La carretera de la muerte: The Crow Road, de Iain Banks

A veces los autores están demasiado ocupados escribiendo ciencia ficción para escribir buenas novelas. La ciencia ficción tiene, como género, el problema de ser demasiado espectacular. Se parece a una caja llena de juguetes maravillosos, y lo autores se asemejan en ocasiones a niños de cinco años que intentan jugar con todos a la vez. A veces los autores están tan fascinados por la brillantez de sus ideas que se olvidan que deben fabricar una obra literatura, que algo de fruición estética debe permanecer en su trabajo (cosa que en ocasiones también olvidamos los lectores y podemos juzgar obras por la espectacularidad de su argumento sin preguntarnos si hemos disfrutado realmente de ellas como novelas). Pero esos mismos autores, cuando se concentran algo más en producir una buena novela, demuestran lo que puede dar de sí la ciencia ficción y son capaces de sacarle todo el provecho al género. Abundan los ejemplos, déjenme comparar simplemente Snow Crash de Neal Stephenson con La era del diamante de Neal Stephenson. La primera es una novela ciertamente espectacular, pero sin estructura que sostenga tanta espectacularidad acaba convertida en una confusión cacofónica de brillantes ideas. La era del diamante no está menos provista de ideas brillantes, pero todas ellas están sabiamente utilizadas para obtener el fin último: producir una buena novela, en este caso, una magnífica novela que sólo puede ser ciencia ficción (lo sé, la he leído cinco veces), no menos espectacular que Snow Crash.

Pero posiblemente Iain M. Banks sea un ejemplo aun mejor. Entre otras cosas porque produce dos líneas de obras separadas: como Iain Banks publica novelas que se quieren más cercanas al mainstream, mientras que como Iain M. Banks escribe novelas claramente de ciencia ficción. Pero la distinción no es tan clara como pueda parecer. Sus novelas generales se sitúan en un universo extraordinario, sin dios y caótico que recuerda a la mejor ciencia ficción, mientras que su obra de ciencia ficción en ocasiones se beneficia de sus habilidades en el mainstream. Aun así, sus obras generales suelen ser mejores que sus novelas de ciencia ficción.

El caso más claro es Pensad en Flebas. La novela es ciertamente espectacular, e Iain Banks jamás desaprovecha la oportunidad de destruir algo bien grande, como un orbital, pero está construida como episodios casi independientes y la obra carece de la coherencia mínima. Parece haber olvidado que el hecho de que a un personaje le sucedan muchas cosas no implica que todo lo que le suceda forme una novela. Parece que el autor simplemente no supo limitar sus ansias de jugar con todo. Pensad en Flebas es con mucho la peor novela de la Cultura y para leerlas buenas hay que referirse a El jugador o El uso de las armas. Esta última es posiblemente su mejor novela de ciencia ficción, precisamente por estar más cerca en estructura de sus novelas generales.

The Crow Road es todo lo contrario de Pensad en Flebas. No hay elementos espectaculares, trata de la vida de un joven escocés, un Prentice maravillosamente recreado, de veinte años, de sus amores, pesares y dudas. Hay una ligera trama de asesinato, pero ésta sirve más para iluminar al personaje central que como justificación de la novela. Es más, no hay realmente misterio más allá de descubrir como cambiará el protagonista al llegar al final. Vamos, que tiene todos los puntos para ser una Bildungsroman aburrida de quinientas páginas pero es una obra apasionante de leer y posiblemente la mejor novela de Iain Banks (o Iain M. Banks).

Y no es una novela que renuncie a nada por no ser ciencia ficción, más bien todo lo contrario. El exceso puede ser fructífero, pero también puede ser muy fructífera la frugalidad. Recordemos si no Fases de gravedad de Dan Simmons, un novela perfectamente realista sobre astronautas que se las arreglaba con facilidad casi insultante para evocar el sentido de la maravilla que se supone es patrimonio exclusivo del género. A veces, fijarse límites ayuda a construir mejores novelas, y en el mainstream hay que fijarse algunos.

The Crow Road no huye en absoluto de ninguna de las grandes preocupaciones de la ciencia ficción, es más, en ocasiones se acerca ellas con más profundidad. El lugar del hombre en el universos, nuestra fascinación por el orden natural de las cosas, nuestra imposición de un orden sobre el caos de la vida (el lector también debe imponer un orden a la estructura desordenada de la novela) son preocupaciones permanentemente presentes en la vida de Prentice, desde el momento en que su abuela explota (así empieza, «Fue el día en que estalló mi abuela») hasta la discusión religiosa con su padre, o cuando éste muere desafiando a Dios escalando la torre de una iglesia. Ese tipo de ironías, los personajes ligeramente desquiciados tan propios de Banks, los actos cotidianos descritos como si fuesen extraordinarios, que lo son, el sentido de que el tiempo pasa y hay cosas que se quedan atrás, la posibilidad de vivir la vida sin imponerle un sentido al mundo, abundan aquí y las preocupaciones de los personajes no son menos metafísicas y amplias y no están menos llenas de inteligencia y de asombro que las de un personaje de ciencia ficción, entre otras cosas, por no tener que preocuparse de pertenecer al género.

The Crow Road no es una novela de ciencia ficción, pero merecería serlo… o mejor, la ciencia ficción merecería tener una novela así.

Publicado en BEM 58 (agosto-septiembre, 1997)

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