg Egan, ese australiano extraviado en la metafísica, lleva ya unos años revolucionando el género. Es una revolución silenciosa, pero que dinamita con tanta efectividad los pilares de la ciencia ficción como otras revoluciones anteriores más chillonas. Greg Egan es de esos autores que profundos conocimientos científicos, particularmente en el campo matemático, que le sirven para iluminar su visión del ser humano. En su obra los seres humanos no son entes estáticos que puedan definirse con comodidad; no, para él, una persona no es más, ni menos, que una combinación de estados, y el yo, no más que una sinergía transitoria, una estructura organizada que no tiene sentido más allá de un periodo de tiempo de unos segundos. Cuando Greg Egan explora la condición humana no lo hace desde el punto de vista biológico o social, que también, sino que amplia la discusión para incluir la misma naturaleza de nuestra consciencia y la forma en que el cerebro crea la visión que nosotros tenemos de nuestro ser. Ciudad Permutación fue su alucinante respuesta al problema más fundamental de la consciencia humana: ¿por qué yo soy yo y no otra persona? y de paso era la mejor exploración del posible carácter de seres humanos que sólo viven como programas de ordenador.

Pero cuando Greg Egan se pone a extrapolar, no se detiene con facilidad. En Diaspora, ha conseguido superarse a sí mismo.

Construida casi como una bildungsroman, Diaspora relata la búsqueda larga de Yatima, una personalidad informática creada sin basarse en ninguna referencia humana, “nacida” en la ciudad informática de Konishi donde habitan humanos convertidos en bits y sus descendientes. El magistral primer capítulo, llamado “Orfanogénesis”, cuenta en nacimiento de Yatima y es posiblemente la mejor plasmación en ciencia ficción de cómo podría funcionar un sistema así, como se implantaría una personalidad en un conjunto de algoritmos. A partir de ahí, se cuentan miles de años de historia, que rápidamente se convierten en millones y finalmente deja de tener sentido el tiempo cuando los personajes pasan a universos superiores de múltiples dimensiones. Los humanos de carne y hueso desaparecen en el primer tercio de la novela (estamos cerca el año 3000) por efecto de un fenómeno astronómico que arroja dudas sobre todas las teorías del universo. Luego resulta que la misma galaxia está amenazada y las polis, las ciudades informáticas, se embarcan en un viaje a planetas lejanos y luego a otros universos, en busca de unos misteriosos extraterrestres que dejaron un mensaje grabado en el agujero de gusano que conectan los pares de partículas (en la física inventada, todas las partículas son bocas de agujeros de gusano).

No estamos ante ciencia ficción fácil. No sólo por el alto contenido científico, que es abrumador y tan duro que es casi metafísica, sino por la impresionante visión que da de la humanidad del futuro. Un problema habitual de las novelas que se adentran en los millones del años es que sus personajes son demasiado cercanos a nosotros, cuando es poco probable que mañana la humanidad siga existiendo. Si bien Egan no se distancia excesivamente, lo cual convertiría a la novela en ilegible, hace lo posible porque sus personajes sean extraños. Y considerando que son seres informático, hay terreno para ello.

Y triunfa, admirablemente, y sus personajes informáticos se adaptan a realidades distintas, se redefinen para entender múltiples dimensiones, construyen modelos de la física del cosmos, se suicidan, renacen, comprenden todas sus emociones y amores (y pueden alterarlas a voluntad) y buscan, desesperadamente, entender el universo. Y cuando deben, no vacilan en viajar por millones de universos en busca de los seres con las respuestan (que no encuentran; sólo su rastro queda). Pocas veces la ciencia ficción ha estado tan cerca de plasmar a ese ser elusivo: el humano del futuro. Diaspora está llena de física, matemática, biología, astrofísica, inteligencia artificial, pero todo al servicio perfecto de un plan definido: la descripción de una humanidad remota. Diaspora es ese tipo de novela que define para mí lo que es la ciencia ficción, y la razón perfecta por la que leo este género.

Desde la lejana isla del otro lado del mundo, está redefiniendo el género sin realmente alejarse de él. Sigue extrapolando a partir de la ciencia, pero el resultado es profundamente original y estimulante. Si Greg Egan no es el mejor escritor actual de ciencia ficción, poco le falta. Hay que leerle.

Publicado en BEM 63 (junio-julio, 1998)

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La música de las esferas: Celestial Matters, de Richard Garfinkle

Mil años después de la muerte de Alejandro, a los 70 años y en la cumbre de su poder, la Liga de Delos, comandada por Atenas y Esparta, ha conquistado el mundo. Las ciudades griegas se extienden por toda la tierra uniendo a todas las razas. La Academia, expurgada de todo platonismo por Aristóteles, ha conocido un desarrollo científico extraordinario, confirmando todas las ideas del estagirita y Tolomeo, y ayuda activamente en el proceso bélico. La generación espontánea permite la producción de comida en el frente de batalla y el conocimiento exacto de las propiedades de los cuatro elemento y la música de las esferas permite que las naves aéreas no sólo dominen los cielos de la Tierra sino que también se aventuren hasta Selene y más allá. Sólo hay un problema, el Imperio Chino, con su misteriosa ciencia taoísta totalmente incomprensible para los griegos y basada en extraños conceptos y corrientes, se resiste a la conquista y la guerra amenaza ya con hacerse eterna. Pero los jefes de la Liga han concebido un plan genial: una nave aérea viajará hasta la esfera de Helios, el sol, y robará algo de su sustancia para arrojarla sobre la capital del Imperio Chino y acabar así con la guerra. Cosa que los chinos, por supuesto, no están dispuestos a consentir.

Hay veces en que uno lee el planteamiento de una novela de ciencia ficción y sabe que debe leerla entera. Aunque se da fuera del género, es un situación muy característica de la ciencia ficción. Uno lee la premisa inicial y siente esa combinación de sorpresa, ¿cómo se le habrá ocurrido esto?, e incredulidad, ¿cómo va a resolver semejante situación?, que te impulsa a sumergirte inmediatamente en la narración. Curiosamente, pero no es tan de extrañar, es una característica que comparten habitualmente la ciencia ficción llamada «dura», la que sigue con todo rigor ciencias como la física y la biología, y las ucronías, cuando conciben algún cambio en la historia y elucubran a partir de él. En ambos casos sentimos ese cosquilleo intelectual que nos obliga a saber más sobre una situación intrigante. En el primer caso, tenemos por ejemplo la posibilidad de la existencia de los taquiones y la novela Cronopaisaje, y en el segundo la posibilidad de que la Armada Invencible hubiese triunfado en Pavana.

Celestial Matters de Richard Garfinkle es en ese aspecto más interesante aún, al encontrarse en punto intermedio entre esas dos obras. Es una ucronía en el sentido en que describe acontecimientos históricos que nunca tuvieron lugar, pero lo hace, a la manera de la ciencia ficción dura, en un universo que se rige por las leyes de la ciencia griega, en el que realmente hay cuatro elementos, en el que las esferas rigen el movimiento de los astros (y la Tierra, por supuesto, ocupa el centro del universo) y en el que la materia celestial realmente tiene propiedades completamente diferentes a la materia terrestre (lo que permite construir las naves aéreas, que fueron originalmente desarrolladas para contrarrestar las cometas de batalla de los chinos).

Toda la novela está contada en primera persona por Aias, graduado de la Academia en Pirología y Uranología. Empieza relatando como siendo comandante de la nave celeste Chandra’s Tear, disfrutando de unas vacaciones, que recorren el mundo mediterráneo y permite al lector descubrir cómo es una ciudad griega moderna, sufrió un intento de asesinato por parte de los chinos y se le asignó como guardaespaldas a la capitana Liebre Amarilla, una feroz mujer de las lejanas ciudades cheroki graduada en Esparta. La sospechas sobre el intento de asesinato recaen inmediatamente en Ramonojon (que actúa de forma extraña al haberse convertido secretamente al budismo, la única religión no permitida en la liga) que a su vez acusa a Mihradarius, el hombre que debe diseñar la red para atrapar el fuego del sol, de estar saboteando todo el proyecto. ¿Quién dice la verdad? Lo que sigue a continuación es una historia de aventuras en la que se pone en marcha la operación Ladrón Solar, mientras se van desgranando las consecuencias lógicas de la ciencia griega e incluso se acaba descubriendo un posible síntesis con la ciencia taoísta. Hay motines, sabotajes, luchas de poder y un final que parecía imposible y que sin embargo es perfectamente lógico (y se refiere a algo que sí sucedió en la Tierra).

No voy a decir que Celestial Matters sea una novela perfecta. Tiene muchos de los defectos de una primera obra y en ocasiones el ritmo narrativo se resiente. Pero en pocas ocasiones un autor de ciencia ficción ha demostrado tanto valor a la hora de plantear su obra, y en pocas ocasiones el resultado ha sido tan estimulante intelectualmente (especialmente para los que admiramos la civilización griega). Se habla a menudo de la inventiva de los autores del género, de la forma en que dan vida a un mundo completamente extraño. Pero Richard Garfinkle da vida a un mundo más extraño que cualquier mundo extraterrestre, un mundo que existió y en el que la gente creía realmente estar en continua comunicación con los dioses (como sucede a menudo en la novela, cuando los dioses intervienen para dar consejos, nunca para actuar) o que la materia estaba formada por cuatro elementos. Es simultáneamente un homenaje a toda una civilización que pudo quizá haber conquistado el mundo, una elucubración sobre un concepto fascinante y, en el fondo, un comentario sobre nuestro propio mundo.

Celestial Matters pertenece a esa tradición dentro del género que sabe usar la literatura para la exposición de conceptos intrigantes. La continua aparición de novelas como esta demuestra que la ciencia ficción está lejos de haber perdido su capacidad imaginativa y el viejo sentido de la maravilla.

Publicado en BEM 61 (febrero-marzo, 1998)

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